Bosch estaba encendiendo un cigarrillo mientras empujaba con el hombro una de las puertas de cristal del Parker Center. Irving le había sobresaltado con su anécdota. Bosch siempre había pensado que algún día se encontraría con alguien del departamento que conocería el caso, pero el nombre de Irving nunca se le había pasado por la cabeza.
Mientras atravesaba el aparcamiento sur para buscar el Caprice vio a Jerry Edgar de pie en la esquina de Los Angeles con la Primera, esperando que cambiara el semáforo. Bosch miró su reloj. Eran las cinco y diez, la hora de salir. Pensó que probablemente Edgar iba al Code Seven o al Red Wind a echar un trago antes de enfrentarse al tráfico de la autovía. No era una mala idea. Probablemente Sheehan y Opelt ya estaban sentados en taburetes de alguno de los dos bares.
Cuando Bosch llegó a la esquina, Edgar le llevaba una manzana y media de ventaja e iba caminando por la Primera en dirección al Code Seven. Bosch apretó el paso. Por primera vez en mucho tiempo sentía una ansia mental de tomar alcohol. Quería olvidarse durante un rato de Church y Mora, y también de Chandler y de sus propios secretos y de lo que Irving le había contado en la sala de reuniones.
Pero entonces Edgar pasó de largo junto a la porra que servía de tirador en la puerta del Code Seven sin siquiera echarle una mirada. Cruzó Spring y caminó junto al edificio del Times hacia Broadway. Va al Red Wind, pensó Bosch.
El Wind estaba bien para echar un trago. No tenía Weinhardt en barril, sólo en botella, por lo que el local perdía puntos. Otro inconveniente era que contaba con el favor de los yuppies de la sala de redacción del Times, y muchas veces había más periodistas que polis. Lo mejor era que los jueves y viernes tocaba un cuarteto en directo entre las seis y las diez. La mayoría de sus miembros eran retirados de los clubes que no estaban demasiado borrachos, pero era una forma tan buena como otra cualquiera para salvarse de la hora punta.
Observó que Edgar cruzaba Broadway y se quedaba en la Primera en lugar de doblar a la izquierda para enfilar hacia el Wind. Bosch aminoró un poco el paso para que Edgar recuperara su ventaja de una manzana y media. Encendió otro cigarrillo y se sintió incómodo ante la perspectiva de seguir al otro detective, pero lo hizo de todos modos. Empezaba a inquietarle un mal presagio.
Edgar dobló a la izquierda en Hill y se metió en la primera puerta del lado este, enfrente de la nueva entrada de metro. La puerta que abrió era la del Hung Jury, un bar que estaba junto al vestíbulo del Fuentes Legal Center, edificio de ocho plantas que estaban ocupadas en su totalidad por despachos de abogados. En su mayor parte, los inquilinos eran abogados defensores y de litigios que habían elegido un edificio anodino, por no decir feo, a causa de su privilegiada ubicación; estaba a sólo una manzana de los tribunales penales y a una manzana y media del edificio federal.
Bosch lo sabía porque Belk se lo había contado el día que ambos habían acudido al Fuentes Legal Center para ir al despacho de Honey Chandler. Bosch había sido citado para prestar declaración en el caso Norman Church.
La sensación de inquietud se tornó en un agujero en el estómago cuando abrió la puerta del Hung Jury y entró en el vestíbulo principal del Fuentes Center. Conocía la disposición del bar porque había pasado a tomarse una cerveza y un trago después de la declaración con Chandler, y sabía que había una entrada desde el vestíbulo del edificio. Empujó la puerta de la entrada del vestíbulo y entró en una sala donde había dos teléfonos públicos y las puertas de los lavabos. Se acercó a la esquina y miró cuidadosamente a la zona del bar.
Sinatra cantaba Summer Wind desde una máquina de discos que Bosch no podía ver; una camarera con una peluca hinchada y billetes enrollados en los dedos —de diez, de cinco y de uno— estaba sirviendo una ronda de martinis a cuatro abogados sentados cerca de la entrada principal y el barman estaba inclinado sobre la barra tenuemente iluminada, fumando un cigarrillo y leyendo el Hollywood Reporter. Bosch supuso que cuando no trabajaba en la barra sería actor o guionista. O tal vez un cazatalentos. ¿Quién no era cazatalentos en Los Ángeles?
Cuando el barman se inclinó para apagar el cigarrillo, Bosch vio a Edgar sentado en el extremo de la barra con una cerveza de barril delante. A su lado una cerilla brilló en la oscuridad y Bosch observó que Honey Chandler encendía un cigarrillo y luego tiraba el fósforo en un cenicero que tenía junto a lo que parecía un bloody mary.
Bosch retrocedió y se perdió de vista.
Esperó junto a una casucha de contrachapado que habían construido en la acera de Hill y la Primera y que servía de quiosco de periódicos. Lo habían cerrado y tapado con tablones por la noche. Mientras oscurecía y empezaban a encenderse las farolas, Bosch pasó el tiempo esquivando mendigos y prostitutas que buscaban a un último «especial hombre de negocios» antes de trasladarse desde el centro hacia Hollywood para el trabajo de la noche, la parte más dura.
Cuando vio que Edgar salía del Hung Jury, Bosch ya tenía una bonita pila de colillas a sus pies. Lanzó lo que le quedaba del cigarrillo que se estaba fumando y se escondió tras el quiosco para que Edgar no le viera. Bosch no detectó rastro de Chandler y supuso que había abandonado el bar por la otra puerta y había bajado al garaje. Edgar probablemente había rechazado el viaje hasta el Parker Center.
Cuando Edgar pasó junto al quiosco Bosch salió tras él.
—¿Pasa, Jerry?
Edgar saltó como si le hubieran colocado un cubito de hielo en la nuca.
—¿Harry? ¿Qué estás…? Eh, ¿quieres echar un trago? Yo venía a eso.
Bosch dejó que se quedara allí muñéndose de vergüenza unos segundos antes de decir:
—Tú ya te has tomado uno.
—¿Qué quieres decir?
Bosch dio un paso hacia su compañero. Edgar parecía francamente asustado.
—Ya sabes qué quiero decir. Una cerveza para ti, ¿no? Y un bloody mary para la dama.
—Oye, Harry, mira, yo…
—No me llames así. No vuelvas a llamarme Harry. ¿Entendido? Si quieres hablar conmigo llámame Bosch. Así es como me llama la gente que no es amiga mía, la gente de la que no me fío. Llámame Bosch.
—¿Puedo explicarme? Har…, eh, dame la oportunidad de explicarme.
—¿Qué hay que explicar? Me has jodido. No hay nada que explicar. ¿Qué le has dicho esta noche? Le has contado todo lo que acabamos de hablar en el despacho de Irving. No creo que lo necesite, tío. El daño ya está hecho.
—No. Ella se fue hace mucho rato. He estado solo la mayor parte del tiempo, pensando en cómo salir de ésta. No le dije una palabra de la reunión de hoy. Harry, yo no…
Bosch dio un paso más y en un rápido movimiento levantó la mano abierta y golpeó a Edgar en el pecho.
—¡Te he dicho que no me llames así! —gritó—. Eres un mierda. Tú… Trabajábamos juntos, tío. Te he enseñado… Me están dando por culo en esa sala y descubro que tú eres el puto topo.
—Lo siento, yo…
—¿Y Bremmer? ¿Fuiste tú el que le habló de la nota? ¿Ahora vas a tomarte una copa con él? ¿Vas a ver a Bremmer? Bueno, no dejes que te retrase.
—No, tío, yo no he hablado con Bremmer. Mira, cometí un error, ¿vale? Lo siento. Ella también me ha jodido. Era como un chantaje. No podía… Trataba de salir de esto, pero ella me tenía cogido por las pelotas. Tienes que creerme, tío.
Bosch lo miró un momento. Ya estaba completamente oscuro, pero le pareció que los ojos de Edgar brillaban a la luz de las farolas. Tal vez se estaba aguantando las lágrimas. Pero de qué eran esas lágrimas. ¿Eran lágrimas por la pérdida de la relación que tenían? ¿O eran lágrimas de miedo? Bosch sintió la inyección de su poder sobre Edgar. Y Edgar sabía que lo tenía.
En voz muy tranquila y baja, Bosch dijo:
—Quiero saberlo todo. Vas a contarme lo que has hecho.
El cuarteto del Wind estaba en un descanso. Se sentaron en una mesa del fondo. Era una sala oscura, con paredes de madera, como cientos de otras en la ciudad. Una almohadilla de cuero rojo, con marcas de cigarrillos, recorría el extremo de la barra y las camareras lucían uniformes negros con delantales blancos y todas llevaban demasiado carmín en los labios. Bosch pidió un doble de Jack Black y una botella de Weinhard. También le dio a la camarera dinero para un paquete de cigarrillos. Edgar, que tenía la cara de un hombre cuya vida se le había escapado, pidió un Jack Black y un vaso de agua.
—Es la puta recesión —empezó Edgar antes de que Bosch le hiciera una pregunta—. El mercado inmobiliario se ha ido al cuerno. Tuve que dejar el trabajo, y tenemos la hipoteca y, ya sabes cómo es, tío. Brenda se ha acostumbrado a cier…
—No me jodas. ¿Crees que quiero escuchar que me has vendido porque tu mujer tiene que conducir un Chevrolet en lugar de un BMW? Vete a la mierda. Tú…
—No es así. Yo…
—Cállate. Estoy hablando yo. Tú vas a…
Ambos se callaron mientras la camarera les servía las bebidas y les traía los cigarrillos. Bosch dejó un billete de veinte en la bandeja sin apartar de Edgar su mirada oscura y encolerizada.
—Vamos, ahórrate las mentiras y cuéntame lo que hiciste.
Edgar vació la copa y luego tomó agua antes de empezar.
—Eh, verás, fue el lunes por la tarde a última hora. Habíamos estado en la escena en Bing’s y yo había vuelto a la oficina. Recibí una llamada en la oficina y era Chandler. Ella sabía que había pasado algo. No sé cómo, pero lo sabía, conocía la nota y que habíamos descubierto un cadáver. Debió de darle la voz Bremmer o alguien. Ella empezó a hacer preguntas, ¿sabes? ¿Se ha confirmado que era del Fabricante de Muñecas? Cosas así. La eché. Sin comentarios.
—¿Y?
—Bueno, entonces, ella me ofreció algo. Debo dos meses de hipoteca y Brenda ni siquiera lo sabe.
—¿Qué te he dicho? No quiero que me cuentes tus penas. Ya te digo que no tengo compasión por eso. Si me lo cuentas sólo conseguirás enfurecerme.
—Vale, vale. Me ofreció dinero. Yo le dije que lo pensaría. Ella me dijo que si quería hacer un trato me reuniera con ella en el Hung Jury esa noche… No me dejas que diga el porqué, pero tenía razones, así que fui. Sí, fui.
—Sí, y la cagaste —dijo Bosch, esperando derribar el tono desafiante que se había abierto paso en la voz de Edgar.
Había acabado el último de sus Jack Black y le había hecho una seña a la camarera, pero ella no le había visto. Los músicos estaban ocupando sus lugares detrás de sus instrumentos. El líder era un saxofonista y Bosch lamentó no estar en el local en otras circunstancias.
—¿Qué le contaste?
—Sólo lo que sabíamos ese día. Pero ella ya lo tenía casi todo. Le expliqué que tú dijiste que parecía del Fabricante de Muñecas. No era mucho, Ha… y la mayor parte estaba en el periódico al día siguiente. Y yo no era la fuente de Bremmer. Has de creerme.
—¿Le contaste que fui a la escena del crimen?
—Sí, se lo dije. ¿Cuál era el secreto?
Bosch pensó en todo ello durante unos minutos. Observó que la banda empezaba con un tema de Billy Strayhorn titulado Lush Life. La mesa estaba lo bastante alejada del cuarteto para que se pudiera hablar. Harry examinó con la mirada el resto del bar para ver si había alguien más conocido y vio a Bremmer sentado en la barra, acunando una cerveza. Estaba con un grupo de lo que parecían periodistas. Uno de sus acompañantes llevaba incluso una de esas libretas finas y alargadas que los periodistas se encajan siempre en el bolsillo de atrás.
—Hablando de Bremmer, ahí está. Tal vez quiera comprobar contigo un par de detalles cuando hayamos terminado.
—Harry, no soy yo.
Esta vez Bosch le perdonó el Harry. La escena le estaba empezando a cansar y a deprimir. Quería terminar con eso y salir del bar para ir a ver a Sylvia.
—¿Cuántas veces hablaste con ella?
—Todas las noches.
—Te cameló, ¿eh? Tenías que ir a verla.
—Fui un estúpido. Necesitaba el dinero. Después de que me reuní con ella la primera noche, me tenía por las pelotas. Dijo que quería estar al corriente de la investigación o te diría que era la fuente e informaría a asuntos internos. Joder, nunca me pagó.
—¿Qué ha pasado para que se haya ido tan pronto esta noche?
—Ha dicho que el caso había terminado, que mañana eran las exposiciones finales, así que ya no le importaba lo que sucediera con el caso. Me dejó ir.
—Pero no terminará ahí. Eso lo sabes, ¿verdad? Cada vez que necesite una matrícula o una dirección de Tráfico o el número de teléfono de un testigo te va a llamar. Te tiene pillado, tío.
—Lo sé. Tendré que lidiar con eso.
—¿Y todo por qué? ¿Cuál fue el precio esa primera noche?
—Quería una cuota de la hipoteca… Si no puedo vender una puta casa, no puedo pagar la hipoteca. No sé qué voy a hacer.
—¿Y yo? ¿No te importa lo que voy a hacer yo?
—Sí, sí me importa.
Bosch volvió a mirar al cuarteto. Continuaba con el repertorio de Strayhorn y estaban en blood count. El saxofonista era muy competente. Se quedaba en el punto y el fraseo era limpio.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Edgar.
Bosch no tuvo que pensarlo. No apartó la mirada del saxofonista mientras habló.
—Nada.
—¿Nada?
—Se trata de lo que tú vas a hacer. No puedo seguir trabajando contigo, tío. Sé que tenemos este asunto con Irving, pero es el final. Después de que esto acabe irás a ver a Pounds y le dirás que quieres un traslado.
—Pero no hay vacantes en homicidios fuera de Hollywood. Miré el tablón de anuncios y ya sabes lo raras que son.
—Yo no he dicho nada de homicidios. Sólo he dicho que vas a pedir un traslado. Pedirás lo primero que se presente, ¿entendido? Me da igual si terminas en coches en la Setenta y siete, coges lo primero que salga.
Miró a Edgar, cuya boca estaba entreabierta, y dijo:
—Es el precio que has de pagar.
—Pero homicidios es lo mío, lo sabes. Es donde está la acción.
—Y tú ya no estás donde está la acción. No es negociable. A no ser que te quieras arriesgar con asuntos internos. Pero si tú no vas a ver a Pounds, iré yo. No puedo trabajar más contigo. Es todo.
Volvió a mirar a la banda. Edgar estaba en silencio y al cabo de unos segundos Bosch le pidió que se fuera.
—Sal tú primero. No quiero caminar contigo hasta el Parker Center.
Edgar se levantó y se quedó dudando junto a la mesa unos momentos antes de decir:
—Algún día vas a necesitar a todos los amigos que puedas conseguir. Ese día te acordarás de lo que me has hecho.
—Lo sé —dijo Bosch sin mirarle.
Después de que Edgar se hubo ido, Bosch captó la atención de la camarera y pidió otra ronda. El cuarteto tocaba Rain Check con algunos riffs improvisados que a Bosch le gustaron. El whisky estaba empezando a calentarle el estómago y se sentó, fumó y escuchó, tratando de no pensar en nada que tuviera que ver con polis o asesinos.
Pero enseguida sintió cerca una presencia y al volverse vio a Bremmer de pie con su botella de cerveza en la mano.
—Por la cara de Edgar entiendo que no va a volver. ¿Puedo unirme a ti?
—No, no va a volver y tú puedes hacer lo que quieras, pero estoy fuera de servicio, off the record y fuera de juego.
—En otras palabras, no vas a decir nada.
—Lo has captado.
El periodista se sentó y encendió un cigarrillo. Sus ojos verdes, pequeños pero afilados, bizquearon con el humo.
—Está bien, porque yo tampoco estoy trabajando.
—Bremmer, tú siempre estás trabajando. Si ahora se me escapa algo, tú no te vas a olvidar.
—Supongo. Pero olvidas las veces que trabajamos juntos. Los artículos que te ayudaron, Harry. Escribo un artículo que no va en la dirección que tú quieres y todo eso se olvida. Ahora soy «el maldito periodista» que…
—No me he olvidado de nada. Estás sentado aquí, ¿no? Recuerdo lo que has hecho por mí y recuerdo lo que has hecho contra mí. Al final la cosa se equilibra.
Ambos se quedaron sentados en silencio y escuchando la música. El tema concluyó justo cuando la camarera estaba sirviendo el tercer Jack Black doble de Bosch.
—No estoy diciendo que lo revelaré —dijo Bremmer—, pero ¿por qué es tan importante mi fuente del artículo?
—Ya no es tan importante. Entonces simplemente quería saber quién quería joderme.
—Eso ya lo habías dicho. Que alguien te estaba tendiendo una trampa. ¿De verdad lo crees?
—No importa. ¿Qué clase de artículo has escrito para mañana?
El periodista se enderezó y sus ojos brillaron.
—Ya lo verás. Una historia de tribunales. Tu testimonio acerca de que alguien está continuando con los asesinatos. Va a salir en portada. Por eso estoy aquí. Siempre salgo a tomar algo cuando consigo la primera página.
—Una fiesta, ¿eh? ¿Y mi madre? ¿Eso también lo has metido?
—Harry, si es eso lo que te preocupa, olvídalo. Ni siquiera lo menciono en el artículo. Para serte sincero, está claro que es de vital interés para ti, pero por lo que respecta al artículo está muy dentro del béisbol. Lo dejé fuera.
—¿Dentro del béisbol?
—Demasiado arcano, como esas estadísticas que sueltan los tíos de deportes en la tele. Ya sabes, como cuántas bolas rápidas el zurdo tal tal lanzó durante la tercera entrada del quinto juego en las Series Mundiales de 1956. Creo que ese asunto de tu madre (el intento de Chandler de usarlo como tu motivación para cargarte a ese tipo) era demasiado complejo.
Bosch se limitó a asentir. Estaba contento de que al menos esa parte de su vida no estuviera al día siguiente en las manos de un millón de compradores del diario, pero lo disimuló.
—Pero —dijo Bremmer—, he de decírtelo, si se falla en tu contra y los miembros del jurado empiezan a decir que piensan que vengaste la muerte de tu madre, entonces eso sirve y yo no tendría elección.
Bosch asintió de nuevo. Le parecía justo. Miró el reloj y vio que eran casi las diez. Sabía que tenía que llamar a Sylvia y sabía que debería salir de allí antes de que empezara el siguiente tema y lo cautivara.
Se terminó la copa y dijo:
—Me voy.
—Sí, yo también —dijo Bremmer—. Saldré contigo.
En la calle, el frío de la noche sacudió el aturdimiento etílico de Bosch. Se despidió de Bremmer, se metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar por la acera.
—Harry, ¿vas a ir caminando al Parker Center? Sube, tengo el coche aquí mismo.
Bremmer abrió la puerta del pasajero de su Le Sabre, que estaba aparcado justo delante del Wind. Bosch entró sin decir una palabra de agradecimiento y se inclinó para abrir la puerta del otro lado. Cuando estaba borracho entraba en una fase en la que apenas decía nada, se limitaba a vegetar en sus propios jugos y escuchar.
Bremmer inició la conversación durante el trayecto de cuatro travesías hasta el Parker Center.
—Esa Money Chandler tiene algo, ¿no? Sabe cómo jugarle a un jurado.
—Crees que ha ganado, ¿no?
—Va a estar ajustado, Harry. Creo. Pero incluso si es uno de esos veredictos que ahora son tan populares contra el Departamento de Policía de Los Ángeles, se hará rica.
—¿A qué te refieres?
—No habías estado antes en un tribunal federal, ¿verdad?
—No, y no quiero que se convierta en un hábito.
—Bueno, en un caso de derechos civiles, si el demandante gana (en este caso Chandler) entonces el acusado (en este caso es la ciudad la que paga tu factura) ha de pagar las minutas de los abogados. Te garantizo, Harry, que en su alegato final Money va a decirle a ese jurado que lo único que tiene que hacer es declarar que actuaste mal. E incluso daños de un dólar logran esa declaración. El jurado lo verá como la salida más fácil. Pueden decir que te equivocaste y dar sólo un dólar de indemnización. Lo que no sabrán, porque Belk no está autorizado a decirlo, es que incluso aunque el demandante gane un dólar, Chandler presenta su minuta al ayuntamiento. Y eso no será un dólar. Es un chanchullo.
—Mierda.
—Sí, así es el sistema judicial.
Bremmer entró en el aparcamiento y Bosch señaló su Caprice en una de las primeras filas.
—¿Estás bien para conducir? —preguntó Bremmer.
—No hay problema.
Bosch estaba a punto de cerrar la puerta cuando Bremmer lo detuvo.
—Eh, Harry, los dos sabemos que no puedo revelar mi fuente, pero puedo decirte quién no es. Y te digo que no es nadie que tú esperes. ¿Sabes? Ni Edgar ni Pounds si es que estás pensando en ellos. Olvídalo. Nunca adivinarías quién es, así que no te molestes, ¿vale?
Bosch sólo asintió y cerró la puerta.