52

Bosch estaba saliendo del traicionero tramo de serpenteante autovía llamado The Grapevine cuando sonó su teléfono. Era Edgar.

—Harry, te he estado llamando. ¿Dónde estás?

—Estaba en las montañas. Estoy a menos de una hora. ¿Qué pasa?

—Han localizado a Stokes. Está de squatter en el Usher.

Bosch pensó en eso. El Usher era un hotel de la década de 1930 situado a una manzana de Hollywood Boulevard. Durante décadas fue un albergue semanal para vagabundos y un centro de prostitución hasta que lo alcanzó la reurbanización del bulevar y convirtió el lugar en una propiedad valiosa. Había sido vendido, cerrado y preparado para una renovación y restauración profundas que permitirían que se uniera al nuevo Hollywood como una gran dama elegante. Sin embargo, el proyecto se había retrasado por los planificadores municipales que tenían que dar la aprobación definitiva. Y ese retraso era una oportunidad para los ciudadanos de la noche.

Mientras el hotel Usher aguardaba a su renacimiento, las habitaciones de sus trece plantas se convertían en casas de squatters que se colaban por las vallas y las barreras de conglomerado para encontrar cobijo. En los dos meses anteriores Bosch había estado dos veces en el Usher buscando sospechosos. No había electricidad ni agua, pero los squatters usaban los retretes de todos modos y el lugar olía como una alcantarilla descubierta. No había puertas en ninguna de las habitaciones, ni tampoco muebles. La gente usaba alfombras enrollables para dormir en el suelo. Era una pesadilla tratar de registrarlo de forma segura. Al avanzar por el pasillo, todas las puertas estaban abiertas y eran un posible escondite para un hombre armado. Si uno se concentraba en las aberturas podía pisar una jeringuilla.

Bosch colocó la sirena y pisó a fondo el acelerador.

—¿Cómo sabemos que está ahí? —preguntó.

—De la semana pasada, cuando lo estábamos buscando. Algunos tipos de narcóticos estaban trabajando allí y les dieron el chivatazo de que estaba de squatter en la planta trece. Tienes que estar asustado por algo para subir hasta allí arriba cuando los ascensores no funcionan.

—Muy bien, ¿cuál es el plan?

—Vamos a ir a lo grande. Cuatro coches patrulla, los de narcóticos y yo. Empezamos por abajo y vamos subiendo.

—¿Cuándo saldréis?

—Vamos a ir a la reunión del turno ahora y lo hablaremos, luego saldremos. No podemos esperarte, Harry. Hemos de detener a este tipo antes de que se largue.

Bosch se planteó un momento si la prisa de Edgar era justificada o simplemente un esfuerzo de devolverle la jugada a Bosch por haberlo dejado fuera de varios de los movimientos de la investigación del caso.

—Lo sé —dijo al final—. ¿Vas a llevar radio?

—Sí, usaremos el canal dos.

—De acuerdo, te veo allí. Ponte el chaleco.

Dijo esto último no porque estuviera preocupado por Stokes, sino porque sabía que un equipo de policías fuertemente armado en el enclave de un oscuro pasillo de hotel era algo que entrañaba peligro de por sí.

Bosch cerró el teléfono y pisó aún más a fondo. No tardó en cruzar el perímetro norte de la ciudad y entrar en el valle de San Fernando. El tráfico del sábado era ligero. Cambió dos veces de autovía y media hora después de hablar con Edgar estaba recorriendo el paso de Cahuenga. Cuando salió en Highland vio el hotel Usher que se alzaba unas manzanas más al sur. Sus ventanas estaban uniformemente oscuras, con las cortinas arrancadas en preparación para el trabajo que quedaba por delante.

Bosch no llevaba radio y se había olvidado de preguntarle a Edgar dónde estaría localizado el puesto de mando para la búsqueda. No quería simplemente presentarse en el hotel en el coche blanco y negro y poner en peligro la operación. Sacó el teléfono y llamó a la oficina de guardia. Contestó Mankiewicz.

—Mank, ¿nunca te tomas un día libre?

—En enero no. Mis chicos celebran Navidad y Janukká. Necesito las horas extras. ¿Qué pasa?

—Puedes darme la localización del centro de control para el asunto del Usher.

—Sí, en el aparcamiento de la iglesia presbiteriana.

—Gracias.

Dos minutos después, Bosch estacionó en el parking de la iglesia. Había cinco coches patrulla y un coche de narcóticos. Los vehículos estaban aparcados cerca de la iglesia, de manera que quedaban fuera del campo de visión de alguien que mirara desde las ventanas del Usher, que se elevaban al cielo en el otro lado de la iglesia.

Dos agentes estaban sentados en uno de los coches patrulla. Bosch estacionó y se acercó a la ventanilla del conductor. El coche estaba en marcha. Bosch sabía que era el coche para recoger a Stokes. Cuando lo detuvieran en el Usher, llamarían a ese coche por radio y recogerían al prisionero.

—¿Dónde están?

—Planta doce —dijo el conductor—. Todavía nada.

—Déjame tu radio.

El policía le pasó la radio a Bosch por la ventanilla. Bosch llamó a Edgar por el canal 2.

—Harry, ¿estás aquí?

—Sí, voy a subir.

—Ya casi estamos.

—Voy a subir de todos modos.

Bosch devolvió la radio al agente que conducía el coche patrulla y se encaminó a la salida del aparcamiento. Cuando llegó a la valla que rodeaba la propiedad del Usher fue al extremo norte, donde sabía que encontraría el agujero en la valla por el que se colaban los squatters. Estaba parcialmente oculto tras un letrero de una inmobiliaria que anunciaba la pronta puesta a la venta de apartamentos de lujo. Tiró de la valla suelta y se coló.

Había dos escaleras principales, una a cada extremo del edificio. Bosch supuso que habría un equipo de agentes uniformados apostados en la parte inferior de ambas por si Stokes de algún modo eludía la batida y trataba de huir. Bosch sacó su placa y la sostuvo en alto mientras abría la puerta exterior de la escalera del lado este del edificio.

Cuando entró en la escalera se encontró con dos agentes que sostenían las armas en el costado. Bosch los saludó con la cabeza y los policías le devolvieron el saludo. Bosch empezó a subir.

Trató de marcarse un ritmo. Cada planta tenía dos tramos de escaleras y un descansillo al girar. Tenía que subir veinticuatro tramos. El olor de los retretes desbordados era sofocante y no podía evitar pensar en lo que Edgar había dicho acerca de que el olor estaba formado por partículas. A veces el conocimiento es algo terrible.

Las puertas de los pasillos habían sido arrancadas de sus marcos. Alguien había asumido la labor de pintar números en los muros de los tramos inferiores, pero cuando Bosch llegó más arriba las marcas desaparecían y perdió la cuenta.

En el noveno o décimo piso se tomó un respiro. Se sentó en un peldaño razonablemente limpio y esperó a recuperar el aliento. A esa altura el aire era más puro. Había menos squatters en la parte superior del edificio.

Bosch escuchó, pero no oyó ruidos humanos. Sabía que los equipos de búsqueda ya tenían que estar en la última planta. Se preguntaba si el soplo sobre Stokes había sido equivocado o si el sospechoso se había escabullido.

Al final se levantó y empezó de nuevo. Al cabo de un minuto se dio cuenta de que había contado mal, pero a su favor. Llegó al último descansillo y a la puerta abierta del ático: la planta trece.

Expulsó el aire y casi sonrió ante la perspectiva de no tener que subir otro tramo de escaleras cuando oyó gritos en el pasillo.

—¡Alto! ¡Quieto ahí!

—Stokes, ¡no! ¡Policía! Quieto…

Dos disparos ensordecedores y brutales resonaron en el pasillo, ahogando las voces. Bosch sacó el arma y rápidamente llegó al umbral. Cuando se asomó a mirar oyó dos disparos más y retrocedió.

El eco le impidió identificar el origen de los disparos. Se asomó otra vez y miró por el pasillo. Estaba oscuro y la luz se filtraba a cuchilladas por los umbrales de las habitaciones del lado oeste. Vio a Edgar en posición de combate detrás de dos agentes uniformados. Éstos estaban de espaldas a Bosch, a unos quince metros, y apuntaban a uno de los umbrales.

—Estamos a salvo —gritó una voz.

Los hombres del pasillo levantaron sus armas al unísono y avanzaron hacia el umbral.

—¡Policía detrás! —gritó Bosch y entró en el pasillo.

Edgar miró de reojo mientras seguía a los dos agentes a la habitación.

Bosch corrió por el pasillo y estaba a punto de entrar cuando tuvo que retroceder para dejar paso a un uniformado que salía. Estaba hablando por radio.

—Central, necesitamos una ambulancia en el cuarenta y uno de Highland, piso trece. Sospechoso abatido, heridas de bala.

Bosch miró atrás al entrar en la habitación. El policía de la radio era Edgewood. Los ojos de ambos conectaron un momento y luego Edgewood desapareció entre las sombras del pasillo. Bosch centró su atención en la habitación.

Stokes estaba sentado en un armario sin puerta, apoyado contra la pared del fondo. Tenía las manos en el regazo y en una de ellas sostenía una pistola pequeña, de calibre veinticinco. Llevaba tejanos y una camiseta sin mangas que estaba empapada por su propia sangre. Presentaba orificios de entrada de bala en el pecho y justo debajo del ojo izquierdo y, aunque tenía los ojos abiertos, estaba claramente muerto.

Edgar estaba acuclillado enfrente del cadáver. No lo tocó. No tenía sentido comprobar el pulso y todos lo sabían. El olor a cordita invadió los orificios nasales de Bosch y fue un alivio al compararlo con el olor que había fuera de la habitación.

Bosch se volvió para ver toda la estancia. Había demasiada gente para un espacio tan reducido: tres uniformados, Edgar y un detective que Bosch supuso que era de narcóticos. Dos de los uniformados estaban acurrucados juntos en la pared del fondo, examinando los orificios de bala del yeso. Uno levantó un dedo y estaba a punto de tocar uno de los agujeros cuando Bosch gritó:

—No toques eso. No toquéis nada. Quiero que todo el mundo salga de aquí y espere a la UIT. ¿Quién ha disparado?

—Edge —dijo el de narcóticos—. El tipo nos estaba esperando en el armario y nosotros…

—Perdona, ¿cómo te llamas?

—Phillips.

—De acuerdo, Phillips, no quiero oír tu historia. Guárdatela para la UIT. Ve a buscar a Edgewood y esperad abajo. Cuando lleguen los médicos decidles que no hace falta. Vamos a ahorrarles subir la escalera.

Los polis fueron saliendo de la habitación a desgana, dejando solos a Bosch y Edgar. Edgar se levantó y se acercó a la ventana. Bosch fue a la esquina más alejada del armario y miró de nuevo el cadáver. Entonces se acercó al cuerpo sin vida de Stokes y lo miró desde el mismo sitio en el que había estado Edgar.

Examinó la pistola que estaba en la mano de Stokes. Supuso que cuando la cogieran los investigadores de la UIT verían que el número de serie estaba borrado con ácido.

Pensó en los disparos que había oído mientras estaba en el descansillo de la escalera. Dos y dos. Era difícil determinarlo de memoria, especialmente considerando su posición en ese momento. Pero creía que los dos primeros disparos habían sonado más fuertes que los dos que siguieron. De ser así, significaría que Stokes había disparado su pequeña pistola después de que Edgewood hubiera descargado su arma de servicio. Eso supondría que Stokes había disparado dos veces después de haber sido alcanzado en la cara y el pecho… heridas que a juicio de Bosch parecían instantáneamente fatales.

—¿Qué te parece? —Edgar se le había acercado por detrás.

—Mi opinión no importa —dijo Bosch—. Está muerto. Ahora es un caso de la UIT.

—Lo que es, es un caso cerrado, compañero. Supongo que no tendremos que preocupamos por si la fiscalía presenta cargos.

Bosch asintió. Sabía que habría una investigación y papeleo, pero el caso estaba cerrado. Finalmente sería clasificado como «cerrado por otros medios», lo cual significaba sin juicio y sin condena, pero contabilizado de todos modos en la columna de casos resueltos.

—Supongo que no —dijo.

Edgar le dio un manotazo en el hombro.

—Nuestro último caso juntos. Acabamos arriba.

—Sí. Dime una cosa, durante la reunión del turno de esta mañana ¿mencionaste que seguramente el fiscal no presentaría cargos tratándose de un caso de menores?

Después de un largo momento, Edgar dijo:

—Sí, puede que mencionara algo de eso.

—¿Dijiste que estábamos mordiéndonos la cola como me dijiste a mí? ¿Que probablemente el fiscal no acusaría a Stokes?

—Sí, puede que lo dijera. ¿Por qué?

Bosch no respondió. Se levantó y caminó hasta la ventana de la habitación. Veía el edificio de Capitol Records y más allá el cartel de Hollywood en la cresta de la colina. Pintado en el lateral de un edificio, a unas manzanas de distancia, había un anuncio contra el tabaco que mostraba a un cowboy con un cigarrillo caído entre los labios acompañado de una advertencia acerca de que los cigarrillos causaban impotencia.

Se volvió otra vez hacia Edgar.

—¿Vas a guardar la escena hasta que lleguen los de la UIT?

—Sí, claro. No va a hacerles ninguna gracia tener que subir tantos pisos.

Bosch se dirigió a la puerta.

—¿Adónde vas, Harry?

Bosch salió de la habitación sin responder. Usó la escalera del extremo del pasillo para no encontrarse con los demás en la bajada.