Ahora Bosch no la habría perdido ni en una ventisca. Cuanto más conducía, mayor era la euforia adolescente de la anticipación. Estaba cautivado por la franqueza de aquella mujer y se preguntaba cómo se traduciría eso cuando hicieran el amor.

Jasmine lo condujo en dirección norte hasta Tampa y después a una zona llamada Hyde Park. El barrio, con vistas a la bahía, consistía en viejas casas victorianas y de estilo Craftsman con amplios porches. Ella vivía en un apartamento encima de un garaje de tres plazas, detrás de una casa victoriana gris con molduras verdes.

Cuando llegaron a lo alto de la escalera y Jasmine estaba metiendo la llave en la cerradura, Bosch pensó en algo y no supo qué hacer. Ella abrió la puerta y lo miró. Le adivinó el pensamiento.

—¿Qué pasa?

—Nada. Pero estaba pensando que debería ir un momento a un drugstore.

—No te preocupes. Tengo lo que necesitas. Pero ¿puedes esperar aquí un minuto? He de recoger un poco la casa y limpiar un par de cosas.

Bosch la miró.

—A mí no me importa.

—Por favor.

—Vale, tómate tu tiempo.

Bosch esperó durante unos tres minutos hasta que ella apareció en el umbral y lo invitó a entrar. Si había limpiado, lo había hecho a oscuras. La única luz procedía de lo que Bosch supuso que era la cocina. Jasmine lo tomó de la mano y lo condujo en dirección contraria a la luz, a lo largo de un pasillo a oscuras que llevaba al dormitorio. Allí ella encendió la luz, revelando una habitación escasamente amueblada en cuyo centro había una cama de hierro forjado con dosel. Había una mesita de noche de madera sin barnizar y un escritorio también sin barnizar y la mesa de una vieja máquina de coser Singer con un jarrón azul con flores muertas. No había nada colgado de las paredes, aunque Bosch vio un clavo que asomaba del yeso encima del jarrón. Jasmine se fijó en las flores y enseguida cogió el jarrón de la mesa y salió de la habitación.

—Voy a tirar esto. No he estado aquí en una semana y olvidé cambiarlas.

Al llevarse las flores se levantó en la habitación un olor ligeramente acre. Cuando ella salió, Bosch volvió a mirar el clavo y creyó distinguir la forma de un rectángulo en la pared. Allí había habido algo colgado. Jasmine no había entrado a limpiar, si lo hubiera hecho habría tirado las flores. Había entrado para descolgar un cuadro.

Jasmine regresó a la habitación y volvió a poner el jarrón vacío en la mesa.

—¿Te apetece otra cerveza? También tengo vino.

Bosch se acercó a ella, cada vez más intrigado por sus misterios.

—No, gracias.

Sin decir ni una palabra más, se abrazaron. Bosch sintió el gusto de la cerveza y el ajo y el humo del cigarrillo mientras la besaba, pero no le importó. Sabía que ella estaría saboreando lo mismo. Apretó su mejilla contra la de ella y acercó la nariz al lugar del cuello donde ella se echaba el perfume. Jazmín nocturno.

Fueron hasta la cama, cada uno quitándose prendas de ropa entre besos apasionados. El cuerpo de Jasmine era hermoso, con las líneas del bronceado distinguibles. Bosch besó sus pechos pequeños y encantadores y suavemente posó su espalda en la cama. Ella le pidió que esperara y rodó en la cama para sacar del cajón de la mesita de noche una tira con tres condones. Se los pasó.

—No te hagas ilusiones —comentó él.

Los dos se echaron a reír y la risa pareció mejorar las cosas.

—No lo sé —dijo ella—. Ya veremos.

Para Bosch, los encuentros sexuales siempre habían sido una cuestión de sincronización. Los deseos de dos individuos se elevan y remiten siguiendo un curso propio. Existen necesidades emocionales separadas de las físicas. Y en ocasiones todas esas cosas encajan en una persona y después encajan a la vez con las de otra persona. El encuentro de Bosch con Jasmine Corian fue una de esas ocasiones. El sexo creó un mundo sin intrusiones. Un mundo tan vital que podría haber durado una hora o tal vez sólo unos pocos minutos y él no habría detectado la diferencia. Al final, Harry estaba encima de ella, mirando sus ojos abiertos, y Jasmine se aferraba a los brazos de Harry como si de ello dependiera su vida. Los cuerpos de ambos se estremecieron al unísono y él se quedó quieto encima de Jasmine, respirando en el hueco que había entre el cuello y el hombro de ella.

Se sentía tan bien que tenía la necesidad de reír en voz alta, pero no creyó que ella lo hubiera entendido. Sofocó la risa y la hizo sonar como una tos amortiguada.

—¿Estás bien? —preguntó ella con suavidad.

—Nunca he estado mejor.

Bosch se apartó, retrocediendo sobre su cuerpo. Le besó los pechos y se sentó con las piernas de ella a ambos lados de su cuerpo. Se quitó el preservativo dándole la espalda.

Se levantó y caminó hasta una puerta que esperaba que fuera el cuarto de baño y que resultó ser un armario. La siguiente puerta que probó sí era el cuarto de baño y Bosch tiró el condón por el inodoro. Inadvertidamente se preguntó si terminaría en algún lugar de la bahía de Tampa.

Cuando Harry volvió del cuarto de baño, Jasmine estaba sentada con la sábana enrollada en torno a la cintura. Bosch vio su americana en el suelo y sacó los cigarrillos. Le dio uno a ella y se lo encendió. Después se dobló y volvió a besarle los pechos. La risa de Jasmine era contagiosa y le hizo sonreír.

—¿Sabes una cosa? Me gusta que no hayas venido preparado.

—¿Preparado? ¿De qué estás hablando?

—Bueno, de que ofreciste ir al drugstore. Eso muestra la clase de hombre que eres.

—¿A qué te refieres?

—Si hubieras venido desde Los Angeles con un condón en la cartera, habría sido tan… No sé, premeditado. Como alguien siempre listo. Todo habría sido poco espontáneo. Me alegro de que no haya sido así, Harry Bosch, nada más.

Bosch asintió con la cabeza, tratando de seguir el hilo de su argumentación. No estaba seguro de haberla entendido. Y se preguntó qué debía pensar él del hecho de que ella sí estuviera preparada. Decidió dejarlo y encender un cigarrillo.

—¿Cómo te hiciste eso en la mano?

Bosch se había quitado las gasas durante el vuelo y Jasmine se había fijado en las marcas en los dedos. Las quemaduras se habían curado hasta el punto de que parecían dos verdugones en sendos dedos.

—Con un cigarrillo. Me quedé dormido.

Sentía que podía decirle la verdad de todo lo que concernía a su vida.

—Dios, qué susto.

—Sí, no creo que me vuelva a pasar.

—¿Quieres quedarte conmigo esta noche?

Bosch se acercó a ella y la besó en el cuello.

—Sí —susurró.

Ella le tocó la cicatriz en forma de cremallera de su hombro derecho. Todas las mujeres con las que se había acostado hacían eso. Era una cicatriz desagradable y Bosch nunca había entendido qué las impulsaba a tocarla.

—¿Te dispararon?

—Sí.

—Eso asusta más todavía.

Bosch se encogió de hombros. Era historia y nunca pensaba en ello.

—Lo que quería decirte antes es que no eres como la mayoría de los polis que he conocido. Te queda mucha humanidad. ¿Cómo es eso?

Bosch volvió a encogerse de hombros.

—¿Estás bien, Harry? —preguntó ella.

Bosch apagó su cigarrillo.

—Sí, estoy bien. ¿Por qué?

—No lo sé. ¿Conoces esa canción de Marvin Gaye? ¿Antes de que lo matara su propio padre? Habla de la terapia sexual. Decía que era buena para el alma. Algo así. El caso es que yo lo creo, ¿tú no?

—Supongo.

—Creo que necesitas curarte, Bosch. Es la sensación que me da.

—¿Quieres dormir?

Ella volvió a acostarse y se subió la sábana. Bosch caminó por la habitación desnudo para apagar la luz. Cuando estaba bajo las sábanas en la oscuridad, Jasmine se colocó de costado, dándole la espalda, y le pidió que la abrazara. Bosch se le acercó y lo hizo. Le encantaba su olor.

—¿Cómo es que la gente te llama Jazz?

—No lo sé. Supongo que va con el nombre.

Al cabo de unos segundos, ella quiso saber por qué se lo había preguntado.

—Porque hueles como tus dos nombres. Como la flor y como la música.

—¿A qué huele el jazz?

—Huele oscuro y ahumado.

Se quedaron un rato en silencio y al final Bosch pensó que ella se había dormido. Él todavía no podía conciliar el sueño. Se quedó tumbado con los ojos abiertos, mirando las sombras de la habitación. Entonces Jasmine le habló en voz baja.

—Bosch, ¿qué es lo peor que te has hecho a ti mismo?

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes a qué me refiero. ¿Qué es lo peor? ¿Qué es lo que te mantiene despierto por la noche si lo piensas demasiado?

Bosch pensó unos segundos antes de responder.

—No lo sé. —Forzó una risa incómoda y breve—. Supongo que he hecho muchas cosas malas. Supongo que muchas me las he hecho a mí mismo. Al menos pienso mucho en eso…

—Dime una de ellas. Puedes decírmelo.

Y Bosch sabía que podía. Pensó que podía decirle casi cualquier cosa y que no sería juzgado con severidad.

—Cuando era niño crecí básicamente en un orfanato. Cuando era nuevo allí, uno de los chicos mayores me quitó mis zapatillas deportivas. No le iban bien, pero lo hizo porque podía hacerlo. Era uno de los gallitos y me las quitó. No hice nada al respecto y eso me dolió.

—Pero no lo hiciste tú, no es lo que te había…

—No, no he terminado. Te he contado esto porque tenías que conocer esta parte. Verás, cuando yo crecí y era uno de los veteranos hice lo mismo. Le quité los zapatos a un niño nuevo. Era más pequeño y los zapatos ni siquiera me entraban. Sólo los cogí y…, no sé, los tiré o no sé. Pero se los quité porque podía. Hice lo mismo que me habían hecho a mí… Y a veces, incluso ahora, pienso en eso y me siento mal.

Ella le apretó la mano de una forma que Bosch supuso que pretendía darle ánimo, pero no dijo nada.

—¿Era la clase de historia que querías oír?

Jasmine volvió a apretarle la mano. Al cabo de un rato Bosch volvió a hablar.

—Creo que lo que más lamento es haber dejado escapar a una mujer.

—¿Te refieres a una criminal?

—No. Me refiero a que vivíamos… Éramos amantes y cuando ella quiso irse, yo en realidad… no hice nada. No luché. Y a veces, cuando lo pienso, creo que si lo hubiera intentado quizá la habría convencido… No lo sé.

—¿Ella te dijo por qué se marchaba?

—Llegó a conocerme demasiado bien. No la culpo por nada. Me pesa el pasado. Supongo que puedo ser difícil de tratar. He vivido solo la mayor parte de mi vida.

El silencio volvió a llenar la habitación y Bosch esperó. Sentía que había algo más que Jasmine quería decir o que le preguntaran. Pero cuando ella habló Bosch no estuvo seguro de si estaba hablando de él o de ella misma.

—Dicen que cuando un gato es arisco y araña y bufa a todo el mundo, incluso a quien quiere reconfortarle y amarle, es porque no lo cuidaron lo suficiente cuando era un cachorro.

—Nunca había oído eso.

—Creo que es cierto.

Bosch se quedó en silencio un momento y levantó la mano para tocarle los pechos.

—¿Ésa es tu historia? —preguntó él—. ¿No te cuidaron lo suficiente?

—Quién sabe.

—¿Qué es lo peor que te has hecho a ti misma, Jasmine? Creo que quieres contármelo.

Sabía que quería que se lo preguntara. Era la hora de las confesiones y empezaba a pensar que ella había dirigido toda la noche para que llegaran a esa pregunta.

—Tú no intentaste aferrarte a alguien cuando deberías haberlo hecho —dijo ella—. Yo me aferré a quien no debía. Me aferré demasiado tiempo. La cuestión es que sabía adónde conducía, en lo profundo de mi ser lo sabía. Era como estar de pie en las vías y ver que el tren se te acerca, pero que estás demasiado hipnotizada por la luz brillante para moverte y salvarte.

Bosch tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Apenas distinguía la forma del hombro y la mejilla de ella. Se le acercó, la besó en el cuello y le susurró al oído: «Pero saliste. Eso es lo importante.»

—Sí, salí —dijo ella con aire nostálgico—. Salí.

Ella se quedó un rato en silencio y después estiró el brazo bajo las sábanas y tocó la mano que Bosch tenía en torno a uno de sus pechos. Dejó su mano encima de la de él.

—Buenas noches, Harry.

Bosch esperó un poco, hasta que oyó la respiración acompasada de Jasmine y entonces fue capaz de dormirse él. Esta vez no hubo sueño, sólo calidez y oscuridad.