Capítulo 6

El Code Seven ya había cerrado el comedor cuando se estableció el receso y alguien puso una barra de ensaladas y pizzas para servir a los empleados municipales. El bar seguía abierto, pero el comedor había sido el último lugar a distancia a pie del Parker Center en el que Bosch había querido comer. Así que, durante la pausa para almorzar, sacó su coche del aparcamiento del Parker y condujo hasta el barrio de la industria de la confección para comer en Gorky’s. El restaurante ruso servía desayunos todo el día y pidió huevos con beicon y un especial de patatas y se llevó la bandeja a una mesa donde alguien había dejado un ejemplar del Times.

El artículo de la rubia de hormigón estaba firmado por Bremmer. Combinaba citas de las exposiciones iniciales del juicio con el hallazgo del cadáver y su posible relación con el caso. El artículo también explicaba que fuentes policiales habían revelado que el detective Harry Bosch había recibido una nota de alguien que aseguraba ser el verdadero Fabricante de Muñecas.

Obviamente había un topo en la comisaría de Hollywood, pero sería imposible descubrirlo. La nota había sido hallada en el mostrador de información y un número indeterminado de agentes de uniforme podrían haber tenido conocimiento de ella y haberla filtrado a Bremmer. Al fin y al cabo, era bueno tener a Bremmer de amigo. Incluso Bosch había filtrado ocasionalmente información al periodista en el pasado y éste le había resultado muy útil.

Citando fuentes anónimas, el artículo decía que los investigadores de la policía no habían llegado a ninguna conclusión acerca de la legitimidad de la nota ni tampoco acerca de si el descubrimiento del cadáver estaba relacionada con el caso del Fabricante de Muñecas que se había cerrado cuatro años atrás.

El otro punto de interés de la historia para Bosch era el breve acerca del edificio Bing’s Billiard. Había sido quemado la segunda noche de los disturbios y nunca se había detenido a nadie por ello. Los investigadores del incendio aseguraron que las separaciones entre las unidades de almacenamiento no eran paredes de contención, lo cual significaba que tratar de detener las llamas habría sido como intentar mantener el agua en una taza hecha de papel higiénico. Desde el momento de la ignición hasta que las llamas alcanzaron el último rincón sólo transcurrieron dieciocho minutos. La mayoría de las unidades de almacenamiento estaban alquiladas a gente de la industria del cine y algunos objetos de atrezo valiosos fueron saqueados o bien se quemaron en el incendio. El edificio era una ruina total. Los investigadores determinaron que el origen de las llamas se produjo en una de las mesas de la sala de billar.

Bosch dejó el periódico a un lado y empezó a pensar en el testimonio de Lloyd. Recordó lo que Belk había dicho de que el caso dependía de él. Chandler también debía saberlo. Estaría esperándolo, deseosa de que, en comparación, el desenmascaramiento de Lloyd hubiera sido un simple divertimento. Aunque fuera de mala gana, tenía que admitir que respetaba la habilidad y la dureza de la abogada de la acusación. Le hizo recordar algo y se levantó para usar el teléfono público que estaba a la entrada del restaurante. Le sorprendió descubrir que Edgar estaba en la mesa de homicidios y no comiendo.

—¿Ha habido suerte con la identificación? —preguntó Bosch.

—No, tío, las huellas no coinciden. No está fichada. Todavía lo estamos intentando con otras fuentes, licencias de ocio para adultos y cosas así.

—Mierda.

—Bueno, estamos preparando algo más. ¿Recuerdas aquel profesor de antropología del que te hablé? Bueno, ha estado toda la mañana aquí con un estudiante, pintando y terminando la cara de escayola. Va a venir la prensa a las tres para que se la enseñemos. Rojas ha salido a comprar una peluca rubia para que se la pongamos. Si tenemos suerte con la tele podríamos conseguir una identificación.

—Suena como un plan.

—Sí. ¿Qué tal en el juicio? La mierda lo ha salpicado todo hoy en el Times. Bremmer tiene buenas fuentes.

—El juicio ha ido bien. Deja que te pregunte algo. Después de que tú te fueras de la escena del crimen y volvieras a comisaría, ¿dónde estaba Pounds?

—¿Pounds? Estaba… Volvimos al mismo tiempo, ¿por qué?

—¿Cuándo se marchó?

—Al cabo de un rato. Justo antes de que tú llegaras.

—¿Habló por teléfono desde su despacho?

—Creo que hizo algunas llamadas. No le estuve observando. ¿Qué pasa? ¿Crees que él es la fuente de Bremmer?

—Una última pregunta. ¿Cerró la puerta mientras hablaba por teléfono?

Bosch sabía que Pounds era un paranoico. Siempre dejaba la puerta de su despacho abierta y las cortinas de las mamparas de cristal subidas, de manera que podía ver y oír lo que sucedía en la sala de la brigada. Si alguna vez cerraba una o las dos, la tropa de fuera sabía que algo importante estaba pasando.

—Bueno, ahora que lo dices, creo que estuvo un rato con la puerta cerrada. ¿Qué pasa?

—Bremmer no me preocupa, pero alguien estuvo hablando con Money Chandler. Esta mañana, en el tribunal, ella sabía que ayer me llamaron a la escena del crimen. Eso no estaba en el Times. Alguien se lo dijo.

Edgar se quedó un momento en silencio antes de responder.

—Sí, pero ¿por qué iba a decírselo Pounds?

—No lo sé.

—Quizá fue Bremmer. Pudo decírselo a ella aunque no lo pusiera en el artículo.

—El artículo decía que no se pudo contactar con ella para que lo comentara. Tuvo que ser otra persona. Un topo. Probablemente la misma persona que habló con Bremmer habló con Chandler. Alguien que me quiere joder.

Edgar no dijo nada y Bosch aparcó el asunto por el momento.

—Será mejor que vuelva al tribunal.

—Eh, ¿qué tal Lloyd? He oído en la KFWB que era el primer testigo.

—Como era de esperar.

—Mierda. ¿Quién sigue?

—No lo sé. Tenía citados a Irving y a Locke, el psiquiatra. Yo apuesto por Irving. Picará donde Lloyd lo dejó.

—Vaya, buena suerte. Por cierto, si buscas algo para hacer, esta rueda de prensa que estoy preparando saldrá en las noticias de la noche. Yo estaré aquí esperando llamadas. Si quieres contestar algunas, la ayuda será bienvenida.

Bosch pensó brevemente en su plan para cenar con Sylvia. Ella lo entendería.

—Sí, allí estaré.

El testimonio de la tarde fue de escaso interés. A juicio de Bosch, la estrategia de Chandler tenía la intención de plantear al jurado una doble pregunta para su deliberación, es decir, dar a su cliente dos oportunidades para ganar. La primera era la teoría del hombre equivocado, la que sostenía que Bosch simplemente había matado a un hombre inocente. La segunda cuestión sería el uso de la fuerza. Incluso si el jurado determinaba que Norman Church, un hombre de familia, era el Fabricante de Muñecas, un asesino en serie, todavía tendrían que decidir si las acciones de Bosch habían sido apropiadas.

Chandler llamó a su cliente, Deborah Church, al estrado de los testigos justo después de comer. La viuda hizo un relato lacrimógeno de una vida maravillosa al lado de un marido maravilloso al que todo el mundo adoraba; sus hijas, su mujer, su madre y su suegra. No había ninguna aberración misógina, ningún signo de abuso infantil. La señora Church tenía una caja de pañuelos de papel en la mano mientras testificaba y cambiaba de pañuelo con cada pregunta.

Vestía el tradicional vestido negro de luto. Bosch recordó lo atractiva que le había parecido Sylvia cuando la había visto vestida de negro en el funeral de su marido. Deborah Church parecía absolutamente aterrada. Era como si desvelara su verdadero papel, la viuda del inocente caído. La auténtica víctima. Chandler la había preparado bien.

Era una buena representación, pero era demasiado buena para ser cierta y Chandler lo sabía. En lugar de dejar que los aspectos negativos surgieran en el turno de réplica, decidió preguntar a Deborah Church cómo era que siendo su matrimonio tan maravilloso su marido estaba en el apartamento del garaje, que estaba alquilado con nombre falso, cuando Bosch abrió la puerta de una patada.

—Habíamos tenido algunas dificultades. —Hizo una pausa para secarse un ojo con el pañuelo—. Norman estaba pasando una temporada de mucho estrés, tenía mucha responsabilidad en el departamento de diseño de la compañía aeronáutica. Necesitaba liberarlo y por eso alquiló el apartamento. Él dijo que era para estar solo. Para pensar. No conocía a esa mujer que llevó allí. Creo que probablemente era la primera vez que hacía algo así. Era un hombre ingenuo y supongo que ella se dio cuenta. La mujer cogió su dinero y luego le tendió esa trampa llamando a la policía y contando la loca historia de que él era el Fabricante de Muñecas. Había una recompensa, ya sabe.

Bosch escribió una nota en un cuaderno que tenía delante y se la tendió a Belk, quien la leyó y luego apuntó algo en su propio cuaderno.

—¿Qué me dice de todo el maquillaje que se encontró allí, señora Church? —preguntó Chandler—. ¿Puede explicarlo?

—Lo único que sé es que si mi marido hubiera sido ese monstruo yo me habría dado cuenta. Lo habría sabido. Si había maquillaje es porque alguien lo puso allí. Posiblemente cuando él ya estaba muerto.

Bosch sintió las miradas de toda la sala clavadas en él cuando la viuda lo acusó de plantar pruebas después de haber asesinado a su marido.

A continuación, Chandler pasó a preguntar sobre cuestiones más seguras, como la relación de Norman Church con sus hijas, y después terminó su interrogatorio con una pregunta lacrimógena.

—¿Amaba a sus hijas?

—Mucho —dijo la señora Church al tiempo que una nueva producción de lágrimas rodaba por sus mejillas. Esta vez no se las enjugó con un pañuelo, dejó que los componentes del jurado vieran cómo le resbalaban por el rostro hasta la papada.

Después de darle unos segundos a la testigo para que se recuperara, Belk se levantó y ocupó su lugar en el estrado.

—Una vez más, señoría, seré breve. Señora Church, quiero que esto quede muy claro para el jurado. ¿Ha dicho en su testimonio que usted sabía que su marido tenía un apartamento, pero que no sabía nada de que llevara allí a mujeres?

—Sí, es cierto.

Belk miró su libreta.

—¿No les dijo a los detectives la noche de la muerte de su marido que nunca había oído hablar de ningún apartamento? ¿No negó enfáticamente que su marido tuviera un apartamento?

Deborah Church no respondió.

—Puedo solicitar una cinta de su primer interrogatorio y reproducirlo en esta sala si eso va a ayudar a refrescarle la…

—Sí, lo dije. Mentí.

—¿Mintió? ¿Por qué mintió a la policía?

—Porque un policía acababa de matar a mi marido. No podía… no quería tener ningún trato con ellos.

—La verdad es que esa noche dijo usted la verdad, ¿no es así, señora Church? Nunca supo nada de ningún apartamento.

—No, eso no es verdad. Sabía que había un apartamento.

—¿Usted y su marido habían hablado de ello?

—Sí, lo habíamos discutido.

—¿Usted lo aprobó?

—Sí… a regañadientes. Tenía la esperanza de que se quedara en casa y solucionar juntos ese problema de estrés.

—De acuerdo, señora Church, entonces, si conocía el apartamento, habían discutido sobre ello y usted había dado su aprobación, a regañadientes o no, ¿por qué su marido lo alquiló con un nombre falso?

La viuda no respondió. Belk la había atrapado. Bosch creyó ver que la viuda miraba hacia Chandler. Bosch observó a la abogada, pero ésta no hizo ningún movimiento, no hubo ningún cambio en su expresión facial para ayudar a su cliente.

—Supongo —dijo finalmente la viuda— que ésa es una de las preguntas que podría haberle hecho a él si el señor Bosch no lo hubiera asesinado a sangre fría.

Sin necesidad de que Belk lo solicitara, el juez Keyes dijo:

—El jurado no tendrá en cuenta esta última afirmación. Señora Church, no hace falta que se lo explique.

—Lo siento, señoría.

—Nada más —dijo Belk al tiempo que se alejaba del estrado.

El juez ordenó un receso de diez minutos.

Durante el receso, Bosch salió a fumar. Money Chandler no salió, pero el indigente sí apareció. Bosch le ofreció un cigarrillo entero, que el hombre se guardó en el bolsillo de la camisa. Estaba mal afeitado otra vez y la ligera expresión de demencia continuaba presente en su mirada.

—Se llama usted Faraday —dijo Bosch como si se dirigiera a un niño.

—Sí, y ¿qué pasa, teniente?

Bosch sonrió. Lo había calado enseguida, sólo había errado el rango.

—Nada. Me acabo de enterar. También he oído que fue usted abogado.

—Todavía lo soy. Simplemente no ejerzo.

Se volvió y observó un furgón de detenidos que pasaba por Spring en dirección al tribunal. Estaba lleno de rostros airados, que miraban a través de las ventanas de rejas. Uno de ellos también caló a Bosch como policía y levantó el dedo corazón a través del alambre. Bosch le sonrió.

—Me llamaba Thomas Faraday. Pero ahora prefiero Tommy Faraway.

—¿Qué pasó para que dejara de ejercer?

Tommy lo miró con ojos lechosos.

—Justicia es lo que ocurrió. Gracias por el cigarrillo.

Entonces se alejó, vaso de plástico en mano, y se encaminó hacia el City Hall. Tal vez ése también era su terreno.

Después del receso, Chandler llamó a un analista del laboratorio de la oficina del forense llamado Victor Amado. Era un hombre muy pequeño con aspecto de ratón de biblioteca y unos ojos que iban del juez al jurado mientras caminaba hacia el estrado de los testigos. Se estaba quedando calvo, aunque no aparentaba más de veintiocho años. Bosch recordaba que cuatro años atrás tenía todo el pelo y que los miembros del equipo de investigación lo llamaban el Niño. Sabía que Belk pensaba llamar a Amado como testigo en el caso de que Chandler no lo hiciera.

El abogado defensor se inclinó hacia Bosch y le susurró que Chandler estaba siguiendo un patrón de chico malo/chico bueno al alternar testigos policiales con otros más simpáticos.

—Probablemente después de Amado llame a alguna de las hijas —dijo—. Como estrategia no tiene nada de original.

Bosch no mencionó que la defensa de Belk de «confía en nosotros que somos los polis» era tan antigua como el derecho civil.

Amado testificó con meticuloso detalle acerca de cómo había recibido todos los frascos y polveras que contenían el maquillaje que se descubrió en el apartamento de Church en Hyperion y explicó que luego lo había identificado como perteneciente a víctimas específicas del Fabricante de Muñecas. Afirmó que había concluido con nueve conjuntos separados de maquillaje: rímel, colorete, lápiz de cejas, barra de labios, etcétera. Cada lote estaba relacionado mediante análisis químicos con muestras tomadas de los rostros de las víctimas. Esto fue posteriormente corroborado por detectives que interrogaron a parientes y amigos para determinar las marcas que utilizaban las víctimas. Todo coincidía, dijo Amado. Y en una ocasión, añadió, una pestaña hallada en un pincel de rímel del botiquín del cuarto de baño de Church se identificó como perteneciente a la segunda víctima.

—¿Y las dos víctimas de las cuales no se encontró maquillaje? —preguntó Chandler.

—Eso es un misterio. Nunca encontramos su maquillaje.

—De hecho, con la excepción de las pestañas que presuntamente se encontraron y que coincidían con la víctima número dos, no puede estar seguro al ciento por ciento de que el maquillaje que la policía supuestamente halló en el apartamento perteneciera a las víctimas, ¿correcto?

—Son productos de fabricación industrial que se venden en todo el mundo. De manera que hay productos como ésos en el mercado, pero supongo que la probabilidad de que nueve combinaciones exactas de maquillaje sean halladas por mera coincidencia es insignificante.

—No le he pedido que haga suposiciones, señor Amado. Por favor, conteste las preguntas que le planteo.

Después de estremecerse por la reprimenda, Amado dijo:

—La respuesta es que no podemos estar seguros al ciento por ciento, es cierto.

—De acuerdo, ahora háblele al jurado de la prueba de ADN que relacionaba a Norman Church con los once asesinatos.

—No se realizó ninguna. Había…

—Limítese a contestar la pregunta, señor Amado. ¿Qué me dice de pruebas de serología que relacionaban al señor Church con los crímenes?

—No hubo ninguna.

—Entonces el factor decisivo, el eje que determinaba que Church era el Fabricante de Muñecas fue la comparación de maquillajes.

—Bueno, para mí lo fue. No sé si lo fue para los detectives. Mi informe decía…

—Estoy segura de que para los detectives la clave fue la bala que lo mató.

—¡Protesto! —gritó Belk enfurecido al tiempo que se levantaba—. Señoría, la letrada no puede…

—Señora Chandler —bramó el juez Keyes—. He advertido a ambos precisamente sobre este tipo de cosas. ¿Por qué dice algo que sabe que es perjudicial y fuera de lugar?

—Pido disculpas, señoría.

—Es un poco tarde para pedir disculpas. Discutiremos este asunto después de que el jurado se haya retirado.

El juez ordenó entonces al jurado que no tuviera en cuenta el comentario. No obstante, Bosch sabía que había sido una jugada bien estudiada por Chandler. Los miembros del jurado la verían más todavía como la desamparada. Incluso el juez estaba contra ella, lo cual no era cierto. Y además podrían estar distraídos pensando en lo que acababa de pasar cuando Belk se levantó para confrontar el testimonio de Amado.

—No hay más preguntas, señoría —dijo Chandler.

—Señor Belk —dijo el juez.

Que no vuelva a decir «sólo una pregunta», pensó Bosch mientras su abogado avanzaba hacia el estrado.

—Sólo unas pocas preguntas, señor Amado —dijo Belk—. La abogada de la demandante ha mencionado las pruebas de ADN y serología y usted dijo que no se habían realizado. ¿Por qué no se realizaron?

—Bueno, porque no había nada que comprobar, nunca se recuperó semen de ninguno de los cadáveres. El asesino había usado condón. Sin muestras para comparar con el ADN o la sangre del señor Church no tenía mucho sentido hacer pruebas. Tendríamos el de las víctimas, pero nada para comparar.

Belk tachó una de las preguntas que había escrito en su bloc.

—Si no se recuperó semen o esperma, ¿cómo se supo que esas mujeres fueron violadas o que hubo actividad sexual aunque fuera consentida?

—Las autopsias de las once víctimas mostraban hematomas vaginales mucho mayores de lo que se considera usual o incluso posible en el sexo consentido. Dos de las víctimas incluso presentaban desgarro de la pared vaginal. En mi opinión, las víctimas fueron violadas brutalmente.

—Pero estas mujeres tenían una forma de vida en que la actividad sexual era habitual y frecuente, e incluso el «sexo fuerte», por decirlo así. Dos de ellas trabajaban en vídeos pornográficos. ¿Cómo puede estar seguro de que fueron asaltadas sexualmente en contra de su voluntad?

—Los hematomas tuvieron que ser muy dolorosos, sobre todo en los dos casos de desgarro de la pared vaginal. Las hemorragias eran peri mórtem, es decir, se produjeron en el momento de la muerte. Los ayudantes del forense que realizaron las autopsias concluyeron de manera unánime que estas mujeres fueron violadas.

Belk trazó otra línea en su bloc, pasó la página y planteó la siguiente pregunta. Bosch pensó que lo estaba haciendo bien con Amado, mejor que Money. Tal vez había sido un error de la abogada llamarlo como testigo.

—¿Cómo sabe que el asesino usaba preservativo? —preguntó Belk—. ¿No podrían haber sido violadas con un objeto, lo que explicaría la ausencia de semen?

—Podría haber ocurrido y podría explicar algunas de las lesiones, pero en cinco de los casos había pruebas claras de que habían mantenido una relación sexual con un hombre que llevaba preservativo.

—¿Y cuáles eran esas pruebas?

—Hicimos kits de violación. Había…

—Un segundo, señor Amado, ¿qué es un kit de violación?

—Es un protocolo para recopilar pruebas de cadáveres o personas que podrían haber sido víctimas de violación. En el caso de mujeres tomamos muestras vaginales y anales, peinamos el vello púbico para recoger pelos, ese tipo de procedimientos. También tomamos muestras de sangre y cabello de la víctima por si llegado el caso se requiere para una comparación si se encuentra un sospechoso. Todo se reúne en un kit.

—De acuerdo. Antes de que le interrumpiera iba usted a hablarnos de que las pruebas halladas en cinco de las víctimas indicaban que hubo sexo con un hombre que llevaba condón.

—Sí, hicimos los kits de violación en cada una de las víctimas del Fabricante de Muñecas. Y había una sustancia ajena hallada en las muestras de cinco de las víctimas. Era el mismo material en todas las mujeres.

—¿De qué se trataba, señor Amado?

—Se identificó como lubricante de condón.

—¿El material era de algún tipo que permitiera identificarlo con alguna marca o estilo de condón?

Al mirar a Belk, Bosch supo que el hombre pesado estaba mordiendo el bocado. Amado respondía con lentitud y Bosch se daba cuenta de que Belk estaba ansioso por seguir adelante con la siguiente pregunta. Belk iba lanzado.

—Sí —dijo Amado—, identificamos el producto. Era de un condón Trojan-Enz con receptáculo especial.

—¿Y era el mismo en las muestras obtenidas en cinco de los cadáveres? —preguntó Belk.

—Sí.

—Voy a plantearle una pregunta hipotética. Suponiendo que el agresor de las once mujeres utilizara la misma marca de condón lubricado, ¿cómo es que sólo se encontró lubricante en las muestras vaginales de sólo cinco víctimas?

—Creo que pueden intervenir varios factores, como la intensidad de la resistencia de la víctima. Pero fundamentalmente es una cuestión de qué cantidad de lubricante se desprende del condón y queda en la vagina.

—Cuando los agentes de policía le llevaron los distintos frascos de maquillaje del apartamento de Hyperion alquilado por Norman Church para que los analizara, ¿le entregaron algo más?

—Sí.

—¿Qué era?

—Una caja de condones Trojan-Enz lubricados con receptáculo especial.

—¿Cuántos condones contenía originalmente la caja?

—Doce condones envueltos individualmente.

—¿Cuántos quedaban en la caja cuando la policía se los entregó?

—Quedaban tres.

—No hay más preguntas.

Belk regresó a la mesa de la defensa con andar triunfante.

—Un momento, señoría —dijo Chandler.

Bosch vio que ella abría una carpeta gruesa con documentos de la policía. Pasó las páginas y extrajo una pequeña pila de documentos unidos con un clip. Leyó el de más arriba con rapidez y lo sostuvo para hojear el resto. Bosch vio que el de encima era la lista del protocolo de un kit de violación. Estaba leyendo los protocolos de once de las víctimas.

Belk se inclinó sobre él y susurró:

—Va a pisar mierda. Iba a sacar esto después, durante su testimonio.

—¿Señora Chandler? —entonó el juez.

La abogada se levantó.

—Sí, señoría, estoy preparada. Le haré un breve contrainterrogatorio al señor Amado.

Ella se llevó la pila de protocolos al estrado, leyó los dos últimos y a continuación miró al analista del forense.

—Señor Amado, ha mencionado que parte del kit de violación consistía en el peinado para encontrar vello púbico, ¿es así?

—Exacto.

—¿Puede explicarnos un poco más ese procedimiento?

—Bueno, básicamente, se pasa un peine por el vello púbico de la víctima y se recogen los pelos no arraigados. En ocasiones estos pelos no arraigados son del agresor o de otros compañeros sexuales.

—¿Cómo se quedan ahí?

El rostro de Amado se puso de color carmesí.

—Bueno, eh, durante el acto sexual… supongo que se produce lo que llaman ¿fricción entre los cuerpos?

—Soy yo la que hace las preguntas, señor Amado. Usted conteste.

Hubo risas ahogadas en la tribuna del público. Bosch se sintió avergonzado por el testigo y pensó que tal vez también él se estaba poniendo colorado.

—Sí, bueno, hay fricción —dijo Amado—. Y esto causa alguna transferencia. El vello púbico suelto puede quedar enganchado en el del compañero.

—Ya entiendo —dijo Chandler—. Veamos, como coordinador de las pruebas del Fabricante de Muñecas de la oficina del forense estaba familiarizado con los kits de violación de las once víctimas, ¿es así?

—Sí.

—¿En cuántas de las víctimas se encontró vello púbico ajeno?

Bosch comprendió lo que iba a ocurrir y se dio cuenta de que Belk tenía razón. Chandler caminaba hacia el abismo.

—En todas ellas —respondió Amado.

Bosch vio que Deborah Church levantaba la cabeza y miraba con severidad a Chandler en el estrado. Entonces miró a Bosch y los ojos de ambos se encontraron. Enseguida apartó la mirada, pero Bosch se dio cuenta de que ella también sabía lo que iba a ocurrir, porque ella también había visto a su difunto marido como Bosch lo había visto esa última noche. Ella sabía qué aspecto tenía desnudo.

—Ah, en todas ellas —dijo Chandler—. Ahora, ¿puede decirle al jurado cuántos de esos vellos púbicos encontrados en esas mujeres fueron analizados e identificados como pertenecientes a Norman Church?

—Ninguno pertenecía a Norman Church.

—Gracias.

Belk ya se estaba levantando para ir hacia el estrado antes de que Chandler tuviera tiempo de recoger su bloc y los protocolos de los kits de violación. Bosch observó que ella se sentaba y cómo la viuda de Church empezaba a susurrarle al oído desesperadamente. El detective vio que la mirada de Chandler se apagaba. Levantó la mano para decirle a la viuda que ya había dicho suficiente y a continuación se recostó y expulsó el aire.

—Vamos a empezar por aclarar algo —dijo Belk—. Señor Amado, ha dicho que encontraron vello púbico en las once víctimas. ¿Eran todos esos pelos del mismo hombre?

—No, encontramos una multitud de muestras. En la mayoría de los casos había pelos de dos o tres hombres.

—¿A qué atribuye este hecho?

—A su forma de vida. Sabemos que eran mujeres con múltiples compañeros sexuales.

—¿Analizó estas muestras para determinar si había pelos comunes? En otras palabras, si había pelo de un mismo hombre en cada una de las víctimas.

—No, no lo hicimos. Había una gran cantidad de pruebas recopiladas en estos casos y los recursos humanos dictaban que nos centráramos en pruebas que pudieran ayudar a identificar a un asesino. Como teníamos tantas muestras diferentes, se decidió que eran pruebas que se conservarían a fin de ser utilizadas para relacionar a un sospechoso claro, una vez que el sospechoso estuviera detenido.

—Ya veo, bueno, entonces cuando Norman Church murió y fue identificado como el Fabricante de Muñecas, ¿relacionaron algunos de los pelos de las víctimas con él?

—No lo hicimos.

—¿Y por qué?

—Porque el señor Church se había afeitado el vello corporal. No había vello púbico para comparar.

—¿Por qué hizo eso?

Chandler protestó sobre la base de que Amado no podía contestar por Church y el juez aceptó la protesta. Pero Bosch sabía que no importaba. En la sala todos sabían por qué se había afeitado Church: para no dejar pelos púbicos como pruebas.

Bosch miró al jurado y vio a dos de las mujeres apuntando en las libretas que la secretaria del tribunal les había dado para que no perdieran el hilo de testimonios importantes. Tuvo ganas de invitar a Belk y a Amado a una cerveza.