5

A las nueve de la mañana del día siguiente, el final de Wonderland Avenue se había convertido en un campamento de las fuerzas del orden. Y en el centro estaba Harry Bosch, dirigiendo los equipos de patrullas, unidades con perros, investigaciones científicas, la oficina del forense y una unidad de los servicios especiales. Un helicóptero del departamento sobrevolaba la zona en círculos y una docena de cadetes de la academia de policía se arremolinaba en espera de órdenes.

Antes, la unidad aérea se había reunido junto a la artemisa que Bosch había envuelto con cinta amarilla de la escena del crimen y habían usado el lugar como centro de operaciones para determinar que Wonderland ofrecía el acceso más cercano al sitio donde Bosch había descubierto los huesos. La unidad de servicios especiales entró entonces en acción. Siguiendo la cinta de la escena del crimen colina arriba, los seis hombres del equipo clavaron y unieron una serie de rampas de madera y escalones con pasamanos de cuerda que ascendían por la colina hasta los huesos. Acceder y salir del lugar sería mucho más sencillo de lo que había sido para Bosch la tarde anterior.

Resultaba imposible mantener en secreto semejante despliegue policial, de modo que, también a eso de las nueve de la mañana, el barrio se había convertido en campamento de los medios de comunicación. Los camiones de los medios estaban aparcados detrás de las vallas instaladas a media manzana de la rotonda. Los periodistas se agrupaban en grupos del tamaño de una conferencia de prensa y al menos cinco helicópteros sobrevolaban la zona en círculos, a una altura superior a la del aparato del departamento. Todo ello creaba un murmullo de fondo que ya había resultado en numerosas quejas de los vecinos a la administración policial del Parker Center.

Bosch se estaba preparando para conducir el primer grupo hasta la escena del crimen. Primero departió en privado con Jerry Edgar, que había sido informado del caso la noche anterior.

—Muy bien, vamos a subir con el equipo del forense y el de criminalística —dijo—. Luego llevaremos a los cadetes y los perros. Quiero que tú supervises esa parte.

—Claro. ¿Has visto que tu colega la forense se ha traído a su puto cámara?

—No podemos hacer nada por el momento. Con un poco de suerte se aburrirá y volverá al centro, que es su sitio.

—Bueno, por lo que sabemos hasta ahora, esto podrían ser huesos de un indio o algo por el estilo.

Bosch negó con la cabeza.

—No creo, estaban a muy poca profundidad.

Bosch se acercó al primer grupo: Teresa Corazon, su videógrafo y su equipo de excavación de cuatro personas, formado por la arqueóloga Kathy Kohl y tres investigadores que realizarían el trabajo preparatorio. Los miembros del equipo de excavación estaban vestidos con monos blancos. Corazon llevaba un conjunto similar al de la noche anterior, incluidos unos zapatos con tacón de cinco centímetros. En el grupo había también dos criminalistas de la División de Investigaciones Científicas.

Bosch reunió al grupo en un estrecho círculo para poder hablar con ellos sin que lo oyeran todos los que revoloteaban por la zona.

—Muy bien, vamos a subir y empezaremos con la documentación y recuperación. En cuanto os tengamos a todos en vuestro lugar, subiremos a los perros y los cadetes para buscar en las zonas adyacentes, y si es necesario ampliaremos la escena del crimen. Vosotros… —Se detuvo para levantar la mano hacia el cámara de Corazon—. Apaga eso. Puedes grabarla a ella, pero a mí no.

El hombre bajó la cámara y Bosch clavó la mirada en Corazon antes de continuar.

—Todos sabéis lo que estáis haciendo aquí. Lo único que quiero deciros es que es difícil subir allí arriba, incluso con las rampas y las escaleras. Así que tened cuidado. Agarraos a las cuerdas y fijaos en dónde pisáis. No queremos que nadie se haga daño. Si tenéis material pesado, divididlo y haced dos o tres viajes. Si necesitáis ayuda, pediré a los cadetes que lo suban. No os preocupéis por el tiempo, preocupaos por la seguridad. Muy bien, ¿estáis listos?

Todos asintieron. Bosch llamó a Corazon a un aparte.

—No te has vestido bien —dijo.

—Mira, no empieces a decirme…

—¿Quieres que me quite la camisa para que me veas las costillas? Tengo este lado que parece un pastel de arándanos porque me caí allí anoche. Esos zapatos que llevas no te van a servir. Puede que den bien en pantalla, pero…

—Estoy bien. Correré el riesgo, ¿algo más?

Bosch negó con la cabeza.

—Yo ya te he avisado —dijo—. Vámonos.

Se encaminó hacia la rampa, y los demás lo siguieron. Los de servicios especiales habían construido un portalón de madera para utilizarlo como control de acceso. Un oficial de patrulla estaba allí con una tablilla y anotaba los nombres de todo el mundo y las secciones a las que pertenecían antes de dejarlos pasar.

Bosch abrió el camino. La escalada era más sencilla que el día anterior, pero el pecho le dolía cada vez que se impulsaba en las cuerdas y subía por las rampas y los escalones. No dijo nada y trató de que no se le notara.

Cuando Bosch llegó a las acacias, indicó a los otros que aguardaran mientras él pasaba por debajo de la cinta de la escena del crimen. Encontró la zona de tierra removida y los huesos pequeños y marrones que había visto la noche anterior. Al parecer nadie los había tocado.

—Bueno, vamos a echar un vistazo.

Los miembros del grupo pasaron por debajo de la cinta y se quedaron de pie formando un semicírculo en torno a los huesos. El cámara empezó a grabar y Corazon se hizo cargo de la situación.

—Muy bien —dijo—, lo primero que vamos a hacer es retroceder y sacar fotos. Después montaremos una cuadrícula y la doctora Kohl supervisará la excavación y recogida. Si encontráis algo, fotografiadlo de todas las formas posibles antes de cogerlo.

Se volvió hacia uno de los investigadores.

—Finch, quiero que te encargues de los dibujos. Una cuadrícula estándar. Documéntalo todo. No confíes en que podremos fiarnos de las fotos.

Finch asintió. Corazon se volvió hacia Bosch.

—Detective, creo que está claro. Cuanta menos gente haya aquí, mejor.

Bosch asintió y le pasó un walkie-talkie.

—Estaré por aquí. Si me necesitas usa la radio. Los teléfonos móviles no funcionan aquí arriba. Pero ten cuidado con lo que dices.

Señaló al cielo, donde los helicópteros de los medios de comunicación volaban en círculos.

—Hablando de eso —dijo Kohl—. Creo que vamos a poner un toldo encima de esos árboles para tener un poco de intimidad, y de paso nos protegerá del sol. ¿Te parece bien?

—Ahora es tu escena del crimen —dijo Bosch—. Adelante.

Bosch retrocedió hasta la rampa y Edgar lo siguió.

—Harry, esto puede llevarnos días —dijo Edgar.

—Y más.

—Bueno, no van a darnos días. Lo sabes, ¿no?

—Sí.

—Me refiero a que estos casos… Tendremos suerte si conseguimos hacer una identificación.

—Sí.

Bosch no se detuvo. Cuando llegó a la calle vio que la teniente Billets estaba en la escena junto con su supervisora, la capitana LeValley.

—Jerry, ¿por qué no preparas a los cadetes? —dijo Bosch—. Dales el discursito de la escena del crimen. Iré enseguida.

Bosch se reunió con Billets y LeValley y las puso al corriente de lo que estaba ocurriendo, detallando las actividades de la mañana y sin olvidar las quejas de los vecinos por el ruido de los martillos, las sierras y los helicópteros.

—Vamos a tener que darle algo a la prensa —dijo LeValley—. Relaciones con los Medios pregunta si quiere que lo centralicen en el Parker Center o prefiere manejarlo desde aquí.

—Yo no quiero ocuparme. ¿Qué saben los de Relaciones con los Medios?

—Casi nada. Así que puede llamarlos y ellos montarán la rueda de prensa.

—Capitana, estoy muy ocupado aquí. ¿Podría…?

—Encuentre el momento, detective. Sáquenoslos de encima.

Cuando Bosch desvió la mirada de la capitana a los periodistas reunidos a media manzana del control de carretera, vio que Julia Brasher mostraba su placa a un oficial de patrulla y le permitían entrar. No iba de uniforme.

—Muy bien —dijo Bosch—. Haré esa llamada.

Se encaminó hacia la casa del doctor Guyot. Iba en dirección a Brasher, que le sonrió cuando se aproximaba.

—Tengo tu Mag en el coche. De todos modos he de ir a la casa del doctor Guyot.

—Ah, no te preocupes. No he venido por eso.

Ella cambió de dirección y continuó con Bosch. Él miró su atuendo: vaqueros gastados y una camiseta de una organización benéfica.

—No estás de servicio, ¿verdad?

—No, trabajo en el turno de tres a once. Pensé que a lo mejor necesitabas una voluntaria. He oído lo del llamamiento a la academia.

—Quieres subir ahí arriba a buscar huesos, ¿eh?

—Quiero aprender.

Bosch aceptó el ofrecimiento. Subieron por el camino hasta la puerta de la casa de Guyot. Ésta se abrió antes de que llegaran y el doctor los invitó a entrar. Bosch preguntó otra vez si podía usar el teléfono de su oficina y Guyot volvió a indicarle el camino, pese a que ya lo conocía. El detective se sentó al escritorio.

—¿Cómo van esas costillas? —preguntó el doctor.

—Bien.

Brasher levantó las cejas y Bosch se dio cuenta.

—Tuve un pequeño accidente cuando subí allí anoche.

—¿Qué ocurrió?

—Oh, estaba pensando en mis cosas cuando de repente el tronco de un árbol me atacó sin ningún motivo.

Ella hizo un gesto de dolor y de algún modo se las arregló para sonreír al mismo tiempo.

Bosch marcó de memoria el número de la oficina de prensa y explicó el caso en términos muy generales a un oficial. En un momento dado, puso la mano sobre el auricular y preguntó a Guyot si quería que su nombre se mencionara en el comunicado oficial. El doctor declinó la oferta. Al cabo de unos minutos, Bosch había concluido y colgó. Miró a Guyot.

—Cuando limpiemos la escena del crimen dentro de unos días, es probable que los periodistas se queden por aquí. Supongo que buscarán al perro que encontró el hueso. Así que si quiere permanecer al margen, mantenga a Calamidad fuera de la calle, o atarán cabos.

—Buen consejo —dijo Guyot.

—Y podría llamar a su vecino, el señor Ulrich, y decirle que no lo mencione tampoco él a los periodistas.

Al salir de la casa, Bosch le preguntó a Brasher si quería su linterna y ella le dijo que prefería no tener que cargar con ella mientras ayudaba en la batida de la colina.

—Dámela cuando puedas —dijo.

A Bosch le gustó la respuesta, porque significaba que tendría al menos otra oportunidad de verla.

De nuevo en la rotonda, Bosch se encontró a Edgar dándoles el discursito a los cadetes de la academia.

—La regla de oro de la escena del crimen, chicos, es no tocar nada hasta que haya sido estudiado, fotografiado y registrado en el plano.

Bosch se metió en la rotonda.

—Muy bien, ¿listos?

—Están listos —dijo Edgar. Señaló con la cabeza a dos de los cadetes que llevaban detectores de metales—. Se los he pedido prestados a los de criminalística.

Bosch asintió y les dio a los cadetes y a Brasher el mismo discurso sobre la seguridad que le había dado al equipo de la forense. Entonces se dirigieron a la escena del crimen. Bosch presentó a Brasher a Edgar y dejó que su compañero abriera el camino hasta el control. Él se quedó en la parte de atrás, hablando con Brasher.

—Al final del día ya veremos si quieres ser detective de homicidios —dijo Bosch.

—Cualquier cosa es mejor que estar pendiente de la radio y limpiar el vómito de la parte de atrás del coche después de cada turno.

—Recuerdo esos tiempos.

Bosch y Edgar distribuyeron a los doce cadetes y Brasher por las áreas adyacentes a la zona de las acacias y los pusieron a buscar por parejas. Bosch bajó entonces y trajo a los dos equipos con perros para complementar la búsqueda.

Cuando las cosas estuvieron en marcha, dejó a Edgar con los cadetes y volvió a las acacias para ver qué progresos se habían hecho. Encontró a Kohl sentada sobre un cajón de material y supervisando la colocación de estacas de madera en el suelo para poder tender cuerdas y establecer la cuadrícula de la excavación.

Bosch había trabajado con Kohl en otra ocasión y sabía que era muy concienzuda y buena profesional. Estaba a punto de cumplir los cuarenta y tenía el cuerpo y el bronceado de una jugadora de tenis. Bosch se la había encontrado una vez en un parque de la ciudad jugando a tenis con una hermana gemela. Habían atraído a una multitud. Parecía que alguien estaba golpeando la pelota contra su reflejo.

El cabello liso y rubio de Kohl caía hacia adelante y le ocultaba los ojos cuando miraba el enorme portapapeles que tenía en el regazo. Estaba haciendo anotaciones en un papel en el que ya había una cuadrícula impresa. Bosch miró el gráfico por encima del hombro de ella. Kohl estaba escribiendo en cada uno de los cuadrados una letra del alfabeto a medida que se clavaban en el suelo las estacas correspondientes. En la parte superior de la página había escrito «Ciudad de Huesos».

Bosch se estiró y tocó la parte del gráfico donde había escrito el título.

—¿Por qué lo llamas así?

Ella se encogió de hombros.

—Porque estamos trazando las calles y las manzanas de lo que será una ciudad para nosotros —dijo ella, pasando los dedos por encima de algunas de las líneas del gráfico—. Al menos mientras trabajemos aquí nos parecerá que esto es nuestra pequeña ciudad.

—En cada asesinato está la historia de una ciudad —dijo Bosch.

Kohl levantó la cabeza para mirado.

—¿Quién dijo eso?

—No lo sé, alguien.

Bosch se fijó en Corazon, que estaba agachada sobre los huesecitos del suelo, estudiándolos mientras la lente de la videocámara la estudiaba a ella. Bosch estaba pensando en decirle alguna cosa cuando sonó su radio y se la sacó del cinturón.

—Aquí Bosch.

—Edgar. Será mejor que vuelvas, Harry. Ya tenemos algo.

—Voy.

Edgar estaba de pie en un lugar casi llano, en los matorrales que había a unos cuarenta metros de las acacias. Media docena de cadetes y Brasher habían formado un círculo y estaban mirando algo en el matorral de casi medio metro de alto. El helicóptero de la policía sobrevolaba el lugar en un círculo más cerrado.

Bosch llegó junto a Edgar y miró al suelo. Vio un cráneo infantil, parcialmente enterrado, con las cuencas de los ojos mirándole.

—Nadie lo ha tocado —dijo Edgar—. Lo ha encontrado Brasher.

Bosch miró a la agente y vio que el humor que parecía llevar impreso en los ojos y la boca habían desaparecido. Volvió a observar la calavera y se sacó la radio del cinturón.

—¿Doctora Corazon? —dijo. Transcurrieron varios segundos antes de que regresara la voz de ella.

—Sí, estoy aquí, ¿qué pasa?

—Vamos a tener que ampliar la escena del crimen.