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Antes de amanecer Bosch ya estaba en la carretera. Dejó a Julia Brasher durmiendo y se puso en camino a su casa, tras una parada en Abbot’s Habit para llevarse un café. Los jirones de la niebla matinal se arrastraban por las calles de Venice, convirtiendo el barrio en una ciudad fantasma. Pero conforme fue acercándose a Hollywood, las luces de los coches se multiplicaron en las calles, recordándole a Bosch que la ciudad de huesos estaba en marcha las veinticuatro horas del día.

En casa, Bosch se duchó y se cambió de ropa. Luego subió a su coche otra vez y bajó la colina hasta la comisaría de Hollywood. Cuando llegó eran las siete y media. Sorprendentemente, ya había varios detectives en su puesto, trabajando en casos o poniéndose al día con el papeleo. Edgar no era uno de ellos. Bosch dejó el maletín en el suelo y caminó hasta la oficina de guardia para conseguir café y ver si algún ciudadano había llevado donuts. Casi cada día algún ciudadano anónimo que todavía conservaba la fe, llevaba donuts a la comisaría. Era una modesta forma de decir que aún había quienes conocían, o al menos comprendían, las dificultades del trabajo. Jornada tras jornada, en cada comisaría había polis que se ponían la placa y trataban de hacerlo lo mejor posible en un lugar donde la población no los entendía, no los apreciaba particularmente y en muchos casos directamente los despreciaba. Bosch siempre se maravillaba de lo mucho que una caja de donuts podía hacer para contrarrestar las adversidades.

Harry Bosch se sirvió una taza de café y dejó un dólar en la cesta. Cogió un donut de azúcar de una caja que había en el mostrador y que ya había quedado diezmada por los chicos de las patrullas. No le sorprendió, porque eran de Bob’s. Mankiewicz estaba sentado en su escritorio, con sus oscuras cejas formando una profunda uve mientras estudiaba lo que parecía un mapa de despliegue.

—Eh, Mank, creo que hemos conseguido una pista de primera de las llamadas. He pensado que te gustaría saberlo.

Mankiewicz contestó sin levantar la cabeza.

—Bien. Avísame cuando pueda darles un descanso a mis chicos. Vamos a andar cortos de gente aquí en los próximos días.

Bosch sabía que eso significaba que Mankiewicz estaba haciendo malabarismos con el personal. Cuando no había suficientes uniformados para poner en los coches —debido a vacaciones, presencias en juicios y bajas por enfermedad—, el sargento de guardia siempre retiraba agentes que trabajaban en comisaría para enviarlos a los coches.

—Te avisaré.

Edgar aún no había llegado a la mesa cuando Bosch regresó a la sala de la brigada. Bosch dejó el café y el donut junto a una de las Selectrics y fue a un archivador a buscar un formulario de solicitud de orden de registro. Durante los quince minutos siguientes, escribió una adenda a la orden que ya había entregado en el Queen of Angels. Solicitaba todos los registros de Arthur Delacroix entre 1975 Y 1985.

Cuando acabó, se llevó el documento al fax y lo envió al despacho del juez John A. Houghton, que había firmado todas las peticiones hospitalarias del día anterior. Agregó una nota solicitando al magistrado que revisara la adenda lo antes posible, porque podría conducir a la identificación positiva de los huesos y por tanto centrar la investigación.

Bosch volvió a la mesa y sacó de un cajón la pila de informes de personas desaparecidas que había recopilado de los microfilmes. Empezó a revisarlos rápidamente, mirando únicamente al cuadro reservado al nombre del individuo desaparecido. Al cabo de diez minutos había concluido. No había ningún informe de Arthur Delacroix. No sabía qué significaba eso, pero pensaba preguntárselo a la hermana del chico.

Eran las ocho en punto y Bosch estaba listo para salir a visitar a la hermana. Edgar seguía sin aparecer. Bosch se comió lo que le quedaba de donut y decidió concederle diez minutos a su compañero antes de irse solo. Llevaba más de una década trabajando con Edgar y todavía le molestaba la falta de puntualidad de su compañero. Una cosa era llegar tarde a cenar y otra llegar tarde a una investigación. Siempre había tomado la tardanza de Edgar como una falta de compromiso con su misión como detective de homicidios.

Sonó su línea directa y Bosch contestó con un bramido, esperando que fuese Edgar anunciando su retraso. Pero no era Edgar, sino Julia Brasher.

—¿Te parece bonito abandonar así a una mujer?

Bosch sonrió y su frustración con Edgar pronto se esfumó.

—Me espera un día complicado aquí —dijo—. Tenía que irme.

—Ya lo sé, pero podías haberte despedido.

Bosch vio que Edgar avanzaba por la sala de la brigada. Quería irse antes de que su compañero empezara con su ritual de café, donuts y sección de deportes.

—Bueno, me despido ahora, ¿vale? Estoy metido en algo aquí y he de irme.

—Harry…

—¿Qué?

—Pensaba que ibas a colgarme el teléfono.

—No te voy a colgar, pero tengo que irme. Oye, pásate antes de que empieces el turno, ¿vale? Probablemente ya habré vuelto.

—De acuerdo. Nos vemos.

Bosch colgó y se levantó justo cuando Edgar llegaba a la mesa de homicidios y dejaba la sección de deportes en su sitio.

—¿Estás listo?

—Sí, sólo iba a…

—Vamos. No quiero hacer esperar a la señora. Y probablemente nos invitará a café.

Camino de la salida, Bosch comprobó la bandeja de entrada de la máquina de fax. Su adenda ya había sido firmada y devuelta por el juez Houghton.

—Tenemos trabajo —dijo Bosch a Edgar, mostrándole la orden de registro mientras caminaban hacia el coche—. ¿Ves? Si llegas pronto, haces la faena.

—¿Qué se supone que significa eso? ¿Es una crítica?

—Significa lo que significa. Supongo.

—Sólo quiero un café.