31

Planearon el abordaje de Johnny Stokes sobre el capó del coche de Edgar. Los hombres de Antivicio, Eyman y Leiby, dibujaron el plano del Washateria en un bloc y marcaron el lugar en el que habían localizado a Stokes, trabajando debajo del toldo de encerado. El servicio de lavado estaba rodeado por tres lados por paredes de hormigón y otras estructuras. El área que daba a La Brea tenía casi cincuenta metros, con un muro de retención de metro y medio que recorría el borde, salvo en los carriles de entrada y salida situados a ambos extremos de la instalación. Si Stokes decidía huir, podía correr hasta el muro de retención y escalarlo, pero lo más probable era que buscara uno de los carriles.

El plan era sencillo. Eyman y Leiby cubrirían la entrada al túnel de lavado, y Brasher y su compañero, Edgewood, se ocuparían de la salida. Bosch y Edgar entrarían en el túnel en el coche de este último y abordarían a Stokes. Sintonizaron las radios con las de una unidad táctica y acordaron un código; rojo significaba que Stokes había huido, y verde que los había recibido pacíficamente.

—Recordad algo —dijo Bosch—. Casi todos los que limpian, frotan, enjabonan o pasan la aspiradora en este local probablemente huyen de algo, aunque sea de la migra. Así que aunque lleguemos a Stokes sin problemas, los otros pueden calarnos. Que entren polis en un túnel de lavado es como gritar fuego en un teatro. Todo el mundo echa a correr antes de ver el problema.

Todos asintieron y Bosch miró fijamente a Brasher, la novata. De acuerdo con el plan acordado la noche anterior, no mostraban conocerse de nada más que como compañeros policías. De todos modos, Bosch quería asegurarse de que había entendido cómo podía complicarse una operación como ésa.

—¿Lo has entendido, novata? —dijo.

Brasher sonrió.

—Sí, entendido.

—Muy bien, vamos a concentrarnos. Allá vamos. Bosch pensó que la sonrisa de Brasher permanecía en su rostro mientras ella y Edgewood caminaban hasta su coche patrulla.

Él y Edgar fueron hasta el Lexus. Bosch se detuvo al llegar y darse cuenta de que parecía recién lavado y encerado.

—¡Mierda!

—¿Qué quieres que te diga, Harry? Yo cuido mi coche.

Bosch miró alrededor. Detrás del restaurante de comida rápida había un Dumpster recién lavado en un cobertizo de hormigón. Había un charco de agua negra acumulada en el pavimento.

—Pasa por encima de ese charco un par de veces —dijo.

—Harry, no voy a meter esa mierda en mi coche.

—Vamos, tiene que parecer que tu coche necesita un lavado, o nos delatará. Ya hemos dicho que el tío es una liebre. No le demos razones.

—Pero no vamos a lavar el coche, así que si esa mierda le salpica se va a quedar ahí.

—Mira, Jerry. Si pillamos a este tío, les diré a Eyman y Leiby que lo lleven a comisaría mientras te lavan el coche. Incluso te lo pagaré yo.

—Mierda.

—Vamos, pasa por encima del charco. Estamos perdiendo tiempo.

Después de ensuciar el coche de Edgar, éste condujo en silencio hasta el túnel de lavado. Cuando llegaron, Bosch vio el coche de Antivicio aparcado a cierta distancia de la entrada al túnel. En la misma manzana, más abajo del túnel de lavado, el coche patrulla estaba detenido en una fila de coches aparcados. Bosch cogió la radio.

—¿Todos preparados?

Los dos hombres de Antivicio golpearon dos veces el micrófono, Brasher respondió con palabras.

—Todos listos.

—Bueno, vamos a entrar.

Edgar entró en el túnel de lavado y condujo hasta el carril de servicio, donde los clientes dejaban los coches para que pasaran la aspiradora y especificaban el tipo de encerado que deseaban. La mirada de Bosch empezó de inmediato a pasearse entre los trabajadores, todos ellos vestidos con monos naranjas idénticos y gorras de béisbol. Esto último complicó la identificación, pero Bosch no tardó en ver el toldo azul donde se realizaba el encerado y distinguió a Johnny Stokes.

—Está ahí —le dijo a Edgar—. Con el Beemer negro. Bosch sabía que en cuanto bajaran del coche, la mayoría de los expresidiarios podrían identificarlos como polis. De la misma manera que Bosch podía distinguir a alguien que había estado en la cárcel con un noventa por ciento de acierto, los exconvictos podían identificar a los polis. Tendría que abordar a Stokes con rapidez.

Miró a Edgar.

—¿Listo?

—Vamos.

Abrieron las puertas al mismo tiempo. Bosch salió y fue hacia Stokes, que se hallaba a veinticinco metros y de espaldas. Estaba agachado y echando algo con un aerosol a las ruedas de un BMW negro. Bosch oyó que Edgar le decía a alguien que se saltara el aspirador, y que volvía enseguida.

Bosch y Edgar habían cubierto la mitad de la distancia a su objetivo cuando otros trabajadores del local los descubrieron. Bosch oyó que alguien gritaba desde atrás:

—Cinco-cero, cinco-cero.

Alertado de inmediato, Stokes se levantó y empezó a volverse. Bosch echó a correr.

Estaba a cinco metros de Stokes cuando éste se dio cuenta de que era el objetivo. Su vía de escape obvia era hacia su izquierda para luego salir por la entrada del túnel, pero el BMW le bloqueaba el paso. Hizo amago de irse hacia la derecha, pero se detuvo, aparentemente porque no tenía salida.

—No, no —gritó Bosch—. Sólo queremos hablar, sólo queremos hablar.

Stokes se quedó quieto. Bosch fue directo hacia él, mientras Edgar se situaba a la derecha por si el expresidiario decidía hacer un movimiento.

Bosch frenó y abrió las manos mientras se acercaba. En una de ellas llevaba la radio.

—Policía. Sólo queremos hacerte unas preguntas, nada más.

—¿Sobre qué?

—Sobre…

Stokes levantó el brazo de repente y roció a Bosch en la cara con el limpia neumáticos. Entonces saltó hacia la derecha, hacia donde no tenía salida porque la alta pared posterior del túnel de lavado se unía a la pared lateral del edificio de apartamentos de tres plantas.

Bosch instintivamente se llevó las manos a los ojos. Oyó que Edgar le gritaba a Stokes y luego el sonido de los zapatos cuando iniciaba la persecución. Bosch no podía abrir los ojos. Se acercó la radio a la boca y grito:

—¡Rojo! ¡Rojo! ¡Rojo! Va hacia la esquina de atrás. Entonces tiró la radio al suelo, usando el zapato para frenar la caída, y se limpió los ojos con las mangas de la chaqueta. Al final pudo abrirlos durante pequeños intervalos. Vio una manguera colgada de un gancho junto a la parte de atrás del BMW. Fue hasta allí, abrió el grifo y se echó agua en los ojos y en toda la cara, sin preocuparse porque se le empapara la ropa. Sentía los ojos como si los hubiera sumergido en agua hirviendo.

Al cabo de un momento, el agua le alivió la quemazón y Bosch dejó la manguera sin cerrar el grifo y volvió a coger la radio. Tenía la visión borrosa por los extremos, pero podía ver lo suficiente para moverse. Cuando se agachó a coger la radio, oyó risas de algunos de los otros hombres de mono naranja. Bosch no hizo caso. Cambió al canal de las patrullas de Hollywood y habló.

—Unidades de Hollywood, agentes en persecución de un sospechoso de asalto, La Brea y Santa Mónica. El sospechoso es varón, blanco, treinta y cinco años, pelo negro, mono naranja. Está cerca del Washateria de Hollywood.

No recordaba la dirección exacta del túnel de lavado, pero eso no le preocupó. Todos los polis de patrulla lo conocían. Cambió al canal principal de comunicación del departamento y pidió que respondiera una ambulancia para tratar a un agente herido. No tenía ni idea de lo que le habían echado a los ojos. Aunque estaba empezando a sentirse mejor, no quería arriesgarse a una lesión de larga duración.

Al final cambió al canal táctico y preguntó dónde estaban los otros. Sólo contestó Edgar.

—Había un agujero en la esquina de atrás. Salió al callejón. Está en uno de esos complejos de apartamentos del lado norte del túnel.

—¿Dónde están los demás?

El retorno de Edgar se cortó. Estaba avanzando hacia una zona sin cobertura de radio.

—Están atrás… despliegue. Creo… garaje. ¿Es… bien, Harry?

—Sobreviviré. Hay refuerzos en camino.

No sabía si Edgar había escuchado la respuesta. Se guardó la radio en el bolsillo y corrió hacia la esquina de atrás del túnel de lavado, donde encontró el agujero por el que se había colado Stokes. Detrás de un palé de barriles de jabón liquido de doscientos litros apilados de dos en dos, había un agujero en la pared de hormigón. Daba la impresión de que alguna vez un coche del callejón se había empotrado en la pared, creando el agujero. Hecho intencionadamente o no, probablemente era una trampilla de fuga bien conocida por todos los hombres buscados por la justicia que trabajaban en el túnel de lavado.

Bosch se agachó y se coló por el agujero; la americana se le enganchó un momento en una rebaba oxidada que sobresalía de la pared rota. Salió a un callejón que pasaba por detrás de los edificios de apartamentos que llenaban la manzana.

El coche patrulla estaba aparcado en batería a cuarenta metros. Estaba vacío, pero tenía ambas puertas abiertas. Bosch oyó el sonido del canal de comunicación principal en la radio del salpicadero. Más allá, al final de la manzana, el coche de Antivicio estaba aparcado cerrando el callejón.

Bosch recorrió rápidamente el callejón hacia el coche patrulla, con los ojos y los oídos bien abiertos. Cuando llegó al coche, sacó otra vez la radio e intentó localizar a alguien en el canal táctico. No obtuvo respuesta.

Bosch vio que el coche patrulla estaba aparcado enfrente de una rampa que bajaba a un garaje subterráneo situado bajo uno de los edificios más grandes del callejón. Al recordar que el robo de coches estaba entre la letanía de delitos del historial de Stokes, Bosch supo de repente que Stokes habría ido al garaje. La huida pasaba por conseguir un vehículo.

Bosch bajó la rampa a la carrera y entró en el oscuro garaje.

El garaje era enorme, y parecía seguir la pauta del edificio de encima. Había tres pasillos de aparcamiento y una rampa que llevaba a un nivel más bajo. Bosch no vio a nadie. El único sonido que oyó fue el goteo de las cañerías del techo. Avanzó con rapidez por el carril central, empuñando la pistola por primera vez. Stokes ya había improvisado un arma a partir de un aerosol y no había forma de saber qué podía encontrar en el garaje que también pudiera usar como arma.

Mientras avanzaba, Bosch revisó los pocos vehículos del garaje —supuso que todo el mundo estaba trabajando— en busca de señales de intrusión. No vio nada. Estaba llevándose la radio a la boca cuando oyó el eco de pisadas procedentes del piso inferior. Rápidamente fue a la rampa y descendió, tratando de hacer el menor ruido posible con las suelas de goma de sus zapatos.

La planta inferior era todavía más oscura, pues apenas se filtraba luz natural. Cuando la pendiente se niveló, los ojos de Bosch empezaron a adaptarse. No vio a nadie, aunque la estructura de la rampa le bloqueaba la visión de media planta. Cuando empezaba a rodear la rampa, oyó una voz alta y tensa que llegaba desde el fondo. Era Brasher.

—¡Quieto! ¡Quieto! ¡No te muevas!

Bosch siguió el sonido, avanzando pegado al lateral de la rampa y sosteniendo el arma preparada. Las normas le decían que llamara para alertar al otro agente de su presencia. Sin embargo, sabía que si Brasher estaba sola con Stokes, su voz podía distraerla y dar al fugitivo otra oportunidad para huir o atacarla.

Mientras cortaba por debajo de la rampa, Bosch los vio en la pared del fondo, a menos de quince metros. Brasher tenía a Stokes contra la pared, con piernas y brazos abiertos. Lo sujetaba con una mano apretada en la espalda del hombre. Tenía la linterna en el suelo, junto a su pie derecho, iluminando la pared en la que estaba apoyado Stokes.

Era perfecto. Bosch se sintió aliviado, y casi de inmediato entendió que era alivio por el hecho de que ella no estaba herida. Se irguió y se dirigió hacia ellos, bajando el arma.

Estaba justo detrás dé ellos. Sólo había dado unos pasos cuando vio que Brasher apartaba la mano de Stokes y retrocedía, mirando a ambos lados mientras lo hacía. Bosch se dio cuenta enseguida de que era un error. Iba completamente en contra de lo que se enseñaba en la academia, pues permitía a Stokes la posibilidad de intentar huir de nuevo.

Entonces las cosas parecieron calmarse. Bosch empezó a gritarle a Brasher, pero de repente el garaje se llenó con el resplandor y la tremenda explosión de un disparo. Brasher cayó, Stokes permaneció en pie. El eco de la explosión reverberó por las paredes de hormigón, oscureciendo su origen.

Bosch sólo tuvo tiempo de preguntarse dónde estaba la pistola.

Alzó su arma mientras se agachaba en posición de combate. Empezó a girar la cabeza para buscar la pistola, pero vio que Stokes empezaba a volverse. Entonces vio que el brazo de Brasher se alzaba desde el suelo, con la pistola apuntando al cuerpo de Stokes.

Bosch apuntó a Stokes con su Glock.

—¡Quieto! ¡Quieto! ¡Quieto!

En un segundo estaba con ellos.

—No dispares, tío —gritó Stokes—. No dispares.

Bosch mantuvo la mirada fija en Stokes. Todavía le ardían los ojos y necesitaban un alivio, pero sabía que incluso parpadear podía ser un error fatal.

—¡Al suelo! Tírate al suelo. ¡Ya!

Stokes se dejó caer boca abajo y separó los brazos en un ángulo de noventa grados con el cuerpo. Bosch se colocó encima de él y le esposó las manos a la espalda con un movimiento realizado mil veces antes.

Entonces Bosch enfundó el arma y se volvió hacia Brasher. Julia tenía los ojos muy abiertos. Y éstos no paraban de moverse. La sangre le había salpicado en el cuello y ya le había empapado la pechera del uniforme. Bosch se arrodilló encima de ella y le abrió la blusa. Había tanta sangre que le costó encontrar la herida. La bala le había entrado por el hombro izquierdo, a un par de centímetros de la tira de velcro de su chaleco antibalas de Kevlar.

La sangre manaba a borbotones de la herida y Bosch vio que el rostro de Brasher perdía color rápidamente. Sus labios se movían, pero no emitían sonido alguno. Bosch buscó algo para contener la hemorragia y vio un trapo que sobresalía del bolsillo trasero de Stokes. Lo agarró y lo apretó en la herida. Brasher aulló de dolor.

—Julia, esto te va a doler, pero tengo que frenar la hemorragia.

Se quitó la corbata con una mano, la puso bajo el hombro de ella y luego la pasó por encima. Hizo un nudo que era lo bastante apretado para mantener la compresa en su lugar.

—Muy bien, aguanta, Julia.

Bosch cogió la radio del suelo y rápidamente cambio de frecuencia para entrar en el canal principal.

—Central, agente herido, nivel inferior del garaje de los apartamentos La Brea Park, La Brea y Santa Mónica. Necesitamos una ambulancia. ¡Urgente! Sospechoso custodiado. Confirmación, Central.

Esperó lo que le pareció una eternidad hasta que un mensaje de Central dijera que la comunicación se cortaba y que necesitaba que repitiera su llamada. Bosch pulsó el botón y gritó:

—¿Dónde está mi ambulancia? Agente herido.

Cambió al canal táctico.

—Edgar, Edgewood, estamos en el nivel inferior del garaje. Brasher está herida. Tengo a Stokes controlado. Repito, Brasher está herida.

Dejó caer la radio y gritó el nombre de Edgar con todas sus fuerzas. Se sacó la chaqueta y la arrugó.

—Tío, yo no he sido —gritó Stokes—. No sé qué…

—¡Cállate! ¡Cierra la boca!

Bosch puso su chaqueta debajo de la cabeza de Brasher. Tenía los dientes fuertemente apretados y el mentón apuntando hacia arriba. Los labios estaban casi blancos.

—La ambulancia está en camino, Julia. La he llamado antes de que pasara esto. Debo de ser vidente o algo así. Tú sólo aguanta, Julia. Aguanta.

Ella abrió la boca, aunque pareció costarle un esfuerzo sobrehumano. Pero antes de que pudiera decir nada, Stokes gritó de nuevo en una voz esta vez teñida de miedo bordeando la histeria.

—Yo no he sido, tío. No dejes que me maten, tío. ¡Yo no he sido!

Bosch se inclinó y puso todo su peso sobre la espalda de Stokes. Se dobló y habló en voz alta directamente en su oreja.

—¡Calla de una puta vez o te mataré yo mismo!

Volvió a centrar su atención en Brasher, que aún tenía los ojos abiertos. Empezaban a caerle lágrimas por las mejillas.

—Julia, sólo unos minutos. Tienes que aguantar.

Bosch le quitó a Brasher el arma y la dejó en el suelo, lejos del alcance de Stokes. Le cogió las manos.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué diablos ha pasado?

Ella abrió y cerró la boca otra vez. Bosch oyó pasos fe alguien que corría en la rampa. Oyó que Edgar gritaba su nombre.

—¡Aquí!

En un momento, Edgar y Edgewood estuvieron allí.

—Julia —gritó Edgewood—. ¡Oh, mierda!

Sin dudarlo ni un segundo, Edgewood dio un paso adelante y descargó una patada con todas sus fuerzas en el costado de Stokes.

—¡Hijo de puta!

Edgewood echó la pierna hacia atrás para darle otra patada, pero Bosch gritó.

—¡No! ¡Déjalo! ¡Fuera de aquí!

Edgar agarró a Edgewood y lo apartó de Stokes, que había dejado escapar un lamento animal al recibir el impacto de la patada y que estaba murmurando y gimiendo aterrorizado.

—Llévate a Edgewood arriba y trae la ambulancia —dijo Bosch a Edgar—. La radio no sirve para una mierda aquí.

Los dos se quedaron inmóviles.

—¡Vamos, ahora!

Como si les hubieran dado pie, las sirenas empezaron a oírse en la distancia.

—¿Queréis ayudarla? ¡Id a buscarlos!

Edgar hizo dar la vuelta a Edgewood y ambos echaron a correr hacia la rampa.

Bosch volvió a ocuparse de Brasher. Su rostro tenía la lividez de la muerte. Estaba a punto de sufrir un colapso. Bosch no lo entendía. Era una herida en el hombro. De pronto se preguntó si no había oído dos disparos. ¿El eco del primer disparo había oscurecido el segundo? Miró el cuerpo de ella otra vez, pero no encontró nada. No quería darle la vuelta para verle la espalda por temor a causarle más daño, pero no brotaba sangre de debajo del cuerpo.

—Vamos, aguanta, Julia. Puedes hacerlo. ¿Has oído eso? La ambulancia ya está aquí. Aguanta ahí.

Ella abrió la boca otra vez, estiró la mandíbula y empezó a hablar.

—Él… él cogió… fue a por…

Brasher apretó los dientes y movió la cabeza adelante y atrás sobre la chaqueta de Bosch. Trató de hablar nuevamente.

—No era… No…

Bosch acercó la cara a la de ella y le dijo en un susurro urgente:

—Chis. No hables. Sólo sigue viva. Concéntrate, Julia. Agárrate fuerte. Sigue viva. No te mueras, por favor.

Bosch sintió que el garaje temblaba con el sonido y la vibración. Al cabo de un momento las luces rojas rebotaban en las paredes y una ambulancia se detenía a su lado. Detrás había un coche patrulla y otros agentes uniformados, así como Eyman y Leiby, que bajaban la rampa y accedían al garaje.

—Oh, Dios, oh por favor —murmuró Stokes—. No lo permitas…

El primer médico llegó hasta ellos y lo primero que hizo fue poner una mano en el hombro de Bosch y retirarlo con suavidad. Bosch se apartó, dándose cuenta de que sólo estaba complicando las cosas. Mientras se separaba de Brasher, su mano derecha le agarró repentinamente el antebrazo y volvió a atraerlo hacia ella. Su voz era fina como el papel.

—Harry, no les dejes…

El auxiliar médico le puso una mascarilla de oxígeno en la cara y las palabras de Brasher se perdieron.

—Agente, por favor, retírese —dijo el auxiliar con firmeza.

Mientras Bosch retrocedía a gatas, se estiró para agarrar el tobillo de Brasher un momento y lo apretó.

—Julia, te pondrás bien.

—¿Julia? —dijo el segundo auxiliar médico mientras se arrodillaba junto a ella con un gran maletín.

—Julia.

—Bien, Julia —dijo el auxiliar—. Soy Eddie y él es Charlie. Vamos a ponerte bien. Como acaba de decir tu compañero, te pondrás bien. Pero has de ser fuerte. Tienes que quererlo, Julia. Tienes que luchar.

Ella dijo algo que se oyó incomprensible a través de la máscara. Sólo una palabra, pero Bosch creyó que la reconocía. «Entumecido».

El personal médico empezó con los procedimientos de estabilización, y el que se llamaba Eddie no dejó de hablar a Brasher en ningún momento. Bosch se levantó y se acercó a Stokes. Tiró de él para que se levantara y lo alejó de la escena del rescate.

—Tengo las costillas rotas —se quejó Stokes—. Necesito a un médico.

—Créeme, Stokes, no hay nada que puedan hacer por ti, así que cállate la boca.

Dos uniformados se les acercaron. Bosch los reconoció de la otra noche, cuando le habían dicho a Julia que la esperaban en Boardner’s. Eran sus amigos.

—Nosotros lo llevaremos a la comisaría.

Bosch empujó a Stokes por delante de los agentes sin vacilar.

—No, lo llevo yo.

Tiene que quedarse aquí por la UIT.

Tenían razón, la Unidad de Investigación de Tiroteos no tardaría en bajar a la escena y Bosch sería interrogado como testigo principal. Pero no pensaba dejar a Stokes en manos de nadie en quien no confiara explícitamente.

Subió la rampa con Stokes, hacia la luz.

—Escucha, Stokes, ¿quieres vivir?

El joven no contestó. Caminaba con el torso inclinado hacia adelante a causa de la patada en las costillas. Bosch le tocó suavemente en el sitio en el que Edgewood le había pateado. Stokes gimió sonoramente.

—¿Me estás escuchando? —preguntó Bosch—. ¿Quieres seguir vivo?

—¡Sí! Quiero seguir vivo.

—Entonces, escúchame. Te voy a poner en una sala y no hablarás con nadie salvo conmigo. ¿Lo has entendido?

—Lo entiendo. No deje que me hagan daño. Yo no he hecho nada. No sé qué ha pasado, tío. Me dijo contra la pared y yo hice lo que me ordenó. Juro por Dios que yo…

—Cállate —ordenó Bosch.

Por la rampa estaban bajando más policías y Bosch sólo quería sacar a Stokes de allí.

Cuando llegaron a la luz del día, Bosch vio a Edgar de pie en la acera, hablando por el móvil y usando la otra mano para señalar a una ambulancia de transporte el camino al garaje. Bosch empujó a Stokes hacia él. Cuando se acercaron, Edgar cerró el teléfono.

—Acabo de hablar con la teniente. Está en camino.

—Bien. ¿Dónde está tu coche?

—Sigue en el túnel de lavado.

—Ve a buscarlo, nos llevamos a Stokes a la comisaría.

—Harry, no podemos dejar la escena de un…

—Tú has visto lo que ha hecho Edgewood. Tenemos que llevarnos a este cabrón a un lugar seguro. Ve por el coche. Si nos cae un marrón por esto, me lo comeré yo.

—Seguro.

Edgar echó a correr en dirección al túnel de lavado.

Bosch vio un poste cerca de la esquina del edificio de apartamentos. Llevó a Stokes hasta allí y lo esposó al poste.

—Espera aquí —dijo.

Se apartó unos metros y se pasó una mano por el pelo.

—¿Qué coño ha pasado ahí?

No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que Stokes empezó a contestarle, farfullando que él no había hecho nada.

—Cállate —dijo Bosch—. No estaba hablando contigo.