La sala parecía tan silenciosa como el corazón de un cadáver cuando Bosch pasó por detrás de las mesas de la acusación y la defensa y se situó enfrente del jurado para ocupar el estrado de los testigos. Después de que le tomaran el juramento, dijo su nombre completo y la secretaria del tribunal le pidió que lo deletreara.
—H-i-e-r-o-n-y-m-u-s B-o-s-c-h.
Entonces el juez dio la palabra a Belk.
—Háblenos un poco de usted, detective Bosch, de su carrera.
—He sido agente de policía durante casi veinte años. Actualmente estoy asignado a la mesa de homicidios en la División de Hollywood. Antes de…
—¿Por qué lo llaman mesa?
Joder, pensó Bosch.
—Porque es como una mesa. Son seis pequeños escritorios unidos para formar una mesa larga, con tres detectives a cada lado. Siempre la llaman mesa.
—Muy bien, continúe.
—Antes de este puesto pasé ocho años en la brigada especial de la División de Robos y Homicidios. Antes de eso era detective en la mesa de homicidios de North Hollywood y en las mesas de robos y asaltos de Van Nuys. Estuve cinco años en patrullas, básicamente en las divisiones de North Hollywood y Wilshire.
Belk lo guió lentamente por su carrera ascendente hasta el momento en que formó parte del equipo de investigación del caso del Fabricante de Muñecas. El interrogatorio discurría lento y aburrido, incluso para Bosch, y eso que se trataba de su vida. De cuando en cuando miraba a los miembros del jurado cuando respondía a una pregunta y sólo unos pocos parecían estar mirándole o prestando atención. Bosch estaba nervioso y le sudaban las manos. Había testificado en tribunales al menos un centenar de veces, pero nunca lo había hecho en su propia defensa. Se sentía acalorado a pesar de que sabía que el aire acondicionado estaba a tope.
—Veamos, ¿dónde estaba ubicado físicamente el equipo de investigación?
—Utilizábamos una sala de almacenamiento de la segunda planta de la comisaría de Hollywood. Era una sala donde se guardaban archivos y pruebas. Sacamos ese material temporalmente a un almacén alquilado y usamos la sala. También teníamos una sala en el Parker Center El turno de noche, en el que estaba yo, generalmente trabajaba desde Hollywood.
—Estaban cerca de la fuente, ¿no?
—Eso creíamos, sí. La mayoría de las víctimas habían sido secuestradas de las calles de Hollywood. Y muchas se encontraron después en la zona.
—Así que querían actuar con rapidez en el caso de recibir avisos o pistas y estar en el centro de las cosas les ayudaba, ¿correcto?
—Correcto.
—La noche en que recibió la llamada de la mujer llamada Dixie McQueen, ¿cómo es que contestó usted?
—Ella llamó a Urgencias y cuando la telefonista comprendió de qué estaba hablando transfirió la llamada al equipo de investigación de Hollywood.
—¿Quién contestó?
—Yo.
—¿Cómo es eso? Creía que había declarado que era el supervisor del turno de noche. ¿No tenían a nadie que contestara las llamadas?
—Sí, teníamos gente, pero esta llamada se recibió muy tarde. Todo el mundo se había ido ya. Yo estaba allí porque estaba poniendo al día el Informe Cronológico de la Investigación, porque teníamos que presentarlo al final de cada semana. Era el único que estaba allí, por eso contesté.
—Cuando fue a encontrarse con esa mujer, ¿por qué no pidió refuerzos?
—No me había dicho lo suficiente por teléfono para convencerme. Recibíamos decenas de llamadas al día. Ninguna condujo a ninguna parte. He de admitir que cuando tomé nota no creía que fuera a llevarnos a ninguna parte.
—Si pensaba eso, ¿por qué fue a verla? ¿Por qué no tomar la información por teléfono?
—La principal razón es que dijo que no conocía la dirección en la que había estado con ese hombre, pero podía mostrarme el sitio si la llevaba a Hyperion. Además parecía que había algo genuino en su queja. Parecía que definitivamente algo la había aterrorizado. Yo estaba a punto de irme a casa, así que pensé que podía comprobarlo por el camino.
—Díganos qué ocurrió después de que llegó a Hyperion.
—Cuando llegamos allí vimos luces encendidas en el apartamento de encima del garaje. Incluso vimos una sombra que pasaba por detrás de una de las ventanas. Así que supimos que el tipo seguía allí. Fue entonces cuando la señorita McQueen me habló del maquillaje que había visto en el armarito de debajo del lavabo.
—¿Qué significó eso para usted?
—Mucho. Inmediatamente captó mi atención, porque nunca habíamos dicho en la prensa que el asesino se quedaba con el maquillaje de sus víctimas. Se había filtrado que les maquillaba la cara, pero no que también se quedaba con su maquillaje. Así que cuando ella me dijo que había visto esa colección de maquillaje, todo encajó. Lo que había dicho cobró legitimidad de inmediato.
Bosch bebió un poco de agua de un vaso de plástico que el alguacil le había llenado antes.
—Muy bien, ¿qué hizo después? —preguntó Belk.
—Pensé que en el tiempo que había transcurrido desde que ella me llamó y yo pasé a buscarla, él podía haber secuestrado a otra víctima. Así que había posibilidades de que hubiera otra mujer en peligro. Subí. Corrí.
—¿Por qué no pidió refuerzos?
—En primer lugar, no pensaba que hubiera tiempo para esperar ni cinco minutos. Si tenía una mujer allí dentro, cinco minutos podían costarle la vida. En segundo lugar, no llevaba un rover. No podía hacer la llamada aunque hubiera querido…
—¿Un rover?
—Una radio portátil. Los detectives suelen llevarlas en las misiones. El problema es que no hay suficientes. Y como iba a casa no quería coger una porque no iba a volver hasta el siguiente turno de tarde. Eso habría supuesto un rover menos el día siguiente.
—De modo que no pudo pedir refuerzos por radio. ¿Y por teléfono?
—Era un barrio residencial. Podía salir en coche del barrio y buscar un teléfono público o llamar a la puerta de alguien. Era más o menos la una y no creo que la gente abriera las puertas rápidamente a un hombre solo aunque dijera que era agente de policía. Todo era cuestión de tiempo. No creía que lo tuviera. Tenía que entrar solo.
—¿Qué ocurrió?
—Creyendo que alguien estaba en peligro inminente, entré sin llamar y con la pistola desenfundada.
—¿Abrió la puerta de una patada?
—Sí.
—¿Qué es lo que vio?
—En primer lugar, me anuncié. Grité: «¡Policía!». Entré en la sala, era un estudio, y vi al hombre que después fue identificado como Church de pie junto a un sofá-cama desplegado.
—¿Qué estaba haciendo?
—Estaba allí de pie, desnudo, al lado de la cama.
—¿Vio a alguien más?
—No.
—¿Qué pasó después?
—Grité algo como «¡quieto!» o «no se mueva» y di otro paso hacia él. Al principio el sospechoso no se movió. Entonces, de repente, se agachó hacia la cama y metió la mano debajo de la almohada. Yo grité «no», pero él no detuvo su movimiento. Vi que su brazo se movía como si hubiera cogido algo con la mano y lo empezara a sacar. Disparé una vez. Fue mortal.
—¿A qué distancia de él cree que estaba?
—Estaba a seis metros. Era una habitación grande y estábamos uno a cada extremo.
—¿Y murió en el acto?
—Muy deprisa. Cayó sobre la cama. Más tarde la autopsia mostró que la bala entró por debajo del brazo derecho (el que tenía bajo la almohada) y que le atravesó el pecho. Le perforó el corazón y ambos pulmones.
—Después de que él cayó, ¿qué hizo usted?
—Me acerqué a la cama para ver si estaba vivo. Todavía lo estaba, así que le coloqué las esposas. Murió momentos después. Levanté la almohada y vi que no había ninguna pistola.
—¿Qué había?
Mirando directamente a Chandler, Bosch dijo:
—Gran misterio de la vida, había ido a buscar su tupé.
Chandler había bajado la cabeza y estaba ocupada escribiendo, pero se detuvo y miró a Bosch y ambos sostuvieron la mirada un momento hasta que ella dijo:
—Protesto, señoría.
El juez aceptó eliminar el comentario de Bosch acerca del misterio de la vida. Belk formuló algunas preguntas más acerca de la escena del disparo y luego pasó a la investigación de Church.
—Ya no participó en ello, ¿verdad?
—No, como se hace rutinariamente me asignaron a trabajo administrativo mientras se investigaban mis acciones en el incidente.
—Bueno, ¿le informaron de los resultados del equipo de investigación sobre el historial de Church?
—En líneas generales. Puesto que me la jugaba con el resultado me mantuvieron informado.
—¿De qué se enteró?
—De que el maquillaje hallado en el botiquín del baño se relacionó con nueve de las víctimas.
—¿Alguna vez tuvo dudas o escuchó que alguno de los otros investigadores expresara alguna duda sobre si Norman Church era responsable de las muertes de esas mujeres?
—¿De esas nueve? No, ninguna duda. Nunca.
—Bueno, detective Bosch, ha oído al señor Wieczorek testificar que estuvo con el señor Church la noche en que la undécima víctima, Shirleen Kemp, fue asesinada. Vio usted el vídeo presentado como prueba. ¿Eso no le despertó ninguna duda?
—Me presentó dudas sobre el caso, pero Shirleen Kemp no estaba entre las nueve víctimas cuyo maquillaje se halló en el apartamento de Church. Ni a mí ni a nadie del equipo de investigación nos cabe ninguna duda de que Church mató a esas nueve mujeres.
Chandler protestó por el hecho que Bosch hablara en nombre del resto del equipo de investigación y el juez la admitió. Belk cambió de tema, sin querer aventurarse más en el área de las víctimas siete y once. Su estrategia consistía en evitar cualquier referencia a un segundo asesino, dejando a Chandler la posibilidad en el turno de réplica.
—Fue sancionado por entrar sin refuerzos. ¿Cree que el departamento actuó correctamente al hacerlo?
—No.
—¿Porqué?
—Como le he explicado, no creo que tuviera elección. Si tuviera que hacerlo otra vez (aun sabiendo que me trasladarían como resultado) volvería a hacerlo. Tenía que hacerlo. Si hubiera habido otra mujer dentro, otra víctima, y yo la hubiera salvado, probablemente me habrían ascendido.
Al ver que Belk no formulaba de inmediato otra pregunta, Bosch continuó.
—Creo que mi traslado era una necesidad política. El resumen era que había matado a un hombre desarmado. No importa que el hombre al que maté fuera un asesino en serie, un monstruo. Además, yo llevaba carga de…
—Está bien…
—… roces con…
—Detective Bosch.
Bosch se detuvo, ya lo había dejado claro.
—Entonces lo que está diciendo es que no se arrepiente de nada de lo que ocurrió en el apartamento, ¿correcto?
—No, no es correcto.
La respuesta aparentemente sorprendió a Belk. Bajó la mirada a sus notas. Había formulado una pregunta para la que esperaba una respuesta diferente, pero se dio cuenta de que tenía que seguir adelante.
—¿Qué es lo que lamenta?
—Que Church hiciera ese movimiento. Él provocó el disparo. No podía hacer otra cosa que disparar. Yo quería detener los crímenes. No quería matarle para hacerlo. Pero fue así como sucedió. Fue una jugada suya.
Belk mostró su alivio dejando escapar el aire pesadamente en el micrófono antes de anunciar que no tenía más preguntas.
El juez Keyes decretó un descanso de diez minutos antes del turno de réplica. Bosch volvió a la mesa de la defensa, donde Belk le susurró que en su opinión lo había hecho bien. Bosch no respondió.
—Creo que todo va a depender de su interrogatorio. Si puede pasarlo sin daños graves, creo que lo conseguiremos.
—¿Y cuando introduzca al discípulo y presente la nota?
—No sé cómo podría hacerlo. Si lo hace estará dando palos de ciego.
—Se equivoca. Tiene una fuente en el departamento. Alguien le ha pasado información sobre la nota.
—Pediré una conferencia privada si la cosa llega a ese punto.
La respuesta no era muy alentadora. Bosch miró el reloj, tratando de calibrar si tenía tiempo para fumarse un cigarrillo. No creía que lo tuviera, de modo que volvió al estrado de los testigos. Pasó por detrás de Chandler, que estaba escribiendo en su bloc.
—Gran misterio de la vida —dijo ella sin levantar la vista.
—Sí —dijo Bosch sin volverse.
Cuando se sentó a esperar vio que Bremmer entraba seguido por el tipo del Daily News y un par de reporteros de agencia. Alguien había hecho correr la voz de que el acto central estaba a punto de empezar. En el tribunal federal no se permitían las cámaras, por lo cual una de las cadenas había enviado un dibujante.
Desde el estrado de los testigos, Bosch observó cómo trabajaba Chandler. Supuso que estaba escribiendo preguntas para él. Deborah Church estaba sentada con las manos sobre la mesa evitando establecer contacto visual con Bosch. Al cabo de un minuto, la puerta del jurado se abrió y los doce ocuparon la tribuna. A continuación salió el juez y Bosch inspiró hondo y se preparó al tiempo que Chandler se dirigía al estrado con su bloc amarillo.
—Señor Bosch —empezó la abogada—, ¿a cuántas personas ha matado?
Belk protestó de inmediato y solicitó un aparte. Los letrados y la secretaria del tribunal se colocaron a un lado del banco y hablaron entre susurros durante cinco minutos. Bosch sólo oyó fragmentos, la mayoría de Belk, que era el que más levantaba la voz. En un momento argumentó que sólo se estaba cuestionando un disparo —el que acabó con la vida de Church— y que todos los demás eran irrelevantes. Oyó que Chandler decía que la información era relevante porque ilustraba el modo de pensar del demandado. Bosch no oyó la respuesta del juez, pero después de que los letrados y la secretaria volvieron a sus lugares, el juez dijo:
—El demandado contestará la pregunta.
—No puedo —dijo Bosch.
—Detective Bosch, el tribunal le ordena que responda.
—No puedo responder, señoría. No sé a cuánta gente he matado.
—¿Sirvió en combate en Vietnam? —preguntó Chandler.
—Sí.
—¿Cuáles eran sus funciones?
—Rata de los túneles. Me metía en los túneles del enemigo. En ocasiones ello resultaba en una confrontación directa. A veces utilizaba explosivos para destruir los complejos de túneles. Para mí es imposible saber cuánta gente había en ellos.
—De acuerdo, detective, desde que terminó sus obligaciones militares y se hizo agente de policía, ¿a cuánta gente ha matado?
—A tres personas, incluido Norman Church.
—¿Puede hablarnos de los otros dos incidentes en los que no participó Church? En líneas generales.
—Sí, uno fue antes de Church y el otro después. La primera vez que maté a alguien fue durante una investigación de asesinato. Fui a interrogar a un hombre del que creía que podía ser un testigo. Resultó que era el asesino. Cuando llamé a la puerta me respondió con un disparo. No me hirió. Yo derribé la puerta y entré. Oí que corría hacia la parte posterior de la casa y lo seguí hasta el jardín, donde estaba trepando una valla. Cuando estaba a punto de saltar al otro lado, se volvió para dispararme otra vez. Yo disparé antes y él cayó.
»La segunda vez fue después de Church. Yo participaba en una investigación de asesinato y robo con el FBI. Hubo un intercambio de disparos entre dos sospechosos y mi compañero en ese momento, un agente del FBI, y yo mismo. Yo maté a uno de los sospechosos.
—Así que en ambos casos los hombres a los que mató estaban armados.
—Exacto.
—Tres tiroteos con víctimas mortales es mucho, incluso para un veterano con veinte años de servicio, ¿no?
Bosch esperó unos segundos por si Belk protestaba, pero el abogado obeso estaba demasiado ocupado escribiendo en su bloc. Se lo había perdido.
—Em, conozco a policías con veinte años de servicio que ni siquiera han tenido que desenfundar sus armas, y conozco a otros que se han visto envueltos en hasta siete muertes. Es cuestión del tipo de casos en los que trabajas, es cuestión de suerte.
—¿Buena suerte o mala suerte?
Esta vez Belk protestó y el juez la admitió. Chandler continuó con rapidez.
—Después de matar al señor Church cuando estaba desarmado, ¿se sintió mal por ello?
—En realidad no. Al menos hasta que me demandaron y me enteré de que usted era la abogada.
Hubo risas en la sala, e incluso Honey Chandler sonrió. Después de restablecer el silencio en la sala con un golpe de maza, el juez instruyó a Bosch para que mantuviera sus respuestas centradas y se abstuviera de apartes personales.
—No tuve remordimientos —dijo Bosch—. Como he dicho antes, hubiera preferido capturar a Church vivo, pero en cualquier caso quería sacarlo de las calles.
—Pero usted lo preparó todo, tácticamente, para que tuviera que terminar en su desaparición permanente, ¿no?
—No, no preparé nada. Las cosas simplemente sucedieron.
Bosch sabía que no le convenía mostrar ira hacia ella. La regla de oro consistía en responder a cada pregunta como si estuviera tratando con una persona que simplemente estaba equivocada, absteniéndose de hacer denuncias airadas.
—No obstante, usted estuvo satisfecho de que el señor Church muriera cuando estaba desarmado, desnudo y totalmente indefenso.
—No era una cuestión de satisfacción.
—Señoría —dijo Chandler—, ¿puedo acercarme al testigo con un documento? Es la prueba 3A de la acusación.
Pasó copias de un trozo de papel a Belk y al alguacil, que se la llevó al juez. Mientras el juez la estaba leyendo, Belk se acercó al estrado y protestó.
—Señoría, si esto se ofrece como acusación, no veo su validez. Son palabras de un psiquiatra, no de mi cliente.
Chandler se acercó al micrófono y dijo:
—Señoría, si mira en la sección del sumario, lo que quiero que lea el testigo es el último párrafo. También observará que el demandado firmó el informe en la parte inferior.
El juez Keyes leyó algo más, se limpió la boca con el dorso de la mano y dijo:
—La acepto. Puede mostrárselo al testigo.
Chandler entregó otra copia a Bosch sin mirarle. Después retrocedió otra vez hasta el estrado.
—¿Puede decirnos qué es, detective Bosch?
—Es un formulario de alta psicológica de carácter confidencial. Creo que debería decir supuestamente confidencial.
—Sí, ¿y en relación con qué?
—Es el alta que autoriza mi retorno al servicio después de la muerte de Church. Ser entrevistado por el psiquiatra del departamento después de verse envuelto en un tiroteo es una cuestión de rutina. Después él te autoriza a volver al servicio.
—Debe conocerle bien.
—¿Disculpe?
—Señora Chandler, eso no es necesario —dijo el juez Keyes antes de que Belk se levantara.
—No, señoría, lo retiro. Fue autorizado a volver al servicio (a su nuevo puesto en Hollywood) después de la entrevista, ¿es correcto?
—Sí, es correcto.
—¿No es cierto que en realidad no es más que un trámite? ¿El psiquiatra nunca impide que un agente regrese al servicio sobre la base de su estado psiquiátrico?
—No a la primera pregunta. En cuanto a la segunda, no lo sé.
—Bueno, deje que la reformule. ¿Alguna vez ha oído que un agente haya sido retenido por la entrevista psiquiátrica?
—No. Se supone que son confidenciales, de manera que dudo que me hubiera enterado de todos modos.
—¿Puede hacer el favor de leer el último párrafo de la sección del resumen del informe que tiene delante?
—Sí.
Bosch cogió el papel y empezó a leer. En silencio.
—En voz alta, detective Bosch —dijo Chandler en tono exasperado—. Pensaba que estaba implícito en la pregunta.
—Lo siento. Dice: A causa de sus experiencias en el ejército y la policía, especialmente el arriba mencionado disparo que resultó en una víctima mortal, el sujeto hasta cierto punto se ha desensibilizado a la violencia. Habla en términos de violencia y cierto aspecto de la violencia ha sido una parte aceptada de su vida cotidiana, durante toda su vida. Así pues, es poco probable que lo que sucedió previamente actúe como elemento psicológico disuasorio si otra vez vuelve a encontrarse en circunstancias en las que deba emplear una fuerza mortal para protegerse a sí mismo o a otros. Creo que podría actuar sin vacilar. Podría apretar el gatillo. De hecho, su conversación no revela efecto dañino alguno del disparo, a no ser que la sensación de satisfacción por el resultado del incidente (la muerte del sospechoso) deba considerarse inapropiada.
Bosch dejó el papel en el estrado. Advirtió que todos los miembros del jurado lo estaban mirando. No sabía si el informe era altamente dañino o beneficioso para su causa.
—El sujeto del informe es usted, ¿verdad? —preguntó Chandler.
—Sí, soy yo.
—Acaba de declarar que no hubo satisfacción, pero el informe del psiquiatra afirma que usted sintió una sensación de satisfacción con el resultado del incidente. ¿Cuál es la verdad?
—Ésas son sus palabras en el informe, no las mías. No creo que yo dijera eso.
—¿Qué dijo usted?
—No lo sé, eso no.
—Entonces ¿por qué firmó el informe de alta?
—Lo firmé porque quería volver al trabajo. Si tenía que ponerme a discutir con él por las palabras que usó, no iba a volver a trabajar.
—Dígame, detective, ¿el psiquiatra que le examinó y que hizo ese informe conocía lo que le ocurrió a su madre?
Bosch dudó.
—No lo sé —respondió al fin—. Yo no se lo dije. No sé si él conocía esa información previamente.
Apenas podía concentrarse en sus palabras, porque su mente se había disparado.
—¿Qué le ocurrió a su madre?
Bosch miró directamente a Chandler un momento antes de responder. Ella no apartó la mirada.
—Como se testificó antes, la mataron. Yo tenía once años. Ocurrió en Hollywood.
—Y nunca detuvieron a nadie, ¿verdad?
—Eso es cierto. ¿Podemos hablar de otra cosa? Ya se ha testificado sobre esto.
Bosch miró a Belk, que captó la idea y se levantó para protestar por la línea repetitiva del interrogatorio de Chandler.
—Detective Bosch, ¿quiere hacer una pausa? —preguntó el juez Keyes—. Para calmarse un poco.
—No, juez, estoy bien.
—Bueno, lo lamento, pero no puedo restringir una réplica apropiada. Objeción rechazada.
El juez hizo una señal a Chandler para que continuara.
—Lamento hacer preguntas tan personales, pero, después de la muerte de su madre, ¿lo educó su padre?
—No lo lamenta. Usted…
—¡Detective Bosch! —bramó el juez—. No toleraré esto. Debe responder las preguntas que le plantean y no decir nada más. Simplemente responda las preguntas.
—No, nunca conocí a mi padre. Me enviaron a un orfanato y luego a casas de acogida.
—¿Tiene hermanos o hermanas?
—No.
—Así que el hombre que estranguló a su madre no sólo se llevó a su ser más próximo, sino que destrozó la vida que tenía en ese momento.
—Diría que sí.
—¿El crimen tuvo algo que ver con que se hiciera policía?
Bosch sentía que ya no podía continuar mirando al jurado. Sabía que se había ruborizado. Y se sentía como si se estuviera secando bajo una lupa.
—No lo sé. Nunca me he analizado a mí mismo hasta tal punto.
—¿Tuvo algo que ver con la satisfacción que sintió al matar al señor Church?
—Como he dicho antes, si hubo alguna satisfacción (ya que se empeña en usar esa palabra) fue que estuve satisfecho de cerrar el caso. Para usar su palabra, ese hombre era un monstruo. Era un asesino. Estaba satisfecho de que lo hubiéramos detenido, ¿usted no lo habría estado?
—Es usted quien responde las preguntas, detective Bosch —dijo Chandler—. La cuestión que ahora tengo es: ¿detuvo usted las muertes? ¿Todas ellas?
Belk saltó y pidió un aparte. El juez dijo al jurado:
—Al final vamos a tomar ese descanso. Volveremos a llamarles cuando estemos preparados.