Cerca de la entrada trasera de la comisaría de Hollywood había un banco con grandes ceniceros llenos de arena a ambos lados. Lo llamaban Código 7, como el código que se utilizaba en la radio para indicar que uno quedaba fuera de servicio. A las once y cuarto de la noche del sábado, Bosch era el único ocupante del banco del Código 7. No estaba fumando, aunque no le faltaban ganas. Estaba esperando. El banco estaba tenuemente iluminado por las luces situadas sobre la puerta trasera de la comisaría y tenía vistas al aparcamiento que la comisaría y la estación de bomberos compartían en el extremo del complejo municipal.
Bosch observó mientras regresaban las patrullas del turno de tres a once y los agentes se metían en comisaría para quitarse los uniformes, ducharse y olvidarse hasta el día siguiente, si podían. Bosch miró la MagLite que sostenía y al pasar el pulgar por el extremo de la linterna notó que Julia Brasher había grabado su número de placa.
Sopesó la linterna y la lanzó al aire, sintiendo el peso. Recordó lo que Golliher había dicho acerca del arma con la que habían matado al chico. Podía añadir una linterna a la lista.
Bosch vio que un coche patrulla entraba en el aparcamiento y estacionaba en el garaje de la flota de automóviles. Un agente —que Bosch reconoció como Edgewood, el compañero de Brasher— salió del asiento del pasajero y se encaminó a la comisaría con la escopeta del coche patrulla en la mano. Bosch aguardó y observó, repentinamente inseguro de su plan y preguntándose si no debería abandonarlo y meterse en la comisaría antes de que lo vieran.
Antes de que pudiera decidirse, Brasher salió del lado del conductor y se dirigió hacia la puerta de la comisaría. Caminaba cabizbaja, con el gesto de alguien cansado y derrotado por un día muy largo. Bosch conocía la sensación. También pensaba que las cosas no le habían ido bien. Era algo sutil, pero la forma en que Edgewood había entrado dejándola atrás le decía a Bosch que algo fallaba. Puesto que Julia Brasher era una novata, Edgewood era su oficial de capacitación, aunque tuviera al menos cinco años menos que ella. Quizá se trataba sólo de una situación extraña causada por la diferencia de edad y sexo. O tal vez fuera otra cosa.
Brasher no vio a Bosch en el banco. Ella ya estaba casi en la puerta de la comisaría cuando Bosch habló.
—Eh, te has olvidado de limpiar el vómito del asiento trasero.
Brasher miró por encima del hombro, sin dejar de caminar hasta que vio que era Bosch. Entonces se detuvo y se acercó al banco.
—Te he traído algo —dijo Bosch, al tiempo que le ofrecía la linterna.
Ella sonrió cansadamente mientras la cogía.
—Gracias, Harry. No hacía falta que me esperaras aquí para…
—Quería hacerlo.
Se produjo un extraño silencio.
—¿Has estado trabajando en el caso esta noche? —preguntó ella.
—Más o menos. He empezado con el papeleo. Y tuvimos una especie de autopsia a primera hora. Si es que se puede llamar autopsia.
—Por tu cara veo que fue mal.
Bosch asintió. Se sentía extraño. Seguía sentado y ella continuaba de pie.
—Por tu cara veo que tú también has tenido un día duro.
—¿No lo son todos?
Antes de que Bosch pudiera decir algo, dos polis, recién duchados y con ropa de calle, salieron de comisaría. Y se dirigieron a sus coches particulares.
—Anímate, Julia —dijo uno de ellos—. Te vemos allí.
—Vale, Kiko —dijo ella.
Brasher volvió a mirar a Bosch. Sonrió.
—Alguna gente del turno se va a reunir en Boardner’s —dijo—. ¿Quieres venir?
—Eh…
—No pasa nada. Había pensado que a lo mejor te apetecía tomar algo.
—Sí, lo necesito. De hecho, por eso te estaba esperando. Es sólo que no sé si tengo ganas de estar con un grupo en un bar.
—Bueno, ¿qué habías pensado?
Bosch miró el reloj. Eran las once y media.
—Según lo que tardes en el vestuario, podríamos tomar el último martini en Musso’s.
Ella sonrió de oreja a oreja.
—Me encanta Musso’s. Dame quince minutos.
Brasher echó a andar hacia la puerta sin aguardar una respuesta.
—Aquí estaré —dijo Bosch a su espalda.