Por la mañana, Bosch se vistió sin ducharse para poder ponerse de inmediato a trabajar en la casa y eliminar los pensamientos persistentes de la noche anterior mediante el sudor y la concentración.

Pero desembarazarse de las ideas no era tarea fácil. Mientras se ponía unos tejanos manchados de barniz, se atisbó en el espejo resquebrajado de encima del escritorio y vio que llevaba la camiseta del revés. Escrito en la pechera de algodón blanco estaba el lema de la brigada de homicidios:

NUESTRO DÍA EMPIEZA CUANDO

EL SUYO TERMINA

La leyenda debía estar en la espalda. Se la quitó y volvió a ponérsela para ver en el espejo lo que se suponía que tenía que ver: una réplica de la placa de detective en el pecho izquierdo y las siglas en letras pequeñas del Departamento de Policía de Los Angeles.

Preparó café y se llevó la cafetera y una taza a la terraza. Después arrastró su caja de herramientas y la puerta nueva para el dormitorio que había comprado en Home Depot. Cuando finalmente estuvo preparado, y con la taza llena de café, se sentó en el reposapiés de una de las tumbonas y colocó la puerta de costado enfrente de él.

La puerta original se había astillado en las bisagras a consecuencia del terremoto. Había tratado de colgar la sustituta unos días antes, pero era demasiado grande. Calculó que tenía que limar no mas de tres o cuatro milímetros para que encajara. Se puso a trabajar con el cepillo de carpintero, moviendo la herramienta lentamente a lo largo de la base de la puerta y arrancando finísimas virutas de madera. De cuando en cuando se detenía y examinaba su progreso pasando la mano por la madera. Le gustaba admirar su progreso. No había muchas otras tareas en su vida que lo permitieran.

Pero aun así, no consiguió concentrarse demasiado tiempo. Su atención en la puerta se vio interrumpida por el mismo pensamiento impertinente que le había acosado la noche anterior. Todos cuentan o no cuenta nadie. Era lo que le había dicho a Hinojos. Era lo que le había dicho que creía. Pero ¿lo creía? ¿Qué significaba para él? ¿Era simplemente un lema como el que llevaba en la espalda de la camiseta o era algo que guiaba su vida? Estas preguntas se mezclaban con los ecos de la conversación que había mantenido con Edgar la noche anterior. Y con un pensamiento más profundo que siempre había tenido.

Apartó el cepillo y volvió a pasar la mano por la suave madera. Pensó que ya lo tenía y se llevó la puerta al interior de la casa. Había extendido una sábana vieja en el salón y había reservado una zona para trabajos de carpintería. Allí pasó una hoja de papel de lija de grano fino por el borde de la puerta hasta que quedó perfectamente suave al tacto.

Sostuvo la puerta en vertical y balanceándola sobre un taco de madera la colocó en las bisagras y terminó de encajarla suavemente con un martillo.

Había engrasado las dos partes de las bisagras previamente y la puerta se abrió y se cerró prácticamente en silencio. Pensó que lo más importante era que encajara de manera uniforme en el hueco. La abrió y la cerró varias veces más, limitándose a mirarla y satisfecho con su logro.

El brillo de su éxito no duró mucho, porque la conclusión del proyecto le abrió la mente a la divagación. De nuevo en la terraza, las otras ideas volvieron mientras barría las virutas de madera para formar una pequeña pila.

Hinojos le había dicho que se mantuviera ocupado. Ya sabía cómo iba a hacerlo. Y en ese momento se dio cuenta de que no importaba cuántos proyectos encontrara para hacer, todavía tenía un trabajo pendiente. Apoyó la escoba en la pared y se metió en la casa para prepararse.