Teresa Corazon vivía en una mansión de estilo mediterráneo con un espacio circular de piedra para dar la vuelta y un estanque de carpas japonesas enfrente. Ocho años antes, cuando Bosch había mantenido una breve relación con ella, Corazon vivía en un apartamento de una habitación. Los beneficios de la televisión y la celebridad habían costeado la mansión y el estilo de vida consecuente. No era ni remotamente la mujer que solía presentarse en la casa de Bosch a medianoche sin avisar, con una botella de vino barato de Trader Joe’s y un vídeo de su película favorita. La mujer que no ocultaba su ambición, pero que todavía no atesoraba la suficiente habilidad para usar su posición para enriquecerse.
Bosch sabía que él le servía de recordatorio de lo que había sido y lo que había perdido para ganar todo lo que poseía. No era de extrañar que sus encuentros fueran escasos y alejados en el tiempo, y tan tensos como una visita al dentista cuando resultaban inevitables.
El detective aparcó en la rotonda y salió con la caja de zapatos y las polaroids. Miró en el estanque al rodear el coche y vio las siluetas oscuras de los peces moviéndose bajo la superficie. Sonrió, pensando en la película Chinatown y en cuántas veces la habían visto durante el año que estuvieron juntos. Recordó lo mucho que le gustaba a ella el personaje del forense que llevaba un delantal de carnicero y se comía un bocadillo mientras examinaba el cadáver. Bosch no estaba seguro de que ella mantuviera el mismo sentido del humor.
La luz que colgaba por encima de la puerta de madera maciza se encendió y Corazon la abrió antes de que Bosch llegara. La forense vestía unos pantalones negros y una blusa de color crema. Probablemente estaba a punto de salir hacia una fiesta de Año Nuevo. Corazon miró por encima de Bosch al coche en el que éste había llegado.
—Será mejor que nos demos prisa, antes de que ese trasto empiece a gotear aceite en mis piedras.
—Hola, Teresa.
—¿Es eso? —Corazon señaló la caja de zapatos.
—Esto es.
Bosch le pasó las polaroids y empezó a levantar la tapa de la caja. Estaba claro que ella no iba a invitarle a una copa de champaña para celebrar el Año Nuevo.
—¿Quieres verlo aquí mismo?
—No tengo mucho tiempo, pensaba que llegarías antes. ¿Quién es el imbécil que ha hecho estas fotos?
—Vendría a ser yo.
—No puedo decir nada a partir de estas fotos. ¿Tienes un guante?
Bosch sacó un guante de látex del bolsillo de la cazadora y se lo dio a Corazon antes de volver a guardarse las fotos en el bolsillo interior. Ella se puso el guante con pericia, se inclinó sobre la caja de zapatos, levantó el hueso y lo giró bajo la luz. Bosch permaneció en silencio. Olía su perfume. Era intenso, un vestigio de los días en que pasaba la mayor parte de su tiempo en las salas de autopsias.
Después de un examen de cinco segundos, ella volvió a dejar el hueso en la caja.
—Es humano.
—¿Estás segura?
Corazon miró a Bosch con cara de pocos amigos mientras se quitaba el guante.
—Es el húmero, el hueso superior del brazo. Diría que es de un niño de unos diez años. Puede que ya no respetes mis conocimientos, Harry, pero todavía los tengo.
Ella dejó el guante en la caja, encima del hueso. A Bosch le daba igual la invectiva, pero le molestó que dejara caer el guante de ese modo sobre el hueso del niño. Cogió el guante, pero entonces recordó algo y se lo devolvió a la forense.
—El dueño del perro que encontró el hueso dijo que había una fractura, una fractura curada. ¿Quieres echar un vistazo y ver si…?
—No. Llego tarde a una cita. Lo único que necesitas saber ahora es que es humano. Ya tienes la confirmación. Los exámenes posteriores se harán después en las condiciones adecuadas de la oficina del forense. Ahora, he de irme. Estaré allí mañana por la mañana.
Bosch le sostuvo la mirada unos segundos.
—Claro, Teresa, que vaya bien esta noche.
Ella desvió la mirada y plegó los brazos. Bosch volvió a cerrar cuidadosamente la caja de zapatos, saludó con la cabeza y se dirigió a su coche. Oyó que la puerta maciza se cerraba tras él.
Al pasar el estanque de los peces japoneses, pensó otra vez en la película y dijo para sus adentros la última frase del guión.
«Olvídalo, Jake, es Chinatown».
Bosch subió al coche y se dirigió a su casa, sujetando con la mano la caja de zapatos en el asiento contiguo.