Vicio administrativo estaba situado en la tercera planta de la comisaría de la División Central, en el centro de Los Ángeles. Bosch llegó en diez minutos y se encontró a Ray Mora sentado al escritorio de la sala de brigada, con el teléfono pegado a la oreja. En la mesa tenía una revista con fotografías en color de una pareja realizando el acto sexual. La chica de las fotos parecía muy joven. Mora estaba mirando las fotos y pasando las páginas mientras escuchaba a la persona que llamaba. Saludó a Bosch con la cabeza y le pidió que se sentara enfrente de su escritorio.
—Bueno, eso era todo lo que quería comprobar —dijo Mora al teléfono—. Sólo quería echar un anzuelo. Pregunta y avísame si surge algo.
Entonces Mora se quedó escuchando. Bosch miró al poli de antivicio. Era de la misma estatura que él, con la piel muy bronceada y ojos castaños. Llevaba el pelo corto y no tenía vello facial. Como la mayoría de los polis de antivicio, vestía de manera informal: tejanos y un polo negro con el cuello abierto. Bosch sabía que si pudiera ver debajo de la mesa encontraría unas botas vaqueras. Harry se fijó en el medallón de oro que Mora llevaba colgado en el pecho. Era una paloma con las alas desplegadas, el símbolo del Espíritu Santo.
—¿Crees que podrás decirme dónde filman?
Silencio. Mora terminó con la revista, escribió algo en la cubierta y cogió otra que empezó a hojear.
Bosch se fijó en el calendario del Sindicato de Actores de Películas para Adultos pegado en un lateral del archivador vertical de su escritorio. Había una foto de una estrella del porno llamada Delta Bush repantigada desnuda sobre los días de la semana. Delta había ganado fama en los últimos años porque en los diarios de cotilleo se la relacionaba sentimentalmente con una estrella de Hollywood. En el escritorio, debajo del calendario, había una estatuilla religiosa que Bosch identificó como el Niño de Praga.
Bosch lo sabía porque una de sus madres adoptivas le había dado a él una parecida cuando era niño e iban a mandarlo de nuevo a McClaren. Él no había cumplido con las expectativas de los padres adoptivos. Al darle la figura y despedirse de él, la mujer le había explicado que al niño se lo conocía como el pequeño rey, el santo que se ocupaba de escuchar las plegarias de los niños. Bosch se preguntó si Mora conocía la historia, o si la estatuilla estaba allí por algún tipo de broma.
—Lo único que digo es que lo intentes —decía Mora al teléfono—. Consígueme el lugar. Sí, sí, luego.
Colgó.
—Hola, Harry. Pasa.
—Edgar ha estado aquí, ¿eh?
—Acaba de irse. ¿Ha hablado contigo?
—No.
Mora advirtió que Bosch estaba mirando la foto a doble página de la revista que tenía abierta delante de él. Eran dos mujeres arrodilladas delante de un hombre. Mora puso un Post-it amarillo en la página y cerró la revista.
—Señor, tengo que mirar toda esta mierda. Me han dado el chivatazo de que el editor de la revista está usando modelos menores de edad, ¿sabes cómo lo miro?
Bosch negó con la cabeza.
—No es la cara ni las tetas. Son los tobillos, Harry.
—¿Los tobillos?
—Sí, los tobillos. Son más suaves en las chicas jóvenes. Normalmente puedo decir si tienen más o menos de dieciocho por los tobillos. Después, claro, compruebo los certificados de nacimiento, carnets de conducir y los documentos que hagan falta. Es una locura, Harry, pero funciona.
—Muy bien. ¿Qué le dijiste a Edgar?
Sonó el teléfono. Mora contestó identificándose y escuchó unos segundos.
—Ahora no puedo hablar. Ya te llamaré más tarde, ¿dónde estás?
Mora colgó después de tomar una nota.
—Lo siento. Le di a Edgar la identificación. Magna Cum Loudly. Tengo huellas, fotos, de todo. Tengo algunas fotos de ella en acción, si quieres verlas.
Empujó la silla hacia atrás, donde había un armario archivador, pero Bosch le dijo que no se preocupara por las fotos.
—Como quieras. En cualquier caso, Edgar lo tiene todo. Creo que ha llevado las huellas al forense para confirmar la identificación. El nombre de la chica era Rebecca Kaminski. Becky Kaminski. Tendría veintitrés si estuviera viva. Vivía en Chicago antes de escapar a la ciudad del pecado en busca de fama y fortuna. Qué desperdicio, ¿eh? Era de primera. Dios la bendiga.
Bosch se sentía incómodo con Mora. Pero eso no era nuevo. Cuando habían trabajado juntos en el equipo de investigación, Harry nunca había tenido la sensación de que los asesinatos significaran demasiado para el detective de antivicio. No le hacían mella. Mora se limitaba a cumplir con sus horas, prestando su ayuda cuando era necesario. Sin lugar a dudas era bueno en su especialidad, pero no parecía importarle si detenían al Fabricante de Muñecas o no.
Mora tenía una forma extraña de mezclar la charla grosera con las menciones cristianas. Al principio Bosch había pensado que simplemente estaba siguiendo la estela de los renacidos que tan de moda estaban en el departamento años atrás, pero nunca estuvo seguro. Una vez vio que Mora se santiguaba y decía una oración silenciosa en una de las escenas del crimen del Fabricante de Muñecas. A causa de la desazón que Bosch sentía, había mantenido escaso contacto con Mora desde la muerte de Norman Church y la ruptura del equipo de investigación. Mora volvió a antivicio y a Bosch lo enviaron a Hollywood. Ocasionalmente se habían encontrado en los juzgados o en el Seven o el Red Wind. Pero incluso en los bares solían estar en grupos distintos y sentarse aparte, turnándose en enviar botellas adelante y atrás.
—Harry, definitivamente la chica estaba entre los vivos hasta hace dos años. Esta peli que te has encontrado, Historias de la cripta, la rodaron hace dos años. Eso significa que Church definitivamente no la mató… Probablemente lo hizo el que mandó la nota. No sé si es una noticia buena o mala.
—Yo tampoco.
Church tenía una coartada a prueba de bombas para el asesinato de Kaminski: estaba muerto. Si a eso se añadía la supuesta coartada que la cinta de vídeo de Wieczorek le proporcionaba para el undécimo asesinato… La sensación de paranoia de Bosch se estaba convirtiendo en pánico. Durante cuatro años no había tenido ninguna duda sobre quién lo había hecho.
—Bueno, ¿cómo está yendo el juicio? —preguntó Mora.
—No preguntes. ¿Puedo usar tu teléfono?
Bosch marcó el número del busca de Edgar y a continuación el número de Mora. Después de colgar para esperar la llamada, no sabía qué más decir.
—El juicio es un juicio. ¿Sigues citado para testificar?
—Sí, para mañana. No sé qué quiere de mí. Ni siquiera estuve allí la noche que mataste a aquel cabrón.
—Bueno, estabas conmigo en el equipo de investigación. Eso basta para involucrarte.
—Bueno, vamos…
Sonó el teléfono y Mora lo cogió. Acto seguido se lo pasó a Bosch.
—¿Pasa, Harry?
—Estoy aquí con Mora. Me ha puesto al corriente. ¿Algo sobre las huellas?
—Todavía no. Se me escapó mi contacto en el SID. Debe de haber salido a comer. Así que dejé las huellas allí. Más tarde tendremos la confirmación, pero no voy a quedarme esperando.
—¿Dónde estás?
—En personas desaparecidas. Ahora que tenemos el nombre trataré de averiguar si alguien denunció la desaparición.
—¿Vas a quedarte un rato?
—Acabo de empezar. Estamos buscando en papel. En el ordenador sólo tienen las de hace dieciocho meses.
—Me pasaré.
—Tú tienes el juicio, tío.
—Tengo un rato.
Bosch sentía que tenía que continuar moviéndose, era la única forma de mantener a raya el horror que crecía en su mente por la posibilidad de que hubiera matado a un hombre inocente. Condujo hasta el Parker Center y bajó por la escalera hasta el primer sótano. El Departamento de Personas Desaparecidas era una pequeña oficina dentro de la sección de fugitivos. Edgar estaba sentado ante un escritorio, revisando una pila de informes. Bosch advirtió que los casos ni siquiera se habían investigado después de que se hubieran hecho los informes. Estarían en archivadores si se hubiera hecho algún seguimiento.
—De momento nada, Harry —dijo Edgar.
Edgar le presentó al detective Morgan Randolph, que estaba sentado ante un escritorio vecino. Randolph le pasó a Bosch una pila de informes y Harry pasó los siguientes quince minutos buscando entre las páginas, cada una con una historia personal del dolor de alguien que había caído en los oídos sordos del departamento.
—Harry, en la descripción, busca un tatuaje encima del culo —dijo Edgar.
—¿Cómo lo sabes?
—Mora tenía algunas fotos de Magna Cum Loudly. En acción, como dice Mora. Y hay un tatuaje de Sam Bigotes, el de los dibujos animados. Está en la nalga izquierda.
—Bueno, ¿lo visteis en el cadáver?
—No nos fijamos por la fuerte decoloración de la piel. Pero la verdad es que tampoco le miré el trasero.
—¿Qué pasa con eso? Habías dicho que la abrirían ayer.
—Sí, eso dijeron, pero llamé y siguen con retraso por el fin de semana. Ni siquiera lo han preparado. Llamé a Sakai hace un rato y va a echar un vistazo en la nevera después de comer. Se fijará en el tatuaje.
Bosch volvió a mirar su pila. El tema recurrente era la juventud de las personas desaparecidas. Los Ángeles era una alcantarilla que recogía un flujo constante de fugados de todo el país. Pero también había mucha gente que desaparecía en Los Ángeles.
Bosch terminó con su pila sin haber visto el nombre de Rebecca Kaminski, su alias ni a nadie que concordara con su descripción. Miró su reloj y supo que tenía que volver al tribunal. De todos modos cogió otra pila del escritorio y empezó a leer. Mientras buscaba, escuchaba la charla entre Edgar y Randolph. Estaba claro que ambos se conocían de antes del encuentro de ese día. Edgar lo llamaba Morg. Bosch supuso que se conocerían de la Asociación de Agentes de Policía Negros.
No encontró nada en la segunda pila.
—Tengo que irme. Voy a llegar tarde.
—Vale, tío. Ya te diremos lo que encontremos.
—Y las huellas también, ¿vale?
—Descuida.
La sesión ya se había iniciado cuando Bosch llegó a la sala 4. Abrió la puerta en silencio, recorrió el pasillo y se sentó en su lugar, junto a Belk. El juez lo miró con desdén, pero no dijo nada. Bosch vio que el subdirector Irvin estaba en el estrado de los testigos. Money Chandler lo estaba interrogando.
—Muy bueno —le susurró Belk—. Llega tarde a su propio juicio.
Bosch no le hizo caso y observó que Chandler empezaba a plantear a Irving preguntas generales acerca de su historial y del número de años que llevaba en el cuerpo. Eran preguntas preliminares; Bosch supo que no se había perdido gran cosa.
—Mire —susurró Belk a continuación—, si a usted no le importa, al menos disimule de cara al jurado. Ya sé que sólo estamos hablando del dinero de los contribuyentes, pero actúe como si fuera su dinero el que van a decidir darle.
—Estaba ocupado, no volverá a pasar. ¿Sabe?, estoy tratando de solucionar este caso. Tal vez a usted eso no le importa porque ya ha decidido.
Se recostó en su silla para alejarse de Belk. Su estómago protestó para recordarle que no había comido. Trató de concentrarse en el testimonio.
—Como subdirector, ¿cuáles son sus funciones? —preguntó Chandler a Irving.
—Soy actualmente el jefe operativo de todos los servicios de detectives.
—En el momento de la investigación del Fabricante de Muñecas estaba usted en el rango inmediatamente inferior. Ayudante del jefe, ¿correcto?
—Sí
—Como tal estaba usted al frente de la División de Asuntos Internos, ¿correcto?
—Sí, asuntos internos y oficina de operaciones, lo cual básicamente significa que estaba encargado de controlar y asignar al personal del departamento.
—¿Cuál es la misión de asuntos internos?
—Vigilar a los que vigilan. Investigamos todas las quejas de ciudadanos y todas las quejas internas de conductas erradas de los policías.
—¿Investigan los disparos que efectúan los agentes?
—No de por sí. Hay un equipo de agentes involucrados en tiroteos que lleva a cabo la investigación inicial. Después de eso, si hay una acusación de conducta indebida o de cualquier impropiedad el caso pasa a asuntos internos.
—Sí, y ¿qué recuerda de la investigación de asuntos internos sobre la muerte de Norman Church a causa de un disparo efectuado por Harry Bosch?
—Lo recuerdo todo.
—¿Por qué pasó el caso a asuntos internos?
—El equipo encargado de investigar los disparos determinó que el detective Bosch no había seguido el procedimiento establecido. El disparo en sí fue correcto según la normativa del departamento, pero algunas de sus acciones previas al disparo no.
—¿Puede ser más concreto?
—Sí. Básicamente que fue al lugar solo. Acudió al apartamento de ese hombre sin refuerzos, situándose en peligro. Ello acabó en un disparo.
—Lo llaman hacerse el héroe, ¿no?
—He oído esa expresión, pero yo no la utilizo.
—¿Pero es adecuada?
—No lo sé.
—No lo sabe. Inspector, sabe usted si el señor Church estaría vivo hoy si el detective Bosch no hubiera creado esa situación haciéndose el…
—¡Protesto! —gritó Belk.
Antes de que el abogado pudiera acercarse al estrado a argumentar el juez Keyes aceptó la protesta y le pidió a Chandler que evitara las preguntas especulativas.
—Sí, señoría —dijo con simpatía—. Inspector, básicamente lo que ha declarado es que el detective Bosch puso en marcha una serie de acontecimientos que en última instancia acabaron con la muerte de un hombre desarmado, ¿tengo razón?
—No tiene razón. La investigación no encontró indicios sustanciales ni pruebas de que el detective Bosch pusiera en marcha ese escenario deliberadamente. Fue sin pensarlo. Estaba siguiendo una pista. Cuando creyó que era una pista buena tendría que haber pedido refuerzos. Pero no lo hizo. Entró. Se identificó y el señor Church hizo ese movimiento furtivo. Y aquí estamos. Eso no significa que el resultado hubiera sido distinto si hubiera pedido refuerzos. Quiero decir que alguien que desobedece una orden de un policía armado probablemente haría lo mismo ante dos policías armados.
Chandler consiguió que se eliminara del acta la última frase de la respuesta.
—¿Para llegar a la conclusión de que el detective Bosch no había puesto en marcha la situación de manera intencionada, sus investigadores estudiaron todas las facetas del tiroteo?
—Sí, lo hicieron.
—¿Y el detective Bosch fue estudiado?
—Sin lugar a dudas. Sus acciones fueron rigurosamente investigadas.
—¿Y sus motivos?
—¿Sus motivos?
—Inspector, ¿sabía usted o alguno de sus investigadores que la madre del detective Bosch fue asesinada en Hollywood hace unos treinta años por un asesino al que nunca se detuvo? ¿Sabía que antes de su muerte tenía antecedentes por múltiples arrestos por vagabundear?
Bosch sintió que se le calentaba la piel, como si le hubieran encendido unos focos en la cara y todo el mundo de la sala lo estuviera mirando. Estaba seguro de que lo estaban mirando, pero él sólo veía a Irving, que miraba silenciosamente al frente, con expresión paralizada y los capilares de ambos lados de la nariz encendidos. Como Irving no contestó, Chandler insistió.
—¿Lo sabía, inspector? La referencia consta en el archivo personal del detective Bosch. Cuando se presentó a la policía, tuvo que decir si alguna vez había sido víctima de un crimen. Escribió que perdió a su madre.
—No, no lo sabía —dijo Irving al fin.
—Creo que vagabundear era un eufemismo para referirse a la prostitución en la década de mil novecientos cincuenta, cuando Los Ángeles se obstinaba en negar los problemas de delincuencia como la prostitución galopante en Hollywood Boulevard, ¿es así?
—Eso no lo recuerdo.
La abogada de la demandante solicitó acercarse al testigo y le tendió a Irving una fina pila de papeles. Le concedió casi un minuto para que los leyera. Frunció el ceño mientras leía y Bosch no pudo ver sus ojos.
—¿Qué es eso, inspector Irving? —preguntó Chandler.
—Es lo que llamamos un informe de revisión de investigación relativo a un homicidio. Está fechado el tres de noviembre de mil novecientos sesenta y dos.
—¿Qué es un informe de revisión de investigación?
—Todos los casos no resueltos se revisan anualmente (lo llamamos revisión de investigación) hasta que llega el momento en que sentimos que el pronóstico de llegar a una conclusión exitosa es nula.
—¿Cuál es el nombre de la víctima y las circunstancias de su muerte?
—Marjorie Phillips Lowe. Fue violada y estrangulada el treinta y uno de octubre de mil novecientos sesenta y uno. Su cadáver se encontró en un callejón, detrás de Hollywood Boulevard, entre Vista y Gower.
—¿Cuál es la conclusión del investigador, inspector Irving?
—Dice que en ese momento, que fue un año después del crimen, no hay ninguna pista que pueda conducir a una conclusión exitosa del caso.
—Gracias. Veamos, otra cosa, ¿hay una casilla en la primera página que informa del familiar más cercano?
—Sí, identifica al familiar más cercano como Hieronymus Bosch. Al lado entre corchetes pone «Harry». Se ha marcado la casilla que pone «hijo».
Chandler consultó su bloc amarillo unos segundos para dejar que el jurado asimilara la información. El silencio era tal que Bosch incluso podía oír el boli de Chandler arañando el papel mientras tomaba nota.
—Bueno —dijo ella—, inspector Irving, si hubiera sabido lo que le ocurrió a la madre del detective Bosch, ¿habría examinado con mayor detenimiento el disparo que nos ocupa?
—No lo sé —dijo Irving tras un largo silencio.
—Disparó a un hombre sospechoso de haber hecho casi exactamente lo mismo que le hicieron a su madre, cuyo asesinato nunca se resolvió. ¿Me está diciendo que esta información no guarda relación con su investigación?
—Yo… ahora mismo no lo sé.
Bosch sintió deseos de apoyar la cabeza en la mesa. Se había dado cuenta de que incluso Belk había parado de tomar notas y se limitaba a observar el interrogatorio de Irving. El detective trató de sacudirse la rabia que sentía y concentrarse en cómo Chandler había obtenido la información. Se dio cuenta de que probablemente ella había obtenido el archivo personal, pero los detalles del crimen y el historial de su madre no constaban en él. Lo más probable era que ella se hubiera procurado los informes de seguimiento del archivo general mediante una petición de libertad de información.
Se dio cuenta de que se había perdido varias de las preguntas a Irving. Empezó a observar y escuchar otra vez. Lamentó que Money Chandler no fuera su abogada.
—Inspector, ¿usted o alguno de sus detectives de asuntos internos fueron a la escena del disparo?
—No, no lo hicimos.
—Así que su información acerca de lo que ocurrió proviene de miembros del equipo de análisis del disparo, que a su vez obtuvo su información de quien efectuó el disparo, el detective Harry Bosch, ¿es así?
—Esencialmente, sí.
—¿Usted no tuvo conocimiento personal de las pruebas: el peluquín de debajo de la almohada, los cosméticos de debajo del lavabo en el cuarto de baño?
—Exacto. Yo no estuve allí.
—¿Cree usted que todo ello estaba allí tal y como yo acabo de afirmar?
—Sí, lo creo.
—¿Porqué?
—Estaba en los informes, en informes de agentes diferentes.
—Pero todos originados en la información proporcionada por el detective Bosch, ¿correcto?
—Hasta cierto punto. Hubo un enjambre de investigadores en la escena del crimen y Bosch no les dijo qué debían escribir.
—Antes de que, como usted ha dicho, un enjambre de investigadores llegara al apartamento, ¿cuánto tiempo estuvo Bosch allí solo?
—No lo sé.
—¿Ese dato consta en algún informe del que usted tenga conocimiento?
—No estoy seguro.
—¿No es cierto, inspector, que usted quería despedir a Bosch y derivar este caso a la oficina del fiscal para que presentara cargos contra él?
—No, eso no es así. La fiscalía examinó el caso y lo desestimó. Es rutina. Ellos también dijeron que entraba en las normas.
Bueno, un punto para mí, pensó Bosch. Era el primer paso en falso que Chandler daba con Irving.
—¿Qué ocurrió con la mujer que le dio el chivatazo a Bosch? Se llamaba McQueen. Creo que era prostituta.
—Murió un año después. De hepatitis.
—En el momento de su muerte ¿ella era parte de una investigación del detective Bosch y su disparo?
—No que yo sepa y entonces yo estaba al frente de la División de Asuntos Internos.
—¿Y los dos detectives de asuntos internos que investigaron los disparos? Lewis y Clarke, creo que eran sus nombres. ¿No continuaron ellos su investigación de Bosch mucho después de que se determinara oficialmente que el disparo fue apropiado?
Irving tardó en responder. Probablemente estaba receloso de ser llevado otra vez al matadero.
—Si condujeron esa investigación fue sin mi conocimiento ni mi aprobación.
—¿Dónde están ahora esos detectives?
—También han muerto. Ambos murieron en acto de servicio hace dos años.
—Como jefe de la División de Asuntos Internos, ¿no era su práctica habitual iniciar investigaciones secretas de agentes conflictivos a los que usted había marcado para echarlos? ¿No estaba en esa lista el detective Bosch?
—La respuesta a ambas preguntas es no. Tajantemente no.
—¿Y qué le ocurrió al detective Bosch por la violación del procedimiento al disparar al desarmado Norman Church?
—Fue suspendido durante un periodo de despliegue y trasladado a la División de Hollywood.
—Para que nos entendamos, eso significa que fue suspendido durante un mes y luego degradado de la brigada de élite de robos y homicidios a la División de Hollywood, ¿es así?
—Podría decirse así, sí.
Chandler pasó una hoja de su bloc.
—Inspector, si no se hubieran encontrado cosméticos en el cuarto de baño ni ninguna prueba de que Norman Church fuera otra cosa que un hombre solitario que se había llevado a una prostituta a su apartamento, ¿Harry Bosch seguiría en el cuerpo? ¿Habría sido juzgado por matar a ese hombre?
—No estoy seguro de haber entendido la pregunta.
—Le estoy preguntando, señor, que si las supuestas pruebas que relacionaban al señor Church con los asesinatos y que supuestamente se encontraron en su apartamento salvaron al detective Bosch. Si no sólo salvaron su trabajo, sino que también lo salvaron de ser juzgado penalmente.
Belk se levantó y protestó, luego se acercó al estrado.
—Otra vez le está preguntando para que especule, señoría. Él no puede decir qué habría sucedido dado un cúmulo de elaboradas circunstancias que no existen.
El juez Keyes entrelazó las manos ante sí y se recostó para pensar. Entonces, de repente, se acercó al micrófono.
—La señora Chandler está sentando las bases para demostrar que las pruebas halladas en el apartamento fueron preparadas. No estoy diciendo que ella lo esté haciendo adecuadamente o no, pero puesto que ésa es su misión creo que el testigo puede responder la pregunta. Protesta desestimada.
Después de pensar un momento, Irving dijo finalmente:
—No puedo responder a eso. No sé qué habría ocurrido.