Bosch fue en coche hasta la División Central y encontró una plaza de aparcamiento delante mismo de la comisaría. Se quedó un rato sentado en el coche, mirando a dos presos de confianza que limpiaban el mural pintado con esmalte que se extendía a lo largo de la pared frontal de la comisaría con aspecto de bunker. Era una descripción del nirvana donde niños blancos, negros e hispanos jugaban juntos y sonreían a unos agentes de policía amigables. Era la descripción de un lugar donde los niños todavía conservaban la esperanza. Alguien había escrito con aerosol negro en la parte inferior del mural: «¡Esto es una puta mentira!».
Bosch se preguntaba si lo había hecho un vecino del barrio o un policía. Se fumó dos cigarrillos y trató de despejar la mente de lo que había ocurrido en la sala del tribunal. Se sentía extrañamente en paz con la idea de que algunos de sus secretos se hubieran revelado. Sin embargo, tenía pocas esperanzas respecto al resultado del juicio. Se había sumido en la resignación, una aceptación de que el jurado fallaría contra él, de que la presentación sesgada de las pruebas en el caso convencería al jurado de que él había actuado si no como el monstruo que Chandler había descrito sí de manera indeseable e imprudente. Nunca sabrían lo que significaba tener que tomar una decisión de ese calibre en un momento fugaz.
Era la misma historia de siempre que conocían todos los polis. Los ciudadanos querían que su policía los protegiera, que mantuviera la plaga de la delincuencia lejos de su vista, lejos de las puertas de sus casas. Sin embargo, esos mismos ciudadanos eran los primeros en mirar con los ojos como platos y señalarles con el dedo cuando veían de cerca lo que implicaba exactamente el trabajo que les habían encargado. Bosch no era de la línea dura. No aprobaba las acciones de la policía en casos como el de André Galton o el de Rodney King. Pero entendía esas acciones y sabía que sus propias acciones en última instancia compartían una raíz común.
A través del oportunismo político y la ineptitud, la ciudad había permitido que el departamento languideciera durante años como una organización paramilitar escasa de mandos y de material. El departamento, infectado con la bacteria de la política, tenía demasiados gerentes y administrativos mientras que las filas más bajas eran tan insuficientes que los soldados rasos de la calle rara vez tenían el tiempo o la inclinación de salir de sus coches protectores para encontrarse con la gente a la que servían. Sólo se aventuraban a salir para tratar con la escoria y, consecuentemente, Bosch lo sabía, se había creado una cultura policial en la cual todo el que no iba de azul era visto como escoria y tratado como tal. Todo el mundo. Así se acababa con los André Galton y los Rodney King. Se acababa con unos disturbios que los soldados de a pie no podían controlar. Terminabas con un mural en una comisaría que era una puta mentira.
Bosch mostró la placa en el mostrador de la entrada y subió por la escalera hasta las oficinas de vicio administrativo. En la puerta de la sala de la brigada, se quedó de pie medio minuto y observó a Ray Mora sentado en su despacho, al otro lado de la sala. Parecía que el detective estaba escribiendo un informe a mano. Eso probablemente significaba que era un Informe de Actividad Diario, que requería escasa atención —sólo unas líneas— y no merecía el tiempo que requería levantarse e ir a buscar una máquina de escribir que funcionara.
Bosch se fijó en que Mora escribía con la mano derecha, aunque sabía que eso no eliminaba al poli de antivicio como posible discípulo. El discípulo conocía los detalles y tendría que haber sabido cómo tirar de la ligadura desde el lado izquierdo de la víctima para emular así al Fabricante de Muñecas. Igual que tenía que saber que había que pintar la cruz blanca en el dedo gordo del pie.
Mora levantó la mirada y lo vio.
—¿Qué estás haciendo ahí, Harry?
—No quería interrumpir.
Bosch se acercó.
—¿Qué, interrumpir un informe diario? ¿Estás de broma?
—Pensaba que podía ser algo importante.
—Es importante para que pueda cobrar la nómina, nada más.
Bosch apartó una silla de un escritorio vacío, la acercó al de Mora y se sentó. Se fijó en que éste había movido la estatua del Niño de Praga. De hecho, la había girado. Su cara ya no miraba la desnudez de la actriz del calendario porno. Bosch miró a Mora y se dio cuenta de que no estaba seguro de cómo proceder.
—Dejaste un mensaje anoche.
—Sí, estuve pensando…
—¿Acerca de qué?
—Bueno, sabemos que Church no mató a Magna Cum Loudly por la fecha, ¿no? Ya estaba muerto cuando a ella le enterraron el culo en hormigón.
—Sí.
—Así que tenemos a un imitador.
—Eso es.
—Entonces estuve pensando: ¿y si el imitador que la mató a ella ya empezó antes?
Bosch sintió que su garganta empezaba a tensarse. Trató de no revelar nada a Mora. Se limitó a mirarlo con cara de póquer.
—¿Antes?
—Sí, ¿y si el imitador mató a los otras dos actrices porno? ¿Quién dice que tuvo que empezar después de la muerte de Church?
Bosch sintió un escalofrío. Si Mora era el discípulo, ¿tenía tanta confianza para arriesgarse a mostrarle a Bosch todo el modelo? ¿O acaso su corazonada (después de todo no era más que una corazonada) estaba fuera de lugar? Pese a todo, resultaba aterrador estar sentado con Mora, con la mesa cubierta de revistas cuyas portadas mostraban actos sexuales y la mujer del calendario lanzando una mirada lasciva desde el archivador. Y la estatua de arcilla con la cara girada. Bosch reparó en que Delta Bush, la actriz del calendario que Mora había mostrado, era rubia y pechugona. Coincidía con el patrón. ¿Por eso había colgado Mora el calendario?
—¿Sabes, Ray? —dijo, después de componer su voz para hablar en un tono monocorde—. He estado pensando lo mismo. Encaja mejor de ese modo, todas las pruebas. Me refiero a si el discípulo mató a las tres… ¿Qué te hizo pensar en ello?
Mora metió el informe en el que estaba trabajando en un cajón del escritorio y se inclinó sobre la mesa. Inconscientemente levantó la mano izquierda y se sacó la medalla del Espíritu Santo por fuera de la camisa. La frotó con el pulgar y el índice mientras se recostaba de nuevo en su silla, con los codos en el apoyabrazos.
Soltó la medalla y dijo:
—Bueno, me acordé de algo. Recibí un chivatazo justo antes de que mataras a Church. Verás, lo dejé cuando mataste a Church.
—¿Estás hablando de hace cuatro años?
—Sí, todos pensamos que había acabado cuando atrapaste a Church, caso cerrado.
—Al grano, Ray, ¿qué fue lo que recordaste?
—Sí, bueno, recordé que un par de días o quizá una semana antes de que mataras a Church, me pasaron una llamada telefónica. Me la pasaron a mí porque era el experto en porno y la que llamó era una chica del porno. Usaba el nombre de Gallery. Eso es todo, sólo Gallery. Estaba en el escalón más bajo. Bobinas, shows en directo, cabinas, llamadas a números novecientos. Y estaba empezando a subir, su nombre comenzaba a aparecer en las cajas de los vídeos.
»El caso es que llamó al equipo de investigación (fue justo antes de que mataras a Church) y dijo que había un tipo que había estado pasándose por los rodajes en el valle de San Fernando. Viendo la acción, charlando con los productores, pero no era como el resto de los mirones.
—¿Mirones?
—Así es como llaman las chicas a los tipos que rondan por los escenarios. Normalmente son colegas del productor o han invertido pasta en el proyecto. Le sueltan mil pavos al productor y él deja que el tipo mire cómo filman. Es bastante común. Los rodajes atraen a mucha gente que no tiene bastante con verlo en vídeo. Quieren estar en primera fila y verlo en vivo.
—Muy bien, ¿y qué hay de ese tipo?
—Bueno, Harry, mira, en realidad sólo hay un motivo por el que esos tipos rondan los escenarios. Se tiran a las actrices entre toma y toma. Me refiero a que esos tipos quieren cacho. O quieren hacer pelis ellos mismos. Y eso era lo raro de este tipo. No se estaba tirando a nadie. Sólo estaba rondando. Ella (la tal Gallery) dijo que nunca vio que el tipo le entrara a nadie. Habló con algunas de las chicas, pero nunca se fue con ninguna de ellas.
—¿Y eso es lo que le hacía raro? ¿Que no quería tirarse a nadie?
Mora levantó las manos y se encogió como si supiera que su argumento sonaba débil.
—Sí, básicamente. Pero escucha, Gallery trabajó tanto con Heather Cummither como con Holly Lere, las dos víctimas del Fabricante de Muñecas, y dijo que fue en esos dos rodajes donde vio a este tipo. Por eso llamó.
La historia había captado la atención de Bosch, pero no sabía qué pensar de ella. Mora podía estar simplemente tratando de desviar la atención, de mandar a Bosch en pos de la pista equivocada.
—¿No conocía el nombre del tipo?
—No, ése era el problema. Por eso no salté sobre él. Tenía un montón de llamadas y ella llamó con ese tipo sin nombre. Al final me habría puesto con eso, pero pocos días después te cargaste a Church y eso fue todo.
—Lo dejaste.
—Sí, lo solté como una bolsa de mierda.
Bosch aguardó. Sabía que Mora continuaría. Tenía más cosas que decir. Tenía que haber más.
—Así que la cuestión es que cuando ayer vi la ficha de Magna Cum Loudly reconocí algunos de los primeros títulos. Trabajó con Gallery en algunos de sus primeros trabajos. Eso fue lo que me hizo recordar la llamada. Así que siguiendo la corazonada traté de buscar a Gallery, pregunté a alguna gente del negocio que conozco y resulta que Gallery desapareció de escena hace tres años. Así. —Chascó los dedos—. Me refiero a que conozco a un productor de los grandes de la Asociación de Películas para Adultos y me contó que lo dejó justo en medio de uno de los rodajes. Nunca le dijo ni una palabra a nadie. Y nadie volvió a oír hablar de ella. El productor se acordaba muy bien porque le costó un montón de pasta volver a grabar la peli. No habría habido continuidad si hubiera utilizado a otra actriz para sustituirla.
A Bosch le sorprendió que la continuidad fuera un factor en ese tipo de películas. Tanto él como Mora permanecieron un momento en silencio, pensando en la historia hasta que finalmente Bosch habló:
—¿Estás pensando que puede estar enterrada en algún sitio? Me refiero a Gallery. ¿Crees que está sepultada en hormigón como la que encontramos esta semana?
—Sí, eso es exactamente lo que estoy pensando. La gente de la industria es diferente, así que hay muchas desapariciones. Recuerdo a una chica que lo dejó y la siguiente vez que la vi estaba en la portada de la revista People. Fue una de esas historias acerca de uno de esos mecenas de celebridades y ahora va del brazo de ese tipo que tiene su propio programa de televisión de una residencia canina. Noah’s Bark. No se me ocurre…
—Ray, no me…
—Vale, vale, el caso es que estas chicas entran y salen del negocio constantemente. No es raro. Para empezar no son las tías más listas del mundo. Sólo tienen en mente hacer otra cosa. Quizá encuentran a alguien que creen que va a mantenerlas a base de cocaína y caviar, ser su dulce papaíto, como ese capullo de Noah Bark, y nunca vuelven a presentarse en el negocio… hasta que se dan cuenta de que estaban equivocadas. Como grupo no parecen muy brillantes.
»Si quieres saber mi opinión, te diría que lo que buscan es un papá. A todas las maltrataron de pequeñas y ésa es una puta forma de mostrar que valían algo para papá. Al menos leí eso en alguna parte. Probablemente es una chorrada más.
Bosch no necesitaba la lección de psicología.
—Vamos, Ray, estoy en un juicio y trato de solucionar este caso. Ve al grano. ¿Qué pasó con Gallery?
—Lo que estoy diciendo es que con Gallery la situación era inusual porque han pasado casi tres años y nunca volvió. Verás, siempre vuelven. Aunque la caguen tanto con un productor que tengan que volver a filmar, siempre vuelven. Empiezan por abajo (bobinas, off-camera) y se abren camino.
—¿Off-camera?
—Las chicas que dan guerra y están listas para actuar mientras preparan las cámaras, colocan las luces, cambian los ángulos. Cosas así, si sabes a qué me refiero.
—Sí, sé a qué te refieres.
Bosch se había deprimido con sólo diez minutos de oír hablar del negocio del porno. Miró a Mora, que había estado en vicio administrativo desde que él podía recordar.
—¿Qué ocurre con la superviviente? ¿Alguna vez comprobaste este dato con ella?
—Nunca tuve ocasión. Como te dije, lo dejé cuando acabaste con Church. Pensaba que habíamos terminado con todo.
—Sí, yo también.
Bosch sacó una libretita de bolsillo y tomó algunas notas de la conversación.
—¿Guardas algunas notas de esto? ¿De entonces?
—No, ya no. La hoja oficial probablemente está en los archivos principales del equipo de investigación. Pero no dirán más que lo que ya te he contado.
Bosch asintió. Probablemente, Mora tenía razón.
—¿Qué aspecto tenía esa Gallery?
—Rubia, bien dotada, sin duda plástico de Beverly Hills. Creo que tengo una foto suya.
Hizo rodar la silla hasta el archivador que estaba detrás de él y buscó en uno de los cajones, después regresó rodando con una carpeta. De ella extrajo una foto publicitaria en color de 20x25. Era una mujer rubia posando al borde del océano. Estaba desnuda y se había afeitado el vello púbico. Bosch le devolvió la foto a Mora y se sintió avergonzado, como si fueran dos chavales contándose secretos de una chica en el patio de la escuela. Pensó que había visto una leve sonrisa en el rostro de Mora y se preguntó si al poli de antivicio le hacía gracia su incomodidad u otra cosa.
—Menudo trabajo tienes.
—Sí, bueno, alguien tiene que hacerlo.
Bosch lo estudió un momento. Decidió arriesgarse, tratar de descubrir qué era lo que hacía que Mora se quedara en el trabajo.
—Sí, pero ¿por qué tú, Ray? Llevas mucho tiempo haciendo esto.
—Creo que soy un perro guardián, Bosch. El Tribunal Supremo dice que este material es legal hasta cierto punto y hay que controlarlo. Hay que mantenerlo limpio, no hablo en broma. Eso significa que esta gente tiene que tener licencia, edad legal, y que nadie puede ser obligado a hacer algo que no quiere. Paso muchos días revisando esta basura, buscando el material que ni siquiera tolera el Tribunal Supremo. El problema son los criterios de la comunidad. Los Angeles carece de criterio, Bosch. Aquí no se ha llevado a cabo una persecución con éxito de la obscenidad en años. Yo he tenido éxito con algunos de los casos de menores, pero todavía busco mi primera condena por obscenidad. —Se detuvo un momento antes de decir—: La mayoría de los polis se quedan un año en vicio administrativo y luego los trasladan. Es lo máximo que pueden soportar. Éste es mi séptimo año, tío. No sé decirte por qué. Supongo que porque no faltan las sorpresas.
—Sí, pero año tras año de esta mierda. ¿Cómo lo resistes?
Los ojos de Mora se fijaron en la estatuilla del escritorio.
—Estoy preparado. No te preocupes por mí. —Hizo otra pequeña pausa y dijo—: No tengo familia. Ni esposa. ¿Quién va a quejarse de lo que hago de todos modos?
Bosch sabía por su trabajo en el equipo de investigación que Mora se había presentado voluntario a la brigada B, para trabajar por las noches, porque su mujer acababa de abandonarlo. Le había dicho a Bosch que le costaba más superar las noches. Bosch se preguntaba si la ex mujer de Mora era rubia, y de ser así, qué significaría.
—Oye, Ray. He estado pensando las mismas cosas de este discípulo. Y ella encaja, ¿sabes? Gallery. Las tres víctimas y la superviviente eran todas rubias. Church no tenía manías, pero al parecer el discípulo tiene gustos muy claros.
—Sí, tienes razón —dijo Mora mirando la foto de Gallery—. No había pensado en eso.
—El caso es que esta pista de hace cuatro años es un buen punto de partida. También podría haber otras mujeres, otras víctimas. ¿En qué estás trabajando?
Mora sonrió y dijo:
—Harry, no importa en qué estoy trabajando. Es una porquería comparado con esto. Tengo vacaciones la semana que viene, pero no me voy hasta el lunes. Hasta entonces estoy en ello.
—Oye, Ray, antes has mencionado la asociación de adultos, ¿qué es eso?
—La Asociación de Películas para Adultos, sí. La dirigen desde un despacho de abogados de Sherman Oaks.
—Sí, ¿conoces a alguien allí?
—Conozco al jefe del consejo. Está interesado en mantener el negocio limpio, así que es un tipo colaborador.
—¿Puedes hablar con él, preguntar, tratar de descubrir si alguien lo dejó como Gallery? Tienen que ser rubias y tetonas.
—Quieres saber cuántas víctimas más podríamos tener.
—Exacto.
—Me pondré con eso.
—¿Qué me dices de los agentes y el gremio de actores? —Bosch señaló con la cabeza al calendario de Delta Bush.
—Contactaré con ellos también. Hay dos agentes que manejan el noventa por ciento de los castings. Serán el punto de partida.
—¿Y la prostitución? ¿Todas las mujeres se dedican?
—Las actrices más cotizadas no. Pero las de abajo sí, casi todas siguen ese camino. Verás, las más cotizadas pasan el diez por ciento de su tiempo haciendo pelis y el resto bailando. Van de club de estriptis en club de estriptis y se forran. Pueden ganar cien de los grandes al año bailando. La mayoría de la gente cree que se llevan una pasta haciendo guarradas en vídeo. Se equivocan. Es bailando. Después, si bajas de ese nivel al de las actrices que van cuesta abajo o que están subiendo te encuentras a las que son putas además de las pelis y bailar. Allí también se mueve mucho dinero. Esas tías se llevan uno de los grandes por noche de trabajo.
—¿Trabajan con macarras?
—Sí, algunas tienen managers, pero no es un requisito. No es como en la calle, donde una chica necesita un macarra que la proteja de tíos peligrosos y otras putas. Si trabajas con el teléfono, todo lo que necesitas es un contestador de llamadas. Las chicas ponen su anuncio y su foto en las revistas X y las llamadas llegan. La mayoría tienen reglas. No van a la casa de cualquiera, sólo trabajan en hoteles. Pueden controlar la clase de la clientela por el gasto del hotel. Es una buena forma de mantener fuera a la chusma.
Bosch pensó en Rebecca Kaminski y cómo había ido al Hyatt de Sunset. Un buen sitio, pero la chusma entró.
Mora, que aparentemente había pensado lo mismo, dijo:
—Aunque no siempre funciona.
—Obviamente.
—Así que ya veré qué descubro, ¿vale? Pero de entrada, no creo que sea mucho. Si hubiera habido un grupo de mujeres haciendo el acto de desaparición repentino que hizo Gallery creo que nos habríamos enterado.
—¿Tienes el número de mi busca?
Mora lo anotó y Bosch salió de la oficina.
Ya había pasado el mostrador de la entrada cuando sonó el busca que llevaba en el cinturón. Comprobó el número y se fijó en que era un 485. Supuso que Mora había olvidado decirle algo. Volvió a subir por la escalera hasta la segunda planta y volvió a meterse en la sala de brigada de vicio administrativo.
Mora estaba allí, sosteniendo la foto de Gallery y mirándola de manera contemplativa. Levantó la mirada y vio a Bosch.
—¿Acabas de llamarme al busca?
—¿Yo? No.
—Ah, pensaba que tratabas de pescarme antes de que saliera. Voy a usar uno de los teléfonos.
—Adelante, Harry.
Bosch fue hasta un escritorio vacío y marcó el número del busca. Vio que Mora guardaba la foto en la carpeta. Metió la carpeta en un maletín que tenía a su lado en el suelo.
Una voz masculina contestó la llamada después de dos timbrazos.
—Oficina del inspector Irving, al habla el teniente Felder, ¿en qué puedo ayudarle?