Para volver a casa se dirigió a Sunset y siguió por ese bulevar hasta la ciudad. El tráfico era ligero. Se había quedado hasta más tarde de lo que había planeado. Fumó y puso el canal de noticias de veinticuatro horas en la radio. Escuchó que el Grant High finalmente había reabierto sus puertas en el valle de San Fernando. Allí había dado clases Sylvia. Antes de irse a Venecia.

Bosch estaba cansado y suponía que seguramente no pasaría un control de alcoholemia si lo hacían parar. Redujo la velocidad para circular por debajo del límite cuando Sunset atravesaba Beverly Hills. Sabía que los polis de Beverly Hills no le darían cuartelillo, y sólo le faltaba que lo detuvieran después de la baja involuntaria por estrés.

Giró a la izquierda en Laurel Canyon y ascendió por la carretera serpenteante que remontaba la colina. En Mulholland estuvo a punto de doblar a la derecha en rojo, pero miró hacia la izquierda y se detuvo. Vio un coyote que salía de la maleza del arroyo que había a la izquierda de la calzada y echaba una mirada tentativa al cruce. No había más coches. Sólo Bosch lo vio.

El animal era delgado y desgreñado, consumido por la lucha por la supervivencia en las colinas urbanas. La niebla que se levantaba desde el arroyo captó el reflejo de las farolas de la calle y bañó al coyote en una luz tenue, casi azul. El animal pareció estudiar por un momento el coche de Bosch; sus ojos captaron el reflejo de la luz de freno y brillaron. Por un momento Bosch creyó que el coyote podía estar mirándolo directamente a él, pero el animal enseguida se volvió y retrocedió en la niebla azul.

Un coche apareció detrás del de Bosch e hizo sonar el claxon. Bosch sacó la mano por la ventanilla y giró por Mulholland, pero entonces se detuvo a un lado. Echó el freno de mano y bajó.

Era una tarde fresca y sintió un escalofrío al cruzar la intersección hasta el lugar donde había visto al coyote. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero tampoco estaba asustado. Sólo quería ver al animal otra vez. Se detuvo al borde del precipicio y miró a la oscuridad que se extendía a sus pies. La niebla azul lo rodeaba. Pasó un coche por detrás de él y, cuando el ruido se disipó, Bosch aguzó la vista y el oído. Pero no había nada. El coyote se había ido. Harry volvió caminando hasta el coche y subió por Mulholland hasta su casa de Woodrow Wilson Drive.

Más tarde, tendido en su cama después de tomar más copas y con la luz todavía encendida, se fumó el último cigarrillo de la noche y miró al techo. Había dejado la luz encendida, pero su mente estaba en la noche oscura y sagrada. Y en el coyote azul. Y en la mujer con la cara franca. Estos pensamientos no tardaron en desaparecer con él en la oscuridad.