Capítulo 17

Belk solicitó que su objeción a la pregunta de Chandler se discutiera lejos de la prensa, de manera que el magistrado convocó una reunión en su despacho. Los presentes eran el juez, Chandler, Belk, Bosch, la secretaria del tribunal y el alguacil. Tuvieron que traer un par de sillas de la sala de vistas y luego todos se sentaron en torno a la enorme mesa de despacho del juez. Ésta era de caoba oscura y parecía una caja en la que podría meterse un coche pequeño.

Lo primero que hizo el juez fue encender un cigarrillo. Cuando Bosch vio que Chandler hacía lo mismo, él también se sumó. El juez colocó el cenicero en una esquina, de modo que todos pudieran llegar hasta él.

—Y bien, señor Belk, es su turno —dijo el juez.

—Señoría, me preocupa la dirección que está tomando la señorita Chandler.

—Llámela señora Chandler, sabe que lo prefiere. Y respecto a la dirección que está tomando, ¿cómo puede saberla si sólo ha formulado una pregunta?

Para Bosch resultaba obvio que Belk había protestado demasiado pronto. No estaba claro de cuánta información disponía Chandler, aparte de la nota. En cualquier caso, Bosch pensó que el baile de Belk en torno al problema era una pérdida de tiempo.

—Señoría —dijo—, si contesto la última pregunta pondré en peligro una investigación en curso.

El juez se recostó en su sillón de cuero mullido.

—¿Por qué? —preguntó.

—Creemos que hay otro asesino —dijo Bosch—. El cuerpo hallado esta semana se identificó ayer y se ha determinado que no pudo haberlo matado Church. La víctima estuvo viva hasta hace dos años. El…

—El método utilizado por el asesino es idéntico al del verdadero Fabricante de Muñecas —terció Belk—. La policía cree que hay un discípulo, alguien que sabía cómo mataba Church y que utilizaba el mismo sistema. Hay pruebas que apuntan a que este discípulo es responsable de las víctimas siete y once que previamente se atribuyeron a Church.

—El discípulo —dijo Bosch— tuvo que ser alguien próximo a la investigación original, alguien que conocía los detalles.

—Si permite que la señora Chandler abra esta línea de interrogatorio —dijo Belk— los medios se harán eco y alertarán al discípulo. Sabrá lo cerca que está de ser descubierto.

El juez permaneció en silencio mientras sopesaba todo ello durante un momento.

—Todo esto suena muy interesante y les deseo a todos la máxima suerte para capturar a este discípulo, como lo ha llamado —dijo al fin—. Pero el problema que tiene, señor Belk, es que no me ha dado ninguna razón legal para que impida que su cliente responda a la pregunta que la señora Chandler le ha planteado. Nadie quiere comprometer una investigación, pero fue usted quien llamó al estrado a su cliente.

—Eso si hay un segundo asesino —dijo Chandler—. Es obvio que sólo había un asesino y que no era Church. Han tramado este elaborado plan para…

—Señora Chandler —la interrumpió el juez—. Eso lo decidirá el jurado. Guárdese sus argumentos para ellos. Señor Belk, el problema es que se trata de su testigo. Usted lo llamó y lo ha dejado a merced de esta línea de interrogatorio. No sé que decirle. Ciertamente no voy a desalojar de la sala a los medios de comunicación. Eso ha sido offthe record, señora Penny.

El juez observó que la secretaria del tribunal levantaba los dedos de las teclas.

—Señor Belk, la ha jodido (disculpen el lenguaje, damas). El señor Bosch va a contestar esta pregunta y la siguiente y la siguiente. De acuerdo, volvemos.

—Señoría, esto no puede…

—He tomado una decisión, señor Belk. ¿Algo más?

Entonces Belk sorprendió a Bosch.

—Solicitamos un aplazamiento.

—¿Qué?

—Señoría, la acusación se opone —dijo Chandler.

—Ya sé que se opone —dijo el juez—. ¿De qué está hablando, señor Belk?

—Señoría, tiene que poner el juicio en un paréntesis. Al menos hasta la semana que viene. Eso dará a la investigación la posibilidad de llegar a buen término.

—¿A buen término? Olvídelo, Belk. Está en medio de un juicio, amigo.

Belk se levantó y se inclinó sobre la amplia mesa de despacho.

—Señoría, solicito una interrupción de emergencia de esta vista mientras planteamos una apelación al distrito noveno.

—Puede apelar lo que quiera, señor Belk, pero no hay interrupción. El juicio sigue adelante.

Todos los presentes miraron a Belk en silencio.

—¿Qué ocurre si me niego a responder? —preguntó Bosch.

El juez Keyes se lo quedó mirando y dijo:

—Entonces lo detendré por desacato. Después volveré a preguntarle lo mismo y si se niega a responder ordenaré su ingreso en prisión. Más tarde, cuando su abogado solicite una fianza mientras apela, le diré que no hay fianzas. Todo ello sucederá en la sala, delante del jurado y de la prensa. Y no pondré ninguna restricción a la señora Chandler cuando hable con los periodistas en el pasillo. Así que lo que estoy diciendo, detective Bosch, es que puede hacerse el héroe y no responder, pero la historia llegará a los medios de todos modos. Como le he dicho antes al señor Belk, cuando estábamos offthe record…

—No puede hacerlo —estalló Belk—. No, no, no es correcto. Tiene que proteger esta investigación, tiene…

—Hijo, no me diga nunca lo que tengo que hacer —dijo el juez con lentitud y severidad. Parecía crecer en estatura mientras Belk se encogía y se apartaba de él—. Lo único que tengo que hacer es asegurar que se celebra un juicio justo en esta cuestión. Me está pidiendo que vete una información que puede ser vital para la tesis de la demandante. También está tratando de intimidarme y eso es algo que no tolero. No soy un juez del condado que necesita su beneplácito cada vez que hay elecciones. Yo tengo un cargo vitalicio. Hemos terminado.

La señora Penny terminó de escribir. Bosch prefirió no ver el sacrificio de Belk. El ayudante del fiscal tenía la cabeza baja y había adoptado la postura de los condenados. Había alzado la nuca, listo para recibir el hachazo.

—Así que mi consejo es que saque su culo gordo de aquí y empiece a trabajar en cómo demonios va a salvar esto en su turno de réplica. Porque dentro de cinco minutos el detective Bosch va a responder a la pregunta o tendrá que entregar su pistola y su placa, y también entregará el cinturón y los cordones de los zapatos a un funcionario en la prisión federal. Volvemos a entrar. Se levanta la reunión.

El juez Keyes bajó el brazo y aplastó la colilla en el cenicero sin apartar la mirada de Belk en ningún momento.

Mientras la comitiva regresaba a la sala de vistas, Bosch se acercó a Chandler por detrás. Miró por encima del hombro para asegurarse de que el juez se había vuelto para volver a ocupar su lugar y dijo en voz baja:

—Si está sacando la información del departamento, voy a quemar su fuente en cuanto descubra quién es.

La abogada no perdió el paso. Ni siquiera giró la cabeza cuando dijo:

—Eso será si no lo dejo reducido a cenizas.

Bosch ocupó su lugar en el estrado de los testigos y entró de nuevo el jurado. El juez pidió a Chandler que continuara.

—En lugar de solicitar a la secretaria del tribunal que busque la última pregunta, voy a reformularla. Después de que usted matara a Norman Church, ¿terminaron los asesinatos del llamado Fabricante de Muñecas?

Bosch lo consideró un momento. Miró a la tribuna del público y vio que había más periodistas, o al menos gente que él pensaba que eran periodistas. Estaban sentados todos juntos.

También vio a Sylvia, sentada sola en la fila del fondo. Ella le dedicó una sonrisa discreta que Bosch no le devolvió. Se preguntó cuánto tiempo llevaba allí.

—¿Detective Bosch? —le incitó el juez.

—No puedo responder a la pregunta sin comprometer una investigación en curso —dijo Bosch al fin.

—Detective Bosch, no tenemos todo el día —dijo el juez, enfadado—. Responda la pregunta.

Bosch sabía que su negativa y consecuente encarcelamiento no impedirían que la historia saliera a la luz. Chandler se lo contaría a todos los periodistas con el beneplácito expreso del juez. De manera que sabía que terminar en la cárcel sólo le impediría perseguir al discípulo. Decidió responder. Compuso cuidadosamente una respuesta mientras bebía agua lentamente para darse tiempo.

—Norman Church obviamente dejó de matar a gente después de muerto. Pero había alguien más, sigue habiendo alguien suelto. Un asesino que usa los mismos métodos que Norman Church.

—Gracias, señor Bosch. ¿Y cuándo llegó a esa conclusión?

—Esta semana, después de que se descubriera una nueva víctima.

—¿Quién es esa víctima?

—Una mujer llamada Rebecca Kaminski. Desapareció hace dos años.

—¿Los detalles de su muerte coincidían con los asesinatos de las víctimas del Fabricante de Muñecas?

—Exactamente, salvo en una cosa.

—¿Cuál?

—Estaba sepultada en hormigón. Oculta. Church siempre se deshacía de sus víctimas en lugares públicos.

—¿Ninguna otra diferencia?

—Ninguna que conozcamos de momento.

—Sin embargo, puesto que murió dos años después de que usted matara a Norman Church, no hay modo alguno de que él sea el responsable.

—Correcto.

—Puesto que estaba muerto tenía la coartada perfecta, ¿no es así?

—Correcto.

—¿Cómo se encontró el cadáver?

—Como he dicho, estaba enterrada en hormigón.

—¿Y qué es lo que llevó a la policía al lugar donde fue enterrada?

—Recibimos una nota que nos guió.

En ese momento Chandler ofreció una copia de la nota como la prueba 4A de la acusación y el juez Keyes la aceptó después de desestimar una protesta de Belk. Chandler le pasó entonces una copia a Bosch para que la identificara y la leyera.

—En voz alta esta vez —dijo ella antes de que pudiera empezar—. Para el jurado.

Bosch se sentía inquieto leyendo las palabras del discípulo en voz alta en la sala silenciosa. Después de que lo hiciera, Chandler dejó transcurrir unos segundos de silencio y continuó.

—«Sigo en la partida» —escribe—. ¿Qué significa eso?

—Significa que está tratando de ganar crédito por todos los crímenes, busca atención.

—¿Podría ser porque cometió todos los asesinatos?

—No, porque Norman Church cometió nueve de ellos. Las pruebas halladas en el apartamento de Church lo relacionaban irrefutablemente con nueve de ellos. No hay ninguna duda.

—¿Quién descubrió esas pruebas?

—Yo —dijo Bosch.

—Entonces, ¿no hay muchas dudas, detective Bosch? ¿La idea de ese segundo asesino que utiliza exactamente el mismo método no le parece ridicula?

—No, no es ridicula. Está ocurriendo. No me equivoqué de hombre.

—¿No es cierto que esta charla de un asesino imitador, un discípulo, es una elaborada farsa para encubrir el hecho de que usted hizo precisamente eso, matar al hombre equivocado? ¿A un hombre inocente y desarmado que no había hecho nada más que contratar a una prostituta con la aprobación tácita de su esposa?

—No, no es cierto. Norman Church mató a…

—Gracias, señor Bosch.

—… a un montón de mujeres. Era un monstruo.

—¿Como el que mató a su madre?

Inconscientemente, Bosch miró al público, vio a Sylvia y después apartó la mirada. Trató de serenarse, de calmar su respiración. No iba a permitir que Chandler lo dejara en evidencia.

—Diría que sí. Probablemente eran similares. Los dos eran monstruos.

—Por eso lo mató, ¿no? El peluquín no estaba debajo de la almohada. Lo mató a sangre fría porque vio en él al asesino de su madre.

—No. Se equivoca. ¿No cree que si hubiera querido inventar una historia habría pensado en algo mejor que un peluquín? Había una cocina americana, cuchillos en el cajón. ¿Por qué iba a plantar un…?

—Alto, alto, alto —espetó el juez Keyes—. Nos estamos desviando. Señora Chandler, ha empezado a hacer afirmaciones en lugar de preguntas y, detective Bosch, usted ha hecho exactamente lo mismo en lugar de responder. Volvamos a empezar.

—Sí, señoría —dijo Chandler—. ¿No es cierto, detective Bosch, que todo el asunto (colgar todos los crímenes a Norman Church) fue un elaborado montaje para encubrir lo que ahora se está desentrañando con el descubrimiento esta semana de una mujer sepultada en hormigón?

—No, no es cierto. No se está desentrañado nada. Church era un asesino y se merecía lo que se llevó.

Bosch se estremeció mentalmente y cerró los ojos en cuanto las palabras salieron de su boca. Chandler lo había conseguido. Bosch abrió los ojos y la miró. Parecía inexpresiva.

—Ha dicho que se merecía lo que se llevó —dijo Chandler con suavidad—. ¿Cuándo fue usted nombrado juez, jurado y verdugo?

Bosch bebió más agua.

—Lo que quería decir es que fue su jugada. En última instancia era responsable de lo que le ocurrió. Si pones algo en marcha tienes que asumir las consecuencias.

—¿Como Rodney King se merecía lo que le pasó?

—¡Protesto! —gritó Belk.

—¿Cómo André Galton se merecía lo que le ocurrió?

—¡Protesto!

—Aceptada, aceptada —dijo el juez—. Muy bien, señora Chandler, usted…

—No es lo mismo.

—Detective Bosch, he aceptado las protestas. Eso significa que no ha de responder.

—No tengo más preguntas, señoría —dijo Chandler.

Bosch vio que Chandler regresaba a la mesa de la acusación y dejaba su bloc en la superficie de madera. El mechón de pelo suelto estaba en la nuca. Bosch se convenció de que incluso ese detalle formaba parte de su cuidadosamente planeada actuación durante el juicio. Después de que se sentó, Deborah Church se estiró y le apretó el brazo. Chandler no sonrió ni hizo ningún gesto.

Belk hizo lo que pudo para reparar los daños en su turno de preguntas, sacando a la luz más detalles acerca de la naturaleza atroz de los crímenes, así como sobre los disparos y la investigación de Church. Pero parecía como si nadie estuviera escuchando. La sala había sido absorbida por un vacío creado por el interrogatorio de Chandler.

Belk aparentemente era tan ineficaz que Chandler no se molestó en preguntar nada más y autorizaron a Bosch a abandonar el estrado de los testigos. Se sentía como si el camino de vuelta a la mesa de la defensa fuera de un kilómetro.

—¿El siguiente testigo, señor Belk? —preguntó el juez.

—Señoría, ¿puedo disponer de unos minutos?

—Claro.

Belk se volvió hacia Bosch y susurró:

—Vamos a terminar, ¿tiene algún problema con eso?

—No lo sé.

—No hay más gente a la que llamar, a no ser que quiera llamar a otros miembros del equipo de investigación. Todos dirán lo mismo que usted y recibirán el mismo trato por parte de Chandler. Prefiero ahorrármelo.

—¿Y volver a llamar a Locke? Me apoyaría en todo lo que he dicho acerca del discípulo.

—Demasiado arriesgado. Es psicólogo, así que de todo lo que consigamos que declare dirá que es una posibilidad y ella conseguirá que conceda que también es posible lo contrario. No ha declarado acerca de este asunto y no podemos estar seguros de lo que diría. Además, creo que necesitamos separarnos del segundo asesino. Está confundiendo al jurado y…

—Señor Belk —dijo el juez—. Estamos esperando.

Belk se levantó y dijo:

—Señoría, la defensa ha concluido.

El juez se quedó mirando a Belk antes de volverse hacia el jurado y decirles que podían tomarse el resto del día libre, porque los abogados necesitarían la tarde para preparar las exposiciones de cierre y él necesitaría tiempo para preparar las instrucciones del jurado.

Después de que el jurado desalojara la tribuna, Chandler se acercó al estrado. Solicitó un veredicto directo a favor de la acusación, que el juez rechazó. Belk hizo lo mismo, pidiendo un veredicto directo a favor del acusado. En un tono aparentemente sarcástico, el juez le pidió que se sentara.

Bosch se reunió con Sylvia en el pasillo después de que la atiborrada sala tardara varios minutos en vaciarse. Había una gran congregación de periodistas en torno a los dos abogados y Bosch la cogió del brazo y la llevó al extremo del pasillo.

—Te pedí que no vinieras, Sylvia.

—Lo sé, pero sentía que tenía que venir. Quería que supieras que te apoyo suceda lo que suceda. Harry, yo sé cosas de ti que el jurado nunca sabrá. No importa cómo intente retratarte. Yo te conozco, no lo olvides.

Sylvia llevaba un vestido negro con un estampado que a Bosch le gustaba. Le parecía hermosa.

—¿Cuándo has llegado?

—Casi al principio. Me alegro de haber venido. Sé que ha sido duro, pero yo veo la bondad de lo que eres a través de la dureza de lo que tienes que hacer a veces.

Bosch se limitó a mirarla un momento.

—Sé optimista, Harry.

—Lo que ha dicho de mi madre…

—Sí, lo he oído. Me duele que haya tenido que enterarme de esta forma. Harry, ¿dónde estamos si hay esa clase de diferencias entre nosotros? ¿Cuántas veces tengo que decirte que pone en peligro lo que compartimos?

—Mira —dijo Bosch—, ahora no puedo hacerlo. Lidiar con esto y contigo, con nosotros… es demasiado para ahora mismo. No es el lugar adecuado. Hablémoslo más tarde. Tienes razón, Sylvia, pero yo, mira, yo simplemente no puedo… hablar. Yo…

Ella se estiró y le arregló la corbata y se la alisó en el pecho.

—Está bien —dijo—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Seguir con el caso. Sea oficialmente o no, tengo que seguir con esto. He de encontrar al segundo hombre, al segundo asesino.

Ella se limitó a mirarlo durante unos segundos y Bosch supo que probablemente esperaba otra respuesta.

—Lo siento. No es algo que pueda dejar de lado. Están ocurriendo cosas.

—Entonces voy a ir al instituto. Así no perderé todo el día. ¿Vas a ir a tu casa esta noche?

—Lo intentaré.

—De acuerdo, nos vemos. Harry, sé optimista.

Bosch sonrió y Sylvia se inclinó hacia él para besarlo en la mejilla. Después ella se encaminó hacia la escalera mecánica.

Bosch estaba mirándola cuando se le acercó Bremmer.

—¿Quieres hablar de esto? Ha habido un testimonio interesante ahí dentro.

—Todo lo que tenía que decir lo he dicho en el estrado.

—¿Nada más?

—No.

—¿Y lo que dice ella? Que el segundo asesino es en realidad el primero y que Church no mató a nadie.

—¿Qué esperabas que dijera? Es mentira. Recuerda que lo que he dicho en la sala lo he dicho bajo juramento. Lo que ella dice aquí no lo está. Es mentira, Bremmer, no te lo tragues.

—Escucha, Harry, tengo que escribir esto. ¿Lo sabes? Es mi trabajo. ¿Vas a entenderlo? ¿Sin rencor?

—Sin rencor, Bremmer. Cada cual tiene su trabajo. Ahora yo voy a hacer el mío, ¿de acuerdo?

Bosch caminó hacia la escalera mecánica. Fuera, junto a la estatua, encendió un cigarrillo y le dio otro a Tommy Faraway, que estaba rondando el cenicero.

—¿Qué ocurre, teniente? —preguntó el hombre sin techo.

—Justicia.