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Complaciendo los deseos de la familia de Julia Brasher de enterrarla de acuerdo con su fe, el funeral se celebró a la mañana siguiente en el Hollywood Memorial Park. Puesto que había muerto accidentalmente en acto de servicio, se le concedió la ceremonia policial completa, con procesión de motoristas, guardia de honor, veintiuna salvas y una generosa representación de los jefazos del departamento junto a la tumba. El escuadrón aéreo del departamento también sobrevoló el cementerio, con cinco helicópteros en formación de duelo.

Sin embargo, puesto que no habían transcurrido ni veinticuatro horas desde el fallecimiento, no asistió demasiada gente al funeral. Las muertes en acto de servicio rutinariamente contaban con representación de los departamentos de todo el estado y el suroeste. No fue así con Julia Brasher. La rapidez de la ceremonia y las circunstancias de su muerte se sumaron para que el entierro fuera un asunto relativamente reducido, según los criterios de los funerales de policías. Una muerte en un tiroteo habría llenado a rebosar el pequeño cementerio con el ceremonial de la religión azul. Una novata que se mataba mientras enfundaba la pistola no engendraba toda la mitología del peligro del trabajo policial. El funeral sencillamente carecía de gancho.

Bosch observó desde los confines del grupo de los reunidos. Le dolía la cabeza después de una noche de beber y tratar de aliviar la culpa y el dolor que sentía. Unos huesos habían aflorado de las entrañas de la tierra y dos personas habían muerto por razones que para él tenían escaso sentido. Tenía los ojos inyectados en sangre e hinchados, pero sabía que en caso de necesidad podía achacarlo al aerosol con el que Stokes le había agredido el día anterior.

Vio a Teresa Corazon, por una vez sin su cameraman, sentada en la primera fila de jefazos y dignatarios, los pocos que habían asistido. A pesar de que llevaba gafas de sol, Bosch sabía en qué momento lo había visto. La boca de ella se había tensado en una línea fina y dura. Una sonrisa perfecta de funeral.

Bosch fue el primero en apartar la mirada.

Era un día hermoso para un sepelio. Los fuertes vientos que habían soplado esa noche del Pacífico habían limpiado momentáneamente la contaminación. Incluso la vista del valle de San Fernando que se ofrecía desde la casa de Bosch era clara esa mañana. Los cirros se deslizaban por las capas altas del cielo junto con las estelas dejadas por los aviones. El aire olía dulce en el cementerio por todas las flores dispuestas cerca de la tumba. Desde su posición, Bosch veía las letras dobladas del cartel de Hollywood presidiendo el servicio desde el monte Lee.

El jefe de policía no pronunció su panegírico de rigor en los funerales por agentes caídos en acto de servicio. En su lugar habló el director de la academia, quien aprovechó la ocasión para explicar que en el trabajo policial el peligro siempre llegaba de la esquina más inesperada y que la muerte de la agente Brasher podía salvar las de otros policías al recordarles la importancia de no bajar nunca la guardia. En ningún momento llamó a Julia otra cosa que no fuera agente Brasher, lo cual dio al parlamento un toque vergonzosamente impersonal.

Bosch no dejó de pensar en fotos de tiburones con la boca abierta y de volcanes vomitando lava ardiendo. Se preguntaba si Julia finalmente se había reivindicado a sí misma ante la persona ante quien necesitaba hacerlo.

Entre los uniformes azules que rodeaban el ataúd plateado había una franja gris: los abogados. El padre y una amplia representación de su bufete. En la segunda fila, detrás del padre de Julia Brasher, Bosch vio al hombre de la foto que estaba en la repisa de la chimenea del bungaló de Venice. Durante un rato Bosch fantaseó con la idea de acercarse y abofetearlo o clavarle un rodillazo en los genitales. Hacerlo allí en medio de la ceremonia, para que todos lo vieran, luego señalar el ataúd y decirle al hombre que él la había puesto en el camino que la había llevado a la tumba.

Pero no lo hizo. Sabía que la explicación y la asignación de culpa era algo demasiado simple y erróneo. Bosch estaba convencido de que en última instancia la gente elegía su propio camino. Las personas podían ser orientadas y empujadas, pero siempre les quedaba la decisión final. Todo el mundo tenía una jaula que mantenía a los tiburones a distancia. Los que abrían la puerta y se aventuraban a salir lo hacían asumiendo el riesgo.

Siete compañeros de la academia de Brasher fueron elegidos para las salvas. Apuntaron los rifles hacia el cielo azul y dispararon tres salvas cada uno. Los casquillos saltaron en forma de arco y cayeron a la hierba como lágrimas iluminadas por el sol. Mientras los disparos aún resonaban en las piedras, los helicópteros hicieron su pase poniendo fin al funeral.

Bosch lentamente se acercó a la tumba, pasando junto a gente que se marchaba. Alguien lo agarró por el codo, y Bosch se volvió. Era Edgewood, el compañero de Brasher.

—Yo, eh, sólo quería disculparme por lo que hice ayer —dijo—. No volverá a pasar.

Bosch esperó a que él estableciera contacto visual y se limitó a asentir. No tenía nada que decirle a Edgewood.

—Supongo que no lo mencionó a la UIT y, eh, sólo quería decirle que lo aprecio.

Bosch se limitó a mirarlo. Edgewood se sintió incómodo, asintió una vez y se alejó. Cuando se hubo ido, Bosch se encontró mirando a una mujer que estaba de pie justo detrás del policía. Una mujer latina con pelo plateado. Bosch tardó unos instantes en reconocerla.

—Doctora Hinojos.

—Detective Bosch, ¿cómo está?

Era por el pelo. Casi siete años antes, cuando Bosch había visitado con regularidad el consultorio de la doctora Hinojos, el pelo de la psiquiatra era castaño, sin un asomo de gris. Aún era una mujer atractiva, castaño o gris. Pero el cambio era asombroso.

—Estoy bien. ¿Cómo están las cosas en el psicódromo?

Ella sonrió.

—Bien.

—He oído que ahora lo dirige todo.

Ella asintió. Bosch empezaba a ponerse nervioso. La había conocido cuando estaba de baja involuntaria por estrés. En dos sesiones semanales le había contado cosas que no había contado a nadie antes. Y después de reincorporarse al trabajo no había vuelto a hablar con ella. Hasta ese momento.

—¿Conocía a Julia Brasher? —preguntó.

No era inhabitual que una psiquiatra del departamento asistiera a un funeral para ofrecer apoyo in situ a los más cercanos al fallecido.

—No, en realidad no. No personalmente. Como jefa del departamento, revisé su solicitud a la academia y la entrevista de filtro. La firmé.

Ella esperó un momento, estudiando la reacción de Bosch.

—Entiendo que estaba próximo a ella y que estuvo allí. Era usted el testigo.

Bosch asintió. La gente que abandonaba el funeral estaba pasando a ambos lados de ellos. Hinojos dio un paso más hacia Bosch para que no pudieran oírles.

—Éste no es el momento ni el lugar, pero, Harry, tengo que hablar con usted de esto.

—¿De qué hay que hablar?

—Quiero saber qué pasó y por qué.

—Fue un accidente. Hable con el subdirector Irving.

—Lo he hecho y no estoy satisfecha. Y dudo que usted lo esté.

—Escuche, doctora, está muerta, ¿vale? Ahora yo no voy a…

—Yo firmé y mi firma le puso la placa. Si se nos pasó algo (si se me pasó algo), quiero saberlo. Si había signos, deberíamos haberlos visto.

Bosch asintió y bajó la mirada a la hierba que había entre ambos.

—No se preocupe, había signos que yo debería haber visto. Pero yo tampoco lo entendí.

Ella se acercó un paso más. Bosch ya no podía mirar a otro sitio que no fuera a ella.

—Entonces tengo razón. Hay algo más aquí.

Bosch asintió.

—Nada claro. Pero vivía cerca del límite. Tomaba riesgos, cruzó el tubo. Estaba tratando de probar algo. Ni siquiera estoy seguro de que quisiera ser poli.

—¿Probar algo a quién?

—No lo sé. Tal vez a ella misma, tal vez a otra persona.

—Harry, sé que es un hombre de gran instinto, ¿qué más?

Bosch se encogió de hombros.

—Son sólo cosas que ella hacía o decía… Tengo una cicatriz de bala en el hombro. La otra noche me preguntó por ella. Me preguntó cómo me dispararon y yo le expliqué cómo y le dije que había tenido suerte de que me diera donde me dio, porque era todo hueso. Entonces… donde ella se disparó, es el mismo sitio. Sólo que la bala… rebotó. Con eso no contaba.

Hinojos asintió y aguardó.

—Lo que he empezado a pensar es algo que no soporto pensar, ¿me entiende?

—Cuénteme, Harry.

—No paro de repasarlo en mi cabeza. Lo que vi y lo que sé. Ella apuntó al sospechoso con el arma. Y creo que si yo no hubiera estado allí para gritar, tal vez le habría disparado. Una vez que él hubiera caído le habría colocado la pistola en la mano y habría disparado al techo o a un coche. O tal vez a Stokes. No importaba siempre que él terminara muerto y con parafina en las manos y ella pudiera alegar que el fugitivo había ido a por su arma.

—¿Qué está insinuando, que ella se disparó para luego matarlo y pasar como una heroína?

—No lo sé. Habló de que el mundo necesitaba héroes. Especialmente ahora. Dijo que esperaba tener la oportunidad de ser una heroína. Pero creo que había algo más. Es como si quisiera la cicatriz, la experiencia.

—¿Y estaba dispuesta a matar por ello?

—No lo sé. No sé si tengo razón en nada de esto. Lo único que sé es que puede que fuera una novata, pero ya había alcanzado el punto en el que hay una línea entre nosotros y ellos, donde todo el que no lleva placa es una basura. Vio que le estaba pasando a ella. Puede que sólo estuviera buscando una salida…

Bosch negó con la cabeza y miró a un costado. El cementerio estaba casi desierto.

—No sé, decirlo en voz alta hace que parezca… No lo sé. Es un mundo de locos. —Dio un paso atrás—. Supongo que nunca llegas a conocer a nadie, ¿no? —preguntó—. Podrías pensar que sí. Puedes estar lo bastante próximo a alguien para acostarte con esa persona, pero nunca sabrás lo que le pasa por dentro.

—No. Todo el mundo tiene secretos.

Bosch asintió y estaba a punto de alejarse.

—Espere, Harry.

Ella levantó el bolso, lo abrió y empezó a rebuscar.

—Todavía quiero hablar de esto —dijo la doctora Hinojos mientras sacaba una tarjeta y se la ofrecía—. Quiero que me llame. Completamente no oficial, confidencial. Por el bien del departamento.

Bosch casi se rió.

—Al departamento no le importa. El departamento se preocupa por la imagen, no por la verdad. Y cuando la verdad pone en peligro la imagen, entonces al cuerno la verdad.

—Bueno, a mí me importa, Harry. Y a usted también.

Bosch miró la tarjeta y se la guardó en el bolsillo.

—De acuerdo, la llamaré.

—Ahí está el número de mi móvil. Lo llevo siempre encima.

Bosch asintió. Ella dio un paso adelante y le apretó el brazo.

—¿Y usted, Harry? ¿Está bien?

—Bueno, aparte de perderla a ella y de que Irving me haya dicho que empiece a pensar en retirarme, estoy bien.

Hinojos frunció el ceño.

—Aguante, Harry.

Bosch asintió, pensando en que él había usado las mismas palabras con Julia al final.

Hinojos se fue y Bosch continuó su camino hacia la tumba. Pensó que se había quedado solo. Cogió un puñado de tierra del montículo y se acercó al hoyo. Habían echado un ramo entero y varias flores sueltas sobre el ataúd. Bosch se recordó abrazando a Julia en su cama dos noches antes. Lamentó no haber visto lo que deparaba el futuro. Deseó haber podido recoger las pistas y ponerlas en una imagen clara de lo que ella estaba haciendo, haber visto hacia dónde se dirigía.

Despacio, levantó la mano y dejó que la tierra le resbalara entre los dedos.

—Ciudad de huesos —susurró.

Vio cómo la tierra caía a la tumba como sueños que se desvanecían.

—Supongo que la conocía.

Bosch se volvió con rapidez.

Era el padre de Julia, que sonreía con pesar. Eran las únicas dos personas que quedaban en el cementerio. Bosch asintió.

—Desde hace poco. Siento su pérdida.

—Frederick Brasher. —Tendió la mano.

Bosch fue a estrechársela, pero se detuvo.

—Tengo la mano sucia.

—No se preocupe. Yo también.

Se estrecharon las manos.

—Harry Bosch.

La mano de Brasher se detuvo un momento al registrar el nombre.

—El detective —dijo—. Estuvo usted ayer allí.

—Sí, traté de… Hice lo que pude para ayudarla. Yo… —Se detuvo. No sabía qué decir.

—Estoy seguro de que lo hizo. Tuvo que ser horrible estar allí.

Bosch asintió. Una oleada de culpa pasó a través de él como unos rayos X iluminándole los huesos. La había dejado allí, pensando que se pondría bien. De algún modo, eso le dolía casi tanto como el hecho de que hubiera muerto.

—Lo que no entiendo es cómo ocurrió —dijo Brasher—. Un error como ése, ¿cómo pudo matarla? Y luego la oficina del fiscal del distrito ha dicho hoy que no iban a presentar cargos contra ese Stokes. Soy abogado, pero no lo entiendo. Lo van a dejar ir.

Bosch examinó al hombre y vio el dolor en sus ojos.

—Lo siento, señor. Me gustaría poder contestarle, pero tengo las mismas preguntas que usted.

Brasher asintió y miró a la tumba.

—Me voy —dijo al cabo de unos segundos—. Gracias por venir, detective Bosch.

Bosch asintió. Se estrecharon las manos nuevamente y Brasher comenzó a alejarse.

—¿Señor? —dijo Bosch.

Brasher se volvió.

—¿Sabe cuándo va a ir a la casa de ella alguien de la familia?

—De hecho, me han dado sus llaves hoy. Iba a ir ahora. A echar un vistazo para tratar de captar una idea de ella, supongo. En los últimos años no habíamos… —No terminó.

Bosch se le acercó.

—Hay algo que tenía ella. Una fotografía enmarcada. Si no es… Si no le importa, me gustaría conservarla.

Brasher asintió.

—¿Por qué no viene ahora? Encontrémonos allí y enséñeme esa foto.

Bosch miró el reloj. La teniente Billets había concertado una reunión a la una y media para discutir la situación del caso. Probablemente tenía el tiempo justo para ir a Venice y volver a comisaría. No tendría tiempo para comer, pero de todos modos no se veía capaz de comer nada.

—De acuerdo.

Ambos partieron y se dirigieron a sus coches. Por el camino, Bosch se detuvo en la hierba desde donde habían disparado las salvas. Peinando la hierba con un pie, miró hasta que vio el brillo de los casquillos y se agachó para recoger uno. Lo sostuvo en su palma y lo miró unos segundos, luego cerró la mano y lo dejó caer en el bolsillo de la chaqueta. Había recogido un casquillo de todos los funerales de policías a los que había asistido. Tenía un frasco lleno. Se volvió y salió del cementerio.