Capítulo 5

Por la mañana Bosch se sentó en la terraza trasera de su casa y observó cómo el sol se elevaba por encima del paso de Cahuenga. El astro disipó la niebla de la mañana y bañó las flores silvestres de la ladera que el invierno había quemado antes. Se quedó allí observando, fumando y tomando café hasta que el sonido del tráfico en la autovía de Hollywood se convirtió en un silbido ininterrumpido que subía desde el desfiladero.

Se puso una camisa blanca y su traje azul oscuro. Mientras se ajustaba la corbata granate con cascos de gladiador ante el espejo de la habitación, se preguntó cómo debería comparecer ante el jurado. El día anterior se había fijado en que cuando establecía contacto visual con alguno de los doce, ellos eran siempre los primeros en apartar la mirada. ¿Qué significaba eso? Le habría gustado preguntárselo a Belk, pero Belk no le caía bien y sabía que se sentiría incómodo pidiéndole su opinión sobre cualquier cosa.

Utilizando un agujero existente, aseguró la corbata con su alfiler de plata que ponía 187, el código penal del asesinato en California. Se peinó el pelo castaño y gris, todavía húmedo después de la ducha, con un peine de plástico y a continuación se atusó el bigote. Se puso unas gotas de colirio en los ojos y luego se inclinó hacia el espejo para observarse. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño y los iris tan oscuros como el hielo sobre el asfalto. Volvió a preguntarse por qué los miembros del jurado rehuían su mirada. Pensó en cómo lo había descrito Chandler el día anterior y obtuvo su respuesta.

Se estaba dirigiendo a la puerta, maletín en mano, cuando ésta se abrió antes de que él llegara. Sylvia entró mientras retiraba la llave de la cerradura.

—Hola —dijo al verlo—. Suerte que aún te pillo.

Sylvia sonrió. Llevaba unos pantalones color caqui y una blusa rosa con cuello abotonado. Bosch sabía que ella no se ponía vestido los martes y los jueves porque ésos eran los días en que trabajaba en los patios escolares. Algunas veces tenía que correr detrás de los estudiantes. A veces tenía que separar peleas. El sol que atravesaba la puerta del porche tornaba dorado su pelo rubio oscuro.

—¿Pillarme?

Sylvia se acercó a él sonriendo todavía y ambos se besaron.

—Ya sé que te estoy retrasando. Yo también llego tarde. Pero quería pasar para desearte buena suerte. Aunque no la necesites.

Bosch se quedó abrazado a ella, oliéndole el pelo. Hacía casi un año que se conocían, pero Bosch todavía la abrazaba con el temor de que en cualquier momento Sylvia podía darse la vuelta y marcharse declarando que la atracción que sentía por él era un error. Quizá él seguía siendo un sustituto del marido que había perdido, un policía como Harry, un detective de narcóticos cuyo aparente suicidio Bosch había investigado.

La relación entre ambos había progresado hasta un punto de comodidad absoluta, pero en las últimas semanas Bosch había empezado a notar cierta sensación de inercia. Sylvia también había sentido lo mismo e incluso lo habían hablado. Ella decía que el problema era que él no podía bajar la guardia por completo y Harry sabía que tenía razón. Había pasado mucho tiempo solo, pero no necesariamente aislado. Tenía secretos, muchos de ellos enterrados demasiado hondo para compartirlos con ella. Era demasiado pronto.

—Gracias por venir —dijo Harry, retirándose y bajando la mirada para ver el rostro todavía iluminado de Sylvia. Tenía una mota de pintalabios en una de las paletas—. Ten cuidado en el patio, ¿vale?

—Sí. —Puso cara seria—. Ya sé lo que has dicho, pero quiero ir al juicio, al menos un día. Quiero estar ahí contigo, Harry.

—No hace falta que estés allí por estar. ¿Entiendes?

Sylvia asintió, pero Bosch sabía que su respuesta no la había dejado satisfecha. Aparcaron el tema y charlaron de otras cosas durante unos minutos, haciendo planes para cenar juntos. Se besaron de nuevo y salieron, él al tribunal, y ella al instituto, dos lugares muy peligrosos.

Siempre experimentaba una sensación de taquicardia absoluta al empezar la sesión del día, cuando el tribunal se sumía en el silencio y esperaban que el juez abriera la puerta y se sentara en su silla. Eran las nueve y diez y todavía no había señal del juez, lo cual era extraño porque había insistido mucho en la puntualidad durante la semana de selección del jurado. Bosch miró a su alrededor y vio a varios periodistas, quizá más que el día anterior. Le pareció extraño, porque las exposiciones iniciales siempre tenían más gancho.

Belk se inclinó hacia Bosch y le susurró:

—Seguramente Keyes está dentro, leyendo el artículo del Times. ¿Lo ha visto?

Al llegar tarde por culpa de la visita de Sylvia, Bosch no había tenido tiempo de leer el periódico. Lo había dejado en la alfombrilla de la puerta.

—¿Qué dice?

La puerta de paneles se abrió y el juez apareció antes de que Belk tuviera ocasión de responder.

—Que no entre el jurado, señora Rivera —dijo el juez a su secretaria. Posó su voluminoso contorno en la silla acolchada, examinó la sala de vistas con la mirada y dijo—: Abogados, ¿alguna cosa que discutir antes de que entre el jurado? ¿Señora Chandler?

—Sí, señoría —dijo Chandler mientras se acercaba al estrado.

Ese día se había puesto el traje de chaqueta gris. Había estado alternando entre tres trajes desde que se había iniciado la selección del jurado. Belk le había comentado a Bosch que lo hacía porque no quería transmitir la impresión de que era una mujer rica. Decía que las abogadas podían perder el favor de los componentes femeninos del jurado por cuestiones así.

—Señoría, la demandante solicita sanciones contra el detective Bosch y el señor Belk.

La abogada sostuvo en alto la sección metropolitana del Times. Bosch vio que el artículo había merecido la esquina inferior derecha, la misma que el del día anterior. El titular decía: «La rubia de hormigón relacionada con el Fabricante de Muñecas». Belk se levantó, pero no dijo nada, observando por una vez el estricto decoro de no interrupción del juez.

—¿Sanciones por qué, señora Chandler? —preguntó el juez.

—Señoría, el descubrimiento de este cadáver en el día de ayer tiene un tremendo impacto probatorio en este caso. Como oficial del tribunal, al señor Belk le correspondía presentar esta información. Según la ley 11 de hallazgos, el abogado del demandado debe…

—Señoría —interrumpió Belk—, no fui informado de este suceso hasta anoche. Mi intención era presentar el asunto esta mañana. Está…

—Un momento, señor Belk. De uno en uno en mi tribunal. Parece ser que necesita usted un recordatorio diario de esto. Señora Chandler, he leído el artículo al que se refiere usted y aunque se menciona al detective Bosch en relación con este caso, no se le cita. Y el señor Belk ha señalado de forma bastante grosera que no supo nada del caso hasta después de finalizada la sesión de ayer. Francamente, no veo aquí ninguna falta sancionable. A no ser que tenga usted una carta en la manga.

La tenía.

—Señoría, el detective Bosch estaba al corriente de este suceso, tanto si se lo cita como si no. Estuvo en la escena del crimen ayer, durante la pausa para comer.

—¿Señoría? —probó Belk con timidez.

El juez Keyes se volvió, pero no miró a Belk, sino a Bosch.

—Detective Bosch, ¿es cierto lo que dice la letrada?

Bosch miró un instante a Belk y seguidamente al juez. Capullo de Belk, pensó. Su mentira le había dejado en pelota.

—Estuve allí, señoría. Cuando volví para la sesión de la tarde, no tuve tiempo de contarle el hallazgo al señor Belk. Se lo dije ayer tarde, después de finalizada la sesión. No he visto el periódico de esta mañana todavía y no sé lo que dice, pero no se ha confirmado nada que relacione este cadáver con el Fabricante de Muñecas u otra persona. Ni siquiera se ha hecho una identificación todavía.

—Señoría —dijo Chandler—, el detective Bosch ha olvidado oportunamente que dispusimos de un descanso de quince minutos durante la sesión vespertina. Diría que es un amplio margen para que el detective informara a su abogado de una revelación tan importante.

El juez miró a Bosch.

—Quise contárselo durante el descanso, pero el señor Belk dijo que necesitaba ese tiempo para preparar su exposición de apertura.

El juez lo observó en silencio durante unos segundos. Bosch se dio cuenta de que el magistrado sabía que estaba bordeando los límites de la verdad y estaba tomando una decisión.

—Bueno, señora Chandler —dijo finalmente—. Yo no veo la conspiración que usted está denunciando aquí. Voy a dejarlo pasar, pero no sin advertir a ambas partes que ocultar información es el delito más abyecto que puede cometerse en mi tribunal. Si lo hacen y yo me entero van a desear no haber estudiado nunca derecho. Veamos, ¿queremos hablar de este nuevo suceso?

—Señoría —dijo Belk con celeridad. Se colocó en el estrado—. A la luz de este descubrimiento hace menos de veinticuatro horas, solicito un aplazamiento para que esta situación pueda ser investigada a conciencia, de modo que se determine con claridad su significado en este caso.

A buena hora, pensó Bosch. Sabía que ya no tenía ninguna oportunidad de conseguir un aplazamiento.

—Ajá —dijo el juez Keyes—. ¿Qué opina de eso, señora Chandler?

—Nada de aplazamientos, señoría. Esta familia ha esperado cuatro años a que se celebrara el juicio. Considero que cualquier aplazamiento supondría perpetuar el crimen. Además, ¿quién propone el señor Belk que investigue este asunto? ¿El detective Bosch?

—Estoy seguro de que el abogado de la defensa estaría satisfecho con que el Departamento de Policía de Los Ángeles se ocupe de la investigación —dijo el juez.

—Pero yo no.

—Ya lo sé, señora Chandler, pero no es asunto suyo. Dijo usted ayer que la inmensa mayoría de los policías de esta ciudad son buenos y competentes. Va a tener que asumir sus palabras… Pero voy a denegar la solicitud de un aplazamiento. Hemos empezado un juicio y no vamos a demorarnos. La policía puede investigar y es su deber hacerlo y mantener a este tribunal informado, pero no pienso detenerme. Este caso continuará hasta que este asunto vuelva a merecer nuestra atención. ¿Algo más? Tengo al jurado esperando.

—¿Qué hay del artículo del diario? —preguntó Belk.

—¿A qué se refiere?

—Señoría, quiero que se interrogue al jurado para ver si alguno de sus miembros lo ha leído. Además, habría que recordarles que no deben leer los periódicos ni ver las noticias de la televisión esta noche. Casi todos los canales van a seguir al Times.

—Ayer di instrucciones a los componentes del jurado para que no leyeran el periódico ni vieran la televisión, pero de todos modos voy a preguntarles específicamente sobre este artículo. Veremos qué dicen y entonces, depende de lo que escuchemos, podemos destituirlos como jurados y si quiere hablar de un juicio nulo.

—Yo no quiero un juicio nulo —dijo Chandler—. Eso es lo que busca el demandado. Eso sólo conseguiría retrasarlo otros dos meses. Esta familia ya ha esperado cuatro años que se haga justicia y…

—Bueno, veamos qué dice el jurado. Lamento interrumpir, señora Chandler.

—Señoría, ¿puedo hablar de las sanciones? —dijo Belk.

—No creo que sea necesario, señor Belk. He denegado la solicitud de la abogada. ¿Qué más hay que decir?

—Eso ya lo sé, señoría. Yo quiero solicitar sanciones contra la señora Chandler. Ella me ha difamado al alegar que he ocultado pruebas y…

—Señor Belk, siéntese. Se lo voy a decir muy claro a los dos, dejen de litigar fuera de la sala porque no les va a llevar a ninguna parte conmigo. No hay sanciones para ninguna de las partes. Por última vez, ¿alguna otra cuestión?

—Sí, señoría —dijo Chandler.

La abogada tenía otra carta escondida. Sacó de debajo de su bloc un documento y se lo tendió a la secretaria del tribunal, que a su vez se lo entregó al juez. Chandler volvió entonces al estrado.

—Señoría, esto es una citación que he preparado para el departamento de policía y que me gustaría que quedara reflejada en el acta. Solicito que se me entregue una copia de la nota a la que se hace referencia en el artículo del Times, la nota escrita por el Fabricante de Muñecas y recibida ayer.

Belk se levantó de un salto.

—Quieto, señor Belk —le amonestó el juez—. Déjela terminar.

—Señoría, es una prueba para este caso. Debería ser entregada inmediatamente.

El juez Keyes dio la palabra a Belk y el ayudante del fiscal municipal avanzó pesadamente hasta el estrado, no sin que antes Chandler tuviera que bajar para dejarle sitio.

—Señoría, esta nota no constituye en modo alguno una prueba en este caso. No se ha verificado su autoría. Sin embargo, es una prueba en un caso de asesinato que no guarda relación con este proceso. Y el Departamento de Policía de Los Ángeles no tiene costumbre de exhibir sus pruebas en un juicio público mientras anda suelto un sospechoso. Solicito que rechace esta propuesta.

El juez Keyes entrelazó las manos y pensó un momento.

—Le diré lo que vamos a hacer, señor Belk. Consiga una copia y tráigala. La examinaré y decidiré si hay que aceptarla como prueba o no. Eso es todo. Señora Rivera, haga entrar al jurado, por favor, estamos perdiendo la mañana.

Una vez que el jurado ocupó su tribuna y todo el mundo se hubo sentado, el juez Keyes preguntó quién había visto alguna noticia relacionada con el caso. Nadie levantó la mano. Bosch sabía que si alguno había visto el artículo, tampoco lo admitiría. Hacerlo supondría volver a la sala de deliberaciones, donde los minutos parecían horas.

—Bien —dijo el juez Keyes—. Llame a su primer testigo, señora Chandler.

Terry Lloyd subió al estrado de los testigos como un hombre que parecía tan familiarizado con él como con la mecedora en la que se emborrachaba todas las noches delante del televisor. Incluso ajustó el micrófono sin requerir ayuda alguna del funcionario. Lloyd tenía nariz de borracho y un pelo inusualmente castaño oscuro para un hombre de su edad, que se acercaba a los sesenta. Y eso era así porque era obvio para todos los que lo miraban, salvo tal vez para él mismo, que llevaba peluquín. Chandler formuló algunas preguntas preliminares, estableciendo que había sido teniente en la elitista División de Robos y Homicidios del Departamento de Policía de Los Ángeles.

—¿Durante un periodo que se inició hace cuatro años y medio estuvo usted al mando de un equipo de detectives encargado de identificar a un asesino en serie?

—Sí, así es.

—¿Puede decirle al jurado cómo se formó y cómo funcionaba ese equipo de investigación?

—Se formó cuando se estableció que el mismo asesino había perpetrado cinco crímenes. De manera no oficial se nos conocía como el equipo de investigación del Estrangulador del Westside. Cuando los medios se enteraron del caso, el asesino empezó a conocerse como el Fabricante de Muñecas, porque usaba el maquillaje de las víctimas para pintarles la cara como muñecas. Tuve dieciocho detectives asignados al equipo. Los dividimos en dos brigadas, la A y la B. La brigada A trabajaba en el turno de día y la B en el de noche. Investigamos los asesinatos a medida que ocurrieron y seguimos las pistas de llamadas telefónicas. Después de que el caso salió en la prensa recibíamos un centenar de llamadas por semana, de gente que decía que tal o cual persona era el Fabricante de Muñecas. Teníamos que verificarlas todas.

—El equipo, al margen de cómo se lo llamara, no tuvo éxito, ¿es así?

—No, señora, no es así. Tuvimos éxito. Encontramos al asesino.

—¿Y quién era el asesino?

—Norman Church era el asesino.

—¿Fue identificado como tal antes o después de su muerte?

—Después. Era bueno en todos los casos.

—Y también era bueno para el departamento, ¿no?

—No la entiendo.

—Era bueno para el departamento que ustedes pudieran relacionarlo con los asesinatos. En caso contrario ustedes…

—Formule usted la pregunta, señora Chandler —la interrumpió el juez.

—Discúlpeme, señoría. Teniente Lloyd, el hombre que usted dice que es el asesino, Norman Church, no resultó muerto hasta que se habían producido al menos otros seis asesinatos después del establecimiento del equipo de investigación, ¿es así?

—Correcto.

—Permitiendo que al menos otras seis mujeres fueran estranguladas. ¿Cómo es que el departamento considera que eso es un éxito?

—Nosotros no permitimos nada. Hicimos todo lo que pudimos para encontrar al culpable. Al final lo logramos. Eso es un éxito. En mi opinión es un gran éxito.

—En su opinión. Dígame, teniente Lloyd, ¿el nombre de Norman Church surgió en algún momento de la investigación antes de la noche en que el detective Bosch le causó la muerte de un disparo cuando estaba desarmado? ¿Hubo alguna referencia?

—No, pero lo relacionamos con…

—Limítese a responder la pregunta que le he hecho, teniente. Gracias.

Chandler consultó el bloc que tenía en el estrado. Bosch se fijó en que Belk alternativamente tomaba notas en un cuaderno que tenía delante y escribía preguntas en otro.

—Bien, teniente —dijo Chandler—, no se consiguió hallar al culpable, como lo llamó usted, hasta después de que se produjeran otras seis muertes desde la formación del equipo de investigación. ¿Sería acertado decir que usted y sus detectives estaban sometidos a una gran presión para capturarlo, para cerrar el caso?

—Estábamos bajo presión, sí.

—¿De quién? ¿Quién les presionaba, teniente Lloyd?

—Bueno, estaba la prensa, la televisión. Tenía al departamento encima.

—¿Cómo es eso? Me refiero al departamento. ¿Tenía usted reuniones con sus superiores?

—Tenía reuniones diarias con el capitán del Departamento de Robos y Homicidios y semanales (todos los lunes) con el jefe de policía.

—¿Qué le decían respecto a solucionar el caso?

—Decían que lo resolviera. Estaba muriendo gente. No hacía falta que me lo dijeran, pero me lo dijeron de todas formas.

—¿Y usted comunicó eso al equipo de detectives?

—Por supuesto. Pero a ellos tampoco hacía falta que se lo dijeran. Examinaban los cadáveres cada vez que aparecía uno. Era duro. Le tenían ganas a ese tío. No hacía falta que leyeran los periódicos ni que escucharan lo que tenía que decirles el jefe de policía o yo mismo.

Lloyd daba la sensación de que estaba divagando sobre la idea del policía como cazador solitario. Bosch se dio cuenta de que había caído en la trampa de Chandler. Al final del juicio ella iba a argumentar que Bosch y los agentes estaban bajo tal presión por encontrar a un asesino que Bosch mató a Church y luego fabricaron los lazos con los asesinatos. La teoría del chivo expiatorio. Harry lamentó no poder pedir un tiempo muerto y decirle a Lloyd que cerrara la boca.

—Así que todo el mundo del equipo de investigación estaba bajo presión buscando a un asesino.

—A un asesino no. Al asesino. Sí, había presión. Forma parte de este trabajo.

—¿Cuál era el puesto del detective Bosch en el equipo de investigación?

—Era el jefe de mi brigada B. Trabajaba en el turno de noche. Era un detective de grado tres, de modo que dirigía las cosas cuando yo no estaba presente, que era a menudo. Yo dirigía las dos brigadas, pero fundamentalmente trabajaba en el turno de mañana, con la brigada A.

—Recuerda haberle dicho al detective Bosch: «Hemos de coger a este tío», o algo por el estilo.

—No específicamente. Pero decía frases similares en las reuniones de brigada. Él estaba allí. Pero ése era nuestro objetivo, no hay nada de malo en ello. Teníamos que cazar a ese tipo. En la misma situación volvería a decirlo.

Bosch empezaba a sentir que Lloyd se estaba vengando por haberle robado protagonismo, por haber cerrado el caso sin él. Sus respuestas ya no parecían fruto de estupidez congénita, sino cargadas de mala intención. Bosch se inclinó hacia Belk y le susurró al oído: «Me está jodiendo porque no tuvo ocasión de matar a Church él mismo».

Belk se llevó el dedo a los labios, para indicarle a Bosch que se mantuviera en silencio. A continuación se puso a escribir en una de sus libretas.

—¿Ha oído hablar alguna vez de la División de Ciencias del Comportamiento del FBI? —preguntó Chandler.

—Sí.

—¿Cuál es su función?

—Estudian asesinos en serie, entre otras cosas. Elaboran perfiles psicológicos, perfiles de las víctimas, dan consejos, ese tipo de cosas.

—Ustedes se enfrentaban a once asesinatos. ¿Qué consejos les dio la División de Ciencias del Comportamiento?

—Ninguno.

—¿Cómo es eso? No tenían ninguna respuesta.

—No, no les llamamos.

—Ah, ¿y por qué no les llamaron?

—Bueno, señora, creíamos que teníamos el asunto controlado. Habíamos elaborado perfiles nosotros mismos y no creíamos que el FBI pudiera ayudarnos mucho. El psicólogo forense que colaboraba con nosotros, el doctor Locke de la Universidad del Sur de California, había sido asesor del FBI para delitos sexuales. Contábamos con su experiencia y con la ayuda del equipo de psicólogos del departamento. Creímos que estábamos bien preparados en el departamento.

—¿El FBI ofreció ayuda?

Lloyd vaciló un instante. Dio la sensación de que por fin había entendido hacia dónde lo estaban llevando.

—Ah, sí, alguien llamó después de que el caso empezara a salir mucho en la prensa. Querían participar. Les dije que no necesitábamos ayuda.

—¿Lamenta ahora esa decisión?

—No. No creo que el FBI pudiera haberlo hecho mejor que nosotros. Normalmente se involucran en casos que llevan departamentos de policía pequeños o en casos con gran repercusión en los medios.

—Y usted no considera que eso sea justo, ¿verdad?

—¿Qué?

—Arrasar, creo que lo llaman así. No quería que llegara el FBI y asumiera el caso, ¿verdad?

—No. Como le he dicho estábamos bien preparados sin ellos.

—¿No es cierto que el FBI y el Departamento de Policía de Los Ángeles tienen una larga historia de envidias y competitividad que ha resultado en que ambas agencias apenas se comuniquen y colaboren?

—No, eso no me lo trago.

No importaba que se lo tragara o no. Bosch sabía que Chandler se estaba apuntando puntos con el jurado. Lo único que importaba era que ellos se lo tragaran.

—Su equipo de investigación elaboró un perfil del sospechoso, ¿es cierto?

—Sí, creo que acabo de mencionarlo.

Chandler solicitó al juez Keyes permiso para aproximarse al testigo con un documento del que dijo que era la prueba 1-A de la acusación. Se la pasó a la secretaria del tribunal, quien a su vez se la entregó a Lloyd.

—¿Qué es eso, teniente?

—Es un retrato robot y el perfil psicológico que obtuvimos después de, creo que fue, el séptimo asesinato.

—¿Cómo elaboraron el retrato robot del sospechoso?

—Entre la séptima y la octava víctima hubo una mujer que sobrevivió. Logró huir del tipo y llamar a la policía. Trabajando con esta superviviente confeccionamos el retrato robot.

—Muy bien. ¿Conoce usted la apariencia facial de Norman Church?

—No demasiado. Lo vi cuando ya estaba muerto.

Chandler solicitó aproximarse de nuevo y presentó la prueba 2A de la acusación: una serie de fotografías de Church enganchadas a una cartulina. Concedió a Lloyd un momento para que las examinara.

—¿Ve usted alguna similitud entre el retrato robot y las fotografías del señor Church?

Lloyd vaciló y luego dijo:

—Sabíamos que a nuestro asesino le gustaba disfrazarse y nuestra testigo (la víctima que logró huir) era adicta a las drogas. Era una actriz porno. No era fiable.

—Señoría, ¿puede pedirle al testigo que conteste las preguntas que se le plantean?

El juez así lo hizo.

—No —dijo Lloyd, con la cabeza baja después de la reprimenda del magistrado—. Ningún parecido.

—De acuerdo —dijo Chandler—. Volviendo al perfil que tiene ahí, ¿de dónde salió?

—Básicamente del doctor Locke de la Universidad del Sur de California y del doctor Shafter, un psiquiatra del departamento de policía. Creo que consultaron con otros profesionales antes de redactar el perfil.

—¿Puede leer en voz alta el primer párrafo?

—Sí, dice: «Se cree que el sujeto es un varón blanco de entre veinticinco y treinta y cinco años, con una educación secundaria mínima. Es un hombre físicamente fuerte, aunque puede que no tenga apariencia corpulenta. Vive solo, alienado de su familia y amigos. Está reaccionando a un odio a las mujeres profundamente enraizado, que apunta a una madre o tutora abusiva. El hecho de que pinte el rostro de sus víctimas con maquillaje constituye un intento de reconstruir a las mujeres con un aspecto que le satisfaga, quiere que le sonrían. Cuando las convierte en muñecas dejan de ser una amenaza». ¿Quiere que lea la parte que subraya los rasgos repetitivos de los asesinatos?

—No, no es necesario. Usted participó en la investigación del señor Church después de que el señor Bosch lo matara, ¿no es cierto?

—Así es.

—Enumere para el jurado todos los rasgos del perfil del sospechoso que según su equipo de investigación coincidían con el señor Church.

Lloyd miró la hoja que tenía en la mano durante un buen rato sin decir nada.

—Voy a ayudarle un poco, teniente —dijo Chandler—. Era un varón de raza blanca, ¿verdad?

—Sí.

—¿Qué más hay similar? ¿Vivía solo?

—No.

—De hecho tenía mujer y dos hijas, ¿cierto?

—Sí.

—¿Tenía entre veinticinco y treinta y cinco años de edad?

—No.

—De hecho, tenía treinta nueve años, ¿no?

—Sí.

—¿Tenía una educación mínima?

—No.

—En realidad tenía un máster en ingeniería mecánica, ¿no es así?

—¿Entonces qué estaba haciendo en esa habitación? —preguntó Lloyd enfadado—. ¿Por qué estaba allí el maquillaje de las víctimas? ¿Por qué?

—Responda a la pregunta que le han hecho, teniente —interrumpió el juez Keyes—. No haga preguntas. Ése no es su trabajo en esta sala.

—Lo siento, señoría —dijo Lloyd—. Sí, tenía un máster. No recuerdo exactamente en qué.

—Acaba de mencionar usted el maquillaje en su respuesta elusiva —dijo Chandler—. ¿A qué se refiere?

—En el garaje del apartamento en el que murió Church se encontró maquillaje que pertenecía a nueve de las víctimas en un botiquín del lavabo. El maquillaje lo relacionaba directamente con los casos. Nueve de once, era convincente.

—¿Quién encontró el maquillaje?

—Harry Bosch.

—Cuando fue allí solo y lo mató.

—¿Es eso una pregunta?

—No, teniente, la retiro.

Chandler hizo una pausa para dejar que el jurado recapacitara sobre su insinuación mientras pasaba páginas amarillas de su bloc.

—Teniente Lloyd, háblenos de esa noche. ¿Qué ocurrió?

Lloyd explicó la historia tal y como se había descrito decenas de veces en la tele, en los periódicos y en el libro de Bremmer. Era medianoche, la brigada B acababa su turno cuando sonó la línea directa del equipo de investigación. Bosch atendió la llamada, la última de esa noche. Una prostituta callejera llamada Dixie McQueen explicó que acababa de escapar del Fabricante de Muñecas. Bosch acudió solo porque los otros componentes de la brigada B ya se habían ido a casa y porque supuso que podía tratarse de otra pista falsa. Recogió a la mujer en Hollywood y Western y siguió sus indicaciones hasta Silverlake. En Hyperion la mujer convenció a Bosch de que había huido del Fabricante de Muñecas y le señaló las ventanas iluminadas de un apartamento situado encima de un garaje. Bosch subió solo. Poco después, Norman Church estaba muerto.

—¿Abrió la puerta de una patada? —preguntó Chandler.

—Sí. Se temía que hubiera salido y hubiera conseguido a alguien para que ocupara el lugar de la prostituta.

—¿Gritó que era policía?

—Sí.

—¿Cómo lo sabe?

—Él lo dijo.

—¿Lo oyó algún testigo?

—No.

—¿Y la señorita McQueen, la prostituta?

—No. Bosch le pidió que esperara en el coche aparcado en la calle por si había problemas.

—Así pues, lo que está diciendo es que tenemos la palabra del detective Bosch de que temía que pudiera haber otra víctima, que se identificó como policía y que el señor Church hizo un movimiento amenazador hacia la almohada.

—Sí —aceptó Lloyd a regañadientes.

—Veo, teniente Lloyd, que lleva usted peluquín.

Hubo algunas risas ahogadas al fondo de la sala. Bosch se volvió y vio que el contingente de los medios de comunicación no paraba de aumentar. Vio a Bremmer sentado en la tribuna de la prensa.

—Sí —dijo Lloyd. Su cara se había puesto tan colorada como su nariz.

—¿Alguna vez ha guardado su peluquín debajo de la almohada? ¿Es el lugar apropiado para cuidarlo?

—No.

—Nada más, señoría.

El juez Keyes miró el reloj de la pared y a continuación a Belk.

—¿Qué opina, señor Belk, hacemos una pausa para comer ahora para que no se vea usted interrumpido?

—Sólo tengo una pregunta.

—Oh, entonces hágala, por favor.

Belk se llevó su bloc al estrado y se acercó al micrófono.

—Teniente Lloyd, basándose en todo su conocimiento del caso, ¿tiene alguna duda de que Norman Church era el Fabricante de Muñecas?

—Ninguna. Ni una sola duda.

Después de que el jurado abandonó la sala, Bosch se inclinó hacia Belk y le susurró al oído:

—¿Qué ha sido eso? Ella lo desmonta y usted hace sólo una pregunta. ¿Y todas las otras cosas que relacionaban a Church con el caso?

Belk levantó la mano para calmar a Bosch y luego habló pausadamente.

—Usted va a testificar sobre todo eso. El caso es sobre usted, Harry. Lo ganaremos o lo perderemos con usted.