Capítulo 14

Laurel Canyon es una vía serpenteante que conecta Studio City con Hollywood y el Sunset Strip a través de las montañas de Santa Mónica. En el lado sur, donde la carretera pasa por debajo de Mulholland Drive y los cuatro rápidos carriles se estrechan a dos en una invitación a una colisión frontal, el cañón se convierte en el Los Ángeles enrollado, donde los bungalows del Hollywood de hace cuarenta años conviven con edificios contemporáneos de cristal de varios niveles que a su vez tienen por vecinos a casitas de pan de jengibre. Harry Houdini construyó allí un castillo entre las colinas empinadas, y Jim Morrison vivió en una casa de madera cerca del mercadillo que todavía sirve como único reducto del comercio en el cañón.

El cañón era un lugar adonde iban a vivir los nuevos ricos: estrellas de rock, guionistas, actores de cine y traficantes de droga. Desafiaban a los corrimientos de tierra y a los embotellamientos monumentales con tal de poder decir que vivían en Laurel Canyon. Locke residía en Lookout Mountain Drive, una empinada cuesta que exigió un esfuerzo extra al Caprice del departamento que conducía Bosch. Era imposible pasarse de largo porque la dirección que buscaba destellaba en neón azul en la fachada de la casa de Locke. Harry aparcó junto al bordillo, detrás de una furgoneta Volkswagen multicolor que tendría no menos de veinte años. El tiempo se había detenido en Laurel Canyon.

Bosch salió, tiró la colilla al suelo y la pisó. Era una noche oscura y silenciosa. Oyó el motor del Caprice que se enfriaba, percibió el olor de aceite quemado que salía de los bajos. Se estiró a través de la ventana abierta y cogió las dos carpetas.

Había tardado más de una hora en llegar a la casa de Locke y en ese tiempo Bosch había podido refinar sus ideas acerca del descubrimiento del patrón dentro del patrón.

Locke abrió la puerta con una copa de vino tinto en la mano. Estaba descalzo y llevaba unos vaqueros gastados y una camisa verde quirófano. Del cuello le colgaba una correa de cuero con un gran cristal rosa.

—Buenas noches, detective Bosch. Pase, por favor.

El doctor lo guió a través de un recibidor hasta un gran salón-comedor con una pared de ventanales que se abrían a un patio de ladrillos que rodeaba una piscina. Bosch se fijó en que la moqueta rosada estaba sucia y gastada, pero por lo demás el sitio no estaba mal para un escritor y profesor universitario de sexología. El agua de la piscina estaba rizada, como si alguien hubiera estado nadando recientemente, y a Bosch le pareció oler un rastro de marihuana rancia.

—Bonito sitio —dijo Bosch—. Somos casi vecinos, ¿sabe? Yo vivo en el otro lado de la colina, en Woodrow Wilson.

—¿Ah, sí? ¿Cómo es que ha tardado tanto en llegar?

—Bueno, en realidad no vengo de casa. Estaba en casa de una amiga en Bouquet Canyon.

—Una amiga, bueno, eso explica los cuarenta y cinco minutos de espera.

—Siento entretenerle, doctor. ¿Por qué no empezamos con esto y así no le robaré más tiempo del necesario?

—Sí, por favor.

Indicó a Bosch que pusiera las carpetas en la mesa del comedor, pero no le preguntó si quería una copa de vino, un cenicero o un bañador.

—Lamento irrumpir así —dijo Bosch—. Seré rápido.

—Sí, ya lo ha dicho. Yo también siento que haya surgido esto ahora. Testificar me ha retrasado un día en mi calendario de investigación y escritura y estaba tratando de ponerme al día esta noche.

Bosch se fijó en que el pelo del doctor no estaba húmedo. Tal vez había estado trabajando mientras otra persona usaba la piscina.

Locke tomó asiento en la mesa del comedor y Bosch le explicó la historia de la investigación de la rubia de hormigón en estricto orden cronológico, empezando por mostrarle una copia de la nueva nota que habían dejado el lunes en comisaría.

Mientras relataba los detalles del último crimen, Bosch vio que los ojos de Locke se encendían con interés. Cuando hubo terminado, el psicólogo dobló los brazos y cerró los ojos.

—Déjeme que piense un momento antes de que sigamos adelante —dijo.

El psicólogo estaba sentado y completamente inmóvil. Bosch no sabía cómo interpretarlo. Al cabo de veinte segundos, dijo por fin:

—Si va a pensar, yo voy a pedirle prestado el teléfono.

—Está en la cocina —explicó Locke sin abrir los ojos.

Bosch miró el número de Amado que tenía en la lista del equipo de investigación en la carpeta y lo llamó. Supo que había despertado al analista del forense.

—Lamento despertarle —dijo Bosch después de identificarse—, pero están pasando cosas muy deprisa en este nuevo caso del Fabricante de Muñecas. ¿Lo ha leído en la prensa?

—Sí, pero decía que no estaba claro que fuera del Fabricante de Muñecas.

—Bueno, en eso estoy trabajando. Tengo una pregunta.

—Adelante.

—Ayer testificó sobre los kits de violación de cada víctima. ¿Dónde están ahora esas pruebas?

Se produjo un largo silencio antes de que Amado contestara.

—Probablemente siguen en el archivo de pruebas. Es política del forense conservar las pruebas siete años después de la resolución de un caso. Por si hay apelaciones o algo. Aunque como el perpetrador está muerto no habría motivo para conservarlas ni siquiera ese tiempo. De todos modos, hace falta una orden del forense para vaciar un archivador de pruebas. Es probable que el forense no pensara en eso ni lo recordara después de que usted, eh, matara a Church. Hay mucha burocracia. Supongo que los kits siguen allí. El conservador de las pruebas sólo requerirá una orden de eliminación después de siete años.

—Gracias —dijo Bosch con una evidente excitación en la voz—. ¿Y en qué condiciones estarán? ¿Todavía servirán como pruebas? ¿Y para el análisis?

—En principio no debería haber ningún deterioro.

—¿Cómo va de trabajo?

—Siempre a tope, pero ya me ha enganchado. ¿Qué pasa?

—Necesito que alguien saque las pruebas de las víctimas siete y once, son Nicole Knapp y Shirleen Kemp. ¿Lo tiene? Siete y once, como el supermercado.

—Sí, siete y once. ¿Y luego qué?

—Necesito comparar los peinados púbicos. Buscar los mismos pelos extraños en ambas mujeres. ¿Cuánto tardaría?

—Tres o cuatro días. Hemos de enviarlo al laboratorio del Departamento de Justicia. Puedo meterles prisa y conseguirlo antes. ¿Puedo preguntarle algo? ¿Por qué lo hace?

—Pienso que había alguien más además de Church. Un imitador. Mató a la víctima siete, a la once y a la de esta semana. Y estoy pensando que tal vez no era tan listo como para afeitarse como Church. Si encuentra pelos similares en los peinados, creo que eso lo confirmaría.

—Bueno, ahora mismo puedo decirle algo que es interesante acerca de esos dos casos, el siete y el once.

Bosch esperó.

—Revisé todo antes de declarar, así que lo tengo fresco. ¿Recuerda que he declarado que dos de las víctimas presentaban desgarros vaginales? Bueno, eran esas dos, la siete y la once.

Bosch pensó en la información un momento. Desde el comedor oyó que Locke lo llamaba.

—¿Harry?

—Ahora voy. —A Amado le dijo—: Es interesante.

—Significa que ese segundo tipo, quien sea, es más duro que Church con las víctimas. Esas dos mujeres eran las que tenían peores lesiones.

Entonces se le ocurrió algo a Bosch. Algo que no le había cuadrado del testimonio de Amado del día anterior. De pronto estaba claro.

—Los condones —dijo.

—¿Qué pasa?

—Declaró que había una caja de doce y sólo quedaban tres.

—¡Eso es! Habían usado nueve. Si restamos de la lista a las víctimas siete y once quedan nueve víctimas. Coincide, Harry. Vale, mañana a primera hora me pondré con esto. Déme tres días como máximo.

Ambos colgaron y Bosch se preguntó si Amado iba a poder dormir esa noche.

Locke se había vuelto a servir vino, pero siguió sin preguntarle a Bosch si quería una copa cuando éste volvió al comedor. Bosch se sentó al otro lado de la mesa.

—Estoy listo para continuar —dijo Locke.

—Pues adelante.

—¿Me está diciendo que el cuerpo hallado esta semana exhibía todos los detalles adscritos al Fabricante de Muñecas?

—Sí.

—Salvo que ahora tenemos un nuevo método de deshacerse del cadáver. Una forma privada en lugar del desafío público que suponían las otras. Es todo muy interesante, ¿qué más?

—Bueno, a partir del testimonio del juicio creo que podemos eliminar a Church como el autor del undécimo asesinato. Un testigo trajo una cinta que…

—¿Un testigo?

—Sí, en el juicio. Era amigo de Church. Trajo un vídeo que mostraba a Church en una fiesta en el momento en que la víctima once fue secuestrada. La cinta es convincente.

Locke asintió con la cabeza y permaneció en silencio. Al menos esta vez no cierra los ojos, pensó Bosch. El psicólogo se acarició pensativamente los pelos grises de la barbilla, lo que provocó que Bosch imitara el gesto.

—Después está la número siete —dijo Bosch.

Le contó a Locke la importante información que había obtenido de Cerrone, acerca de la voz que el macarra había reconocido.

—La identificación de voz no serviría como prueba, pero démoslo por bueno por el bien de la tesis. Eso relaciona a la rubia de hormigón con nuestra séptima víctima. El vídeo elimina a Church en el undécimo caso. Amado, de la oficina del forense, no sé si lo recuerda, dice que las víctimas siete y once tenían lesiones similares, lesiones que destacaban si se comparaban con las del resto de las víctimas.

—Otra cosa que acabo de recordar es el maquillaje. Tras la muerte de Church encontraron el maquillaje en el apartamento de Hyperion, ¿recuerda? Coincidía con nueve de las víctimas. Las víctimas de las que no había maquillaje eran…

—La siete y la once.

—Exacto. Así que lo que tenemos son múltiples vínculos entre estos dos casos, el siete y el once. Después existe una conexión tangencial con la número doce, la víctima de esta semana, basada en el reconocimiento de la voz del cliente por parte del macarra. La conexión se fortalece si observamos el estilo de vida de las tres mujeres. Todas trabajaban en el porno y vendían sus servicios por teléfono.

—Veo el patrón en el patrón —dijo Locke.

—Aún hay más. Si ahora añadimos a la única superviviente, vemos que también se dedicaba al porno y trabajaba por teléfono.

—Y describió al agresor, que no se parecía en nada a Church.

—Exactamente. Porque creo que no era Church. Creo que las tres, más la superviviente, son el conjunto de víctimas de un asesino. Las otras nueve forman otro conjunto con otro asesino. Church.

Locke se levantó y empezó a pasear a lo largo de un costado de la mesa del comedor. Mantenía la mano en la barbilla.

—¿Algo más?

Bosch abrió una de las carpetas y sacó el plano y un trozo de papel doblado en el que antes había escrito una serie de fechas. Cuidadosamente desenvolvió el mapa y lo extendió en la mesa. Se inclinó sobre él.

—Veamos. Llamemos a los nueve crímenes grupo A y a los tres, grupo B. En el mapa he marcado con un círculo los lugares donde se encontraron las víctimas del grupo A. Ve, si sacamos las víctimas del grupo B, tenemos una buena concentración geográfica. Las víctimas del grupo B se hallaron en Malibu, West Hollywood, South Hollywood. Pero la lista A se concentra en el este de Hollywood y Silverlake.

Bosch trazó con el dedo un círculo en el mapa, mostrando la zona que había usado Church para deshacerse de sus víctimas.

—Y aquí, casi en el centro de esta zona está Hyperion Street, el lugar donde Church cometía sus crímenes.

Se enderezó y tiró el papel doblado sobre el plano.

—Veamos ahora una lista de las fechas de los once asesinatos atribuidos originalmente a Church. Ve que al principio hay un patrón de intervalos: treinta días, treinta y dos, veintiocho, treinta y uno, treinta y uno. Pero después el intervalo se va al infierno. ¿Recuerda cuánto nos confundió entonces?

—Lo recuerdo.

—Tenemos doce días, después dieciséis, después veintisiete, treinta y once. El patrón se desintegra. Pero ahora separemos las fechas del grupo A y el B.

Bosch desplegó el papel. Había dos columnas de fechas. Locke se inclinó sobre la mesa para estudiar ambas columnas. Bosch distinguió una línea fina, una cicatriz, encima de la coronilla calva y pecosa del psiquiatra.

—En el grupo A tenemos ahora un patrón —continuó Bosch—. Un patrón de intervalos claramente discernible. Tenemos treinta días, treinta y dos, veintiocho, treinta y uno, treinta y uno, veintiocho, veintisiete y treinta. En el grupo B tenemos ochenta y cuatro días entre los dos asesinatos.

—Un mejor control del estrés.

—¿Qué?

—Los intervalos entre la realización de estas fantasías están dictados por la acumulación de tensión. Testifiqué al respecto. Cuanto mejor lo controle el asesino, más largo es el intervalo entre asesinatos. El segundo asesino tiene un mejor control del estrés. O al menos lo tenía entonces.

Bosch observó cómo el psiquiatra paseaba por la habitación. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Locke no protestó.

—Lo que quiero saber es si es posible —le preguntó Bosch—. Me refiero a si usted conoce algún precedente.

—Por supuesto que es posible. El corazón negro no late solo. Ni siquiera tiene que buscar fuera de los límites de su propia jurisdicción para encontrar amplias pruebas de que es posible. Fíjese en los estranguladores de la colina. Incluso escribieron un libro sobre ellos llamado Tal para cual.

»Fíjese en las similitudes en el método de operación empleado por el Acechador Nocturno y el estrangulador de Sunset Strip a principios de los ochenta. La respuesta breve es que sí, es posible.

—Conozco los casos, pero éste es distinto. Trabajé en algunos de ellos y sé que éste es diferente. Los estranguladores de la colina trabajaban juntos. Eran primos. Los otros dos eran similares, pero había diferencias importantes. Aquí alguien llegó y copió al otro exactamente. Tanto que lo pasamos por alto y se escapó.

—Dos asesinos que trabajan de manera independiente pero que usan la misma metodología.

—Exacto.

—Otra vez le digo que todo es posible. Otro ejemplo: ¿recuerda que en los ochenta hubo el asesino de la autovía en los condados de Orange y Los Ángeles?

Bosch asintió. Nunca había trabajado en esos casos, de manera que no estaba muy informado de los detalles.

—Bueno, una vez tuvieron suerte y detuvieron a un veterano del Vietnam llamado William Bonin. Lo vincularon con un puñado de los casos y creyeron que también sería el autor del resto. Fue al corredor de la muerte, pero los asesinatos no cesaron. Continuaron hasta que un agente de autopistas paró a un tipo llamado Randy Kraft, que estaba conduciendo por la autopista con un cadáver en el maletero. Kraft y Bonin no se conocían, pero durante una temporada compartieron secretamente el alias de Asesino de la Autovía. Ambos trabajaban independientemente cometiendo asesinatos. Y los tomaron por la misma persona.

Eso sonaba similar a la teoría en la que Bosch estaba trabajando. Locke continuó hablando; ya no se mostraba molesto por la intrusión nocturna.

—¿Sabe? Conozco a un guardia del corredor de la muerte de San Quintín que está haciendo una investigación allí. Me explicó que hay cuatro asesinos en serie, incluidos Kraft y Bonin, esperando a la cámara de gas. Y, bueno, los cuatro juegan a cartas todos los días. Al bridge. Entre todos suman cincuenta y nueve condenas por asesinato. Y juegan al bridge. Bueno, el caso es que el guardia dice que Kraft y Bonin piensan de forma tan parecida que son casi invencibles como pareja de bridge.

Bosch empezó a doblar de nuevo el plano.

—¿Kraft y Bonin mataban a las víctimas de la misma manera? —preguntó sin levantar la cabeza—. ¿Exactamente de la misma manera?

—No exactamente. Pero mi idea es que puede haber dos. Pero en este caso el sucesor es más listo. Sabía exactamente qué tenía que hacer para que la policía fuera en la otra dirección, para cargárselo a Church. Entonces, cuando Church murió y ya no pudo utilizarlo como camuflaje, el discípulo, por llamarlo de alguna manera, se ocultó.

Bosch lo miró y de repente le golpeó una idea que hizo girar todo lo que sabía y lo puso bajo una nueva luz. Era como al abrir una partida de billar americano, cuando golpeas con la blanca y las bolas se dispersan en todas las direcciones. Pero no dijo nada. Sabía que esta nueva idea era demasiado peligrosa para plantearla. Se limitó a hacer otra pregunta a Locke.

—Pero incluso cuando se ocultó este discípulo mantuvo el mismo programa que el Fabricante de Muñecas —dijo Bosch—. ¿Por qué hacerlo, si nadie iba a verlo? Recuerde que con el Fabricante de Muñecas creíamos que dejar los cadáveres en lugares públicos, con las caras maquilladas, formaba parte de su programa erótico. Parte de su excitación. Pero ¿por qué iba a hacerlo el segundo asesino (seguir ese programa) si no pretendía que se hallara el cuerpo?

Locke puso ambas manos en la mesa para sostener su peso y pensó un momento. Bosch creyó que había oído un ruido en el patio. Miró a través del ventanal y sólo vio la oscuridad de la empinada pendiente que se cernía sobre la piscina iluminada, cuya superficie arriñonada estaba ahora en calma. Miró el reloj. Era medianoche.

—Es una buena pregunta —dijo Locke—. No conozco la respuesta. Tal vez el discípulo sabía que finalmente el cuerpo se descubriría, que él mismo podría revelar dónde estaba sepultado. Verá, probablemente tenemos que asumir que fue el continuador quien envió las notas a usted y a los periódicos cuatro años atrás. Muestra la porción exhibicionista de su programa. Church aparentemente no tenía la misma necesidad de atormentar a sus perseguidores.

—El discípulo se excitaba burlándose de nosotros.

—Exactamente. Lo que estaba haciendo le divertía, hostigaba a sus perseguidores y mientras tanto toda la culpa de los asesinatos que cometía recaía en el verdadero Fabricante de Muñecas. ¿Me sigue?

—Sí.

—Bien, ¿qué pasó entonces? Usted mató al verdadero Fabricante de Muñecas, el señor Church. El discípulo ya no tenía tapadera. Así que lo que hace es continuar con su trabajo (sus asesinatos), pero ahora entierra a la víctima, la oculta bajo el hormigón.

—Está diciendo que todavía sigue el programa erótico completo con el maquillaje y todo lo demás, pero después entierra a sus víctimas para que nadie más las vea.

—Así nadie lo sabe. Sí, sigue el programa porque eso es lo que le excita en primer lugar. Pero ya no puede permitirse abandonar los cadáveres en lugares públicos porque eso desvelaría su secreto.

—¿Entonces por qué la nota? ¿Por qué enviar esta semana a la policía la nota que lo expone?

Locke paseó a lo largo de la mesa, pensando.

—Confianza —dijo al cabo—. El sucesor se ha fortalecido en estos cuatro años. Se cree invencible. Es un rasgo común en la fase de desmontaje de un psicópata. Desarrolla un estado de confianza e invulnerabilidad cuando, en realidad, el psicópata está cometiendo cada vez más errores. Desmontaje. Se vuelve vulnerable al descubrimiento.

—Así que, como ha salido indemne con sus acciones en cuatro años, cree que está a salvo y es tan intocable que nos envía otra nota para burlarse de nosotros.

—Exactamente, pero ése no es el único factor. Otro factor es el orgullo de la autoría. Ha empezado este gran juicio sobre el Fabricante de Muñecas y él quiere robar parte de la atención. Debe entender que reclama atención para sus actos. Después de todo fue el discípulo y no Church quien enviaba las cartas antes. Así que siendo orgulloso y sintiéndose fuera del alcance de la policía (supongo que como un dios es la forma de describir esta percepción de sí mismo) escribe la nota de esta semana.

—Atrápame si puedes.

—Sí, uno de los juegos más antiguos. Y por último puede haber enviado la nota porque está enfadado con usted.

—¿Conmigo?

Bosch se sorprendió. Nunca había considerado esta posibilidad.

—Sí, usted quitó de en medio a Church. Arruinó su tapadera perfecta. No creo que la nota y su mención en la prensa le haya ayudado en su juicio, ¿no?

—No, podría hundirme.

—En efecto, así que puede que ésta sea la forma que tiene el discípulo de devolverle la moneda. Su venganza.

Bosch pensó un momento en todo ello. Casi podía sentir la inyección de adrenalina en sus venas. Era más de medianoche, pero no se sentía cansado en absoluto. Tenía un objetivo. Ya no estaba perdido en el vacío.

—Cree que hay más, ¿no? —preguntó.

—¿Más mujeres en el hormigón o en confinamientos similares? Sí, por desgracia, lo creo. Cuatro años es mucho tiempo. Me temo que hay muchas otras.

—¿Cómo lo encontraré?

—No lo sé, por lo general mi trabajo llega al final, después de que son detenidos, después de que están muertos.

Bosch asintió, cerró las carpetas y se las puso bajo el brazo.

—No obstante hay algo —dijo Locke—. Busque en el repertorio de las víctimas, ¿quiénes son? ¿Cómo llegaba hasta ellas? Las tres que están muertas y la superviviente, ha dicho que todas estaban en la industria del porno.

Bosch volvió a dejar las carpetas en la mesa. Encendió otro cigarrillo.

—Sí, y también trabajaban por teléfono —dijo.

—Sí. Así que mientras que Church era el asesino oportunista, que buscaba víctimas de cualquier estatura, edad o raza, el discípulo tiene gustos más específicos.

Bosch recordó rápidamente a las víctimas del porno.

—Sí, las víctimas del discípulo eran blancas, jóvenes, rubias y con pechos grandes.

—Eso es un modelo claro. ¿Esas mujeres anunciaban sus servicios en los medios para adultos?

—Sé que dos de ellas y la superviviente lo hacían. La última víctima también vendía sus servicios a través del teléfono, pero no sé cómo se anunciaba.

—¿Las tres que se anunciaban incluían fotografías?

Bosch sólo recordaba el anuncio de Holly Lere y no incluía foto. Sólo su nombre artístico, un teléfono y una garantía de placer lascivo.

—No lo creo. El que recuerdo no tenía. Pero su nombre del porno estaba en el anuncio. Así que alguien que estuviera familiarizado con su trabajo en vídeo conocería su apariencia física y sus atributos.

—Muy bien. Ya estamos creando un perfil del discípulo. Es alguien que usa vídeos para adultos a fin de seleccionar a las mujeres para su programa erótico. Luego contacta con ellas en los medios para adultos al ver sus nombres o fotos en los anuncios. ¿Le he ayudado, detective Bosch?

—Absolutamente. Gracias por su tiempo. Y no comente esto con nadie. No estoy seguro de que queramos hacer esto público todavía.

Bosch cogió las carpetas otra vez y se dirigió hacia la puerta, pero Locke lo detuvo.

—No hemos terminado, y lo sabe.

Bosch se volvió.

—¿A qué se refiere? —preguntó, a pesar de que lo sabía.

—No ha hablado del aspecto más inquietante de todo esto. La cuestión de cómo el discípulo conoció la rutina del asesino. El equipo de investigación no divulgó a los medios todos los detalles del programa del Fabricante de Muñecas. No entonces. Los detalles se mantuvieron en secreto para que los lunáticos que confesaran no supieran qué confesar exactamente. Era una salvaguarda. El equipo de investigación podía eliminar rápidamente las falsas confesiones.

—¿Y?

—La pregunta es: ¿cómo lo supo el discípulo?

—No lo…

—Sí lo sabe. El libro del señor Bremmer divulgó los detalles al mundo. Eso, por supuesto, explica lo de la rubia de hormigón… pero no, como estoy seguro que ya se ha dado cuenta, las víctimas siete y once.

Locke tenía razón. Eso era lo que Bosch había comprendido antes. Había evitado pensar en ello porque le aterrorizaban las implicaciones.

—La respuesta —dijo Locke— es que el discípulo de algún modo tenía acceso a los detalles. Los detalles fueron el desencadenante de su acción. Tiene que recordar que aquí estamos tratando con alguien que muy probablemente ya estaba sumido en una gran lucha interna cuando se tropezó con un programa erótico ajustado a sus necesidades. Este hombre ya tenía problemas, tanto si éstos se manifestaban en la comisión de crímenes como si no. Era un enfermo, Harry, y vio el molde erótico del Fabricante de Muñecas y se dio cuenta de que era el suyo. Pensó «eso es lo que quiero, lo que necesito para conseguir la satisfacción». Entonces adoptó el programa del Fabricante de Muñecas y lo llevó a cabo hasta el último detalle. La cuestión es, ¿cómo se tropezó con él? Y la respuesta es que le dieron acceso.

Por un momento ambos se limitaron a mirarse el uno al otro. Fue Bosch quien habló.

—Está hablando de un poli, de alguien del equipo de investigación. Eso no puede ser. Yo estaba allí. Todos queríamos detener a ese hombre. Nadie se estaba… deleitando con esto, doctor.

—Posiblemente un miembro del equipo de investigación, Harry, sólo posiblemente. Pero recuerde que el círculo de aquéllos que conocían el programa era mucho más amplio que el equipo de investigación. Había forenses, periodistas, enfermeros, los paseantes que encontraron los cadáveres, mucha gente tuvo acceso a los detalles que el discípulo sin duda conocía.

Bosch trató de elaborar un rápido perfil en su mente. Locke se dio cuenta.

—Tuvo que ser alguien que estaba dentro o alrededor de la investigación, Harry. No necesariamente una parte vital o continuada, sino alguien que al cruzarse con la investigación en un punto pudo obtener conocimiento del programa completo. Más de lo que públicamente se conocía en ese momento.

Bosch no dijo nada hasta que Locke lo incitó.

—¿Qué más, Harry? Estreche el círculo.

—Zurdo.

—Posiblemente, pero no necesariamente. Church era zurdo. El discípulo podría haber usado la mano izquierda para hacer la réplica exacta de los crímenes de Church.

—Eso es cierto, pero también están las notas. Los de documentos sospechosos opinan que están escritas por un zurdo. No estaban seguros al ciento por ciento, pero nunca lo están.

—Bien, entonces posiblemente zurdo, ¿qué más?

Bosch pensó un momento.

—Probablemente fumador. Se encontró un paquete en el hormigón y la víctima, Kaminski, no fumaba.

—Bien, eso está muy bien. Ésas son las cosas que necesita para ir estrechando el círculo. La clave está en los detalles, Harry, estoy convencido.

Sopló un viento frío de la colina que se coló por los ventanales. Bosch sintió un escalofrío. Era la hora de irse, de estar a solas con la investigación.

—Gracias otra vez —dijo al tiempo que iniciaba otra vez el camino hacia la salida.

—¿Qué va a hacer? —le llamó Locke a su espalda.

—Todavía no lo sé.

—¿Harry?

Bosch se detuvo en el umbral y se volvió hacia Locke. Tras él, la piscina brillaba de manera inquietante en la oscuridad.

—El discípulo puede ser uno de los más listos con los que se haya encontrado en mucho tiempo.

—¿Porque es un poli?

—Porque probablemente conoce todos los detalles del caso que usted conoce.

Hacía frío en el Caprice. Por la noche en los cañones siempre se instalaba esa oscuridad gélida. Bosch dio la vuelta y bajó tranquilamente por Lookout Mountain hasta Laurel Canyon. Dobló a la derecha y continuó hasta el mercado del cañón, donde compró un paquete de seis Anchor Steam. Después se llevó la cerveza y sus preguntas otra vez colina arriba hasta Mulholland.

Condujo hasta Woodrow Wilson Drive y después cuesta abajo hasta la casa que se alzaba en un saledizo y tenía vistas al paso de Cahuenga. No había dejado ninguna luz encendida porque con Sylvia en su vida nunca sabía cuánto tiempo tardaría en volver.

Abrió la primera cerveza en cuanto hubo aparcado el Caprice en la calle. Un coche pasó lentamente y lo dejó sumido en la oscuridad. Observó que un haz de luz de los focos de Universal City atravesaba las nubes por encima de la casa. Otro más lo siguió al cabo de unos segundos. La cerveza tenía un gusto agradable al bajar por su garganta, pero la sentía pesada en el estómago y Bosch paró de beber y volvió a poner la botella en el retráctil.

Sin embargo, sabía que no era la cerveza lo que de verdad le preocupaba, sino Ray Mora. De todas las personas que estaban lo suficientemente cerca del caso para conocer los detalles del programa, Mora era el que le pinchaba en las entrañas. Las tres víctimas del discípulo eran actrices porno. Y ésa era la especialidad de Mora. Probablemente las conocía a todas. La cuestión que empezaba a abrirse paso en la mente de Bosch era si también las había matado a todas. Le molestaba el mero hecho de pensarlo, pero sabía que debía hacerlo. Mora era el punto de partida lógico cuando Bosch consideró el consejo de Locke. El poli de antivicio despuntaba en la mente de Bosch como alguien que se hallaba en la intersección de ambos mundos, el del negocio del porno y el del Fabricante de Muñecas. ¿Se trataba de una simple coincidencia o de un motivo suficiente para calificar a Mora de sospechoso real? Bosch no estaba seguro. Sabía que tenía que proceder con la misma cautela con un hombre inocente a como lo haría con uno culpable.

Dentro de la casa olía a humedad. Fue directamente a la puerta corredera de atrás y la abrió. Se quedó allí un momento, escuchando el sonido silbante del tráfico que bajaba de la autovía hasta el lecho del paso. El sonido nunca cesaba. No importaba la hora o el día que fuera, siempre había tráfico, la sangre que fluía a través de las venas de la ciudad.

En el contestador parpadeaba un tres luminoso. Bosch pulsó el botón de rebobinado y encendió un cigarrillo. La primera voz era la de Sylvia.

«Sólo quería decirte buenas noches, cariño. Te quiero. Ten cuidado».

El siguiente era de Jerry Edgar: «Harry, soy Edgar. Quería que supieras que estoy fuera. Irving me llamó a casa y me pidió que pasara todo lo que tenía a robos y homicidios por la mañana. Al teniente Rollenberger. Ten cuidado, colega».

«Soy Ray —dijo la última voz de la cinta—. He estado pensando en este asunto de la rubia de hormigón y tengo algunas ideas que podrían interesarte. Llámame por la mañana y hablamos».