Cuando volvió al lugar donde había visto el Town Car, su cara había recuperado su color normal, pero todavía se sentía avergonzado por haber sido acorralado por la mujer. Trató de no darle importancia y concentrarse en la tarea que tenía por delante.
Aparcó y fue a llamar a la puerta de la planta baja que estaba más próxima al Town Car. Finalmente una mujer mayor acudió a abrir y lo miró con cara de asustada. Con una mano agarraba el asidero de un pequeño carrito de dos ruedas que transportaba una botella de oxígeno. Dos tubos de plástico le pasaban por detrás de las orejas y le recorrían ambas mejillas antes de introducirse en sus orificios nasales.
—Lamento molestarla —dijo Bosch con rapidez—. Estaba buscando a los McKittrick.
La anciana levantó una mano frágil, cerró el puño con el pulgar hacia arriba y señaló al techo. Los ojos de Bosch fueron también en esa dirección.
—¿Arriba?
Ella asintió con la cabeza. Bosch le dio las gracias y se dirigió a la escalera.
La mujer que había recogido el sobre rojo abrió la siguiente puerta en la que llamó Bosch y éste exhaló como si hubiera pasado la vida entera buscándola. Y así era como se sentía.
—¿Señora McKittrick?
—¿Sí?
Bosch sacó la cartera en la que guardaba la placa y la abrió. La sostuvo de manera que dos dedos cruzaban la mayor parte de la placa ocultando la palabra «teniente».
—Me llamo Harry Bosch. Soy detective del Departamento de Policía de Los Angeles. ¿Está su marido en casa? Me gustaría hablar con él.
Una expresión de preocupación ensombreció enseguida el rostro de la mujer.
—¿El Departamento de Policía de Los Angeles? No ha estado allí en veinte años.
—Es acerca de un viejo caso. Me enviaron a hablar con él.
—Bueno, podría haber llamado.
—No teníamos el número. ¿Está aquí?
—No, está en el barco. Ha ido a pescar.
—¿Dónde está? Tal vez pueda encontrarle.
—Bueno, no le gustan las sorpresas.
—Supongo que será una sorpresa tanto si se lo dice usted como si se lo digo yo. No veo la diferencia. Sólo tengo que hablar con él, señora McKittrick.
Tal vez estaba acostumbrada al tono que usan los policías para evitar la discusión. Cedió.
—Rodee el edificio y vaya recto. Al pasar el tercer edificio, gire a la izquierda y verá los muelles al fondo.
—¿Dónde está su barco?
—En el amarre seis. Pone Trophy en grandes letras en el costado. No se le escapará. Todavía no ha salido porque está esperando que le lleve la comida.
—Gracias.
Había empezado a alejarse de la puerta hacia el lateral del edificio cuando ella lo llamó.
—¿Detective Bosch? ¿Va a quedarse un rato? ¿Quiere que le prepare un sándwich?
—No sé cuanto voy a quedarme. Pero se lo agradezco.
Al dirigirse hacia el muelle cayó en la cuenta de que la mujer llamada Jasmine nunca había llegado a ofrecerle la limonada que le había prometido.