El almacén del Departamento de Policía de Los Angeles y el cuartel general de la brigada aérea conocida como Piper Tech estaban en Ramirez Street, en el centro, relativamente cerca del Parker Center. Bosch, de traje y corbata, llegó a la puerta poco antes de las once. Mostró su tarjeta de identificación del departamento por la ventanilla del coche y enseguida le dejaron pasar. La tarjeta era lo único que tenía. Se la habían retirado junto con la placa dorada y el arma al concederle la baja la semana anterior, pero se la habían devuelto para que pudiera acceder a las dependencias de la Sección de Ciencias del Comportamiento para las sesiones de terapia con Carmen Hinojos.
Después de aparcar, caminó hacia el almacén pintado de beis que albergaba el historial de violencia de la ciudad. Los mil metros cuadrados del edificio contenían los archivos de todos los casos del Departamento de Policía de Los Angeles, resueltos o sin resolver. Allí iban a parar los archivos de los casos cuando nadie más se preocupaba por ellos.
En el mostrador de la entrada, una administrativa civil estaba cargando archivos en un carrito para que pudieran ser llevados a los estantes y olvidados. Por la forma en que examinó a Bosch, éste supo que era raro que alguien se presentara allí en persona. Todo se hacía por teléfono y mediante mensajeros municipales.
—Si está buscando actas del ayuntamiento es en el edificio A, al otro lado del solar. El edificio con molduras marrones.
Bosch mostró su tarjeta de identificación.
—No, quería sacar el expediente de un caso.
Bosch metió la mano en el bolsillo del abrigo mientras ella se acercaba al mostrador y se inclinaba para leer su identificación. Era una mujer menuda, de raza negra, con el pelo gris y gafas. Según rezaba la tarjeta que llevaba en la blusa se llamaba Geneva Beaupre.
—Hollywood —leyó la mujer—. ¿Por qué no ha pedido que se lo enviáramos? No hay prisa con estos casos.
—Estaba en el centro, en el Parker… De todos modos quería verlo lo antes posible.
—Bueno, ¿tiene el número?
Bosch sacó del bolsillo un trozo de papel con la referencia 61-743. Geneva Beaupre se dobló para leerlo y levantó la cabeza de golpe.
—¿Mil novecientos sesenta y uno? ¿Quiere un caso de…? No sé dónde están los casos del sesenta y uno.
—Están aquí. Había visto el expediente antes. Creo que antes había otra persona en el mostrador, pero el expediente estaba aquí.
—Bueno, lo miraré. ¿Va a esperar?
—Sí, me espero.
La respuesta pareció defraudarla, pero Bosch sonrió de la manera más amistosa que pudo. Beaupre se llevó el papel y desapareció entre las pilas de documentos. Bosch paseó en el reducido espacio durante unos minutos y después salió a fumarse un cigarrillo. Estaba nervioso por algún motivo que no lograba definir. No paraba de moverse, de pasear.
—¡Harry Bosch!
Se volvió y vio que un hombre se le acercaba desde el hangar de helicópteros. Lo reconoció, pero no fue capaz de situarlo de inmediato. Entonces lo recordó: Dan Washington, que había sido capitán de patrullas y que en ese momento era comandante del escuadrón aéreo. Se dieron la mano cordialmente y Bosch suspiró porque Washington no estuviera al corriente de su situación de baja.
—¿Cómo va en Hollywood?
—Como siempre, capitán.
—¿Sabes? Lo hecho de menos.
—No hay mucho que echar de menos. ¿Qué tal usted?
—No me puedo quejar. Me gusta el destacamento, pero el puesto tiene más de director de aeropuerto que de policía. Supongo que es un lugar tan bueno como cualquier otro para pasar desapercibido.
Bosch recordó que Washington se había enfrentado políticamente con los pesos pesados del departamento y había aceptado el traslado como medio de supervivencia. El departamento contaba con decenas de destinos apartados como el que ocupaba Washington, destinos donde uno podía sobrevivir y esperar a que cambiara el viento político.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Allí estaba. Si Washington conocía la situación de Bosch, admitir que se estaba llevando el archivo de un viejo caso era un reconocimiento de que estaba violando la normativa. Aun así, como atestiguaba su posición en la brigada aérea, Washington no era un hombre de la línea oficial. Bosch decidió correr el riesgo.
—Estaba sacando un viejo caso. Tengo algo de tiempo libre y quería comprobar un par de cosas.
Washington entrecerró los ojos y Bosch se dio cuenta de que lo sabía.
—Sí…, bueno, escucha, he de irme, pero resiste, hombre. No dejes que los burócratas acaben contigo. —Le guiñó el ojo a Bosch y siguió adelante.
—No les dejaré, capitán. Usted tampoco.
Bosch se sentía razonablemente seguro de que Washington no mencionaría su encuentro a nadie. Pisó la colilla y volvió a acercarse al mostrador, reprendiéndose en privado por haber salido y haberse dejado ver. Al cabo de cinco minutos empezó a oír un sonido agudo procedente de los pasillos que había entre las pilas. Al momento Geneva Beaupre apareció empujando un carrito en el que llevaba una carpeta de tres anillas.
Era el expediente de un caso de asesinato. Tenía al menos cinco centímetros de grosor y estaba cubierto de polvo y cerrado con una goma elástica. La goma sostenía también una vieja tarjeta de registro verde.
—Lo encontré.
Había una nota de triunfo en la voz de la mujer. Bosch supuso que sería el mayor logro del día para ella.
—Fantástico.
La mujer dejó el pesado archivo en el mostrador.
—«Marjorie Lowe. Homicidio. Mil novecientos sesenta y uno.» Veamos… —Beaupre cogió la tarjeta de la carpeta y la miró—. Sí, usted fue el último que se lo llevó. Veamos, fue hace cinco años. Entonces estaba en robos y homicidios y…
—Sí. Y ahora estoy en Hollywood. ¿Quiere que firme otra vez?
Ella le puso la tarjeta verde delante.
—Sí, y anote también su número de identificación, por favor.
Bosch hizo lo que le pedían y se dio cuenta de que la mujer lo estaba observando mientras escribía.
—Es zurdo.
—Sí.
Volvió a pasarle la tarjeta por el mostrador.
—Gracias, Geneva.
Bosch la miró. Deseaba decir algo más, pero temía cometer un error. Ella le devolvió la mirada y en su rostro se formó una sonrisa de abuela.
—No sé lo que está haciendo, detective Bosch, pero le deseo suerte. Seguro que es importante si vuelve después de cinco años.
—Son muchos más años, Geneva. Muchos más.