—¿Se le ocurre algo con lo que quiera empezar?
—¿Sobre qué?
—Bueno, sobre lo que sea. Sobre el incidente.
—¿Sobre el incidente? Sí, se me ocurre algo.
Ella esperó, pero él no continuó. Antes de llegar a Chinatown ya había decidido que iba a proceder de este modo. Ella tendría que arrancarle cada palabra.
—¿Puede compartirlo conmigo, detective Bosch? —preguntó la mujer al fin—. Ése es el propósito de…
—Se me ocurre que esto es una estupidez. Una estupidez absoluta. Ése es el propósito. Nada más.
—No, espere. ¿Qué quiere decir con que es una estupidez?
—Quiero decir que vale, que lo empujé. Supongo que le di. No recuerdo exactamente lo que ocurrió, pero no voy a negarlo. Así que, está bien, suspéndanme, trasládenme, lleven el caso al Comité de Derechos, lo que sea. Pero este modo de proceder es una estupidez. Una baja involuntaria por estrés es una estupidez. A ver, ¿por qué tengo que venir a hablar con usted tres veces a la semana como si fuera un…? Ni siquiera me conoce, ni siquiera sabe nada de mí. ¿Por qué tengo que hablar con usted? ¿Por qué es precisa su firma en esto?
—Bueno, la respuesta técnica la tiene delante, en su declaración. El departamento ha decidido tratarlo, en lugar de sancionarlo. Le han dado una baja involuntaria por estrés, lo que significa…
—Sé lo que significa y eso es lo que es una estupidez. Alguien decide de manera arbitraria que sufro estrés y eso le da al departamento el poder para mantenerme apartado del servicio indefinidamente, o al menos hasta que usted me vea pasar por el aro unas cuantas veces.
—No es una resolución arbitraria, sino basada en sus actos, que en mi opinión muestran con claridad que…
—Lo que ocurrió no tiene nada que ver con el estrés. Fue… No importa. Como le he dicho es una estupidez. Así que por qué no va al grano. ¿Qué tengo que hacer para recuperar mi trabajo?
Bosch vio un destello de ira en los ojos de la psiquiatra. La negación completa de su ciencia y de su capacidad le había herido el orgullo. No obstante, la irritación desapareció con rapidez. Tratando con polis permanentemente tenía que estar acostumbrada.
—¿No se da cuenta de que todo esto es por su propio bienestar? Debo suponer que los máximos dirigentes de este departamento lo consideran sin lugar a dudas un activo valioso, de lo contrario, usted no estaría ahora aquí. Le habrían aplicado la vía disciplinaria y estaría en proceso de expulsión del cuerpo. En cambio, están haciendo lo posible para salvar su carrera y el correspondiente valor que tiene para el departamento.
—¿Un activo valioso? Yo soy un policía, no un activo. Y cuando estás en la calle nadie piensa en lo que es un activo valioso para el departamento. Por cierto, ¿qué significa eso? ¿Voy a tener que escuchar esas palabrejas aquí?
La psiquiatra se aclaró la garganta antes de hablar con voz severa.
—Tiene usted un problema, detective Bosch. Y va mucho más allá del incidente que ha ocasionado su baja. De eso van a tratar estas sesiones. ¿Lo entiende? Este incidente no es único. Ha tenido usted problemas antes. Lo que trato de hacer, lo que debo hacer antes de aprobar su retorno al servicio activo en cualquier condición, es que se examine a usted mismo. ¿Qué está haciendo? ¿Qué pretende? ¿Por qué se mete en estos problemas? Quiero que estas sesiones sean un diálogo abierto donde yo formulo unas pocas preguntas y usted habla libremente, pero con un propósito. No para hostigarme a mí y a mi profesión, ni para cuestionar la dirección del departamento, sino para hablar de usted. Aquí se trata de usted, y de nadie más.
Harry Bosch se limitó a mirarla en silencio. Le apetecía un cigarrillo, pero no pensaba preguntarle si podía fumar. No iba a reconocer ante ella que tenía ese hábito. Si lo hacía, ella seguramente empezaría a hablar de fijaciones orales o diría que se apoyaba en la nicotina. Inspiró hondo y miró a la psiquiatra que estaba al otro lado de la mesa. Carmen Hinojos era una mujer menuda, de rostro y expresión amistosos. Bosch sabía que no era mala persona. De hecho, había oído hablar bien de ella a otros policías que habían sido enviados a Chinatown. Carmen Hinojos simplemente estaba haciendo su trabajo y la ira de Bosch en realidad no estaba dirigida contra ella. El detective sabía que probablemente la psiquiatra era lo bastante lista para darse cuenta.
—Oiga, lo siento —dijo Hinojos—. No debería haber empezado con ese tipo de pregunta abierta. Sé que para usted se trata de una cuestión emocional. Tratemos de empezar de nuevo. Por cierto, puede fumar si lo desea.
—¿Eso también está en el expediente?
—No está en el expediente. No hace falta. No deja de llevarse la mano a la boca. ¿Ha intentado dejarlo?
—No, pero estamos en una dependencia municipal. Ya conoce las normas.
Era una excusa débil. Todos los días violaba esa ordenanza en la comisaría de Hollywood.
—Aquí no es la norma. No quiero que piense que este lugar forma parte del Parker Center o del ayuntamiento. Ése es el principal motivo de que estos consultorios estén lejos del centro. Aquí no rigen esa clase de normas.
—No importa dónde estemos. Usted sigue trabajando para el Departamento de Policía de Los Angeles.
—Intente convencerse de que está lejos del departamento de policía. Cuando esté aquí, trate de pensar que simplemente ha venido a ver a una amiga. A hablar. Aquí puede decir lo que quiera.
Sin embargo, Bosch sabía que no podía considerarla una amiga. Nunca. Había demasiado en juego. De todos modos, asintió con la cabeza para complacerla.
—Eso no es muy convincente.
Bosch se encogió de hombros como para manifestar que era lo mejor que podía hacer, y lo era.
—Por cierto, si lo desea puedo hipnotizarle y librarle de su dependencia de la nicotina.
—Si quisiera dejarlo, lo haría. Hay gente que es fumadora y gente que no lo es. Yo lo soy.
—Sí, probablemente es el síntoma más obvio de una naturaleza autodestructiva.
—Disculpe, ¿estoy de baja porque fumo? ¿Es de eso de lo que se trata?
—Creo que usted ya sabe de qué se trata.
Bosch no replicó. Se recordó su decisión de hablar lo menos posible y no dijo nada más.
—Bien, vamos a continuar —intervino Hinojos—. Lleva de baja desde…, a ver, el martes hará una semana.
—Exacto.
—¿Qué ha estado haciendo durante este tiempo?
—Básicamente rellenando formularios FEMA.
—¿FEMA?
—Mi casa tiene etiqueta roja.
—El terremoto fue hace tres meses, ¿por qué ha esperado?
—He estado ocupado, he estado trabajando.
—Ya veo. ¿Tiene seguro?
—No diga «ya veo», porque no lo ve. Posiblemente no ve las cosas como las veo yo. La respuesta es que no, no tengo seguro. Como la mayoría de la gente, vivía en negación. ¿No es así como lo llaman? Apuesto a que usted tiene seguro.
—Sí. ¿Quedó muy afectada su casa?
—Depende de a quién se lo pregunte. Los inspectores municipales dicen que amenaza ruina y que ni siquiera puedo entrar. Yo creo que está bien. Sólo necesita alguna reforma. Ahora ya me conocen en Home Depot. Y he contratado a gente para que se ocupe de parte de las obras. Terminaré pronto y apelaré la etiqueta roja. He conseguido un abogado.
—¿Sigue viviendo allí?
Bosch asintió con la cabeza.
—Eso sí es negación, detective Bosch. No creo que deba hacerlo.
—No creo que tenga nada que decir acerca de lo que yo hago fuera de mi trabajo en el departamento.
Ella levantó las manos en ademán de rendición.
—Bueno, aunque no lo apruebo, supongo que en cierto modo es positivo que se ocupe en algo. Aunque yo optaría por un deporte o una afición, o por hacer planes para viajar fuera de la ciudad. Es importante mantenerse ocupado, mantener la cabeza alejada del incidente.
Bosch hizo una mueca.
—¿Qué?
—No lo sé, todo el mundo lo llama el «incidente». Me recuerda a la gente que hablaba del «conflicto» de Vietnam por no decir «guerra».
—¿Entonces cómo llamaría a lo que ocurrió?
—No lo sé, pero incidente… suena como… no lo sé. Aséptico. Escuche, doctora, retrocedamos un momento. Yo no quiero irme de viaje, ¿de acuerdo? Mi trabajo es la investigación de homicidios. Es lo que hago. Y, sinceramente, me gustaría volver a hacerlo. Podría hacer algún bien, ¿sabe?
—Si el departamento le deja.
—Si usted me deja. Sabe que va a depender de usted.
—Quizá. ¿Se da cuenta de que habla de su trabajo como si fuera una especie de misión?
—Exacto. Como el Santo Grial.
Lo dijo con sarcasmo. La situación se estaba poniendo insostenible, y eso que era sólo la primera sesión.
—¿Lo es? ¿Cree que su misión en la vida es resolver casos de asesinato, poner a los criminales entre rejas?
Bosch recurrió a encogerse de hombros para decir que no lo sabía. Se levantó, caminó hasta la ventana y miró a Hill Street. Las aceras estaban llenas de peatones. Cada vez que había ido allí había visto la calle abarrotada.
Se fijó en dos mujeres caucasianas que destacaban entre el mar de rostros asiáticos como las pasas en el arroz. Las dos mujeres pasaron junto al escaparate de una carnicería china, donde Bosch reparó en una fila de patos ahumados colgados por el cuello.
Más allá vio el paso elevado de la autovía de Hollywood, las ventanas oscuras de la vieja cárcel del sheriff y, detrás, el edificio del tribunal penal. A la izquierda se alzaba la torre del ayuntamiento. Había lonas negras de las que se utilizan en construcción colgadas en torno a los pisos superiores. Parecía algún tipo de gesto de duelo, pero Bosch sabía que era para evitar que cayeran cascotes de las reparaciones que se estaban efectuando a consecuencia del terremoto. Mirando más allá del ayuntamiento, Bosch vio la casa de cristal: el Parker Center, el cuartel general de la policía.
—Dígame cuál es su misión —continuó Hinojos en voz baja desde detrás de él—. Me gustaría que lo expresara con palabras.
Bosch volvió a sentarse y trató de pensar en una forma de explicarse, pero en última instancia negó con la cabeza.
—No puedo.
—Bueno, quiero que piense en eso. En su misión. ¿De qué se trata en realidad? Piénselo.
—¿Cuál es su misión, doctora?
—No nos preocupa eso aquí.
—Claro que sí.
—Mire, detective, ésta es la única pregunta personal que voy a responderle. Estos diálogos no tratan de mí. Son sobre usted. Considero que mi misión es ayudar a los hombres y mujeres de este departamento. Ése es el objetivo directo. Y al hacerlo, en una escala mayor, ayudo a la comunidad, ayudo a la gente de esta ciudad. Cuanto mejores sean los policías que patrullan las calles, mejor estaremos todos. Todos estaremos más seguros. ¿Satisfecho?
—Eso está bien. Cuando piense en mi misión, ¿quiere que lo reduzca a un par de frases como ésas y las ensaye hasta el punto de que parezca que estoy leyendo la definición de un diccionario?
—Señor, eh, detective Bosch, si se empeña en ser ingenioso y polémico constantemente, no vamos a ir a ninguna parte, lo que significa que no va a recuperar su trabajo pronto. ¿Es eso lo que pretende?
Bosch levantó las manos. La psiquiatra miró al bloc que tenía en el escritorio y Bosch aprovechó que no lo miraba para estudiarla.
Carmen Hinojos tenía unas manos pequeñas que mantenía en el escritorio, delante de ella. No llevaba anillos en ninguno de sus dedos, pero sostenía un bolígrafo de aspecto caro en la mano derecha. Bosch siempre había creído que los bolígrafos caros los usaba la gente excesivamente preocupada por la imagen. No obstante, quizá se equivocaba con ella. La psiquiatra llevaba el pelo negro atado en una cola y gafas de montura de carey. Debería haber llevado aparatos en los dientes cuando era pequeña, pero no lo había hecho. Hinojos levantó la cabeza y las miradas de ambos se encontraron.
—Este inci… esta situación coincidió o estuvo cercana en el tiempo con la disolución de una relación sentimental.
—¿Quién se lo ha dicho?
—Está en el material complementario que me han proporcionado. Las fuentes de este material no son importantes.
—Bueno, son importantes porque tiene malas fuentes. No tuvo nada que ver con lo que ocurrió. La disolución, como usted la ha llamado, fue hace casi tres meses.
—El dolor de estas rupturas puede durar mucho más tiempo. Sé que es una cuestión personal y difícil, sin embargo, creo que deberíamos hablar de ello. La razón es que me ayudará a formarme una idea de su estado emocional en el momento en que se produjo la agresión. ¿Le supone algún problema?
Bosch le hizo una señal con la mano para que prosiguiera.
—¿Cuánto tiempo duró esta relación?
—Alrededor de un año.
—¿Matrimonio?
—No.
—¿Hablaron de ello?
—No, nunca abiertamente.
—¿Vivían juntos?
—A veces. Los dos mantuvimos nuestras casas.
—¿La separación es definitiva?
—Eso creo.
Al decirlo en voz alta, Bosch sintió que reconocía por primera vez que Sylvia Moore había desaparecido de su vida para siempre.
—¿Fue una separación de mutuo acuerdo?
Bosch se aclaró la garganta. No quería hablar de ello, pero quería zanjar la cuestión.
—Supongo que podría decir que fue de mutuo acuerdo, pero yo no lo supe hasta que ella hizo las maletas. Hace tres meses nos estábamos abrazando en la cama mientras la casa temblaba. Podría decir que ella se fue antes de que terminaran las réplicas.
—Todavía no han terminado.
—Era una forma de hablar.
—¿Me está diciendo que el terremoto fue la causa del final de esta relación?
—No, no estoy diciendo eso. Lo único que estoy diciendo es que fue entonces cuando sucedió. Justo después. Ella es maestra en el valle de San Fernando y su escuela quedó destrozada. A los alumnos los trasladaron a otra escuela y el distrito ya no necesitaba tantos maestros. Ofrecieron años sabáticos y ella se tomó uno. Se fue de la ciudad.
—¿Tenía miedo de otro terremoto o tenía miedo de usted?
—La psiquiatra miró a Bosch a los ojos.
—¿Por qué iba a tener miedo de mí?
Sabía que había sonado demasiado a la defensiva.
—No lo sé, sólo estoy haciendo preguntas. ¿Le dio algún motivo para que estuviera asustada?
Bosch vaciló. Era una cuestión que nunca se había planteado en sus pensamientos íntimos acerca de la ruptura.
—Si se refiere al plano físico, no. Ella no estaba asustada y yo no le di motivos para que lo estuviera.
Hinojos asintió con la cabeza y anotó algo en su bloc. A Bosch le molestó que tomara un apunte acerca de eso.
—Mire, no tiene nada que ver con lo que ocurrió en comisaría la semana pasada.
—¿Por qué se fue? ¿Cuál fue la verdadera razón?
Bosch apartó la mirada, estaba enfadado. Así era como iban a funcionar las entrevistas. Ella iba a preguntarle todo lo que quisiera, a invadirlo por allí donde viera un resquicio.
—No lo sé.
—Esa respuesta no es válida aquí. Yo creo que lo sabe, o al menos tiene sus propias ideas acerca de por qué se fue. Debe tenerlas.
—Descubrió quién era yo.
—Descubrió quién era usted, ¿qué significa eso?
—Tendrá que preguntárselo a ella. Fue ella quien lo dijo. Pero está en Venecia.
—Bueno, entonces, ¿qué cree que quería decir con eso?
—No importa lo que yo creo. Ella es la que lo dijo y ella es la que se marchó.
—No pelee conmigo, detective Bosch. Por favor. Lo que más deseo es que recupere su trabajo. Como le he dicho ésa es mi misión. Devolverle allí, si usted puede volver. Pero lo pone difícil siendo difícil.
—Tal vez fue eso lo que descubrió, tal vez es así como soy.
—Dudo que la razón sea tan simple como eso.
—A veces yo no.
Hinojos miró su reloj y se inclinó hacia adelante; su insatisfacción por cómo se estaba desarrollando la sesión era patente.
—De acuerdo, detective. Entiendo lo incómodo que se siente. Vamos a seguir adelante, aunque sospecho que tendremos que volver sobre este asunto. Quiero que se lo piense un poco. Trate de expresar sus sentimientos con palabras.
Aguardó a que Bosch dijera algo, pero él no lo hizo.
—Tratemos de hablar otra vez de lo que ocurrió la semana pasada. Entiendo que se originó en un caso relacionado con el asesinato de una prostituta.
—Sí.
—¿Fue brutal?
—Eso es sólo una palabra. Significa cosas distintas para personas distintas.
—Cierto, pero para usted, ¿fue un homicidio brutal?
—Sí, fue brutal. Creo que casi todos lo son. Cuando alguien muere, para la víctima es algo brutal.
—¿Y se llevó al sospechoso detenido?
—Sí, mi compañero y yo. O sea, no. Él vino voluntariamente a responder a unas preguntas.
—¿Este caso le afectó más que otros casos del pasado?
—Quizá, no lo sé.
—¿Por qué tendría que ser así?
—¿Se refiere a por qué me preocupo por una prostituta? No lo hago. No más que por cualquier otra víctima. Pero en homicidios tengo una regla cuando se trata de los casos que me asignan.
—¿Cuál es la regla?
—Todos cuentan o no cuenta nadie.
—Explíquelo.
—Sólo lo que he dicho. Todo el mundo cuenta o nadie cuenta. Eso es. Significa que me dejo la piel para resolver el caso tanto si se trata de una prostituta como si se trata de la mujer del alcalde. Ésa es mi regla.
—Entiendo. Ahora, veamos este caso en concreto. Me interesa oír su descripción de lo que ocurrió después del arresto y de las razones que motivaron su reacción violenta en la comisaría de Hollywood.
—¿Está grabando esto?
—No, detective, todo lo que me diga es confidencial. Al final de estas sesiones simplemente haré unas recomendaciones al subdirector Irving. Los detalles de las sesiones nunca se divulgarán. Mis recomendaciones normalmente ocupan menos de media página y no contienen detalles de las entrevistas.
—Tiene usted mucho poder con esa media página.
La psiquiatra no respondió. Bosch pensó un momento mientras la miraba. Pensó que podría confiar en ella, pero su instinto y experiencia le decían que no se fiara de nadie. Ella aparentemente comprendía su dilema y esperó.
—¿Quiere saber mi versión?
—Sí.
—Muy bien. Le contaré lo que ocurrió.