26

Edgar no estaba en su sitio cuando Bosch volvió a la sala de la brigada.

—¿Harry?

Bosch levantó la mirada y vio a la teniente Billets de pie en el umbral de su despacho. A través de la ventana de cristal, Bosch vio que Edgar estaba sentado enfrente del escritorio de Billets. Bosch dejó el maletín en el suelo y se encaminó hacia allí.

—¿Qué pasa? —dijo mientras entraba al despacho.

—No, ésa es mi pregunta —dijo Billets mientras cerraba la puerta—. ¿Tenemos una identificación?

La teniente rodeó el escritorio y se sentó mientras Bosch ocupaba la silla situada al lado de la de Edgar.

—Sí, tenemos una identificación. Arthur Delacroix, desaparecido el cuatro de mayo de mil novecientos ochenta.

—¿La oficina del forense está segura de eso?

—El hombre de los huesos dice que no le cabe duda.

—¿Y la fecha de la muerte?

—Muy poco después. El antropólogo dijo antes de que supiéramos nada que el impacto fatal en el cráneo se produjo unos tres meses después de que el chico sufriera la primera fractura y se sometiera a cirugía. Hoy hemos conseguido el historial clínico. Fue el once de febrero de mil novecientos ochenta, en el Queen of Angels. Si añadimos tres meses estamos justo en el punto: Arthur Delacroix desapareció el cuatro de mayo, según su hermana. La cuestión es que Arthur Delacroix estaba muerto cuatro años antes de que Nicholas Trent se mudara al barrio. Creo que eso lo excluye.

Billets asintió a regañadientes.

—Llevo todo el día con la oficina de Irving y los de Relaciones con los Medios detrás con este asunto —dijo—. Y no les va a gustar cuando los llame y les cuente esto.

—Es una pena —dijo Bosch—, pero así es el caso.

—Entonces Trent no estaba en el barrio en mil novecientos ochenta. ¿Tenemos algo sobre dónde estaba?

Bosch resopló y sacudió la cabeza.

—No piensan dejarlo, ¿verdad? Tenemos que concentramos en el chico.

—No voy a dejarlo porque ellos no van a dejarlo. Esta mañana me ha llamado Irving en persona. Y ha sido muy claro sin tener que decir las palabras. Si resulta que un hombre inocente se ha suicidado porque un poli filtró información que lo desacreditó ante el público, eso será otra losa para el departamento. ¿No hemos pasado bastantes humillaciones en los últimos diez años?

Bosch sonrió sin un ápice de humor.

—Habla como él, teniente. Muy bien.

No era lo que tenía que decir. Se dio cuenta de que la había ofendido.

—Sí, bueno, quizá hablo como él porque por una vez estoy de acuerdo con él. Este departamento no ha tenido otra cosa que escándalo tras escándalo. Y yo, como la mayoría de los polis decentes que hay aquí, estoy harta.

—Bueno. Yo también, pero la solución no es manipular las cosas para que encajen en nuestras necesidades. Es un caso de homicidio.

—Eso ya lo sé, Harry. Yo no estoy hablando de manipular nada. Estoy diciendo que tenemos que estar seguros.

—Estamos seguros. Yo estoy seguro.

Se quedaron un buen rato en silencio, todos evitando las miradas de los demás.

—¿Qué pasa con Kiz? —preguntó al final Edgar.

Bosch adoptó un aire despectivo.

—Irving no va a hacerle nada a Kiz —dijo—. Sabe que si la toca va a quedar aún peor. Además, probablemente ella es la mejor poli que tienen en la tercera planta.

—Siempre estás muy seguro de todo, Harry —dijo Billets—. Tiene que ser bonito.

—Bueno, estoy seguro de esto. —Se levantó—. Y me gustaría volver a la investigación. Están pasando cosas.

—Lo sé todo. Jerry me lo acaba de contar. Pero siéntate y volvamos a esto un momento, ¿vale?

Bosch se sentó.

—Yo no puedo hablarle a Irving de la forma en que dejo que tú me hables a mí —dijo Billets—. Esto es lo que voy a hacer. Voy a informarle de la identificación y de todo lo demás. Le diré que estás siguiendo el camino que el caso te marca. Después le propondré que asigne un equipo de Asuntos Internos a la investigación de los antecedentes de Trent. En otras palabras, si sigue sin convencerse por las circunstancias de la identificación entonces podrá tener a Asuntos Internos o a quien pueda conseguir para investigar a Trent y averiguar dónde estaba en mil novecientos ochenta.

Bosch se limitó a mirarla, sin dar ninguna señal que indicara aprobación o desaprobación de su plan.

—¿Podemos irnos?

—Sí, podéis iros.

Cuando volvieron a la mesa de homicidios y se sentaron, Edgar preguntó a Bosch por qué no había mencionado la teoría de que tal vez Trent se mudó al barrio porque sabía que los huesos estaban en la colina.

—Porque tu teoría es demasiado rocambolesca para que salga de esta mesa de momento. Si se entera Irving, la verás en una nota de prensa transformada en la versión oficial. ¿Tienes algo del ordenador o no?

—Sí, tengo algo.

—¿Qué?

—Para empezar, he confirmado la dirección de Samuel Delacroix en el parque de caravanas de Manchester. Así que estará allí cuando queramos ir a visitarlo. En los últimos diez años lo han detenido dos veces por conducir borracho. Tiene una licencia de conducir restringida. También he comprobado su número de la Seguridad Social. Trabaja para el ayuntamiento.

El rostro de Bosch mostró sorpresa.

—¿Haciendo qué?

—Trabaja a tiempo parcial en un campo de entrenamiento de golf municipal, justo al lado del parque de caravanas. He hecho una llamada a Parques y Ocio, discretamente. Delacroix conduce el carrito que recoge las pelotas en el range. Es el tipo al que todos le quieren dar cuando están allí. Supongo que va desde el parque de caravanas un par de veces al día.

—De acuerdo.

—Lo siguiente, Christine Dorsett Delacroix, el nombre de la madre en el certificado de nacimiento de Sheila. He comprobado su número de la Seguridad Social y la he encontrado con el nombre de Christine Dorsett Waters. La dirección es de Palm Springs. Parece que se fue allí a reinventarse a sí misma. Nuevo nombre, nueva vida, en fin…

Bosch asintió.

—¿Has encontrado el divorcio?

—Sí. Se divorció de Samuel Delacroix en el setenta y tres. El chico tendría entonces cinco años. Mencionó el maltrato físico y psicológico. No se especificaba en qué consistió ese maltrato. Nunca llegó a juicio, así que los detalles no salieron a la luz.

—¿Él lo aceptó?

—Parece que hicieron un trato. Él se quedó con la custodia de los dos niños y no protestó. Claro y breve. El expediente tiene unas doce páginas. He visto algunos que tienen un palmo de grueso. El mío, por ejemplo.

—Si Arthur tenía cinco años… Algunas de esas heridas son anteriores a esa edad, según el antropólogo.

Edgar negó con la cabeza.

—El resumen dice que el matrimonio había terminado tres años antes y que estaban viviendo separados. Así que parece que ella se fue cuando el niño tenía dos años, como dijo Sheila. Harry, normalmente no te refieres a la víctima por su nombre.

—¿Y?

—Sólo lo señalaba.

—Gracias. ¿Algo más en el archivo?

—Eso es todo. Tengo copias por si las quieres.

—Vale, ¿qué me dices del amigo del skate?

—También lo tengo. Sigue vivo y sigue aquí. Pero hay un problema. Comprobé las bases de datos habituales y me encontré con tres John Stokes en Los Ángeles que coincidían en el rango de edad. Dos viven en el valle de San Fernando, los dos limpios. El tercero es un reincidente. Arrestos múltiples por pequeños hurtos, robos de coches, robo con allanamiento y posesión que se remontan a la época del reformatorio. Hace cinco años se le acabaron las segundas oportunidades y lo enviaron a Corcoran a sacar brillo a una moneda. Cumplió dos y medio y le dieron la condicional.

—¿Has hablado con su agente? ¿Stokes sigue en la condicional?

—Sí, he hablado con su agente. No, Stokes ya no está en el gancho. Acabó la condicional hace dos meses. El agente no sabe dónde está.

—Mierda.

—Sí, pero le pedí que echara un vistazo a la biografía del cliente. Stokes creció sobre todo en Mid-Wilshire. Entrando y saliendo de casas de acogida. Entrando y saliendo de los problemas. Tiene que ser nuestro chico.

—¿El agente cree que sigue en Los Ángeles?

—Sí, eso cree. Acabamos de encontrarlo. Ya he mandado una patrulla a su última dirección conocida. Se fue de allí en cuanto terminó con la condicional.

—Así que está desaparecido. Fantástico.

Edgar asintió.

—Tenemos que encontrarlo —dijo Bosch—. Empieza con…

—Ya lo he hecho —dijo Edgar—. También he escrito una orden y se la he pasado a Mankiewicz hace un rato. Me ha prometido que la leerían en todos los turnos. Me van a pasar unas fotos para las viseras, también.

—Bien.

Bosch estaba impresionado. Conseguir fotos de Stokes para engancharlas con un clip en las viseras de todos los coches patrulla era el paso adicional que Edgar normalmente no se molestaba en dar.

—Lo encontraremos, Harry. No sé en qué va a ayudarnos, pero lo pillaremos.

—Puede ser un testigo clave. Si Arthur (quiero decir, si la víctima) le dijo alguna vez que su padre le pegaba, entonces tendremos algo.

Bosch miró su reloj. Eran casi las dos. Quería mantener el engranaje en movimiento, mantener la investigación centrada y a buen ritmo. Para él lo más difícil era esperar, tanto si era por los resultados del laboratorio como si tenía que esperar que otros polis hicieran su movimiento. Era cuando se sentía más agitado.

—¿Qué plan tienes esta noche? —le preguntó a Edgar.

—¿Esta noche? Nada especial.

—¿Tienes al niño?

—No, los jueves. ¿Por qué?

—Estaba pensando en ir a Springs.

—¿Ahora?

—Sí, a hablar con la exmujer.

Vio que Edgar miraba su reloj. Sabía que incluso si partían en ese mismo momento, no volverían hasta muy tarde.

—Está bien. Puedo ir solo. Sólo dame la dirección.

—No, voy contigo.

—¿Estás seguro? No hace falta. Es que no me gusta estar esperando a que ocurra algo, ¿sabes?

—Sí, Harry, ya lo sé.

Edgar se levantó y cogió su americana del respaldo de la silla.

—Entonces voy a decírselo a Balas —dijo Bosch.