El trayecto hasta Venice fue brutal y Bosch llegó más de media hora tarde. Su tardanza se complicó luego con una infructuosa búsqueda de estacionamiento antes de terminar en el aparcamiento de la biblioteca, derrotado. Su retraso no molestó a Julia Brasher, que estaba en la situación crítica de ordenar la cocina. Le pidió a Bosch que pusiera música y que se sirviera él mismo vino de la botella que ya estaba abierta en la mesita de café. Brasher no hizo ningún movimiento para tocarlo o besarlo, pero su actitud era muy cálida. Bosch pensó que las cosas iban bien, que probablemente habían superado su metedura de pata de la noche anterior.
Eligió un cedé de grabaciones en directo del Bill Evans Trio en el Village Vanguard de Nueva York. Tenía el álbum en casa y sabía que era ideal para una cena tranquila. Se sirvió una copa de tinto y caminó por el salón, observando los objetos que ella tenía en exposición.
La repisa de la chimenea de ladrillos blancos estaba llena de fotos enmarcadas que Bosch no había tenido ocasión de mirar la noche anterior. Algunas estaban exhibidas de forma más prominente que otras. No todas eran de gente. Algunas instantáneas eran de lugares que Brasher había visitado en sus viajes. Había una foto desde el terreno de un volcán en erupción echando humo y vomitando desechos fundidos al aire. Una imagen submarina mostraba la boca abierta y los dientes afilados de un tiburón. El escualo asesino parecía lanzarse hacia la cámara, y hacia quien estuviera detrás. En el extremo de la foto Bosch vio uno de los barrotes de hierro de la jaula con la que el fotógrafo —que supuso que era Brasher— se había protegido.
Había una imagen de Brasher con dos aborígenes, uno a cada lado, en algún lugar del Outback australiano. Y había muchas otras instantáneas de ella con lo que parecían compañeros mochileros en otros lugares exóticos o terreno accidentado que Bosch no podía identificar de inmediato. Julia no estaba mirando a la cámara en ninguna de las fotos en las que era protagonista. Sus ojos siempre estaban perdidos en la lejanía o puestos en otro de los individuos que posaban con ella.
En la última posición de la repisa, como oculta tras las otras fotos, había una pequeña imagen enmarcada en oro de una Julia más joven con un hombre algo mayor. Bosch se estiró para sacarla y verla mejor. La pareja estaba sentada en un restaurante o quizá en la recepción de una boda. Julia llevaba un vestido beis con un generoso escote. El hombre llevaba esmoquin.
—¿Sabes?, este hombre es un dios en Japón —dijo Julia desde la cocina.
Bosch volvió a dejar la foto enmarcada en su lugar y volvió a la cocina. Ella llevaba el pelo suelto y Bosch no sabía cómo le gustaba más.
—¿Bill Evans?
—Sí. Parece que tienen canales de radio dedicados exclusivamente a poner su música.
—No me lo digas, también pasaste una temporada en Japón.
—Un par de meses. Es un lugar fascinante.
A Bosch le pareció que Julia estaba haciendo un risotto de pollo y espárragos.
—Huele bien.
—Gracias.
—Entonces ¿de qué crees que estabas huyendo? Ella levantó la mirada desde su trabajo en los fogones. Tenía en la mano el cucharón de remover.
—¿Qué?
—Me refiero a todo el viaje. Dejar el bufete de papá para nadar con tiburones y subir a volcanes. ¿Fue por el viejo o por la firma del viejo?
—Alguna gente diría que estaba corriendo hacia algo.
—¿El tipo del esmoquin?
—Harry, quítate la pistola. Deja la placa en la puerta. Yo siempre lo hago.
—Perdón.
Julia volvió a su trabajo en la cocina y Bosch se puso detrás de ella. Puso las manos en sus hombros y movió los pulgares en las indentaciones de la parte superior de su columna. Ella no ofreció resistencia. Bosch enseguida sintió que los músculos de Julia empezaban a relajarse. Se fijó en la copa vacía de la encimera.
—Voy a buscar el vino.
Bosch volvió con su copa y la botella. Llenó la copa de Julia y ella la levantó.
—Tanto si es de algo como si es hacia algo. Por huir —brindó—. Simplemente huir.
—¿Qué ha pasado con «agárrate fuerte»?
—Eso también.
—Por el perdón y la reconciliación.
Entrechocaron las copas una vez más. Él volvió a ponerse detrás de ella y empezó a trabajar su cuello otra vez.
—¿Sabes?, me quedé pensando en tu historia toda la noche después de que te fuiste —dijo Julia.
—¿Mi historia?
—Sobre la bala y el túnel.
—¿Y?
Ella se encogió de hombros.
—Nada. Es asombrosa, eso es todo.
—¿Sabes?, desde ese día, ya no volví a tener miedo cuando estaba en la oscuridad. Simplemente sabía que iba a conseguirlo. No puedo explicarte por qué, simplemente lo sabía. Lo cual, por supuesto, era estúpido, porque no hay garantías de eso, ni entonces allí ni en ninguna otra parte. Me hizo temerario. —Dejó las manos quietas un momento—. No es bueno ser temerario. Si cruzas el fuego muy a menudo, al final te quemas.
—Um, ¿me estás aleccionando, Harry? Quieres ser mi agente de capacitación.
—No. He dejado la pistola y la placa en la puerta, ¿recuerdas?
—Muy bien.
Ella se volvió, con las manos de Bosch todavía en su cuello, y lo besó. Entonces ella se apartó.
—Mira, lo mejor de este risotto es que puede mantenerse en el horno tanto como queramos.
Bosch sonrió.
Después de haber hecho el amor, Bosch se levantó de la cama de Julia y fue a la sala de estar.
—¿Adónde vas? —lo llamó ella.
Cuando Bosch no contestó, ella le gritó que encendiera el horno. Bosch volvió al dormitorio con la foto enmarcada. Se metió en la cama y encendió la luz de la mesita. Era una bombilla de pocos vatios bajo una pantalla pesada. La habitación seguía sumida en la penumbra.
—Harry, ¿qué estás haciendo? —pregunto Julia en un tono que advertía que estaba pisando cerca de su corazón—. ¿Has encendido el horno?
—Sí, a ciento ochenta grados. Háblame de este tío.
—¿Por qué?
—Quiero saberlo.
—Es una historia íntima.
—Ya lo sé, pero puedes contármela.
Ella trató de apartar la foto, pero Bosch la sostuvo fuera de su alcance.
—¿Fue él? ¿Él te rompió el corazón y te empujó a huir?
—Harry, creía que habías dejado la placa.
—Lo hice. Y mi ropa. Todo.
Ella sonrió.
—Bueno, pues no voy a decirte nada.
Brasher estaba tendida boca arriba, con la cabeza recostada en una almohada. Bosch dejó la foto en la mesilla y se acercó a ella. Bajo las sábanas, pasó el brazo por su cuerpo y la atrajo hacia él.
—Mira, ¿quieres intercambiar cicatrices otra vez? A mí me rompió el corazón dos veces la misma mujer. ¿Y sabes qué? Mantuve su foto en un estante de la sala durante mucho tiempo. Entonces, el día de Año Nuevo, decidí que ya había pasado bastante tiempo. Saqué la foto. Entonces me llamaron a trabajar y me encontré contigo.
Brasher lo miró, paseando la vista por la cara de Bosch en busca de algo, quizá el más mínimo asomo de insinceridad.
—Sí —dijo ella finalmente—. Él me rompió el corazón, ¿vale?
—No, no vale. ¿Quién es ese imbécil?
Ella se echó a reír.
—Harry, eres mi caballero de la brillante armadura, ¿no?
Brasher se incorporó y la sábana al caer dejó al descubierto sus pechos. Plegó los brazos para cubrirse.
—Trabajaba en el bufete. Caí hasta el fondo. Y entonces él… Él decidió que se había terminado. Y decidió traicionarme y contarle secretos a mi padre.
—¿Qué secretos?
Ella sacudió la cabeza.
—Cosas que nunca volveré a contarle a un hombre.
—¿Dónde sacaron esa foto?
—Oh, en un show del bufete; probablemente en el banquete de Año Nuevo, no recuerdo. Hacían muchos.
Bosch había quedado en ángulo tras ella. Se inclinó y le besó la espalda. Justo encima del tatuaje.
—No podía continuar con él allí. Así que me fui. Dije que quería viajar. Mi padre pensó que era una crisis de la edad, porque acababa de cumplir treinta. Yo dejé que lo pensara, pero entonces tuve que hacer lo que dije que quería hacer… Viajar. Empecé yendo a Australia. Es el lugar más lejano que se me ocurrió.
Bosch se incorporó y se colocó dos almohadas debajo de los riñones. Entonces apoyó la espalda de ella sobre su pecho. La besó en la coronilla y dejó la nariz entre el cabello de Brasher.
—Tenía mucho dinero del bufete —dijo Brasher—. No tenía que preocuparme. Me limité a viajar, yendo a donde quería, dedicándome a trabajos extraños cuando me apetecía. No volví a casa en casi cuatro años. Y cuando lo hice, fue cuando ingresé en la academia. Estaba caminando por la plataforma cuando vi la pequeña oficina de servicios a la comunidad de Venice. Entré y pedí un folleto. Todo sucedió muy deprisa después de eso.
—Tu historia muestra procesos de toma de decisión impulsivos Y potencialmente temerarios. ¿Cómo pasó eso por los filtros?
Ella le dio un suave codazo en el costado, causándole dolor en las costillas. Bosch se tensó.
—Oh, Harry, lo siento. Lo olvidé.
—Sí, claro.
Ella se rió.
—Supongo que los veteranos sabéis que el departamento ha estado buscando lo que ellos llaman mujeres «maduras» entre los cadetes en los últimos años. Para suavizar el exceso de testosterona del departamento.
Ella movió las caderas otra vez contra los genitales de Bosch para subrayar lo que estaba diciendo.
—Y hablando de testosterona —dijo—, aún no me has contado cómo te ha ido con el viejo bola de billar en persona.
Bosch gruñó, pero no contestó.
—¿Sabes? —dijo Brasher—, un día Irving vino a aleccionar a nuestra clase sobre las responsabilidades morales que acarrea llevar placa. Y todos los que estaban sentados allí sabían que probablemente ese tipo hace más pactos por detrás en la sexta planta que días tiene el año. Es el típico amañador. La ironía casi se podía cortar con un cuchillo en el auditorio.
El uso de la palabra ironía le recordó a Antoine Jesper y su comentario sobre la marca del skate y los huesos encontrados en la colina. Sintió que su cuerpo se tensaba al tiempo que el caso empezaba a invadir lo que había sido un oasis de tregua de la investigación.
Ella sintió la tensión de Bosch.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Te has puesto tenso de repente.
—El caso, supongo.
Brasher se quedó un momento en silencio.
—Yo creo que es algo fascinante —dijo entonces—. Esos huesos enterrados allí todos estos años emergiendo ahora del suelo como un fantasma.
—Es una ciudad de huesos. Y todos están esperando para aflorar. —Hizo una pausa—. No quiero hablar de Irving ni de los huesos, ni del caso ni de nada ahora mismo.
—Entonces ¿qué quieres hacer?
Bosch no respondió. Ella se volvió hacia él y empezó a empujarlo hasta que quedó con la espalda apoyada en la cama.
—¿Qué te parece una mujer madura para combatir otra vez el exceso de testosterona?
Bosch no pudo reprimir una sonrisa.