28

Aparcaron en el estacionamiento de la comisaría poco antes de las once. La larga jornada de dieciséis horas había reportado muy poco en términos de pruebas para construir un caso para la fiscalía. Aun así, Bosch estaba satisfecho. Habían conseguido la identificación y eso era el eje de la rueda. Todo surgiría de allí.

Edgar dijo buenas noches y fue derecho a su coche sin entrar en la comisaría. Bosch quería ver al sargento de guardia para averiguar si había alguna novedad respecto a Johnny Stokes, También quería comprobar los mensajes y sabía que si se quedaba por allí hasta las once podría ver a Julia Brasher cuando acabara su turno. Quería hablar con ella.

La comisaría estaba en calma. Los polis del turno de noche estaban en la reunión. Los sargentos de guardia que entraban y salían también estarían allí. Bosch recorrió el pasillo hasta la oficina de detectives. Las luces estaban apagadas, lo cual iba contra una norma dictada por la dirección. El jefe de policía había ordenado que las luces del Parker Center y de todas las comisarías se mantuvieran permanentemente encendidas. Su objetivo era dar a conocer a los ciudadanos que la lucha contra el crimen no tenía tregua. El resultado era que las luces brillaban todas las noches en oficinas de policía vacías por toda la ciudad.

Bosch encendió la fila de luces que iluminaban la mesa de homicidios y fue a ocupar su lugar. Había varios papelitos de mensajes de color rosa. Bosch los revisó, pero eran todos de periodistas o relacionados con otros casos que tenía pendientes. Tiró los mensajes de los periodistas a la basura y puso los otros en el cajón de arriba de su mesa, para hacer un seguimiento al día siguiente.

Había dos sobres internos del departamento esperándole en la mesa. El primero contenía el informe de Golliher y Bosch lo apartó para leerlo después. Al coger el segundo sobre vio que era del Departamento de Investigaciones Científicas. Se dio cuenta de que había olvidado llamar a Antoine Jesper por el asunto del monopatín.

Estaba a punto de abrir el sobre cuando vio que lo habían dejado encima de un papel doblado sobre su calendario. Lo desdobló y leyó el corto mensaje. Supo que era de Julia, aunque no lo había firmado.

¿Dónde estás, chico duro?

Bosch había olvidado que le había dicho a Julia que se pasara por la brigada antes de empezar el turno. Sonrió al ver la nota, pero se sintió mal por el olvido. También recordó una vez más la advertencia de Edgar de que tuviera cuidado con la relación.

Volvió a doblar la hoja y se la guardó en el cajón. Se preguntó cómo reaccionaría Julia cuando le contara lo que le quería contar. Estaba agotado por la larga jornada, pero prefería no esperar hasta el día siguiente.

El sobre interno de Investigaciones Científicas contenía el informe de pruebas de una página de Jesper. Bosch leyó el informe con rapidez. Jesper había confirmado que la plancha la había construido Boneyard Bones Inc., un fabricante de Huntington Beach. El modelo se llamaba Boney Board. Ese modelo en particular se fabricó entre febrero de 1978 y junio de 1986, cuando las variaciones en el diseño crearon un ligero cambio en la nariz de la plancha.

Antes de que Bosch pudiera entusiasmarse con las implicaciones de una coincidencia entre la tabla y el marco temporal del caso, leyó el último párrafo del informe, que ponía en duda cualquier coincidencia.

Los ejes en los que se ensamblan las ruedas son de un diseño implementado en Boneyard en mayo de 1984. Las ruedas de grafito también indican una manufactura posterior. Las ruedas de grafito no fueron comunes en la industria hasta mediados de los ochenta. Sin embargo, puesto que los ejes y las ruedas son intercambiables, y como los skaters los cambian o reemplazan con frecuencia, es imposible determinar la fecha exacta de fabricación de la plancha examinada. La evaluación, pendiente de pruebas adicionales, es que se fabricó entre febrero de 1978 y junio de 1986.

Bosch volvió a meter el informe en el sobre y lo dejó encima de la mesa. El informe no era concluyente, aunque a juicio de Bosch los factores que Jesper había subrayado tendían a indicar que el monopatín no había sido de Arthur Delacroix. A su juicio, el informe se inclinaba más a exonerar a Nicholas Trent que a implicarlo en la muerte del chico. Por la mañana escribiría un informe con sus conclusiones y se lo entregaría a la teniente Billets para que lo enviara por la cadena ascendente hasta la oficina del subdirector Irving.

Como para puntuar el final de esta línea de investigación, el sonido de la puerta de atrás de la comisaría abriéndose de golpe hizo eco en el pasillo. Varias voces altas masculinas siguieron, todas internándose en la noche. La reunión del turno había terminado y las tropas frescas estaban desplegándose entre las clásicas bravuconerías del nosotros contra ellos.

Sin importarle los deseos del jefe de policía, Bosch apagó la luz y se dirigió otra vez por el pasillo hacia la oficina de guardia. Había dos sargentos en la pequeña oficina. Lenkov concluía su jornada, mientras que Renshaw estaba empezando su turno. Ambos registraron sorpresa por la aparición de Bosch a esas horas de la noche, pero ninguno de los dos le preguntó qué estaba haciendo en la comisaría.

—Bueno —dijo Bosch—, ¿algo sobre mi chico, Johnny Stokes?

—Todavía nada —dijo Lenkov—, pero estamos buscando. Lo estamos diciendo en las reuniones de turno y tenemos fotos suyas en los coches. Así que…

—Me informaréis.

—Te informaremos.

Renshaw expresó su acuerdo.

Bosch pensó en preguntarle si Julia Brasher ya había llegado, pero se lo pensó mejor. Les dio las gracias y retrocedió hasta el pasillo. La conversación había sido extraña, como si los sargentos estuvieran esperando que se fuera. Supuso que era porque se había corrido la voz de lo de Julia. Tal vez ambos sabían que ella terminaba el turno y querían evitar verlos juntos. Como supervisores habrían sido testigos de lo que era una infracción de la política departamental. Por más que fuera una normativa menor y raramente aplicada, los sargentos sin duda preferían no ver la infracción y no tener que mirar hacia otro lado.

Bosch salió al aparcamiento por la parte de atrás. No tenía ni idea de si Julia estaba en el vestuario de la comisaría, si continuaba patrullando o si ya había llegado y se había marchado. Los turnos intermedios eran muy flexibles. Uno no volvía hasta que el sargento de guardia enviaba al reemplazo.

Bosch encontró el coche de Brasher en el aparcamiento y supo que no se le había escapado. Volvió hacia la comisaría para sentarse en el banco del Código 7. Cuando llegó, Julia ya estaba allí sentada. Tenía el pelo húmedo de la ducha. Vestía unos vaqueros azules gastados y un jersey de manga larga y cuello alto.

—He oído que estabas en la casa —dijo Julia—. He visto la luz apagada y he pensado que te me habías escapado.

—No le cuentes al jefe lo de las luces.

Ella sonrió y Bosch se sentó a su lado. Quería tocarla, pero no lo hizo.

—Ni lo nuestro —dijo.

Ella asintió.

—Sí, hay mucha gente que lo sabe, ¿no?

—Sí, quería hablar de eso contigo. ¿Quieres ir a tomar algo?

—Claro.

—Caminemos hasta el Cat and Fiddle. Hoy estoy cansado de conducir.

En lugar de atravesar la comisaría juntos y salir por la puerta principal, tomaron el camino más largo, cruzando el aparcamiento y rodeando la comisaría. Caminaron dos travesías por Sunset y luego bajaron otras dos hasta el pub. Por el camino, Bosch se disculpó por no haber estado en la sala de la brigada antes de que ella empezara el turno y le explicó que había ido en coche a Palm Springs. Brasher apenas habló mientras caminaban, y básicamente se limitó a asentir en silencio a las explicaciones de Bosch. No abordaron la cuestión que les preocupaba hasta que llegaron al pub y ocuparon uno de los reservados junto a la chimenea.

Pidieron sendas pintas de Guinness y entonces Julia cruzó los brazos sobre la mesa y clavó la mirada en Bosch.

—Bueno, Harry, mi cerveza está en camino. Dímelo. Pero tengo que avisarte de que si vas a pedirme que seamos sólo amigos, bueno…, ya tengo bastantes amigos.

Bosch no pudo evitar una franca sonrisa. Le gustaba su audacia, su estilo directo. Empezó a negar con la cabeza.

—No, no quiero ser tu amigo, Julia. Ni hablar.

Se estiró por encima de la mesa y le apretó el antebrazo. Instintivamente, miró por el pub para asegurarse de que nadie de la comisaría se había pasado a tomar una copa después de acabar el turno. No reconoció a nadie y volvió a mirar a Julia.

—Lo que quiero es estar contigo como hasta ahora.

—Bueno, yo también.

—Pero hemos de tener cuidado. No llevas mucho tiempo en el departamento. Yo sí, y sé cómo son las cosas, así que es fallo mío. No deberíamos haber dejado tu coche en el aparcamiento de la comisaría la primera noche.

—Ah, que se jodan si les molesta.

—No, es…

Hizo una pausa mientras la camarera dejaba las cervezas en los pequeños posavasos de papel con el escudo de Guinness.

—No funciona así, Julia —dijo cuando volvieron a quedarse solos—. Si vamos a seguir con esto, tenemos que ir de incógnito. Nada de encuentros en el banco, basta de notas, basta de todo eso. Ni siquiera podemos venir aquí, porque vienen polis. Tenemos que ir completamente de incógnito. Nos encontramos fuera de la comisaría y hablamos fuera de la comisaría.

—Haces que suene como si fuéramos una pareja de espías o algo parecido.

Bosch cogió su vaso, brindó con el de ella y echó un largo trago. La cerveza negra era deliciosa después de un día tan largo. Tuvo que sofocar un bostezo que Julia vio y repitió.

—¿Espías? No está muy lejos de la realidad. Te olvidas de que llevo más de veinticinco años en este departamento. Tú eres sólo una novata, una niña. Tengo más enemigos dentro que arrestos has hecho tú. Algunas de esas personas aprovecharían cualquier oportunidad para acabar conmigo. Parece que sólo me esté preocupando por mí, pero la cuestión es que si tienen que ir a por una novata para llegar hasta mí, no se lo pensarán ni un segundo. Ni un segundo.

Julia bajó la cabeza y miró en ambas direcciones.

—De acuerdo, Harry, quiero decir, agente secreto cero cero cuarenta y cinco.

Bosch sonrió y negó con la cabeza.

—Sí, sí, tú crees que es todo una broma. Espera a que te caiga la primera inspección de Asuntos Internos. Entonces verás la luz.

—Vamos, no creo que sea una broma. Sólo trataba de bajar la tensión.

Ambos bebieron de sus cervezas y Bosch se recostó y trató de relajarse. El calor de la chimenea era agradable tras el refrescante paseo hasta el pub. Miró a Julia y vio que estaba sonriendo como si conociera un secreto sobre él.

—¿Qué?

—Nada. Te has puesto tan encendido.

—Estoy tratando de protegerte, nada más. Yo soy más veinticinco, así que no me importa tanto.

—¿Qué significa eso? He oído a gente decir eso, más veinticinco, como si fueran intocables o algo parecido.

Bosch negó con la cabeza.

—Nadie es intocable. Pero después de veinticinco años de servicio, alcanzas el tope de la escala de pensión. Así que es igual que lo dejes a los veinticinco o a los treinta y cinco, la pensión es la misma. Así que más veinticinco significa que tienes un poco de espacio para decir «que te jodan». Si no te gusta lo que te están haciendo siempre puedes entregar la placa y decir «adiós muy buenas». Porque ya no estás ahí por la paga.

La camarera volvió a la mesa con una canasta de palomitas. Julia dejó pasar algo de tiempo y luego se inclinó sobre la mesa, con la barbilla casi sobre el borde del vaso.

—¿Entonces por qué estás trabajando?

Bosch se encogió de hombros y miró a su vaso.

—Por el puesto, supongo… No es nada grande ni heroico, sólo la oportunidad de hacer las cosas bien de cuando en cuando en un mundo podrido.

Bosch usó el pulgar para trazar siluetas en el vaso helado. Continuó hablando sin apartar los ojos del vaso.

—Este caso, por ejemplo…

—¿Qué pasa?

—Si podemos entenderlo y construirlo… Quizá podamos arreglar un poco lo que le sucedió a ese chico. No lo sé, creo que podría significar algo, aunque sea insignificante para el mundo.

Pensó en el cráneo que Golliher le había mostrado esa mañana. La víctima de un asesinato sepultada en alquitrán durante nueve mil años. Una ciudad de huesos, todos a la espera de salir a la superficie. ¿Para qué? Probablemente a nadie le importaban.

—No lo sé —dijo—. Puede que a la larga no signifique nada. Los terroristas suicidas atacan Nueva York y tres mil personas mueren antes de que se hayan tomado la primera taza de café. ¿Qué significan unos cuantos huesos enterrados en el pasado?

Julia sonrió dulcemente y sacudió la cabeza.

—No te me pongas existencial, Harry. Lo importante es que significa algo para ti. Y si significa algo para ti, es importante que hagas lo que puedas. Suceda lo que suceda, el mundo siempre estará necesitado de héroes. Espero que algún día tenga una oportunidad de serlo.

—Puede.

Bosch asintió y evitó la mirada de ella. Jugó un poco más con su vaso.

—¿Te acuerdas de aquel anuncio de la tele en el que salía una mujer que está en el suelo y dice: «Me he caído y no me puedo levantar», y todo el mundo se echa a reír?

—Lo recuerdo. Venden camisetas que pone eso en Venice Beach.

—Sí, bueno…, a veces me siento así. Quiero decir, más veinticinco. No puedes recorrer el camino sin meter la pata de cuando en cuando. Te caes, Julia, y a veces sientes que no puedes levantarte.

Bosch asintió para sí.

—Pero entonces tienes suerte y surge un caso y te dices a ti mismo, éste es. Simplemente lo sientes así. Éste es el que hará que me levante otra vez.

—Se llama redención, Harry. ¿Qué dice la canción: «Todo el mundo quiere intentarlo»?

—Algo por el estilo. Sí.

—¿Y quizá este caso es tu intento?

—Sí, creo que lo es. Eso espero.

—Entonces por la redención.

Ella levantó el vaso para brindar.

—Agárrate fuerte —dijo él.

Brasher entrechocó su vaso con el de Bosch y parte de la cerveza de ella cayó en el vaso casi vacío de él.

—Lo siento. Necesito más práctica.

—Está bien. Necesitaba otra.

Bosch levantó el vaso y apuró la cerveza. Volvió a dejarlo en la mesa y se limpió la boca con el dorso de la mano.

—¿Entonces vas a venir a casa conmigo esta noche? —preguntó Bosch.

Ella negó con la cabeza.

—No, contigo no.

Bosch puso mala cara y empezó a preguntarse si su franqueza la había ofendido.

—Esta noche te voy a seguir a casa —dijo Julia—. ¿Recuerdas? No puedo dejar el coche en la comisaría. Todo tiene que ser alto secreto, sólo miradas y susurros de ahora en adelante.

Bosch sonrió. La cerveza y la sonrisa de Julia eran como magia para él.