Bosch y Edgar salieron al pasillo de los ascensores y permanecieron en silencio hasta que Edgar pulsó el botón.
Bosch miró su imagen borrosa reflejada en las puertas de acero inoxidable del ascensor. Miró el reflejo de Edgar y luego directamente a su compañero.
—Bueno —dijo—. ¿Estás muy cabreado?
—Entre mucho y no tanto.
Bosch asintió.
—Me has dejado con la cremallera bajada, Harry.
—Lo sé. Lo siento. ¿Quieres ir por las escaleras?
—Ten paciencia, Harry. ¿Qué le ha pasado a tu teléfono móvil esta noche? ¿Se te ha roto?
Bosch negó con la cabeza.
—No, sólo quería… No estaba seguro de lo que estaba pensando y por eso quería comprobar las cosas yo solo antes. Además, sabía que los jueves por la noche tienes al niño. Después, cuando me encontré a Sheila en la caravana, no venía a cuento.
—¿Y qué me dices de cuando empezaste el registro? Podías haber llamado. Entonces mi hijo ya estaba durmiendo en su casa.
—Sí, lo sé. Debería haberlo hecho, Jed.
Edgar asintió y ahí terminó todo.
—Sabes que esta teoría tuya nos devuelve al punto de partida —dijo.
—Eso es. Tendremos que volver a empezar, revisarlo todo otra vez.
—¿Vas a trabajar este fin de semana?
—Sí, probablemente.
—Entonces, llámame.
—Lo haré.
Finalmente, a Bosch lo venció la impaciencia.
—A la mierda. Me voy por la escalera. Nos vemos abajo.
Salió del pasillo y fue hacia la escalera de emergencia.