24

Sheila Delacroix vivía en una parte de la ciudad llamada Miracle Mile. Era un barrio situado al sur de Wilshire que no alcanzaba el nivel del vecino Hancock Park, pero en el que se alineaban casas adosadas con modestos ajustes estilísticos para promover la individualidad.

La casa de Delacroix era la segunda planta de un dúplex de estilo seudo Beaux Arts. Ella invitó a los detectives a pasar de un modo amable, pero cuando la primera pregunta que formuló Edgar fue acerca del café, la mujer le dijo que iba contra su religión. Les ofreció té, y Edgar aceptó a regañadientes. Bosch declinó la invitación y se preguntó qué religión prohibía el café.

Los dos hombres tomaron asiento en la sala de estar mientras la mujer preparaba el té de Edgar en la cocina. Los llamó en voz alta, diciéndoles que sólo tenía una hora antes de irse a trabajar.

—¿De qué trabaja? —preguntó Bosch, cuando ella salía con un tazón de té caliente, cuya marca quedaba tapada.

Delacroix dejó el té sobre un posavasos en una mesita baja que había junto a Edgar. Era una mujer alta, con algo de sobrepeso y cabello rubio y corto. Bosch pensó que llevaba demasiado maquillaje.

—Soy agente de castings —dijo ella, al tiempo que tomaba asiento en el sofá—. Sobre todo de películas independientes y algunos telefilmes por episodios. Esta semana estoy haciendo un casting para una serie de polis.

Bosch vio que Edgar daba un sorbo al té y ponía mala cara. Jerry levantó la taza para poder leer la marca.

—Es una mezcla —dijo Delacroix—. Fresa y Darjeeling. ¿Le gusta?

Edgar dejó la taza en el posavasos.

—Está bien.

—¿Señora Delacroix? Usted que trabaja en la industria del entretenimiento. ¿No conocerá por casualidad a Nicholas Trent?

—Por favor, llámeme Sheila. Ese nombre, Nicholas Trent. Me suena, pero no puedo ubicarlo. ¿Es actor o trabaja en castings?

—No. Era el hombre que vivía en Wonderland. Era diseñador de escenarios, quiero decir, decorador.

—Ah, el que salió en la tele, el hombre que se suicidó. Por eso me resultaba familiar.

—Entonces, no lo conocía del negocio.

—No, en absoluto.

—De acuerdo, bueno no debería haberle preguntado eso. Estamos fuera de lugar. Empecemos con su hermano. Háblenos de Arthur. ¿Tiene alguna foto?

—Sí —dijo ella, al tiempo que se levantaba y caminaba por detrás de la silla de Bosch—. Aquí está.

Ella se acercó a un armario de ochenta centímetros que Bosch no había visto antes. Allí había fotos enmarcadas, dispuestas de un modo similar a las que había visto en la repisa de la chimenea de Julia Brasher. Delacroix eligió una y se la tendió a Bosch.

La imagen mostraba a un niño y a una niña sentados en unas escaleras que Bosch reconoció como las mismas que había subido antes de llamar a la puerta. El niño era mucho más pequeño que la chica. Ambos sonreían a la cámara con la expresión de los niños a los que les pides que sonrían: muchos dientes a la vista, pero sin una legítima curvatura hacia arriba de los labios.

Bosch le pasó la foto a Edgar y miró a Delacroix, que había regresado al sofá.

—Esa escalera… ¿La sacaron aquí?

—Sí, ésta es la casa en la que crecimos.

—Cuando desapareció, ¿se fue de aquí?

—Sí.

—¿Quedan en la casa algunas de sus pertenencias?

Delacroix sonrió con tristeza y negó con la cabeza.

—No, no queda nada. Entregué sus cosas a una venta de caridad en la iglesia. Fue hace mucho tiempo.

—¿Qué iglesia es ésa?

—La Iglesia de la naturaleza de Wilshire.

Bosch se limitó a asentir.

—¿Ésos son los que no le dejan tomar café? —preguntó Edgar.

—Nada que contenga cafeína.

Edgar dejó la foto enmarcada junto a la taza de té.

—¿Tiene más fotos de él? —preguntó.

—Claro. Tengo una caja con fotos viejas.

—¿Podemos verlas? Mientras seguimos hablando.

Las cejas de Delacroix se juntaron en un gesto de desconcierto.

—Sheila —dijo Bosch—, encontramos algunas ropas con los restos. Nos gustaría mirar las fotos para ver si hay alguna prenda que coincida. Ayudaría en la investigación.

La mujer asintió.

—Ya veo. Bueno, ahora volveré. Están en el armario del pasillo.

—¿Necesita ayuda?

—No, gracias.

Después de que se hubo marchado, Edgar se inclinó hacia Bosch y susurró:

—Este té de la Iglesia de la naturaleza sabe a pis.

—¿Cómo sabes qué gusto tiene el pis? —respondió Bosch en otro susurro.

La piel de alrededor de los ojos de Edgar se tensó de vergüenza al darse cuenta de que había caído. Antes de que pudiera pergeñar una respuesta, Sheila Delacroix volvió a entrar con una vieja caja de zapatos. Dejó la caja en la mesita de café y quitó la tapa. La caja estaba llena de fotografías.

—Están desordenadas. Pero Arthur saldrá en muchas.

Bosch hizo una señal con la cabeza a Edgar y éste sacó un puñado de fotos de la caja.

—Mientras mi compañero mira las fotos, ¿por qué no me habla de su hermano y de cuándo desapareció?

Sheila asintió y ordenó sus ideas antes de empezar.

—El cuatro de mayo de mil novecientos ochenta. No volvió de la escuela. Eso es todo. Pensamos que se había fugado. Dice que encontró ropa con los restos. Bueno, mi padre miró en los cajones y dijo que Arthur se había llevado ropa. Eso fue lo que nos hizo pensar que se había fugado.

Bosch tomó unas pocas notas en un bloc que había sacado del bolsillo de la americana.

—Usted mencionó que había resultado herido unos meses antes, con el monopatín.

—Sí, se golpeó en la cabeza y tuvieron que operarlo.

—¿Se llevó el monopatín cuando desapareció?

Sheila se quedó unos segundos pensando.

—Hace tanto tiempo… Lo único que sé es que le encantaba ese monopatín. Así que probablemente se lo llevaría. Pero sólo me acuerdo de la ropa. Mi padre descubrió que faltaban prendas.

—¿Denunciaron su desaparición?

—Yo tenía dieciséis años entonces, así que no hice nada. Pero estoy segura de que mi padre habló con la policía.

—No encontré ningún registro de la desaparición de Arthur. ¿Está segura de que presentó la denuncia?

—Fui con él a la comisaría.

—¿La comisaría de Wilshire?

—Supongo, pero no lo recuerdo con exactitud.

—Sheila, ¿dónde está su padre? ¿Sigue vivo?

—Sí, vive en el valle de San Fernando. Pero no está bien.

—¿En qué parte del valle?

—En Van Nuys, en el parque de caravanas de Manchester.

Se hizo un silencio mientras Bosch tomaba nota de la información. Ya había estado en el parque de caravanas de Manchester en otras investigaciones. No era un lugar agradable.

—Bebe…

Bosch miró a Sheila.

—Desde lo de Arthur…

Bosch asintió en un gesto de comprensión. Edgar se inclinó y le paso una foto a su compañero. Era una imagen amarillenta de 8 x 13 en la que se veía a un chico con los brazos levantados en un esfuerzo por mantener el equilibrio, deslizándose por la acera en un monopatín. El ángulo de la fotografía apenas dejaba ver la tabla, sólo el perfil. Bosch no logró discernir si llevaba el dibujo de un hueso.

—No se ve mucho —dijo mientras devolvía la foto a Edgar.

—No, la ropa. La camisa.

Bosch miró de nuevo la foto. Edgar tenía razón. El chico de la foto llevaba una camiseta gris con las palabras Solid Surf en el pecho.

Bosch le mostró la foto a Sheila.

—Es su hermano, ¿verdad?

Ella se inclinó para mirar la foto.

—Sí, sin duda.

—Esta camiseta que lleva, ¿recuerda si es una de las prendas que su padre echó en falta?

Delacroix negó con la cabeza.

—No me acuerdo. Ha pasado… Sólo recuerdo que esa camiseta le gustaba mucho.

Bosch asintió y devolvió la foto a Edgar. No era la confirmación contundente que darían los rayos X y la comparación de los huesos, pero era un paso más. Bosch estaba cada vez más convencido de que estaban muy cerca de identificar los huesos. Vio que Edgar colocaba la foto en una fina pila de imágenes que pensaba pedirle a Sheila.

Bosch miró el reloj y de nuevo a Sheila.

—¿Y su madre?

Sheila inmediatamente negó con la cabeza.

—No, ella se había ido mucho antes de que esto ocurriera.

—¿Quiere decir que murió?

—Quiero decir que cogió un autobús en el momento en que las cosas se pusieron feas. Verá, Arthur era un chico difícil. Desde el principio. Requería mucha atención y eso recaía en mi madre. Al cabo de un tiempo, no lo aguantó más. Una noche salió a comprar un medicamento a la farmacia y nunca volvió. Nos dejó unas notas debajo de las almohadas.

Bosch bajó la vista al bloc. Era duro escuchar la historia y seguir mirando a Sheila Delacroix a los ojos.

—¿Qué edad tenía usted? ¿Qué edad tenía su hermano?

—Yo tenía seis, así que Arthur tendría dos. Bosch asintió.

—¿Conserva la nota que le dejó?

—No, no hacía falta. No me hacía falta un recordatorio de lo mucho que supuestamente nos quería, pero que no era lo suficiente para quedarse con nosotros.

—¿Y Arthur? ¿Guardaba la suya?

—Bueno, él sólo tenía dos años, así que mi padre se la guardó. Se la dio cuando fue más grande. Puede que la conservara, no lo sé. Como en realidad él no llegó a conocerla, siempre estuvo muy interesado en cómo era. Me hacía un montón de preguntas sobre ella. No había fotos de mi madre. Mi padre se deshizo de todas para no guardar ningún recuerdo.

—¿Sabe qué le ocurrió a ella o si todavía vive?

—No tengo la menor idea. Y si quiere que le diga la verdad, no me importa si está viva o no.

—¿Cómo se llama?

—Christine Dorsett Delacroix. Dorsett era su apellido de soltera.

—¿Conoce su fecha de nacimiento o su número de la Seguridad Social?

Sheila negó con la cabeza.

—¿Tiene a mano su propio certificado de nacimiento?

—Está guardado. Puedo ir a buscarlo. —Empezó a levantarse.

—No, espere, podemos ir a buscarlo al final. Me gustaría hacerle algunas preguntas más.

—Adelante.

—Eh…, después de que su madre se marchara, ¿su padre volvió a casarse?

—No, nunca volvió a casarse. Ahora vive solo.

—¿Alguna vez tuvo novia, alguien que se quedara en la casa?

Ella miró a Bosch con ojos que parecían no tener vida.

—No —dijo—. Nunca.

Bosch decidió pasar a un tema que fuera menos difícil para Sheila.

—¿A qué escuela iba su hermano?

—Al final iba a The Brethren.

Bosch no dijo nada. Escribió el nombre de la escuela en su bloc y luego una B mayúscula debajo. Rodeó la letra con un círculo, pensando en la mochila. Sheila continuó de motu propio.

—Era una escuela privada para chicos con problemas. Papá pagaba para llevarlo allí. Está en Crescent Heights, cerca de Pico. Sigue abierta.

—¿Por qué iba allí? Me refiero a por qué se lo consideraba problemático.

—Porque lo echaron de las otras escuelas a las que fue. Sobre todo por pelearse.

—¿Pelearse? —dijo Edgar.

—Eso es.

Edgar cogió la fotografía de encima de las que había elegido para llevarse y la examinó un momento.

—Este chico parece ligero como el humo. ¿Era él quien iniciaba las peleas?

—La mayoría de las veces. Tenía problemas de relación. Lo único que quería era estar con su skate. Creo que con los criterios de hoy en día dirían que tenía un trastorno de déficit de atención o algo parecido. Le gustaba estar siempre solo.

—¿Le hacían daño en esas peleas? —preguntó Bosch.

—A veces. Moretones, sobre todo.

—¿Huesos rotos?

—No que yo recuerde. Eran peleas de patio de colegio.

Bosch se sintió agitado. La información que estaban recogiendo podía llevarlos en muchas direcciones distintas. Había contado con que de la entrevista surgiría un camino despejado.

—Ha dicho usted que su padre buscó en los cajones de su hermano y descubrió que faltaba ropa.

—Así es. No mucha. Sólo algunas prendas.

—¿Alguna idea de lo que faltaba específicamente?

Ella sacudió la cabeza.

—No me acuerdo.

—¿Dónde metió la ropa? ¿Una maleta o algo así?

—Creo que se llevó la mochila de la escuela. Sacó los libros y puso la ropa.

—¿Recuerda cómo era la mochila?

—No, sólo una mochila. Todos tenían que usar la misma mochila en The Brethren. Todavía veo niños que bajan de Pico con ella, con la B en la espalda.

Bosch miró a Edgar y luego de nuevo a Delacroix.

—Volvamos al monopatín. ¿Está segura de que se lo llevó?

Ella hizo una pausa para pensarlo, y entonces asintió lentamente.

—Sí, estoy casi segura de que se lo llevó.

Bosch decidió cortar la entrevista y concentrarse en completar la identificación. Una vez se confirmara que los huesos pertenecían a Arthur Delacroix, podrían volver a visitar a la hermana.

Pensó en lo que Golliher había dicho sobre las heridas en los huesos. Abuso crónico. ¿Podían haber sido todo heridas de peleas de patio y monopatín? Sabía que tenía que abordar la cuestión del maltrato, pero no le parecía que fuera el momento apropiado. Tampoco deseaba mostrar las cartas a la hija para que ella se diera la vuelta y fuese con el cuento al padre. Lo que Bosch quería era retroceder y volver más tarde, cuando sintiera que tenía un control mayor del caso y un plan de investigación sólido a seguir.

—Muy bien, ya terminamos, sólo un par de preguntas más. ¿Tenía amigos Arthur? ¿Quizá algún amigo especial al que confiarse?

Ella negó con la cabeza.

—De hecho, no. Por lo general iba solo.

Bosch asintió y estaba a punto de cerrar el bloc cuando ella continuó.

—Había un chico con el que salía con el skate. Se llamaba Johnny Stokes. Vivía cerca de Pico. Era más grande y un poco mayor que Arthur, pero iban a la misma clase en The Brethren. Mi padre estaba convencido de que fumaba maría. Por eso no nos gustaba que Arthur fuese amigo suyo.

—Se refiere a usted y a su padre.

—Sí, mi padre se enfurecía con eso.

—¿Alguno de ustedes dos habló con Johnny Stokes después de que Arthur desapareciera?

—Sí, esa noche, cuando Arthur no volvió a casa, mi padre llamó a Johnny Stokes, pero él dijo que no había visto a Artie. Al día siguiente, cuando papá fue a preguntar por él en la escuela, me dijo que volvió a hablar con Johnny.

—¿Y qué dijo?

—Que no lo había visto.

Bosch anotó el nombre del amigo y lo subrayó.

—¿Se le ocurre algún otro amigo?

—No.

—¿Cómo se llama su padre?

—Samuel. ¿Van a hablar con él?

—Seguramente.

Los ojos de Sheila bajaron a las manos que tenía entrelazadas en el regazo.

—¿Le preocupa que hablemos con él?

—No. Es sólo que no está bien. Si resulta que los huesos son de Arthur… Pensaba que sería mejor que nunca lo supiera.

—Lo tendremos en cuenta cuando hablemos con él. Pero no lo haremos hasta que confirmemos la identificación.

—Pero si hablan con él, lo sabrá.

—Puede que sea inevitable, Sheila.

Edgar le pasó a Bosch otra foto. Se veía a Arthur de pie junto a un hombre rubio alto que a Bosch le resultaba vagamente familiar. Le mostró la foto a Sheila.

—¿Es su padre?

—Sí, es él.

—Me suena. Estuvo alguna vez…

—Es actor. En realidad lo era. Salía en una serie de televisión de los sesenta y después hizo algunas cosas, papeles de películas.

—¿No lo suficiente para ganarse la vida?

—No, siempre tuvo que tener otros empleos para mantenernos.

Bosch asintió y devolvió la foto a Edgar, sin embargo, Sheila estiró el brazo y la interceptó.

—No quiero que se lleve ésa, por favor. No tengo muchas fotos de mi padre.

—Bien —dijo Bosch—. ¿Podemos ir a buscar el certificado de nacimiento ahora?

—Iré por él. Pueden esperar aquí.

Sheila se levantó y salió otra vez de la sala. Edgar aprovechó la oportunidad para mostrarle a Bosch algunas de las otras fotografías que había elegido para llevarse.

—Es él, Harry —susurró—. No me cabe duda.

Edgar mostró una foto de Arthur Delacroix que aparentemente habían sacado en la escuela. Tenía el pelo cuidadosamente peinado y llevaba un blazer azul y corbata. Bosch estudió los ojos del muchacho. Le recordaron la foto del chico de Kosovo que había visto en la casa de Nicholas Trent. El chico con la mirada perdida.

—Lo encontré.

Sheila Delacroix entró en la sala con un sobre y desplegando un documento amarillento. Bosch lo miró un momento y luego copió los nombres, fechas de nacimiento y números de la Seguridad Social de los padres.

—Gracias —dijo—. Usted y Arthur tienen los mismos padres, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Bien, Sheila, gracias. Vamos a irnos. La llamaremos en cuanto sepamos algo con seguridad.

Se levantó y Edgar hizo lo mismo.

—¿Le importa prestarnos estas fotos? —preguntó Edgar—. Me encargaré personalmente de que se las devuelvan.

—De acuerdo, si las necesitan.

Bosch y Edgar se dirigieron a la puerta y ella se la abrió. Cuando aún estaban en el umbral, Bosch formuló una última pregunta.

—Sheila, ¿siempre ha vivido aquí?

Ella asintió.

—Toda mi vida. Me he quedado por si él volvía, ¿sabe? Por si no sabía dónde empezar y venía aquí.

Sheila sonrió, pero no de una forma que transmitiera humor. Bosch asintió y salió detrás de Edgar.