Bosch se veía rendido cuando entró en la sala el viernes por la mañana con el traje arrugado. Belk ya estaba allí, tomando notas en su bloc amarillo. Levantó la cabeza y miró a Bosch de pies a cabeza mientras éste se sentaba.
—Tiene un aspecto horrible y huele como un cenicero. Y el jurado sabrá que lleva el mismo traje que ayer.
—Una señal clarísima de que soy culpable.
—No se haga el listillo. Nunca se sabe lo que puede decantar a un jurado en un sentido o en otro.
—No me importa. Además, es usted el que tiene que tener buen aspecto hoy, ¿verdad, Belk?
No era la mejor frase para animar a un hombre con al menos treinta y cinco kilos de sobrepeso y que se ponía a sudar a mares cada vez que el juez lo miraba.
—¿Qué coño quiere decir con que no le importa? Hoy está todo en juego y usted entra tan campante con aspecto de haber dormido en el coche y dice que no le importa.
—Estoy relajado, Belk. Es una cuestión de zen y del arte de que todo te importe una mierda.
—¿Por qué ahora, Bosch, cuando podía haber pactado por cien mil dólares hace dos semanas?
—Porque ahora me doy cuenta de que hay cosas más importantes que saber qué piensan doce de mis llamados pares, aunque esos pares ni siquiera me den la hora por la calle.
Belk miró su reloj y dijo:
—Déjeme solo, Bosch. Empezamos dentro de diez minutos y quiero estar preparado. Todavía estoy trabajando en mi alegato. Voy a ser incluso más corto de lo que ha exigido Keyes.
En un momento anterior del juicio, el juez había determinado que los alegatos finales no durarían más de media hora por parte. El tiempo tenía que dividirse de la siguiente manera: el demandante —en la persona de Chandler— argumentaba durante veinte minutos, a continuación era el abogado defensor —Belk— quien disponía de media hora. Después al demandante se le concedían los últimos diez minutos. Chandler tendría la primera y la última palabra, otro signo, según creía Bosch, de que el sistema estaba contra él.
Bosch miró a la mesa de la demandante y vio a Deborah Church sentada sola, con la mirada puesta al frente. Las dos hijas estaban en la primera fila de la galería, detrás de ella. Chandler aún no estaba allí, pero había carpetas y libretas amarillas en la mesa. Estaba cerca.
—Trabaje en su discurso —le dijo a Belk—. Le dejaré solo.
—No llegue tarde. Otra vez no, por favor.
Tal y como Bosch esperaba, Chandler estaba fuera, fumando junto a la estatua. Le dedicó una mirada fría, no dijo nada y dio unos pasos hacia el cenicero para evitarlo. Llevaba el traje azul —probablemente era su traje de la suerte— y un mechón de pelo rubio había escapado de la cola en la nuca.
—¿Ensayando? —preguntó Bosch.
—No necesito ensayar, ésta es la parte fácil.
—Supongo.
—¿Qué significa eso?
—No lo sé. Supongo que está más libre de las ataduras de la ley durante los alegatos. No hay tantas reglas acerca de lo que se puede y lo que no se puede decir. Supongo que es cuando se siente en su elemento.
—Muy perspicaz.
Fue todo lo que dijo. No hubo ninguna señal de que su acuerdo con Edgar hubiera sido descubierto. Bosch contaba con eso cuando había preparado lo que iba a decirle. Después de levantarse de su breve sueño, había observado los acontecimientos de la noche anterior con ojos y mente frescos y había visto algo que anteriormente se le había pasado por alto. Tenía la intención de jugar con ella. Le había lanzado la bola fácil. Ahora venía la curvada.
—Cuando esto termine —dijo—, quiero la nota.
—¿Qué nota?
—La nota que le envió el discípulo.
El rostro de Chandler reveló por un instante la sorpresa, aunque enseguida la borró con la expresión indiferente con que solía mirarle. Sin embargo, no había sido lo bastante rápida. Bosch había visto la expresión en sus ojos. Sentía el peligro. Entonces supo que ya la tenía.
—Es una prueba —dijo.
—No sé de qué está hablando, detective Bosch. Tengo que volver a entrar.
Ella apagó el medio cigarrillo con una marca de carmín en el cenicero, luego dio dos pasos hacia la puerta.
—Sé lo de Edgar. La vi con él anoche.
Eso la detuvo. Se volvió y miró a Bosch.
—En el Hung Jury. Un bloody mary en la barra.
Ella sopesó su respuesta y después dijo:
—Sea lo que sea lo que le haya dicho, estoy seguro de que lo pensó para quedar él en el mejor lugar. Yo iría con cuidado si piensa hacerlo público.
—Yo no voy a hacer público nada… a no ser que no me dé la nota. Guardarse información de un delito es un delito en sí. Claro que no hace falta que se lo diga yo.
—Sea lo que sea que Edgar le dijo de una nota es mentira. No le dije na…
—Y él no me dijo nada de una nota. No tenía que hacerlo. Yo lo descubrí. Lo llamó el lunes después del descubrimiento del cadáver porque usted ya sabía que existía y que estaba relacionado con el Fabricante de Muñecas. Me pregunté por qué y de pronto lo vi claro. Recibimos una nota, pero eso fue secreto hasta el día siguiente. El único que lo descubrió fue Bremmer, pero su historia decía que usted no pudo ser localizada para hacer comentarios. Eso fue porque estaba reunida con Edgar. Dijo que lo llamó por la tarde preguntando por el cadáver. Le preguntó si habíamos recibido una nota. Y eso fue porque usted recibió una nota, abogada. Y necesito verla. Si es distinta de la que tenemos, podría ser útil.
Ella miró el reloj y enseguida encendió otro cigarrillo.
—Puedo pedir una orden —dijo Bosch.
Ella se rió con una risa falsa.
—Me gustaría ver cómo consigue una orden. Me gustaría ver a un juez de esta ciudad firmando una orden que autorice al Departamento de Policía de Los Ángeles a registrar mi casa con este caso en la prensa cada día. Los jueces son animales políticos, detective, nadie va a firmar una orden y que le salga mal la jugada.
—Yo estaba pensando más en su despacho, pero gracias por decirme al menos dónde está.
La expresión volvió al rostro de Chandler durante una fracción de segundo. Había patinado y quizá eso fue para ella un shock tan grande como cualquier cosa que había dicho él. Hundió el cigarrillo en la arena después de dos caladas. Tommy Faraway se alegraría cuando lo encontrara después.
—Empezamos dentro de un minuto, detective. No sé nada de ninguna nota. ¿Entendido? Nada en absoluto. No hay ninguna nota. Si trata de causar algún problema con esto, yo le causaré más a usted.
—No se lo he dicho a Belk, ni voy a hacerlo. Sólo quiero la nota. No tiene relación con el caso que se juzga.
—Es fácil para…
—¿Para mí decirlo porque no la he leído? Está patinando, abogada. Será mejor que sea más cuidadosa.
Ella no hizo caso del comentario y cambió de asunto.
—Otra cosa, si cree que mi…, eh, acuerdo con Edgar es una base para una moción de juicio nulo o una queja por mala conducta, descubrirá que se equivoca de plano. Edgar consintió a nuestra relación sin provocación ninguna. De hecho, él la sugirió. Si presenta alguna queja le demandaré por calumnias y enviaré comunicados de prensa cuando lo haga.
Bosch no creía que nada de lo que hubiera ocurrido fuera por sugerencia de Edgar, pero lo dejó estar. Le dedicó su mejor sonrisa asesina, después abrió la puerta y desapareció por ella.
Bosch apuró el cigarrillo, con la esperanza de que su jugada al menos hubiera frenado la inercia de Chandler durante su alegato final. Pero sobre todo estaba satisfecho por haber tenido la confirmación tácita de su teoría. El discípulo le había enviado una nota.
El silencio que descendió sobre la sala cuando Chandler se acercó al estrado era la clase de silencio cargado de tensión que acompaña el momento anterior a la lectura de un veredicto. Bosch sentía que esto era porque en muchas de las mentes de la sala el veredicto estaba cantado y las palabras de Chandler servirían de golpe de gracia. El golpe final y letal.
La abogada empezó con el agradecimiento ineludible al jurado por su paciencia y atención al caso. Dijo que tenía plena confianza en que deliberarían a conciencia para obtener un veredicto justo.
En los juicios a los que Bosch había asistido como investigador, los dos abogados siempre decían eso al jurado, y él siempre pensó que era una estupidez. La mayoría de los jurados tenían miembros que estaban allí simplemente para evitar ir a trabajar a la fábrica o la oficina. Sin embargo, una vez se iniciaba el juicio, las cuestiones eran o demasiado complicadas o aterrorizantes o bien soberanamente aburridas, y los miembros del jurado pasaban los días en la tribuna tratando de permanecer despiertos entre los recesos, que aprovechaban para tonificarse con azúcar, cafeína y nicotina.
Después del saludo inicial, Chandler fue rápidamente a la raíz del asunto.
—Recordarán que el lunes me presenté ante ustedes y les di el mapa de carreteras. Les dije lo que presentaría para probar lo que necesitaba probar y ahora es su turno de decidir si lo he conseguido. Y creo que cuando sopesen los testimonios de la semana no tendrán ninguna duda de que lo he logrado.
»Y hablando de dudas, el juez ya les instruirá, pero quiero dedicar un momento a explicarles otra vez que se trata de una cuestión civil y no de un caso penal. No se trata de Perry Mason ni de nada que hayan visto en la tele o en el cine. En un caso civil para que fallen a favor del demandante sólo es preciso que una mayoría de las pruebas estén a favor de los argumentos del demandante. Una mayoría, ¿qué significa eso? Significa que las pruebas que apoyan el argumento del demandante superan a las pruebas en contra. Una mayoría. Puede ser una mayoría simple, el cincuenta por ciento más uno.
Dedicó mucho tiempo a este asunto porque era ahí donde se ganaba o se perdía el caso. Tenía que coger a doce personas legalmente ineptas —hecho garantizado en el proceso de selección del jurado— y liberarlas de las creencias y percepciones inculcadas por los medios de comunicación de que los casos se decidían por dudas razonables o más allá de toda sombra de duda. Eso era para los casos penales. Éste era civil, y en un caso civil el acusado pierde la ventaja de la que goza en uno penal.
—Piensen en ello como un conjunto de pesas. Las pesas de la justicia. Y cada elemento probatorio o testimonio presentado tiene un peso determinado, en función de la validez que le den. En un plato de la balanza están los argumentos de la demandante y en el otro, los del demandado. Creo que cuando hayan ido a la sala del jurado a deliberar y hayan sopesado adecuadamente las pruebas de este caso, no habrá duda de que la balanza se inclina del lado de la demandante. Si creen que ése es realmente el caso deben fallar a favor de la señora Church.
Una vez cumplidos los preliminares, Bosch sabía que Chandler tenía que afinar el resto, porque la acusación estaba esencialmente presentando un caso con dos partes, con la esperanza de ganar al menos una. La primera parte era que tal vez Norman Church sí era el Fabricante de Muñecas, un asesino en serie monstruoso, pero, aun así, las acciones de Bosch amparado por su placa fueron igualmente abyectas y no deberían perdonarse. La segunda parte, la que sin duda reportaría riquezas sin par si el jurado la creía, era que Norman Church era un hombre inocente al que Bosch había asesinado a sangre fría, privando a su familia de un marido y padre ejemplar.
—Las pruebas presentadas esta semana apuntan a dos posibles conclusiones —dijo Chandler al jurado—. Y ésa será la tarea más difícil que tendrán, determinar el grado de la culpabilidad del detective Bosch. Sin duda alguna está claro que actuó precipitadamente, imprudentemente y con un absoluto desprecio por la vida y la seguridad, la noche en que Norman Church murió. Sus acciones fueron imperdonables y un hombre lo pagó con su vida. Una familia pagó esa actitud con la pérdida de un marido y un padre.
»Pero deben ver más allá de eso al hombre al que mataron. Las pruebas (desde el vídeo, que es una clara coartada para uno de los asesinatos atribuidos a Norman Church, si no para todos ellos, al testimonio de sus seres queridos) deberían convencerles de que la policía se equivocó de hombre. Si no, el propio reconocimiento del detective Bosch en la tribuna de los testigos deja claro que los asesinatos no se detuvieron, que mató a un hombre inocente.
Bosch vio que Belk estaba escribiendo en su libreta. Con un poco de suerte, estaría tomando nota de todos los elementos del testimonio de Bosch y otros que Chandler estaba dejando convenientemente fuera de su argumentación.
—Por último —estaba diciendo ella—, deben ver más allá del hombre que murió y mirar al homicida.
Homicida, pensó Bosch. Sonaba espantoso aplicado a él. Repitió la palabra una y otra vez en su mente. Sí, había matado. Había matado antes y después de Church, pero llamarlo simplemente homicida sin las explicaciones necesarias parecía horrible. En ese momento se dio cuenta de que a pesar de todo sí le importaba. Pese a lo que le había dicho antes a Belk, quería que el jurado sancionara lo que había hecho. Necesitaba que le dijeran que había hecho lo que tenía que hacer.
—Tienen a un hombre —dijo la abogada— que repetidamente ha mostrado su gusto por la sangre. Un cowboy que mató antes y después del episodio con el desarmado señor Church. Un hombre que dispara primero y busca pruebas después. Tienen a un hombre con un asentado motivo para matar a una persona de la que pensaba que podía ser un asesino en serie de mujeres, de mujeres de la calle… como su propia madre.
Dejó que esta afirmación flotara en el aire un rato mientras pretendía estar comprobando algo en las notas de su libreta.
—Cuando vuelvan a entrar en esa sala, tendrán que decidir si ésta es la clase de policía que quieren para su ciudad. Se supone que la policía tiene que ser el espejo de la sociedad a la que protege. Sus agentes deberían ejemplificar lo mejor de nosotros. Cuando deliberen, pregúntense qué ejemplifica Harry Bosch. ¿De qué segmento de nuestra sociedad muestra él la imagen? Si las respuestas a estas preguntas no les preocupan, entonces vuelvan con un veredicto favorable al demandado. Si les inquietan, si creen que nuestra sociedad merece algo mejor que el asesinato a sangre fría de un potencial sospechoso, entonces no tendrán otra alternativa que fallar a favor de la demandante.
Chandler hizo una pausa para ir a la mesa de la demandante y beber un vaso de agua. Belk se acercó a Bosch y susurró:
—No está mal, pero le he visto hacerlo mejor.
—¿La vez que lo hizo peor ganó? —replicó Bosch, también en un susurro.
Belk miró su libreta, dejando la respuesta clara. Mientras Chandler volvía al estrado Belk se inclinó de nuevo hacia Bosch.
—Es su rutina. Ahora hablará de dinero. Después de entrar en materia, Money siempre habla de dinero.
Chandler se aclaró la garganta y empezó de nuevo.
—Ustedes doce se hallan en una rara posición. Tienen la capacidad de hacer un cambio social. No hay mucha gente que disponga de esa oportunidad. Si creen que el detective Bosch estaba equivocado, en el grado que sea, y fallan a favor de la demandante, estarán haciendo un cambio porque estarán enviando una señal clara, un mensaje a todos los agentes de policía de esta ciudad. Desde el jefe a los administradores del Parker Center, a dos manzanas de aquí, hasta todos los agentes novatos que patrullan en la calle, el mensaje será que no queremos que actúen de esta manera. Que no lo aceptaremos. Ahora bien, si ése es su veredicto también tienen que establecer daños pecuniarios. No es una tarea complicada. La parte complicada es la primera, decidir si el detective Bosch actuó bien o mal. Los daños pueden ser cualquier cosa desde un dólar a un millón de dólares o más. No importa. Lo importante es el mensaje. Porque con el mensaje haremos justicia para Norman Church. Harán justicia con su familia.
Bosch miró hacia atrás y vio a Bremmer en la tribuna con el resto de periodistas. Bremmer le sonrió con astucia y Bosch le devolvió la sonrisa. El periodista tenía razón respecto a Money y el dinero.
Chandler volvió a la mesa de la demandante, cogió un libro y regresó al estrado. Era viejo y sin sobrecubierta, con la piel verde resquebrajada. Bosch creyó distinguir una marca, probablemente un sello de biblioteca en la parte superior de sus páginas.
—Ahora, al concluir —dijo ella—, me gustaría referirme a una preocupación que ustedes podrían tener. Sé que yo la tendría si estuviera en su lugar. Se preguntarán ¿cómo es que hemos llegado a tener a gente como el detective Bosch en nuestra policía? Bueno, no creo que podamos tener la esperanza de responder a eso y no es la cuestión de este caso. Pero si recuerdan, cité al filósofo Nietzsche al principio de la semana. Leí sus palabras acerca del lugar oscuro que él llamaba abismo. Parafraseándolo decía que tenemos que tener cuidado de que aquél que lucha contra los monstruos no se convierta en un monstruo. En la sociedad actual no es difícil aceptar que hay monstruos, y muchos. Y así no es tan difícil creer que un agente de policía podría convertirse él mismo en un monstruo.
»Después de que se levantó la sesión ayer, pasé la tarde en la biblioteca.
Chandler miró a Bosch al decirlo, alardeando de su mentira. Bosch le sostuvo la mirada y rechazó el impulso de mirar a otro lado.
—Y me gustaría acabar leyendo algo que Nathaniel Hawthorne escribió acerca del mismo tema con el que estamos tratando hoy. En su libro El fauno de mármol, Hawthorne escribe: «El abismo era simplemente uno de los orificios de ese pozo de oscuridad que yace debajo de nosotros… en todas partes».
»Damas y caballeros, tengan cuidado en sus deliberaciones y sean sinceros con ustedes mismos. Gracias.
El silencio era tal que Bosch oyó el sonido de los tacones de Chandler en la moqueta cuando la abogada volvió a su silla.
—Amigos —dijo el juez Keyes—, vamos a descansar quince minutos y será el turno del señor Belk.
Mientras se levantaban cuando salía el jurado, Belk susurró:
—No puedo creer que haya usado la palabra orificio en su alegato final.
Bosch lo miró, Belk parecía desbordante de alegría, pero Bosch reconoció que simplemente estaba agarrándose a algo para animarse y prepararse para su turno en el estrado. Porque Bosch sabía que al margen de las palabras que hubiera usado, Chandler había estado francamente bien. Mirando al hombre gordo y sudoroso que tenía al lado, no sintió el menor asomo de confianza.
Bosch salió a la estatua de la justicia y se fumó dos cigarrillos durante la pausa, pero Honey Chandler no apareció. En cambio, Tommy Faraway sí pasó y chasqueó la lengua de manera aprobatoria cuando encontró el cigarrillo casi entero que ella había dejado antes en el cenicero. Continuó sin decir nada más. Bosch pensó que nunca había visto a Tommy Faraway fumarse una de las colillas que seleccionaba de la arena.
Belk sorprendió a Bosch con su alegato final. No estuvo nada mal. Simplemente no estaba en la misma liga que Chandler. Su alegato final fue más una reacción al de Chandler que un tratado autónomo acerca de la inocencia de Bosch y la injusticia de las acusaciones que se vertían contra él. Dijo cosas como:
—En todo lo que Chandler ha dicho acerca de los dos posibles fallos, ha olvidado completamente un tercero, que no es otro sino que el detective Bosch actuó con propiedad y prudencia. Correctamente.
Eso anotaba puntos para la defensa, pero también era un cumplido para Chandler reconocer que había dos posibles fallos a favor de la demandante. Belk no lo vio, pero Bosch sí. El ayudante del fiscal municipal estaba dando al jurado tres elecciones, en lugar de dos, y sólo una absolvía a Bosch. En ocasiones quería arrastrar a Belk a la mesa y reescribir su guión. Pero no podía. Tenía que agacharse como hacía en los túneles de Vietnam cuando las bombas caían en el suelo y esperaba que no hubiera derrumbamientos.
La parte central del alegato de Belk se centró en las pruebas que relacionaban a Church con los nueve asesinatos. Machaconamente recalcó que el monstruo de la historia era Church y no Bosch y que las pruebas respaldaban eso claramente. Advirtió a los miembros del jurado que el hecho de que asesinatos similares continuaran no tenía relación con lo que Church había hecho ni con cómo Bosch había reaccionado en el apartamento de Hyperion.
Finalmente tomó lo que Bosch supuso que era la carrerilla final. Una inflexión de auténtica ira entró en su voz cuando criticó la descripción que Chandler había hecho de Bosch, como un hombre que había actuado imprudentemente y con un desprecio absoluto por la vida.
—La verdad es que la vida era lo único que el detective Bosch tenía en mente cuando entró por aquella puerta. Sus acciones estuvieron basadas en la creencia de que allí había otra mujer, otra víctima. El detective Bosch no tenía elección. Su única opción era entrar por esa puerta, asegurar la situación y lidiar con las consecuencias. Norman Church murió cuando rechazó repetidamente órdenes de un agente de policía e hizo el movimiento hacia la almohada. Fue su jugada, no la de Bosch, y finalmente tuvo que pagar el precio definitivo.
»Pero piensen en Bosch en esa situación. ¿Pueden imaginarse estar allí? ¿Solo? ¿Asustado? Hay un único tipo de individuo que se enfrenta a esa clase de situación sin pestañear, es lo que nuestra sociedad llama un héroe. Creo que cuando vayan a la sala de deliberaciones y sopesen cuidadosamente no las acusaciones sino los hechos de este caso, llegarán a la misma conclusión. Muchas gracias.
Bosch no podía creer que Belk hubiera usado la palabra héroe en un alegato final, pero decidió no echárselo en cara al corpulento abogado cuando éste regresó a la mesa de la defensa.
—Lo ha hecho bien, gracias —se limitó a decir.
Chandler se acercó a la tribuna para asestar su último golpe y prometió ser breve. Lo fue.
—Ustedes apreciarán con facilidad la disparidad de creencias de los abogados en este caso. La misma disparidad entre el significado de las palabras héroe y monstruo. Sospecho, como probablemente el resto de nosotros, que la verdad de este caso y del detective Bosch está en algún punto intermedio.
»Dos últimas cosas antes de que empiecen con las deliberaciones. En primer lugar, quiero que recuerden que ambas partes han tenido la oportunidad de presentar sus tesis completas. En defensa de Norman Church, su mujer, un compañero de trabajo y un amigo testificaron acerca de su personalidad, acerca de qué clase de persona era. Sin embargo, la defensa sólo ha presentado a un testigo para que declarara ante ustedes. El detective Bosch. Nadie más ha defendido al detective…
—¡Protesto! —gritó Belk.
—… Bosch.
—Alto ahí, señora Chandler —rugió el juez Keyes—. Debería desalojar al jurado para hacer lo que me dispongo a hacer, pero creo que si está dispuesta a jugar con fuego tiene que aceptar las quemaduras. Señora Chandler, ha cometido desacato a esta corte con esa grave muestra de pobreza de juicio. Hablaremos de sanciones en otra fecha, pero le aseguro que no será una fecha que espere con placer.
El juez giró en su silla hacia el jurado y se inclinó hacia adelante.
—Damas y caballeros, esta señora nunca debería haber dicho lo que acaba de decir. La defensa no está obligada a presentar a nadie como testigo y si lo hace o no lo hace no es algo que deba verse como un reflejo de la culpabilidad o inocencia de la cuestión que se debate. La señora Chandler bien que lo sabe. El hecho de que lo haya dicho de todos modos, sabiendo que el señor Belk y yo mismo íbamos a saltar, creo que muestra una astucia por su parte que me resulta muy desagradable y problemática en un tribunal de justicia. Voy a presentar mi queja ante el consejo del poder judicial, pero…
—Señoría —lo interrumpió Chandler— protesto que usted diga…
—No me interrumpa, abogada. Quédese en silencio hasta que haya terminado.
—Sí, señoría.
—He dicho que silencio. —Se volvió hacia el jurado—. Como estaba diciendo, lo que le ocurra a la señora Chandler no es algo de lo que deban preocuparse. Verán, ella está apostando a que no importa lo que yo les diga ahora, ustedes seguirán pensando en lo que ha dicho acerca de que el detective Bosch no tenía a nadie que testificara en su apoyo. Les digo ahora, con la advertencia más grave que puedo ofrecer, que no piensen eso. Lo que ha dicho la señora Chandler no significa nada. De hecho, sospecho que si quisieran el detective Bosch y el señor Belk podrían haber reunido a una fila de agentes de policía dispuestos a testificar que llegaría desde esa puerta hasta el Parker Center, si lo hubieran querido. Pero no lo han querido. Es la estrategia que han elegido y no es su deber cuestionarla en modo alguno. En modo alguno. ¿Alguna pregunta?
Ningún miembro del jurado pestañeó siquiera. El juez volvió su silla y miró a Belk.
—¿Hay algo que quiera decir, señor Belk?
—Un momento, señoría.
Belk se volvió hacia Bosch y susurró:
—¿Qué le parece? Es el mejor momento para pedir un juicio nulo. Nunca lo había visto tan furioso. Conseguiremos un nuevo juicio y quizá para entonces el asunto de este imitador esté resuelto.
Bosch se lo pensó un momento. Quería terminar con el caso y no le gustaba la perspectiva de volver a enfrentarse a Chandler en otro juicio.
—¿Señor Belk? —dijo el juez.
—Yo opino que sigamos adelante con lo que tenemos —susurró Bosch—, ¿qué le parece?
Belk asintió y dijo:
—Creo que puede acabar de darnos el veredicto.
Entonces se levantó y desde su sitio dijo:
—Nada en este momento, señoría.
—¿Está seguro?
—Sí, señoría.
—De acuerdo, señora Chandler, como he dicho trataremos de esto otro día, pero trataremos de esto. Ahora puede continuar, pero tenga cuidado.
—Gracias, señoría. Antes de seguir adelante quiero decir que pido disculpas por mi línea de argumentación. No pretendía faltarle al respeto. Yo, lo lamento, me dejé llevar.
—Lo hizo. Disculpas aceptadas, pero lo del desacato todavía lo veremos después. Procedamos. Quiero que el jurado empiece a trabajar justo después de comer.
Chandler ajustó su posición en el estrado para mirar al jurado.
—Damas y caballeros, ustedes mismos han oído al detective Bosch en el estrado. Les pido, para terminar, que recuerden lo que dijo. Dijo que Norman Church se llevó lo que se merecía. Piensen en lo que significa esta afirmación en boca de un agente de policía. «Norman Church se llevó lo que merecía». En esta sala hemos visto cómo funciona el sistema judicial. Los mecanismos de control. El juez como arbitro y el jurado para decidir. Tal y como él mismo reconoció, el detective Bosch decidió que eso no era necesario. Decidió que no había necesidad de juez. No había necesidad de jurado. Le robó a Norman Church la oportunidad de justicia. Y así, en última instancia, se la robó a ustedes. Piénsenlo.
Chandler recogió del estrado su bloc amarillo y fue a sentarse.