Como los otros dos subdirectores del departamento, Irving disponía de una sala de conferencias privada en el Parker Center. Estaba amueblada con una amplia mesa con tablero de formica y seis sillas, una planta en un tiesto y una barra que recorría la pared del fondo. No había ventanas. A la sala se accedía desde una puerta que comunicaba con el despacho del asistente o bien desde el pasillo principal de la sexta planta. Bosch fue el último en llegar a la cumbre que había convocado Irving y ocupó la única silla que quedaba libre. En las otras se habían sentado el subdirector, seguido en el sentido contrario a las agujas del reloj por Edgar y tres hombres de la División de Robos y Homicidios. Bosch conocía a dos de ellos, los detectives Frankie Sheehan y Mike Opelt. Ambos habían formado parte del equipo de investigación del caso del Fabricante de Muñecas cuatro años antes.
Al tercer hombre de robos y homicidios Bosch sólo lo conocía por su nombre y reputación: el teniente Hans Rollenberger. Lo habían ascendido a robos y homicidios poco después de que Bosch fuera degradado a Hollywood. Pero amigos como Sheehan mantenían informado a Bosch. Le habían explicado que Rollenberger era otro burócrata cortado por el mismo patrón, un hombre que evitaba las decisiones controvertidas que podían amenazar su carrera del mismo modo que la gente evitaba a los mendigos en la acera, simulando que no los habían visto ni oído. Era un trepa y, por consiguiente, uno no podía fiarse de él. En robos y homicidios, las tropas lo llamaban Hans Off por el tipo de jefe que era. La moral en robos y homicidios, la unidad a la que aspiraban todos los detectives del departamento, estaba posiblemente en su punto más bajo desde que el vídeo de Rodney King apareció en la tele.
—Siéntese, detective Bosch —dijo Irving cordialmente—, creo que conoce a todo el mundo.
Antes de que Bosch pudiera responder, Rollenberger saltó de su silla y le tendió la mano.
—Teniente Hans Rollenberger.
Bosch le estrechó la mano y ambos se sentaron. Bosch se fijó en una larga pila de archivos que se hallaba en el centro de la mesa e inmediatamente reconoció que eran los que había recopilado el equipo de investigación en el caso del Fabricante de Muñecas. Los que Bosch tenía en su poder eran sus propios archivos personales. Lo que estaba apilado en la mesa probablemente era la totalidad del registro principal extraído de los archivos.
—Nos hemos reunido para ver qué podemos hacer acerca de este problema que ha surgido con el caso del Fabricante de Muñecas —dijo Irving—. Como probablemente le haya dicho Edgar, voy a ceder este caso a robos y homicidios. El teniente Rollenberger dispondrá de toda la gente que necesite. Asimismo he solicitado que el detective Edgar participe en el caso y también usted, en cuanto quede libre de las obligaciones del juicio. Quiero resultados rápido. Esto ya se está convirtiendo en una pesadilla de relaciones públicas, lo que supongo que se ha revelado durante el testimonio de hoy en su juicio.
—Sí, bueno, lo siento. Estaba bajo juramento.
—Lo entiendo. El problema es que estaba testificando acerca de cosas que sólo usted conoce. Yo tenía a mi ayudante en la sala y me ha informado de su, eh, teoría acerca de lo que ha ocurrido con este nuevo caso. Anoche tomé la decisión de que robos y homicidios controlara el asunto. Después de conocer su testimonio de hoy he decidido montar un equipo especial de investigación.
»Ahora quiero que nos ponga al día de qué es lo que está sucediendo exactamente, lo que sabe y lo que piensa. A partir de ahí haremos planes.
Todos miraron a Bosch por un momento y él no estaba seguro de por dónde empezar. Sheehan intervino con una pregunta. Era una señal de que Irving estaba jugando limpio esta vez, de que Bosch podía sentirse seguro.
—Edgar dice que hay un imitador. Que no hay problema con Church.
—Eso es —respondió Bosch—. Church era el hombre. Pero mató a nueve mujeres, no a once. Incubó un discípulo a medio camino y no lo vimos.
—Explíquese —dijo Irving.
Bosch lo hizo a lo largo de cuarenta y cinco minutos, durante los cuales Sheehan y Opelt formularon varias preguntas. La única cosa o persona que no mencionó fue a Mora.
Al final Irving dijo:
—Cuando desarrolló esta teoría del discípulo para Locke, ¿a él le pareció posible?
—Sí. Creo que cree que es posible. Pero fue útil. Me ayudó a aclararme. Quiero que se le mantenga informado. Es bueno para rebotar información.
—Entiendo que hay una filtración. ¿Puede ser Locke?
Negando con la cabeza, Bosch dijo:
—No acudí a él hasta anoche y Chandler ha sabido cosas desde el principio. Ella sabía que estuve en la escena del crimen el primer día. Hoy parecía conocer la dirección en la que vamos, que hay un discípulo. Tiene una buena fuente que la mantiene informada. Y Bremmer, en el Times, quién sabe. Tiene muchas fuentes.
—De acuerdo —dijo Irving—. Bueno, aparte del doctor Locke, nada de lo que se diga en esta sala saldrá de esta sala. Nadie habla con nadie. Ustedes dos —miró a Bosch y Edgar— ni siquiera dirán a sus superiores en Hollywood lo que están haciendo.
Sin nombrar a Pounds, Irving estaba postulando su sospecha de que éste podía ser el responsable de la filtración. Edgar y Bosch asintieron.
—Veamos —Irving miró a Bosch—, ¿adónde vamos desde aquí?
Sin dudarlo, Bosch dijo:
—Tenemos que revisar la investigación. Como he dicho antes, Locke cree que era alguien que tenía un acceso íntimo al caso, que conocía todos los detalles y luego los copió. Era una tapadera perfecta, al menos durante un tiempo.
—Estás hablando de un policía —dijo Rollenberger en lo que fueron sus primeras palabras desde que había empezado la reunión.
—Quizá. Pero hay otras posibilidades. La base de sospechosos es amplia. Tenemos a polis, gente que encontró los cadáveres, el personal del forense, transeúntes en las escenas de los crímenes, periodistas, mucha gente.
—Mierda —dijo Opelt—. Vamos a necesitar más gente.
—No se preocupe por eso —dijo Irving—. Conseguiré más. ¿Cómo lo limitamos?
—Cuando vimos a las víctimas aprendimos cosas del asesino —explicó Bosch—. Las víctimas y la superviviente generalmente caían en el mismo arquetipo. Rubias, pechugonas, trabajaban en el porno y vendían servicios de prostitución desde el teléfono. Locke cree que es así como el discípulo seleccionaba a sus víctimas. Las veía en vídeos y encontraba la forma de contactar con ellas a través de los anuncios en los periódicos para adultos locales.
—Es como si fuera de compras a buscar víctimas —dijo Sheehan.
—Sí.
—¿Qué más? —preguntó Irving.
—No mucho más. Locke dijo que el discípulo es muy listo, mucho más que Church. Pero eso podía ser desestructurante como dijo él. Por eso envió la nota. Nadie lo habría sabido nunca, pero entonces envió la nota. Ha pasado a una fase en la que quiere la atención que tenía el Fabricante de Muñecas. Está celoso de que este juicio haya atraído la atención hacia Church.
—¿Y otras víctimas? —preguntó Sheehan—. ¿Víctimas que no hayan sido descubiertas? Han pasado cuatro años.
—Sí, estoy trabajando en ello. Locke dice que tiene que haber más.
—Mierda —dijo Opelt—. Necesitamos más gente.
Todo el mundo permaneció en silencio mientras reflexionaba sobre el asunto.
—¿Y el FBI, no deberíamos contactar con la gente de ciencias del comportamiento? —preguntó Rollenberger.
Todos miraron a Hans Off como si fuera el chico que va a jugar a fútbol a un campo embarrado con pantalones blancos.
—¡Que se jodan! —dijo Sheehan.
—Parece que tenemos cierto control, al menos inicialmente —dijo Irving.
—¿Qué más sabemos del discípulo? —planteó Rollenberger, con la esperanza de desviar inmediatamente la atención de su patinazo—. ¿Tenemos alguna prueba física que pueda darnos conocimiento acerca de él?
—Bueno, hemos de localizar a la superviviente —dijo Bosch—. Nos dio un retrato robot que todo el mundo olvidó cuando cayó Church, pero ahora sabemos que su dibujo era probablemente el del discípulo. Necesitamos encontrarla y ver si todavía recuerda algo más que pueda ayudar.
Al decir esto, Sheehan buceó en la pila de archivos de la mesa y encontró el retrato robot. Era muy genérico y no se parecía a nadie que Bosch reconociera, y menos a Mora.
—Hemos de suponer que llevaba disfraces, lo mismo que Church, así que el retrato robot podría no ayudar. Pero la mujer podría recordar algo más, algo acerca de las maneras que podría permitirnos saber si se trataba de un poli.
»También he pedido a Amado de la oficina del forense que compare los kits de violación de las dos víctimas ahora atribuidas al discípulo. Hay bastantes posibilidades de que el discípulo cometiera un error.
—Expliquese —dijo Irving.
—El discípulo hacía todo lo que hacía el Fabricante de Muñecas, ¿verdad?
—Verdad —dijo Rollenberger.
—No. Sólo hacía lo que se sabía en ese momento acerca del Fabricante de Muñecas. Lo que sabíamos. Lo que no sabíamos era que Church había sido listo. Se había afeitado el cuerpo para no dejar pistas de pelos tras de sí. No lo supimos hasta que estuvo muerto, así que el discípulo tampoco. Y para entonces ya había matado a dos de las víctimas.
—Así que existe una probabilidad de que esos dos kits contengan pruebas físicas que apuntaran a nuestro hombre —dijo Irving.
—Eso es. He pedido a Amado que compare los dos kits. Debería saber algo el lunes.
—Eso está muy bien, detective Bosch.
Irving miró a Bosch y sus ojos se encontraron. Era como si el subdirector le estuviera enviando un mensaje y recibiendo otro al mismo tiempo.
—Ya veremos —dijo Bosch.
—Aparte de eso es todo lo que tenemos, ¿no? —dijo Rollenberger.
—Exacto.
—No.
Lo dijo Edgar, que hasta ese momento había permanecido en silencio. Todos lo miraron.
—En el hormigón encontramos (de hecho, fue Harry quien lo encontró) un paquete de cigarrillos. Cayó cuando el hormigón estaba blando. Así que hay una buena posibilidad de que fuera del discípulo. Era un Marlboro normal, de paquete blando.
—También podía haber sido de la víctima, ¿no? —preguntó Rollenberger.
—No —dijo Bosch—. Hablé anoche con su manager. Dijo que no fumaba. El cigarrillo casi con toda probabilidad era del discípulo.
Sheehan sonrió a Bosch y éste le devolvió la sonrisa. Sheehan levantó las manos y las juntó como si esperara a que le pusieran las esposas.
—Aquí estoy, chicos —dijo—. Es mi marca.
—Y también la mía —dijo Bosch—, pero yo te gano. Yo también soy zurdo. Será mejor que empiece a buscar una coartada.
Los hombres de la mesa sonrieron. Bosch dejó caer su sonrisa cuando de repente pensó en algo que sabía que todavía no podía contar. Miró los archivos apilados en el centro de la mesa.
—Mierda, todos los polis fuman Marlboro o Camel —dijo Opelt.
—Es un hábito sucio —dijo Irving.
—Estoy de acuerdo —dijo Rollenberger, un poco demasiado deprisa.
El comentario sumió a la mesa de nuevo en el silencio.
—¿Quién es su sospechoso?
Fue Irving quien lo preguntó. Estaba mirando otra vez a Bosch con esos ojos que Harry no podía descifrar. La pregunta sorprendió a Bosch. Irving lo sabía. De algún modo lo sabía. Harry no contestó.
—Detective, está claro que nos lleva un día de ventaja. Además ha participado en este caso desde el principio. Creo que tiene a alguien en mente. Cuéntenoslo. Necesitamos empezar por algún sitio.
Bosch vaciló, pero finalmente dijo:
—No estoy seguro… y no quiero…
—¿Arruinar la carrera de alguien si se equivoca? ¿Echar los perros a un hombre que posiblemente sea inocente? Eso se entiende. Pero no podemos dejar que lo investigue por su cuenta. ¿No ha aprendido nada de este juicio? Creo que «hacerse el héroe» es el término que ha usado Money Chandler para describirlo.
Todos lo estaban mirando a él. Él pensaba en Mora. El detective antivicio era extraño, pero ¿tan extraño? A lo largo de los años Bosch había sido investigado con frecuencia por el departamento y no quería que semejante peso cayera en la persona equivocada.
—¿Detective? —le insistió Irving—. Aunque lo único que tenga sea una corazonada, debe contárnosla. Las investigaciones empiezan con corazonadas. Quiere proteger a una persona, pero ¿qué vamos a hacer? Vamos a tener que investigar policías. ¿Qué diferencia hay si empezamos por esa persona o llegamos a él a su hora? De un modo u otro llegaremos a él. Denos su nombre.
Bosch pensó en lo que Irving había dicho. Se preguntó cuál era su motivación personal. ¿Estaba protegiendo a Mora o simplemente se lo estaba reservando para él? Pensó unos segundos más y finalmente dijo:
—Déjeme cinco minutos a solas con los archivos. Si hay algo ahí que yo creo que está ahí, entonces se lo diré.
—Caballeros —dijo Irving—, vamos a buscar un café.
Después de que la sala quedó vacía, Bosch se quedó casi un minuto mirando las carpetas y sin moverse. Se sentía confundido. No estaba seguro de si quería encontrar algo que le convenciera de que Mora era el discípulo o de que no lo era. Pensó en lo que Chandler había dicho al jurado acerca de monstruos y el abismo negro en el que moraban. El que luchara contra los monstruos, pensó, no debería pensar demasiado en ello.
Encendió un cigarrillo y se acercó la pila y empezó a buscar dos carpetas. El archivo cronológico estaba casi encima de todo. Era delgado. Básicamente era una guía rápida de las fechas importantes en la investigación. Encontró el archivo de personal de los miembros del equipo de investigación en la parte inferior de la pila. Era más grueso que el primero y Bosch lo había sacado porque contenía las agendas de los turnos semanales para los detectives asignados al equipo y los formularios de aprobación de horas extra. Como detective de grado tres a cargo de la brigada B, Bosch había estado encargado de mantener al día el archivo del personal.
Bosch miró en el archivo cronológico las fechas y horas en las que las dos actrices porno habían desaparecido y otra información pertinente acerca del modo en que habían sido atraídas hacia su destino fatal. Entonces buscó la misma información de la única superviviente. Lo anotó todo en orden en una página de su bloc de notas.
17 de junio, 23 h.
Georgia Stern, alias Velvet Box
Superviviente
6 de julio, 23.30 h
Nicole Knapp, alias Holly Lere
West Hollywood
28 de septiembre, 4 h
Shirleen Kemp, alias Heather Cummither
Malibu
Bosch abrió el archivo de personal y sacó los horarios del turno de tarde correspondientes a las semanas en que las mujeres habían sido agredidas o asesinadas. El 17 de junio, la noche que Georgia Stern fue atacada, era domingo, que era el día libre de la brigada B. Mora podría haberlo hecho, pero también cualquier otro que formara parte de la brigada.
En el caso Knapp, Bosch consiguió una coincidencia y sus dedos temblaron ligeramente mientras sostenía el planning de la semana del 1 de julio. La taquicardia ya era evidente. El 6 de julio, el día que enviaron a Knapp después de que llamaran por teléfono a las nueve de la noche y fue hallada muerta en la acera de Sweetzer en West Hollywood a las 23.30 era un viernes. Mora tenía que haber trabajado en el turno de las tres a medianoche con la brigada B, pero allí junto a su nombre y en la letra del propio Bosch estaba escrita la palabra «enfermo».
Bosch sacó rápidamente el programa de la semana del 22 de septiembre. El cuerpo desnudo de Shirleen Kemp había sido hallado en la cuneta de la autopista de la Costa del Pacífico, en Malibu, a las cuatro de la mañana del viernes 28 de septiembre. Se dio cuenta de que eso no era información suficiente y revisó el archivo de la investigación de su muerte.
Leyó rápidamente el informe y descubrió que Kemp tenía un servicio telefónico que había recibido una llamada para solicitar sus oficios en el Malibu Inn a las 0.55 horas. Cuando los detectives llegaron allí averiguaron a través de los registros de llamadas que a las 0.55 el ocupante de la habitación había realizado una llamada. El personal de recepción no logró proporcionar una descripción útil del hombre de la que se registró con nombre falso. Había pagado en efectivo.
Lo único que el personal del mostrador podía decir con absoluta certeza era que se había registrado a las 0.35 horas porque en todas las fichas de entrada se marcaba la hora. El hombre había llamado a Heather Cummither veinte minutos después de registrarse.
Bosch volvió a centrarse en el programa de trabajo. El viernes antes de que Kemp fuera asesinada, Mora había trabajado. Pero al parecer había llegado y salido pronto. Había fichado a las 14.40 y había salido a las 23.45.
Eso le daba cincuenta minutos para llegar de la comisaría de Hollywood al Malibu Inn y registrarse en la habitación a las 0.35 horas del viernes. Bosch sabía que podía hacerse. Apenas había tráfico en la autopista del Pacífico a esa hora de la noche.
Podía ser Mora.
Se fijó en que el cigarrillo que había dejado encendido en el borde de la mesa se había consumido hasta la colilla y había descolorido el borde de fórmica. Rápidamente tiró el cigarrillo en un tiesto que contenía un ficus que había en una esquina de la mesa y giró ésta de manera que la marca de la quemadura quedara en el sitio en el que se había sentado Rollenberger. Agitó una de las carpetas para dispersar el humo y abrió la puerta del despacho de Irving.
—Raymond Mora.
Irving había dicho el nombre en voz alta seguramente para ver cómo sonaba. No dijo nada más cuando Bosch terminó de explicar lo que sabía. Bosch lo observó y esperó que comentara algo, pero el subdirector sólo olisqueó el aire, identificó el humo del cigarrillo y frunció el ceño.
—Otra cosa —dijo Bosch—. Locke no fue el único con quien hablé del discípulo. Mora sabe todo lo que acabo de explicar. Estaba en el equipo de investigación y esta semana acudimos a él para solicitar ayuda en la identificación de la rubia de hormigón. Yo estaba en vicio administrativo cuando me llamaron al busca. Ya me había llamado anoche.
—¿Qué quería? —preguntó Irving.
—Quería que supiera que pensaba que el discípulo podía haber matado a las dos reinas del porno de las once originales. Dijo que se le acababa de ocurrir que tal vez el discípulo había empezado entonces.
—Mierda —dijo Sheehan—, este tío está jugando con nosotros. Si…
—¿Qué le dijo usted? —interrumpió Irving.
—Le dije que yo también estaba pensando en lo mismo. Y le pedí que consultara sus fuentes para ver si podía descubrir si había otras mujeres que desaparecieron o dejaron el negocio como lo hizo Becky Kaminski.
—¿Le pediste que se pusiera a trabajar en esto? —dijo Rollenberger, con las cejas arqueadas por el asombro y la rabia.
—Tenía que hacerlo. Era la pregunta obvia. Si no lo hubiera hecho, habría sabido que sospechaba.
—Tiene razón —dijo Irving.
El pecho de Rollenberger pareció desinflarse un poco. No lograba dar una a derechas.
—Vamos a necesitar más gente —dijo Opelt, puesto que todo el mundo parecía tan bien dispuesto.
—Quiero que empiecen a vigilarlo mañana por la mañana —ordenó Irving—. Vamos a necesitar al menos tres equipos. Sheehan y Opelt serán uno. Bosch, usted está implicado en el juicio y quiero que Edgar trabaje en localizar a la superviviente, así que ustedes dos están descartados. Teniente Rollenberger, ¿de quién más puede disponer?
—Bueno, Yde está por aquí porque Buchert está de vacaciones y Mayfield y Rutherford están en el tribunal en el mismo caso. Puedo liberar a uno para que haga pareja con Yde. Eso es todo lo que tengo, a no ser que quiera que aparquemos alguna investigación.
—No, no quiero eso. Ponga a Yde y Mayfield en esto. Iré a ver a la teniente Hilliard y veré de quién puede disponer en el valle. Tiene a tres equipos en el caso del camión de catering desde hace un mes y están en un callejón sin salida. Quitaré un equipo del caso.
—Muy bien, señor —dijo Rollenberger.
Sheehan miró a Harry y puso cara de que iba a vomitar con ese tipo de jefe. Bosch le devolvió la sonrisa. La sensación de vértigo siempre estaba presente cuando los detectives recibían las órdenes y estaban a punto de emprender la caza.
—Opelt, Sheehan, quiero que se pongan con Mora mañana a las ocho —dijo Irving—. Teniente, quiero que prepare una reunión con el nuevo personal mañana por la mañana. Póngales al corriente de lo que tenemos y que un equipo releve a Opelt y Sheehan en la vigilancia de Mora a las cuatro de la tarde. Estarán con Mora hasta que no quede luz. Si hace falta hacer horas extras las autorizaré. La otra pareja asumirá la vigilancia a las ocho de la mañana del sábado y Opelt y Sheehan continuarán a las cuatro. Rotaremos así. Los vigilantes del turno de noche tienen que quedarse con él hasta que estén seguros de que se ha metido en la cama. No quiero errores. Si este tipo hace algo mientras lo estamos vigilando ya pueden irse despidiendo de sus carreras.
—¿Jefe?
—Sí, Bosch.
—No hay garantía de que vaya a hacer algo. Locke piensa que el discípulo tiene mucho control. No cree que salga de caza cada noche. Cree que controla sus impulsos y que vive de manera bastante normal, hasta que actúa a intervalos regulares.
—Ni siquiera tenemos la garantía de que estemos vigilando al hombre correcto, detective Bosch, pero quiero que lo vigilemos de todos modos. Mantengo la esperanza de que estemos espantosamente equivocados con el detective Mora, pero lo que ha dicho aquí es convincente desde un punto de vista circunstancial. No hay nada que sirva para un juicio. Así que lo vigilaremos y mantendremos la esperanza de que si es él veremos la señal de alarma antes de que haga daño a nadie más. Mi…
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Rollenberger.
—No me interrumpa, teniente. Mi fuerte no es ni el trabajo detectivesco ni el psicoanálisis, pero algo me dice que sea quien sea el discípulo, está sintiendo la presión. Está claro que se la echó encima él mismo con la nota. Y puede que piense que éste es un juego del gato y el ratón que puede dominar. No obstante, está sintiendo la presión. Y una cosa que sé, sólo de ser poli, es que cuando esta gente a la que yo llamo moradores del filo siente la presión, reacciona. A veces se quiebran, a veces actúan. Así que lo que estoy diciendo es que, con lo que sé del caso, quiero que Mora esté vigilado aunque sólo salga al buzón a recoger el correo.
Los detectives se quedaron en silencio. Incluso Rollenberger, que parecía acobardado por su patinazo al interrumpir a Irving.
—Muy bien, entonces, cada uno tiene su misión. Sheehan y Opelt, vigilancia. Bosch, usted va por libre hasta que termine con el juicio. Edgar, usted tiene a la superviviente y cuando tenga tiempo investigue a Mora. Nada que le vuelva a él.
—Está divorciado —apuntó Bosch—. Se divorció justo antes de que se formara el equipo del Fabricante de Muñecas.
—Muy bien, ése será su punto de partida. Vaya al tribunal y saque el expediente del divorcio. Quién sabe, tal vez tengamos suerte. Tal vez su mujer lo dejó porque a él le gustaba maquillarla como a una muñeca. Las cosas ya han sido lo bastante duras en este caso, no nos vendría mal una ayudita así.
Irving miró a la cara a todos los reunidos en la mesa.
—El potencial que tiene este caso para dejar en ridículo al departamento es enorme. Pero no quiero que nadie se reserve. Dejemos que cada piedra caiga en su lugar… Muy bien, cada uno tiene su función. Pónganse a ello. Pueden salir todos, salvo el detective Bosch.
Mientras los otros salían de la sala, Bosch pensó que el rostro de Rollenberger mostraba su decepción por no tener la oportunidad de una entrevista privada con Irving para lamerle el culo.
Después de que se cerró la puerta, Irving se quedó unos segundos en silencio mientras ordenaba lo que quería decir. Durante la mayor parte de la carrera de Bosch como detective, Irving había sido su perdición, empeñado perpetuamente en controlarle y llevarlo al redil. Bosch siempre se había resistido. Nada personal, simplemente a Bosch no le iba eso.
Sin embargo, esta vez Bosch sentía que Irving estaba algo más relajado. Lo advertía en la forma en que le había tratado durante la reunión, en el modo en que había testificado esa misma semana. Podría haber puesto a Bosch a cocerse al sol, pero no lo había hecho. Aun así, no era algo que Bosch pudiera o quisiera reconocerle. Así que esperó en silencio.
—Buen trabajo, detective. Especialmente teniendo en cuenta el juicio y todo lo que está pasando.
Bosch asintió, aunque ya sabía que ése no era el objeto de la reunión.
—Verá, es por eso que le he pedido que se quede. Por el juicio. Quiero, veamos cómo lo digo…, quería decirle, y disculpe el lenguaje, que me importa una puta mierda lo que decida el jurado o cuánto dinero le suelten a esa gente. Ese jurado no tiene ni idea de lo que significa estar ahí fuera. Tener que tomar decisiones que pueden costar una vida o salvarla. Usted no puede dedicar una semana para examinar y juzgar con precisión la decisión que tuvo que tomar en un segundo.
Bosch estaba pensando en algo que decir y el silencio pareció instalarse demasiado tiempo.
—Da igual —dijo Irving al fin—. Supongo que he tardado cuatro años en llegar a esa conclusión, pero mejor tarde que nunca.
—Oiga, podría servirme para el alegato final de mañana.
El rostro de Irving se encogió, las mandíbulas se doblaron como si acabara de tomar un bocado de chucrut frío.
—No empecemos con eso, tampoco. ¿Qué está haciendo esta ciudad? La oficina del fiscal municipal es sólo una escuela, una escuela de derecho para abogados. Y los contribuyentes pagan las clases. Tenemos esos pardillos, eh, vivarachos, que no tienen ni idea de la ley judicial. Aprenden de los errores que cometen en el tribunal a cuenta nuestra. Y cuando por fin son buenos y saben qué coño están haciendo, se van y se convierten en los abogados que nos demandan.
Bosch nunca había visto a Irving tan animado. Era como si se hubiera desprendido de su personalidad almidonada que siempre llevaba por uniforme. Harry estaba embelesado.
—Lo siento —dijo Irving—. Me he dejado llevar. En cualquier caso, buena suerte con ese jurado, pero no permita que le preocupen.
Bosch no dijo nada.
—¿Sabe, Bosch?, basta con una reunión de media hora con el teniente Rollenberger en la sala para que me entren ganas de examinarme a mí mismo y a este departamento y hacia adonde se dirige. Él no es el departamento al que yo ingresé o al que ingresó usted. Es un buen gerente, sí, y yo también, o al menos eso creo. Pero no podemos olvidar que somos polis…
Bosch no sabía qué decir, o si debería decir algo. Parecía que Irving estaba casi divagando. Como si quisiera explicar algo, pero en cambio estuviera buscando otra cosa que decir.
—Hans Rollenberger, qué nombre, ¿eh? Supongo que los detectives de su equipo lo llaman Hans Off, ¿me equivoco?
—A veces.
—Sí, bueno, no es de extrañar. Eh…, verá, Harry, llevo treinta y ocho años en el departamento.
Bosch se limitó a asentir. La cosa se estaba poniendo extraña. Irving nunca lo había llamado por el nombre de pila antes.
—Y, eh, trabajé un montón de años en la patrulla de Hollywood, desde que salí de la academia… La cuestión es que Money Chandler me preguntó por su madre. Eso fue inesperado y lo siento, Harry. Lamento que perdiera a su madre.
—Fue hace mucho tiempo. —Bosch esperó un momento. Irving estaba cabizbajo, mirándose las manos que tenía cruzadas sobre la mesa—. Si es todo, creo que yo…
—Sí, eso es todo básicamente, pero, bueno, lo que quería decirle es que yo estuve allí ese día.
—¿Qué día?
—El día que su madre… Yo era el AN.
—¿El agente notificador?
—Sí, fui yo quien la encontró. Estaba haciendo la ronda por el bulevar y me metí en ese callejón de Gower. Solía pasar todos los días y yo la encontré… Cuando Chandler me enseñó esos informes reconocí el caso de inmediato. Ella no conocía mi número de placa (estaba en el informe), de lo contrario habría sabido que la encontré yo. Chandler se habría puesto las botas con eso, supongo…
Para Bosch era duro permanecer sentado. Dio gracias de que Irving no le estuviera mirando. Sabía, o pensaba que sabía, qué era lo que Irving no estaba diciendo. Si había trabajado en la ronda del bulevar, entonces había conocido a la madre de Bosch antes de que estuviera muerta.
Irving lo miró y luego apartó la mirada hacia la esquina de la mesa. Sus ojos se posaron en el ficus.
—Alguien ha tirado una colilla en mi maceta —dijo—. ¿Es suya, Harry?