La autovía estaba llena de gente ansiosa por empezar pronto el fin de semana. Bosch no pudo mantener la velocidad al dirigirse al centro. Tenía una sensación de urgencia. Sabía que era por el descubrimiento de Jesper y el mensaje de 0-2.
Bosch giró la muñeca en el volante para ver el reloj y comprobar la fecha. Sabía que los traslados normalmente se hacían al final del periodo de paga. Había dos pagas al mes, el uno y el quince. Si el traslado que iban a imponerle era inmediato, sólo disponía de tres días para resolver el caso. No quería que se lo quitaran y lo dejaran en manos de Edgar ni de ningún otro. Quería cerrarlo.
Bosch buscó en el bolsillo y sacó el papelito con el teléfono. Lo desdobló, manteniendo las palmas de las manos en el volante. Lo examinó un momento y sacó el teléfono. Marcó el número que figuraba en el mensaje y esperó.
—Oficina de Operaciones, habla el teniente Bollenbach.
Bosch apagó el teléfono. Sintió que se ruborizaba. Se preguntó si Bollenbach tenía identificación de llamadas en su aparato. Sabía que retrasar la llamada era ridículo, porque lo hecho, hecho estaba, tanto si llamaba para conocer la noticia como si no.
Apartó el teléfono y el mensaje y trató de concentrarse en el caso, particularmente en la última información que le había proporcionado Antoine Jesper sobre el monopatín encontrado en la casa de Nicholas Trent. Bosch se dio cuenta de que después de diez días el caso estaba completamente fuera de su control. Había peleado con otros miembros del departamento para exonerar a un hombre que era en ese momento el único sospechoso con pruebas físicas que lo relacionaban con la víctima. El pensamiento que inmediatamente asomó a través de todo esto era que quizá Irving tenía razón y era hora de que Bosch se marchara.
Su teléfono sonó e inmediatamente pensó que era Bollenbach. No iba a contestar, pero entonces decidió que su destino era inevitable. Abrió el teléfono. Era Edgar.
—Harry, ¿qué estás haciendo?
—Te lo he dicho. Tengo que ir a criminalística.
No quería hablarle del último descubrimiento de Jesper hasta que lo hubiera visto con sus propios ojos.
—Podría haberte acompañado.
—Habría sido una pérdida de tiempo.
—Sí, bueno, escucha, Harry, Balas te está buscando y, eh, por aquí se rumorea que te van a trasladar.
—No sé nada de eso.
—Bueno, si pasa algo me lo vas a decir, ¿no? Llevamos mucho tiempo juntos.
—Serás el primero en saberlo, Jerry.
Cuando Bosch llegó al Parker Center, uno de los agentes de patrulla del vestíbulo lo ayudó a cargar el dummy hasta la División de Investigaciones Científicas. Una vez allí, se lo devolvió a Jesper, quien lo cogió y lo llevó al armario.
Jesper condujo a Bosch hasta el laboratorio donde el monopatín estaba en una mesa de examen. El criminalista encendió una lámpara de pie situada junto a la tabla y apagó la luz cenital. Situó una lupa sobre el skate e invitó a Bosch a mirar. La luz angulada creaba pequeñas sombras en los bordes de la madera, permitiendo que las letras resultaran claramente legibles.
1980 A. D.
Bosch vio por qué Jesper había saltado a la conclusión a la que había llegado con las letras, especialmente teniendo en cuenta que nadie le había dicho el nombre de la víctima del caso.
—Parece que alguien lo intentó borrar —dijo Jesper, mientras Bosch seguía mirando—. Apuesto a que lo que ocurrió fue que toda la tabla se reconstruyó en un momento dado. Ruedas nuevas y esmalte nuevo.
Bosch asintió.
—De acuerdo —dijo enderezándose después de mirar por la lupa—. Voy a tener que llevármelo para enseñárselo a alguna gente.
—Yo he terminado con él —dijo Jesper—. Es todo tuyo.
Volvió a encender la luz del techo.
—¿Has mirado debajo de estas otras ruedas?
—Claro. No había nada, así que volví a montar el eje.
—¿Tienes una caja o algo?
—Ah, pensaba que ibas a salir montado en él.
Bosch no sonrió.
—Era una broma.
—Sí, ya lo sé.
Jesper salió de la sala y volvió con una caja de cartón vacía que era lo bastante grande para contener el monopatín. Puso el skate dentro, junto con el juego de ruedas desmontado y los tornillos, que estaban en una bolsa de plástico. Bosch le dio las gracias.
—¿Lo he hecho bien, Harry?
Bosch dudó un momento y entonces dijo:
—Sí, eso creo, Antoine.
Jesper señaló la mejilla de Bosch.
—¿Afeitándote?
—Algo así.
El camino de vuelta a Hollywood por la autovía fue aún más lento. Bosch al final optó por la salida de Alvarado y se abrió camino hasta Sunset, por donde siguió hasta el final, aunque no ganó tiempo y lo sabía.
Mientras conducía no dejaba de pensar en el monopatín y en Nicholas Trent, tratando de encontrar explicaciones que encajaran con el marco temporal y las pruebas que tenían. No podía hacerlo. Había una pieza que faltaba en la ecuación. Sabía que en algún punto y en algún lugar tenía sentido. Estaba convencido de que llegaría allí, si le daban tiempo suficiente.
A las cuatro y media Bosch irrumpió por la puerta de atrás en la comisaría, llevando la caja que contenía el monopatín. Estaba caminando rápidamente por el pasillo que llevaba a la sala de la brigada cuando Mankiewicz asomó la cabeza por el pasillo desde la oficina de guardia.
—Eh, ¿Harry?
Bosch lo miró, pero siguió caminando.
—¿Qué pasa?
—He oído la noticia. Te vamos a echar de menos.
El rumor se extendía deprisa. Bosch levantó la caja con el brazo derecho y alzó la mano izquierda con la palma hacia abajo. Hizo un gesto de barrido por la superficie plana de un océano imaginario. Era un gesto normalmente reservado para los conductores de los coches patrulla que pasaban por la calle. Significaba: «Que encuentres el mar en calma, hermano». Bosch siguió caminando.
Edgar tenía un gran tablero blanco que cubría su escritorio y también parte del de Bosch. Había dibujado algo semejante a un termómetro. Era Wonderland Avenue y la rotonda del final parecía la bola inferior del termómetro. Desde la calle había líneas que indicaban las distintas casas. Desde esas líneas se extendían los nombres escritos en rotulador verde, azul y negro. Había una cruz roja que señalaba el lugar donde se habían hallado los huesos.
Bosch se levantó y miró el diagrama de la calle sin formular ninguna pregunta.
—Deberíamos haber hecho esto desde el principio —dijo Edgar.
—¿Cómo funciona?
—Los nombres en verde son los residentes en mil novecientos ochenta que se mudaron después de esa fecha. Los nombres en azul son de gente que llegó después del ochenta pero que ya se ha ido. Los nombres en negro son los residentes actuales (como Guyot aquí), quiere decir que han estado en la calle todo el tiempo.
Bosch asintió. Sólo había dos nombres en negro. El doctor Guyot y alguien llamado Al Hutter, que estaba en el extremo de la calle más alejado de la escena del crimen.
—Bien —dijo Bosch, aunque no sabía qué utilidad tendría el gráfico en ese momento.
—¿Qué hay en la caja? —preguntó Edgar.
—El monopatín. Jesper encontró algo.
Bosch dejó la caja en el escritorio y levantó la tapa. Le mostró y le explicó a Edgar la fecha y las iniciales marcadas.
—Tendremos que volver a investigar a Trent. Tal vez considerar esa teoría tuya de que se mudó al barrio porque había enterrado allí al chico.
—Joder, Harry, eso casi era una broma.
—Sí, bueno, ahora no es ninguna broma. Tenemos que volver atrás y hacer un perfil de Trent al menos desde mil novecientos ochenta.
—Y mientras nos toca el próximo caso que entre. ¡Fantástico!
—He oído en la radio que lloverá este fin de semana. Si tenemos suerte todo el mundo se quedara tranquilo en su casa.
—Harry, en casa es donde se cometen la mayoría de los crímenes.
Bosch miró a través de la sala de la brigada y vio a la teniente Billets de pie en su despacho. Le estaba haciendo señas para que se acercara. Se había olvidado de que Edgar había dicho que lo estaba buscando. Bosch señaló a Edgar y luego a sí mismo, para preguntarle si quería ver a ambos. Billets negó con la cabeza y señaló sólo a Bosch. Éste supo de qué se trataba.
—Tengo que ver a Balas.
Edgar lo miró. Él también sabía de qué se trataba.
—Buena suerte, compañero.
—Sí, compañero. Si es que aún lo somos.
Bosch cruzó la sala de la brigada y llegó al despacho de la teniente. Ella ya se había sentado al escritorio. No lo miró cuando habló.
—Harry, tienes que llamar inmediatamente a 0-2. Llama al teniente Bollenbach antes que nada. Es una orden.
Bosch asintió.
—¿Le ha preguntado adónde voy?
—No, Harry. Estoy demasiado cabreada por eso. Me daba miedo tomarla con él si le preguntaba, y él no tiene nada que ver en esto. Bollenbach sólo es el mensajero.
Bosch sonrió.
—¿Está cabreada?
—Eso es. No quiero perderte. Especialmente si es porque alguien de arriba tiene una rencilla de mierda contigo.
Bosch asintió y se encogió de hombros.
—Gracias, teniente. ¿Por qué no lo llama por el altavoz? Acabemos con esto.
Esta vez ella lo miró.
—¿Estás seguro? Puedo ir a tomar un café y dejarte el despacho si quieres estar solo.
—No pasa nada. Haga la llamada.
Ella pasó el teléfono al altavoz y llamó al despacho de Bollenbach. Éste contestó de inmediato.
—Teniente, soy la teniente Billets. Tengo al detective Bosch en mi despacho.
—Muy bien, teniente, déjeme un momento que busco la orden.
Hubo un sonido de papeles revueltos y Bollenbach se aclaró la garganta.
—Detective Hay… Heron… es esto…
—Hieronymus.
—Hieronymus, pues. Detective Hieronymus Bosch, tiene orden de presentarse en la División de Robos y Homicidios a las ocho de la mañana del quince de enero. Eso es todo. ¿Está clara la orden?
Bosch estaba atónito. Robos y Homicidios era un ascenso. Lo habían degradado de Robos y Homicidios a Hollywood hacía más de diez años. Miró a Billets, que también tenía una expresión de sospecha.
—¿Ha dicho Robos y Homicidios?
—Sí, detective, División de Robos y Homicidios. ¿Está clara la orden?
—¿Cuál es mi destino?
—Acabo de decírselo. Preséntese en…
—No, me refiero a qué haré en Robos y Homicidios. ¿Cuál será mi puesto?
—Eso se lo dirá su nuevo superior el día quince por la mañana. Es todo lo que tengo para usted, detective Bosch. Ya conoce la orden. Buen fin de semana.
El teniente colgó y un sonido de tono se oyó a través del altavoz.
Bosch miró a Billets.
—¿Qué le parece? ¿Es una broma?
—Si lo es, es muy buena. Felicidades.
—Pero hace tres días Irving me pidió que lo dejara. Ahora se da la vuelta y me envía al centro.
—Bueno, tal vez es porque quiere vigilarte más de cerca. Por algo llaman al Parker Center la Casa de Cristal, Harry. Será mejor que tengas cuidado.
Bosch asintió.
—Por otra parte —dijo ella—, los dos sabemos que deberías estar allí. Nunca deberían haberte sacado de Robos y Homicidios. Tal vez es el círculo que se cierra. Sea como sea, te vamos a echar de menos. Yo te echaré de menos, Harry. Trabajas bien.
Bosch dio las gracias con un asentimiento. Hizo un movimiento para salir, pero entonces miró atrás y sonrió.
—No va a creerlo, especialmente a la luz de lo que acaba de ocurrir, pero estamos investigando a Trent otra vez. Criminalística ha encontrado un vínculo con el chico en el monopatín.
Billets echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír ruidosamente, lo bastante ruidosamente para captar la atención de todos los presentes en la sala de la brigada.
—Bueno —dijo—, cuando Irving oiga eso, definitivamente va a cambiar Robos y Homicidios por la División del Sureste.
Billets hacía referencia al distrito infestado de bandas de la periferia de la ciudad, un destino que sería el mejor ejemplo de la terapia de autopista.
—No lo dudo —dijo Bosch.
Billets dejó caer la sonrisa y se puso seria. Preguntó a Bosch por el último giro del caso y escuchó con atención mientras él esbozaba el plan para componer lo que básicamente sería un perfil de toda la vida del decorador de escenarios.
—Te diré el qué —empezó ella cuando Bosch hubo terminado—. Os sacaré de la rotación. No tiene sentido asignarte un caso nuevo si te vas a Robos y Homicidios. También te receto una terapia ocupacional de fin de semana. Así que trabaja en Trent y dale duro y házmelo saber. Tienes cuatro días, Harry. No dejes el caso sobre la mesa cuando te vayas.
Bosch asintió y salió del despacho. En su camino de vuelta a su lugar sabía que todas las miradas de la sala de la brigada estaban fijas en él. Bosch no ofreció nada a cambio. Se sentó en su sitio y bajó la mirada.
—¿Y? —susurró finalmente Edgar—. ¿Qué te ha tocado?
—Robos y Homicidios.
—¿Robos y Homicidios?
Edgar prácticamente lo había gritado. Ya lo sabía todo el mundo de la brigada. Bosch sintió que se ruborizaba. Sabía que todos lo estarían mirando.
—Joder —dijo Edgar—. Primero Kiz y ahora tú. ¿Yo que soy, un monigote?