21

Antes de acompañar a Edgar a la División de Hollywood y dirigirse luego a Venice, Bosch sacó del maletero la caja de pruebas que contenía el monopatín y se lo llevó al laboratorio de investigaciones científicas, en el mismo Parker Center. En el mostrador preguntó por Antoine Jesper. Mientras esperaba, examinó el monopatín. El tablero tenía un acabado lacado al que se habían aplicado varias calcomanías, la más notable la de una calavera con unas tibias cruzadas en medio de la superficie superior de la tabla.

Cuando Jesper llegó al mostrador, Bosch se presentó con la caja de pruebas.

—Quiero saber quién hizo esto, dónde lo hicieron y cuándo lo vendieron —dijo—. Es la prioridad número uno. Tengo a la sexta planta encima en este caso.

—No hay problema. Puedo decirte la marca ahora mismo. Es una tabla Boney. Ya no las fabrican. La empresa cerró aquí y se trasladó. A Hawai, creo.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Porque cuando era chico era skater y ésta era la tabla que quería, pero no me alcanzaba la pasta. ¿Es irónico no, la tabla de los huesos y el caso de los huesos?

Bosch asintió.

—Quiero todo lo que puedas conseguirme para mañana.

—Um, puedo intentarlo. No puedo prome…

—Mañana, Antoine. La sexta planta, ¿recuerdas? Te llamaré.

Jesper asintió.

—Dame al menos la mañana.

—Está bien. ¿Alguna noticia de los documentos?

Jesper negó con la cabeza.

—Sin novedad. Bernie probó con tintes, pero no salió nada. No creo que debas confiar en eso, Harry.

—Muy bien, Antoine.

Bosch lo dejó allí, con la caja en la mano.

De regreso a Hollywood, cedió el volante a Edgar mientras él sacaba la hoja del informe de entrada y llamaba a Sheila Delacroix desde el móvil. Ella contestó enseguida y Bosch se presentó y le dijo que le habían pasado su llamada a él.

—¿Era Arthur? —preguntó ella con urgencia.

—No lo sabemos, señora. Por eso la llamo.

—Oh.

—¿Sería posible que mi compañero y yo fuéramos a verla mañana por la mañana para hablar de Arthur? Nos ayudaría a determinar si los restos son los de su hermano.

—Entiendo. Sí, pueden venir aquí si les parece.

—¿Dónde es, señora?

—Ah. En mi casa. Cerca de Wilshire, en Miracle Mile.

Bosch miró la dirección en la hoja de llamada.

—En Orange Grave.

—Sí, eso es.

—¿A las ocho y media es demasiado temprano?

—No hay problema. Me gustaría ayudar si es posible. Me angustia pensar que ese hombre vivió allí todos estos años, aunque la víctima no fuera mi hermano.

Bosch decidió que no valía la pena decirle que probablemente Trent era inocente en relación con el caso de los huesos. Había demasiada gente en el mundo que creía todo lo que veía en televisión.

En lugar de eso, Bosch le dio el número de su móvil y le dijo que llamara si surgía algo y resultaba qué a las ocho y media de la mañana siguiente era una mala hora para ella.

—No será mala hora —dijo Sheila Delacroix—. Quiero ayudar. Si es Arthur, quiero saberlo. Parte de mí quiere que sea él para saber que todo ha terminado. Pero la otra parte quiere que sea otra persona. De ese modo, puedo seguir pensando que está en alguna parte. Quizá haya formado su propia familia.

—Entiendo —dijo Bosch—. Nos veremos por la mañana.