El trayecto de salida hasta Santa Mónica a mediodía fue inacabable. Bosch tuvo que tomar por el camino largo, la 101 hasta la 405 y después recto, porque aún faltaba una semana para que reabrieran la 10. Cuando llegó a Sunset Park ya eran más de las tres. La casa que estaba buscando se hallaba en Pier Street. Era un pequeño bungaló estilo Craftsman instalado en lo alto de una colina. Tenía un porche con buganvillas rojas en la barandilla. Cotejó la dirección del buzón con la de la vieja felicitación de Navidad que tenía en el asiento de al lado. Aparcó junto al bordillo y miró una vez más la vieja tarjeta. Se la habían enviado cinco años antes al Departamento de Policía de Los Angeles. Nunca había contestado. Hasta ese día.

Al salir percibió el olor del mar y supuso que las ventanas del oeste de la casa dispondrían de una vista limitada del océano. Había unos cinco grados menos que en su casa, de manera que volvió a buscar en el interior del coche para sacar la americana. Caminó hasta el porche de la entrada mientras se la ponía.

La mujer que abrió la puerta blanca después de una llamada estaba en mitad de los sesenta y así lo aparentaba. Se mantenía delgada. Tenía el cabello oscuro, pero las raíces grises empezaban a mostrarse y ya necesitaba un nuevo tinte. Llevaba una gruesa capa de lápiz de labios y vestía una blusa blanca con caballitos de mar azules encima de unos elásticos azul marino. Le dedicó una sonrisa de bienvenida y Bosch la reconoció, aunque se dio cuenta de que su propia imagen resultaba completamente ajena a la mujer. Habían pasado casi treinta y cinco años desde la última vez que ella lo había visto. Bosch le devolvió la sonrisa de todos modos.

—¿Meredith Roman?

La mujer perdió la sonrisa con la misma rapidez con que la había encontrado antes.

—Ése no es mi nombre —dijo con voz cortante—. Se ha equivocado de sitio.

La mujer hizo un movimiento para cerrar la puerta, pero Bosch puso las manos para pararla. Trató de actuar de la forma menos amenazadora posible, pero vio que el pánico asomaba a los ojos de la mujer.

—Soy Harry Bosch —dijo con rapidez.

Ella se quedó paralizada y miró a Bosch a los ojos. Harry vio que el pánico desaparecía. El reconocimiento y los recuerdos inundaron los ojos de la mujer como lo hacen las lágrimas. Recuperó la sonrisa.

—Harry. ¿El pequeño Harry?

Bosch dijo que sí con la cabeza.

—Oh, querido, ven aquí. —La mujer lo atrajo a un fuerte abrazo y le habló al oído—. Oh, qué alegría verte después de… Déjame verte.

La mujer lo apartó y separó las manos como si estuviera admirando toda una habitación llena de pinturas. Sus ojos eran animados y sinceros. A Bosch le hizo sentirse bien y triste al mismo tiempo. No debería haber esperado tanto. Tendría que haberla visitado por otras razones que las que le habían llevado hasta allí.

—Oh, pasa, Harry, pasa.

Bosch accedió a una sala de estar bellamente amueblada. El suelo era de roble americano y las paredes estucadas estaban limpias y blancas. Los muebles eran casi todos de ratán blanco. La vivienda era luminosa y brillante, pero Bosch sabía que había llegado para llevar la oscuridad.

—¿Ya no te llamas Meredith?

—No, Harry, desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo he de llamarte?

—Me llamo Katherine. Con K. Katherine Register. Era el apellido de mi marido. Chico, era tan recto. Aparte de mí lo más cerca que el hombre estuvo de algo ilegal fue mencionarlo.

—¿Era?

—Siéntate, Harry, por el amor de Dios. Sí, murió hace cinco años, el día de Acción de Gracias.

Bosch se sentó en el sofá y ella ocupó la silla que estaba al otro lado de la mesa baja de cristal.

—Lo siento.

—No importa, no lo sabías. Ni siquiera lo conociste y yo he sido durante mucho tiempo una persona diferente. ¿Quieres tomar algo? ¿Café o una copa?

Bosch pensó que le había escrito la postal en Navidades, poco después de la muerte de su marido. Sintió otra punzada de culpa por no haber contestado.

—¿Harry?

—Oh, eh, no, gracias. Yo… ¿Quieres que te llame por tu nuevo nombre?

Ella se echó a reír por lo ridículo de la situación y Bosch se unió a la risa.

—Llámame como quieras. —La mujer se rió con una risa infantil que Bosch recordaba desde hacía mucho tiempo—. Me alegro mucho de verte. Me alegro de cómo…

—¿De cómo he crecido?

Ella se rió otra vez.

—Sí, supongo. ¿Sabes? Me enteré de que estabas en la policía porque leí tu nombre en algunos artículos de periódico.

—Ya sé que lo sabías. Recibí la tarjeta que mandaste a la comisaría. Debió de ser justo después de la muerte de tu marido. Yo, uf, siento no haberte escrito ni haberte visitado. Tendría que haberlo hecho.

—No importa, Harry. Sé que estás ocupado con el trabajo. Me alegro de que recibieras mi postal. ¿Tienes familia?

—Eh, no. ¿Y tú? ¿Tienes hijos?

—Oh, no. Ningún hijo. Estarás casado, ¿no? Un hombre guapo como tú…

—No, ahora mismo estoy solo.

Katherine Register asintió, al parecer notando que él no había venido a explicarle su vida. Por un momento ambos se limitaron a mirarse, y Bosch se preguntó qué pensaba ella realmente de que fuera poli. La alegría inicial de verse el uno al otro estaba cayendo en la incomodidad que conlleva el hecho de que los viejos secretos se acerquen a la luz.

—Supongo… —No terminó la frase. Sus dotes de investigador lo habían abandonado—. Si no es molestia tomaría un vaso de agua. —Fue lo único que se le ocurrió.

—Ahora vuelvo. —Ella se levantó rápidamente y fue a la cocina.

Bosch oyó que sacaba hielo de una cubitera. Eso le dio tiempo para pensar. Había tardado una hora en llegar a la casa, pero no había pensado ni por un momento en cómo iría la entrevista ni en cómo abordaría lo que quería decir y preguntar. Katherine volvió al cabo de medio minuto con un vaso de agua con hielo. Le tendió el vaso y colocó un posavasos de corcho delante de él en la mesa de café.

—Si tienes hambre, puedo traerte unas tostadas y queso. No sé cuánto tiempo…

—No, está bien. Muchas gracias.

La saludó con el vaso y se bebió la mitad del agua antes de volver a dejarlo en la mesa.

—Harry, usa el posavasos. Cuesta mucho quitar los cercos del vidrio.

Bosch miró lo que acababa de hacer.

—Oh, lo siento. —Corrigió la posición del vaso.

—Eres detective.

—Sí, trabajo en Hollywood ahora… Eh, pero ahora mismo no estoy trabajando. Más o menos estoy de vacaciones.

—Ah, eso tiene que estar bien.

El ánimo de ella pareció levantarse, como si hubiera entrevisto una posibilidad de que Bosch no hubiera ido a verla por trabajo. Bosch sabía que era el momento de ir al grano.

—Mere…, eh, Katherine. Necesito preguntarte algo.

—¿Qué es, Harry?

—Echo un vistazo y veo que tienes una casa muy bonita y un nombre diferente y una vida diferente. Ya no eres Meredith Roman y ya sé que no necesitas que yo te lo diga. Tienes… Creo que lo que te estoy diciendo es que puede ser difícil hablar del pasado. Sé que para mí lo es. Y, créeme, no quiero hacerte ningún daño.

—Has venido a hablar de tu madre.

Bosch asintió con la cabeza y fijó la vista en el vaso que había en el posavasos de corcho.

—Tu madre era mi mejor amiga —dijo la señora Register—. A veces creo que tuve oportunidad de criarte tanto como ella. Hasta que se te llevaron, hasta que te alejaron de nosotras.

Bosch levantó la cabeza para mirarla. Los ojos de la mujer estaban perdidos en recuerdos distantes y dolorosos.

—No creo que pase un solo día sin que piense en ella. Éramos unas niñas pasándolo bien. Nunca creímos que ninguna de las dos pudiera resultar herida. —Se levantó de golpe—. Harry, ven aquí, quiero enseñarte algo.

Bosch la siguió a través de un pasillo enmoquetado hasta un dormitorio. Había una cama de cuatro postes con colchas de color azul pálido, una mesa de escritorio de roble y mesillas de noche de la misma madera. Katherine Register señaló el escritorio. Había varias fotos enmarcadas. La mayoría eran de Katherine y un hombre que parecía mucho más viejo que ella en las imágenes. Bosch supuso que era su difunto marido. Sin embargo, ella le mostró la que estaba a la derecha. La foto era vieja, de aspecto descolorido. Era una imagen de dos mujeres jóvenes con un niño de tres o cuatro años.

—Siempre la he tenido aquí, Harry. Incluso cuando mi marido estaba vivo. Él conocía mi pasado. Yo se lo conté. No le importaba. Pasamos veintitrés magníficos años juntos. Mira, el pasado es lo que tú haces de él. Puedes usarlo para hacer daño a otro o a ti mismo, o puedes usarlo para hacerte fuerte. Yo soy fuerte, Harry. Vamos, dime por qué has venido a visitarme.

Bosch estiró el brazo hasta la foto enmarcada y la cogió.

—Quiero… —Levantó la mirada de la foto y miró a Katherine—. Voy a descubrir quién la mató.

Una mirada indescifrable quedó congelada en el rostro de la mujer durante un momento y después, sin decir ni una palabra, cogió la foto enmarcada de las manos de Bosch y volvió a dejarla en el escritorio. A continuación volvió a atraerlo a un fuerte abrazo y apoyó la cabeza en el pecho de él. Bosch podía verse a sí mismo abrazándola en el espejo de encima del escritorio. Cuando Katherine se separó y lo miró, Bosch vio que las lágrimas ya le resbalaban por las mejillas. El labio inferior le temblaba ligeramente.

—Vamos a sentarnos —dijo Bosch.

Katherine sacó dos pañuelos de papel de una caja que había encima del escritorio y él la acompañó de nuevo a la silla de la sala de estar.

—¿Quieres que te traiga un poco de agua?

—No, estoy bien. Voy a parar de llorar, lo siento.

La mujer se enjugó las lágrimas con los pañuelos. Bosch volvió a sentarse en el sofá.

—Solíamos decir que éramos las dos mosqueteras, una para las dos y las dos para una. Era una estupidez, pero lo decíamos porque éramos muy jóvenes y muy amigas.

—Estoy empezando de cero en esto, Katherine. Saqué los viejos informes de la investigación. Era…

Ella hizo un sonido de desprecio y negó con la cabeza.

—No hubo investigación. Fue una broma.

—Eso mismo creo yo, pero no entiendo por qué.

—Mira, Harry, tú sabes lo que era tu madre.

Bosch asintió y Katherine continuó.

—Era una chica alegre. Las dos lo éramos. Estoy segura de que sabes que es la forma educada de decirlo. Y a los polis no les importaba que una de nosotras muriera. Se limitaron a olvidarse de todo el maldito asunto. Sé que tú eres policía, pero entonces era así. Simplemente ella no les importaba.

—Entiendo. Probablemente las cosas no son muy distintas ahora, lo creas o no. Pero tuvo que haber algo más.

—Harry, no sé cuánto quieres saber de tu madre.

Bosch la miró.

—El pasado me hizo fuerte a mí también. Podré soportarlo.

—Estoy segura de que el pasado te hizo fuerte. Recuerdo el sitio donde te pusieron. McEvoy o algo así…

—McClaren.

—Eso es, McClaren. Qué lugar más deprimente. Tu madre venía de visitarte y se sentaba y se echaba a llorar hasta que se le acababan las lágrimas.

—No cambies de tema, Katherine. ¿Qué es lo que tendría que saber de ella?

Katherine Register asintió con la cabeza, pero dudó un momento antes de continuar.

—Mar conocía a algunos policías, ¿entiendes?

Bosch asintió.

—Las dos conocíamos a polis. Funcionaba así. Tenías que aceptarlo para seguir adelante. Y cuando una está en esa situación y termina muerta, normalmente para los polis es mejor limitarse a barrerlo debajo de la alfombra. «No molestes al perro que duerme», decían. Entiendes el clisé. No querían que nadie quedara en una situación comprometida.

—¿Estás diciendo que crees que fue un poli?

—No, no estoy diciendo eso en absoluto. No tengo ni idea de quién lo hizo, Harry. Lo siento. Ojalá la tuviera. Pero lo que estoy diciendo es que creo que aquellos dos detectives asignados al caso sabían adónde podía llevarles la investigación. Y no iban a adentrarse por ese camino porque sabían lo que les convenía en el departamento. No eran tan estúpidos y, como he dicho, ella era una chica alegre. A ellos no les importaba, a nadie le importaba. La mataron y punto final.

Bosch miró por la habitación, sin saber qué preguntar a continuación.

—¿Sabes quiénes eran los polis que ella conocía?

—Fue hace mucho tiempo.

—Pero tú conocías a algunos de esos mismos polis.

—Sí, tenía que hacerlo. Funcionaba así. Usabas a tus contactos para no acabar en la cárcel. Todo el mundo estaba en venta. Al menos entonces. Gente diferente quería formas de pago diferentes. Algunos pedían dinero. Otros, otras cosas.

—En el expediente dice que tú no estabas fichada.

—Sí, yo era afortunada. Me arrestaron varias veces, pero nunca me ficharon. Siempre me soltaban después de hacer mi llamada. Estaba limpia porque conocía a un montón de policías, cielo. ¿Entiendes?

—Sí, entiendo.

Katherine no apartó la mirada cuando lo dijo. Después de tantos años en el buen camino, todavía conservaba su orgullo de puta. Podía hablar de los aspectos más sórdidos de su vida sin parpadear porque lo había superado, y había en ello una dosis de dignidad. La suficiente para el resto de su vida.

—¿Te importa que fume, Harry?

—No, si puedo fumar yo.

Ambos sacaron sus cigarrillos y Bosch se levantó para encender el de ella.

—Usa ese cenicero de la mesa. Trata de no echar cenizas en la moqueta.

Katherine señaló un pequeño bol de vidrio que había en la mesa, al otro extremo del sofá. Bosch se estiró para cogerlo y después lo sostuvo con una mano mientras fumaba con la otra. Miró al cenicero mientras hablaba.

—Los policías que tú conocías —dijo—, y que probablemente ella también conocía, ¿recuerdas algún nombre?

—He dicho que fue hace mucho tiempo. Y no creo que tengan nada que ver con esto, con lo que le ocurrió a tu madre.

—Irvin S. Irving. ¿Conoces ese nombre?

Ella dudó un momento mientras revisaba el nombre en su memoria.

—Lo conocía. Creo que ella también. Hacía la ronda en el bulevar. Creo que sería muy difícil que ella no lo conociera…, pero no lo sé. Puedo estar equivocada.

Bosch asintió con la cabeza.

—Fue el que la encontró.

Katherine Register se encogió de hombros como para preguntar qué probaba eso.

—Bueno, alguien tenía que encontrarla. La dejaron en plena calle.

—Y un par de tipos de antivicio: Gilchrist y Stano.

Ella vaciló antes de contestar.

—Sí, los conocía… Eran tipos peligrosos.

—¿Mi madre los conocía? ¿De ese modo?

La mujer asintió con la cabeza.

—¿A qué te refieres con que eran peligrosos?

—Ellos sólo… A ellos nosotras no les importábamos. Si querían algo, una información, por ejemplo, podían venir a buscarte a una cita o a algo más… personal. Venían y lo conseguían. Podían ser muy duros. Los odiaba.

—¿Ellos…?

—¿Podían ser asesinos? Mi idea entonces, y también ahora, es que no. No eran asesinos, Harry. Eran polis. Sí, se vendían, pero al parecer todos lo hacían. Pero no es como hoy que lees el periódico y ves a un poli en juicio por matar o pegar o lo que sea. Es… lamentable.

—Bueno. ¿Se te ocurre alguien más?

—No.

—¿Ningún nombre?

—Borré todo eso de mi cabeza hace mucho tiempo.

—Entiendo.

Bosch quería sacar la libreta, pero no quería que la visita pareciera un interrogatorio. Trató de recordar qué más había leído en el expediente del caso que pudiera preguntarle.

—¿Y ese tipo, Johnny Fox?

—Sí, les hablé de él a los detectives. Se entusiasmaron, pero luego no pasó nada. Nunca lo detuvieron.

—Creo que sí, pero después lo soltaron. Sus huellas dactilares no coincidían con las del asesino.

Ella arqueó las cejas.

—Bueno, eso es una novedad para mí. Nunca me dijeron nada de ningunas huellas.

—En tu segundo interrogatorio… con McKittrick, ¿lo recuerdas?

—En realidad no. Sólo recuerdo que eran policías. Dos detectives. Uno era más listo que el otro, de eso sí me acuerdo. Pero no recuerdo quién era quién. Parecía que el más tonto era el jefe, y eso era lo habitual entonces.

—Bueno, no importa, McKittrick habló contigo la segunda vez. En su informe dice que cambiaste tu declaración y le hablaste de esa fiesta en Hancock Park.

—Sí, la fiesta. Yo no fui porque ese… Johnny Fox me pegó la noche anterior y tenía un moretón en la mejilla. Era muy exagerado. Intenté disimularlo con maquillaje, pero la hinchazón no podía disimularse. Créeme, no había mucho negocio en Hancock Park para una chica alegre con un bulto en la cara.

—¿Quién daba la fiesta?

—No lo recuerdo. No sé si sabía entonces de quién era la fiesta.

Algo de la forma en que ella respondió inquietó a Bosch. Su tono había cambiado y sonó casi como una respuesta ensayada.

—¿Estás segura de que no te acuerdas?

—Claro. Estoy segura. —Katherine se levantó—. Creo que voy a tomar un poco de agua.

La mujer se llevó el vaso para volver a llenarlo y salió una vez más de la habitación. Bosch se dio cuenta de que su familiaridad con la mujer, su emoción al verla después de tanto tiempo, había bloqueado la mayor parte de sus instintos de investigador. No tenía sensibilidad para captar la verdad. No sabía si había algo más en lo que ella decía o no. De alguna manera tenía que hacer virar otra vez la conversación hacia la fiesta. Pensaba que Katherine sabía más de lo que había dicho hacía tantos años.

Ella volvió con dos vasos llenos de agua con hielo y de nuevo puso el de Bosch encima del posavasos de corcho. Hubo algo en la forma en que ponía el vaso con tanto cuidado que le dio un conocimiento de ella que no había surgido a través de las palabras. Se trataba simplemente de que había trabajado mucho para obtener el nivel de vida del que gozaba. Esa posición y las cosas materiales que conllevaba —como las mesas de café de cristal y las alfombras lujosas— significaban mucho para ella y tenía que cuidarlas.

Katherine dio un largo trago después de sentarse.

—Deja que te cuente algo, Harry. No les dije todo. No mentí, pero no les dije todo. Estaba asustada.

—¿Asustada de qué?

—Me asusté el día que la encontraron. Verás, había recibido una llamada esa mañana. Antes incluso de que supiera lo que le había ocurrido a ella. Era un hombre, pero no reconocí la voz. Me dijo que si decía algo sería la siguiente. Recuerdo que dijo: «Mi consejo, damita, es que te alejes del bulevar.» Después, por supuesto, oí que la policía estaba en el edificio y que había ido a su apartamento. Entonces oí que estaba muerta. Así que hice lo que me dijeron. Me fui. Esperé una semana hasta que los polis me dijeron que habían acabado conmigo, y me mudé a Long Beach. Me cambié el nombre y cambié de vida. Allí conocí a mi marido y después, al cabo de los años, nos trasladamos aquí… ¿Sabes?, nunca he vuelto a Hollywood, ni siquiera de paso. Es un lugar horrible.

—¿Qué es lo que no les dijiste a Eno y McKittrick?

Katherine se miró las manos al hablar.

—Tenía miedo, por eso no les dije todo…, pero sabía a quién iba a ver allí en la fiesta. Éramos como hermanas. Vivíamos en el mismo edificio, compartíamos la ropa, los secretos, todo. Todas las mañanas desayunábamos juntas y hablábamos. No había secretos entre nosotras. E íbamos a ir juntas a la fiesta. Por supuesto, después de que… después de que Johnny me pegara, ella tuvo que ir sola.

—¿A quién iba a ver allí, Katherine? —la incitó Bosch.

—¿Ves? Es la pregunta adecuada, pero los detectives nunca me la plantearon. Sólo querían saber qué fiesta era y dónde se celebraba. Eso no importaba. Lo importante era a quién iba a ver allí, y eso nunca lo preguntaron.

—¿A quién iba a ver?

Katherine apartó la mirada y la posó en la chimenea. Contempló los troncos fríos y ennegrecidos que habían quedado de un viejo fuego del mismo modo que alguna gente observa fascinada las llamas.

—Era un hombre llamado Arno Conklin. Era un hombre muy importante en el…

—Sé quién era.

—¿Sí?

—Su nombre estaba en los archivos, pero no de esta forma. ¿Cómo pudiste no decírselo a los polis?

Katherine se volvió y miró a Bosch con acritud.

—No me hables de esa manera. Te he dicho que estaba asustada. Me habían amenazado. Y tampoco habrían hecho nada con el dato. Conklin los compraba y los pagaba. No iban a acercarse a él sólo por la palabra de una… chica de citas que no vio nada, pero conocía un nombre. Tenía que pensar en mí. Tu madre estaba muerta, Harry. No podía hacer nada para evitarlo.

Bosch distinguió los bordes afilados de la ira en los ojos de la mujer. Sabía que la ira estaba dirigida hacia él, pero más todavía hacia ella misma. Katherine podía enumerar todas sus razones en voz alta, pero Bosch sabía que en su interior había pagado un alto precio por no haber hecho lo que debía.

—¿Crees que Conklin la mató?

—No lo sé. Lo único que sé es que había estado con él antes y nunca hubo nada violento. No sé la respuesta a eso.

—¿Tienes alguna idea ahora de quién te llamó?

—No, ninguna.

—¿Conklin?

—No lo sé. De todos modos no conocía su voz.

—¿Los viste juntos alguna vez? A mi madre y a él.

—Una vez en un baile en la logia masónica. Creo que fue la noche que se conocieron. Johnny Fox los presentó. No creo que Arno supiera nada de ella. Al menos entonces.

—¿Pudo haber sido Fox quien te llamó?

—No, habría reconocido la voz.

Bosch reflexionó un momento.

—¿Volviste a ver a Fox después de aquella mañana?

—No, lo evité durante una semana. Fue fácil porque creo que él se estaba escondiendo de los polis. Y después me fui. Quien fuera que me llamara me asustó de verdad. El día que los polis me dijeron que no tenían más preguntas me fui a Long Beach. Hice una maleta y cogí el autobús… Recuerdo que tu madre tenía ropa mía en su apartamento. Cosas que le había prestado. Ni siquiera me molesté en intentar recuperarlas. Sólo cogí lo que tenía y me fui.

Bosch se quedó en silencio. No tenía nada más que preguntar.

—Pienso mucho en esos tiempos —dijo Katherine—. Tu madre y yo estábamos en el arroyo, pero éramos buenas amigas y nos divertíamos a pesar de todo.

—¿Sabes? Tú formas parte de muchos de mis recuerdos. Siempre estabas ahí con ella.

—Nos reíamos mucho a pesar de todo —dijo ella con nostalgia—. Y tú eras lo mejor de todo. Cuando se te llevaron, ella casi se muere allí mismo… Nunca dejó de intentar recuperarte, Harry. Espero que lo sepas. Te quería. Y yo también te quería.

—Sí, lo sé.

—Pero desde que tú no estabas Marjorie no era la misma. A veces pienso que lo que le ocurrió era casi inevitable. A veces pienso que es como si ella se hubiera empezado a dirigir hacia ese callejón desde mucho tiempo antes.

Bosch se levantó, observando la pena en los ojos de la mujer.

—Será mejor que me vaya. Te mantendré informada.

—Me encantaría. Quiero estar en contacto.

—Yo también.

Bosch se encaminó a la puerta, sabiendo que no permanecerían en contacto. El tiempo había erosionado el vínculo que los había unido. Eran dos extraños que compartían la misma historia. En el escalón, Bosch se volvió y la miró.

—La felicitación de Navidad que mandaste… Querías que investigara esto entonces, ¿no?

Ella sacó a relucir de nuevo la sonrisa distante.

—No lo sé. Acababa de morir mi marido y yo estaba haciendo balance. Pensé en ella. Y en ti. Estoy orgullosa de cómo me fue, pequeño Harry. Así que pensé en lo que podía haber sido la vida para ella y para ti. Todavía siento odio. Quien la mató debería…

Ella no terminó, pero Bosch asintió con la cabeza.

—Adiós, Harry.

—¿Sabes? Mi madre tenía una buena amiga.

—Eso espero.