Gilmore hacía girar un lápiz entre los dedos, tamborileando con la goma en la mesa. Bosch nunca confiaba en un investigador que tomaba notas a lápiz. Pero ése era el cometido de la Unidad de Investigación de Tiroteos: construir historias que encajaran en la imagen que el departamento quería presentar a la opinión pública. Era una brigada de lápices. Su trabajo requería lápiz y goma, nunca tinta ni una grabadora.
—Entonces, vamos a volver sobre esto —dijo—. Dígame otra vez qué es lo que hizo la agente Brasher.
Bosch miró más allá del detective. Lo habían colocado en la silla del sospechoso en la sala de interrogatorios. Estaba de cara al espejo de una cara detrás del cual estaba seguro de que se hallaban al menos media docena de personas, entre las que probablemente se contaba el subdirector Irving. Se preguntó si alguien se habría fijado en que el vídeo estaba grabando. Si lo habían hecho, lo habrían apagado de inmediato.
—De algún modo se disparó ella misma.
—Y usted lo vio.
—No exactamente. Lo vi desde atrás. Estaba de espaldas a mí.
—Entonces ¿cómo sabe que se disparó ella misma?
—Porque allí no había nadie más que ella, yo y Stokes. Yo no le disparé y Stokes no le disparó. Ella se disparó.
—Durante la lucha con Stokes.
Bosch negó con la cabeza.
—No, no había pelea en el momento del disparo. No sé lo que pasó antes de que yo llegara, pero en el momento del disparo Stokes tenía las dos manos en la pared y estaba de espaldas a ella. La agente Brasher tenía una mano en la espalda de Stokes, para mantenerlo sujeto. Vi que retrocedía y bajaba la mano. No vi la pistola, pero entonces oí el disparo y vi el fogonazo delante de Brasher. Y ella cayó.
Gilmore tamborileó sonoramente con el lápiz.
—Eso probablemente va a estropear la grabación —dijo Bosch—. Ah, es cierto, ustedes nunca graban nada.
—Olvidaré eso. ¿Qué pasó entonces?
—Empecé a avanzar hacia ellos. Stokes empezó a volverse para ver qué había pasado. Desde el suelo, la agente Brasher levantó el brazo derecho y apuntó a Stokes.
—Pero no disparó, ¿verdad?
—No, yo le grité a Stokes: «¡Quieto!», y Brasher no disparó y él no se movió. Entonces llegué a la escena y puse a Stokes en el suelo. Lo esposé. Luego llamé por radio para pedir ayuda y traté de atender a la agente Brasher lo mejor que pude.
Gilmore también estaba mascando chicle de una forma ruidosa que molestaba a Bosch. El detective de la UIT mascó varias veces antes de hablar.
—Verá, lo que no entiendo es por qué se disparó ella misma.
—Eso tendrá que preguntárselo a ella. Yo sólo le estoy diciendo lo que vi.
—Sí, pero yo se lo estoy preguntando a usted. Usted estaba allí, ¿qué piensa?
Bosch esperó un buen rato. Las cosas habían sucedido muy deprisa. Había dejado de pensar en el garaje para concentrarse en Stokes. En ese momento, las imágenes de lo que había visto volvieron a reproducirse en su mente. Al final se encogió de hombros.
—No lo sé.
—¿Sabe qué?, mirémoslo desde su punto de vista por un momento. Supongamos que estaba reenfundando el arma, lo cual iría contra las normas, pero pongámoslo por caso. Ella está enfundando el arma para poder esposar al sospechoso. Tiene la cartuchera en la cadera derecha y la herida de entrada está en el hombro izquierdo. ¿Cómo pasó?
Bosch pensó en las preguntas que Brasher le había hecho unas noches antes acerca de la cicatriz de su hombro izquierdo. Sobre recibir un disparo y lo que se sentía. Le pareció que la sala se estrechaba, aprisionándolo. Empezó a sudar.
—No lo sé —dijo.
—No sabe gran cosa, ¿no es así, Bosch?
—Yo sólo sé lo que vi, y eso es lo que le he dicho.
Bosch lamentó que se hubieran llevado el paquete de cigarrillos de Stokes.
—¿Cuál era su relación con la agente Brasher?
Bosch miró a la mesa.
—¿Qué quiere decir?
—Por lo que he oído se la estaba tirando. Eso es lo que quiero decir.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—No lo sé, tal vez pueda decírmelo.
Bosch no contestó. Se esforzó por no dejar traslucir la furia que bullía en su interior.
—Bueno, para empezar, esa relación era una infracción de la política del departamento —dijo Gilmore—. Lo sabe, ¿verdad?
—Ella está en patrulla. Yo estoy en el servicio de detectives.
—¿Cree que eso importa? Eso no importa. Usted es detective de grado tres. Eso es nivel de supervisor. Y encima ella es una novata. Si esto fuera el ejército tendría una baja sin honores para empezar. Quizá incluso pasaría una temporada en el calabozo.
—Pero esto es el Departamento de Policía de Los Ángeles. Así que, ¿qué me va a costar? ¿Un ascenso?
Fue el primer movimiento de ataque de Bosch. Era una advertencia a Gilmore para que tomara otro camino, una velada referencia a varios bien conocidos y no tan bien conocidos líos entre oficiales de alto rango y miembros de la tropa. Se sabía que el sindicato de policías, que representaba a la tropa hasta el grado de sargento, estaba esperando la oportunidad para desafiar cualquier medida disciplinaria tomada bajo la así llamada política de acoso sexual.
—No necesito ningún comentario de listillo —dijo Gilmore—. Estoy tratando de conducir una investigación.
Siguió otro prolongado tamborileo, mientras Gilmore consultaba las escasas notas que había tomado. Bosch sabía que estaba llevando a cabo una investigación inversa, es decir, partía de la conclusión para luego recopilar sólo los hechos que la apoyaban.
—¿Cómo tiene los ojos? —preguntó por fin Gilmore sin levantar la mirada.
—Uno todavía me escuece como un hijo de puta. Parecen huevos hervidos.
—Bueno, dice que Stokes le roció en la cara con un aerosol limpiador.
—Exacto.
—Y momentáneamente lo cegó.
—Exacto.
Gilmore se levantó y empezó a caminar en el reducido espacio que había detrás de la silla.
—¿Cuánto tiempo pasó entre que quedó cegado y estuvo en el garaje oscuro y supuestamente vio que ella se disparaba?
Bosch pensó un momento.
—Bueno, me lavé los ojos con una manguera, luego continué con la persecución. Diría que no más de cinco minutos, pero no mucho menos.
—Así que pasó de ciego a ojos de lince, capaz de verlo todo, en cinco minutos.
—Yo no lo diría así, pero sí, el tiempo lo tiene bien.
—Bueno, al menos tengo algo bien. Gracias.
—De nada, teniente.
—Está diciendo que no vio la lucha por el control de la pistola de la agente Brasher antes de que se produjera el disparo. ¿Es eso correcto?
El teniente tenía las manos entrelazadas a la espalda y el lápiz entre dos dedos, como un cigarrillo. Bosch se inclinó sobre la mesa. Entendió la manipulación léxica que estaba haciendo Gilmore.
—No juegue con las palabras, teniente. No hubo ninguna lucha. No vi ninguna lucha porque no hubo ninguna lucha. Si hubiera habido una lucha, la habría visto. ¿Está lo bastante claro?
Gilmore no respondió. Continuó caminando.
—Mire —dijo Bosch—, ¿por qué no le hacen un análisis de residuos de pólvora a Stokes? En las manos, en el mono. No encontrarán nada. Terminaríamos con esto muy deprisa.
Gilmore volvió a su silla y se hundió en ella. Miró a Bosch y negó con la cabeza.
—¿Sabe, detective?, me encantaría hacer eso. Normalmente, en una situación así, lo primero que hacemos es buscar residuos. El problema es que usted rompió la baraja. Por su cuenta y riesgo sacó a Stokes de la escena y lo trajo aquí. La cadena de pruebas se ha roto, ¿lo entiende? Podría haberse lavado, cambiado de ropa, qué sé yo qué, porque usted por su cuenta y riesgo lo trajo aquí.
Bosch ya estaba preparado.
—Era una cuestión de seguridad. Mi compañero me apoyará en eso. Y Stokes también. Y nunca dejó de estar bajo mi custodia y control hasta que usted irrumpió aquí.
—Eso no cambia el hecho de que usted considera que su caso es más importante que aclarar las circunstancias del disparo que ha recibido una oficial de este departamento, ¿es cierto?
Bosch no tenía respuesta, pero estaba llegando a una comprensión plena de lo que Gilmore estaba haciendo. Para él y para el departamento era importante concluir y poder anunciar que Brasher había recibido un disparo a consecuencia de una disputa por el control de su pistola. De esa forma resultaba heroico. Y eso era algo de lo que el departamento de relaciones públicas podía sacar partido. No había nada mejor que un agente herido en acto de servicio —mujer y novata, nada menos— para recordar a la opinión pública todo lo que era bueno y noble en su departamento de policía, así como lo peligroso que era el deber de los agentes.
La alternativa, anunciar que Brasher se había disparado accidentalmente —o incluso algo peor—, sería un bochorno para el departamento. Uno más en una larga cadena de fiascos en las relaciones públicas.
En el camino hacia la conclusión que buscaba Gilmore —y en consecuencia Irving y los jefazos del departamento— se interponía Stokes, por supuesto, y también Bosch. Stokes no constituía un problema. Lo que dijera un exconvicto ante la perspectiva de la cárcel por disparar a una agente sería para defenderse y poco importante. En cambio Bosch era un testigo presencial con placa. Gilmore tenía que cambiar su versión o, en su defecto, mancillarla. El primer punto débil a atacar era el estado físico de Bosch: considerando que le habían rociado un limpiador en los ojos, ¿podía haber visto lo que decía haber visto? El segundo movimiento era ir tras Bosch como detective. Para preservar a Stokes como testigo en un caso de asesinato, ¿habría ido Bosch tan lejos como para mentir y negar que había visto a Stokes disparando a una policía?
Para Bosch era algo descabellado, pero a lo largo de los años había visto que le sucedían cosas peores a policías que se interponían en la maquinaria que producía la imagen del departamento que se ofrecía al público.
—Espere un momento… —dijo Bosch, que fue capaz de contenerse antes de insultar a un oficial superior—, si está tratando de decir que miento acerca de que Stokes disparó a Julia (eh, a la agente Brasher) para que estuviera libre para mi caso, entonces, con el debido respeto, está usted completamente loco.
—Detective Bosch, estoy investigando todas las posibilidades. En eso consiste mi trabajo.
—Bueno, puede investigarlas sin mí.
Bosch se levantó y fue derecho a la puerta.
—¿Adónde va?
—He terminado con esto.
Bosch miró al espejo y abrió la puerta, luego volvió a mirar a Gilmore.
—Tengo una noticia para usted, teniente. Su teoría es una mierda. Stokes no representa nada en mi caso. Cero. Dispararon a Julia por nada.
—Pero no la sabía hasta que lo trajo aquí, ¿verdad?
Bosch lo miró y luego lentamente negó con la cabeza.
—Buenos días, teniente.
Se volvió hacia la puerta y casi se dio de bruces con Irving. El subdirector estaba tieso como un palo en el pasillo.
—Vuelva a entrar un momento, detective —dijo con calma—. Haga el favor.
Bosch retrocedió. Irving lo siguió a la sala de interrogatorios.
—Teniente, déjenos solos —dijo el subdirector—. Y no quiero que quede nadie en la sala adjunta. —Apuntó al espejo al decirlo.
—Sí, señor —dijo Gilmore, y salió cerrando la puerta tras de sí.
—Vuelva a sentarse —dijo Irving.
Bosch volvió a ocupar el asiento situado frente al espejo. Irving se quedó de pie. Al cabo de un momento él también empezó a pasear, moviéndose adelante y atrás enfrente del espejo y convirtiéndose para Bosch en una doble imagen a seguir.
—Vamos a calificar el disparo de accidental —dijo Irving, sin mirar a Bosch—. La agente Brasher aprehendió al sospechoso y cuando volvía a enfundarse el arma se disparó inadvertidamente.
—¿Es eso lo que ha dicho ella? —preguntó Bosch.
Irving pareció momentáneamente confundido y luego sacudió la cabeza.
—Por lo que yo sé, sólo habló con usted y ha dicho usted que no dijo nada específico respecto al disparo.
Bosch asintió.
—Entonces, ¿esto es todo?
—No veo por qué tendría que ir más lejos.
Bosch pensó en la foto del tiburón en la repisa de la chimenea de Julia y en lo que sabía de ella en el poco tiempo que llevaban juntos. Las imágenes de lo que había visto en el garaje volvieron a reproducirse en su mente a cámara lenta. Y las cosas no encajaban.
—Si no podemos ser honestos entre nosotros, ¿cómo vamos a decir la verdad a los ciudadanos?
Irving se aclaró la garganta.
—No voy a discutir con usted, detective. La decisión está tomada.
—Por usted.
—Sí, por mí.
—¿Y qué pasa con Stokes?
—Dependerá del fiscal del distrito. Puede ser acusado según la ley de homicidios en la comisión de delitos. Su acción de huir en última instancia condujo al disparo. Será una cuestión técnica. Si se determina que ya estaba bajo custodia cuando se produjo el disparo fatal, entonces podría…
—Un momento, un momento —dijo Bosch, levantándose de la silla—. ¿Homicidio? ¿Ha dicho disparo fatal?
Irving se volvió hacia él.
—¿El teniente Gilmore no se lo ha dicho?
Bosch se derrumbó en la silla y clavó los codos en la mesa. Se cubrió el rostro.
—La bala impactó en un hueso del hombro y al parecer rebotó en su cuerpo. Entró por el pecho y le perforó el corazón. Ingresó cadáver.
Bosch bajó la cara de forma que sus manos quedaron sobre su frente. Se estaba mareando y creyó que iba a caerse de la silla. Trató de respirar hondo hasta que se le pasó. Al cabo de unos momentos oyó la voz de Irving en la oscuridad de su mente.
—Detective, hay algunos agentes de este departamento a los que llaman «imanes de mierda». Estoy seguro de que ha escuchado el término. Personalmente, lo encuentro desagradable, pero el sentido es que parece que las cosas siempre les ocurren a esos agentes en particular. Cosas malas. Repetidamente. Siempre.
Bosch esperó en la oscuridad lo que sabía que se le venía.
—Desgraciadamente, detective Bosch, usted es uno de esos agentes.
Bosch asintió inconscientemente. Estaba pensando en el momento en que el enfermero había puesto la mascarilla sobre la boca de Julia mientras ella estaba hablando.
«No les dejes que…».
¿Qué quería decir? ¿No les dejes que qué? Estaba empezando a entenderlo y a saber lo que ella iba a decir.
—Detective —dijo Irving, atravesando los pensamientos de Bosch con su voz tronante—. He mostrado una tremenda paciencia con usted a lo largo de muchos casos y de muchos años. Pero ya me he cansado. Y este departamento también. Quiero que empiece a pensar en retirarse. Pronto, detective, pronto.
Bosch mantuvo la cabeza baja y no respondió. Al cabo de un momento oyó que la puerta se abría y se cerraba.