17

La investigación de una muerte es la persecución de innumerables callejones sin salida, está sembrada de obstáculos e implica montañas de tiempo y esfuerzo perdidos. Bosch lo sabía cada uno de los días de su existencia como policía, pero se lo recordaron una vez más cuando llegó a la mesa de homicidios poco antes del mediodía del lunes y se encontró con que su tiempo y esfuerzo matinales habían sido malgastados porque le esperaba un nuevo obstáculo.

La brigada de homicidios ocupaba la parte posterior de la oficina de detectives y estaba compuesta por tres equipos de tres personas. Cada equipo tenía una mesa formada por los tres escritorios unidos, dos de ellos enfrentados y un tercero en el costado. Sentado en la mesa de Bosch, en el lugar que había dejado vacante la partida de Kiz Rider, había una mujer joven con traje de chaqueta. Tenía cabello oscuro y ojos más oscuros todavía. Eran ojos lo bastante agudos para atravesar una cáscara de nuez y permanecieron clavados en Bosch mientras él se acercaba desde el otro extremo de la sala de la brigada.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó Bosch cuando llegó a la mesa.

—¿Harry Bosch?

—El mismo.

—Soy la detective Carol Bradley de Asuntos Internos. Necesito tomarle declaración.

Bosch miró en torno. Había varias personas en la sala de la brigada, tratando de aparentar que estaban ocupadas mientras miraban subrepticiamente.

—¿Una declaración sobre qué?

—El subdirector Irving solicitó a nuestra división que determinara si los antecedentes penales de Nicholas Trent fueron indebidamente divulgados a la prensa.

Bosch todavía no se había sentado. Puso las manos en el respaldo de su silla y se quedó de pie tras ella. Negó con la cabeza.

—Supongo que es sensato asumir que fue indebidamente divulgado.

—Entonces necesito descubrir quién lo hizo.

Bosch asintió.

—Intento llevar a cabo una investigación y lo único que les importa a todos es…

—Mire, yo sé que cree que es una calumnia. Y yo podría pensar que es una calumnia. Pero he recibido una orden, así que por qué no vamos a una de las salas y grabamos su declaración. No tardaremos mucho. Y entonces puede volver a su investigación.

Bosch dejó su maletín en la mesa y lo abrió. Sacó la grabadora. Se había acordado de ella en el coche mientras llevaba las órdenes de búsqueda a los hospitales locales.

—Hablando de cinta, ¿por qué no se lleva ésta a una de las salas y la escucha? Tenía la grabadora encendida anoche. Esto debería terminar muy pronto con mi implicación en este asunto.

Bradley cogió vacilantemente la grabadora y Bosch le señaló el pasillo que conducía a las tres salas de interrogatorios.

—Todavía voy a necesitar…

—Muy bien. Escuche la cinta y luego hablaremos.

—También con su compañero.

—Debe de estar a punto de llegar.

Bradley recorrió el pasillo con la grabadora. Bosch finalmente se sentó y no se molestó en mirar a ninguno de sus compañeros detectives.

Aún no era ni siquiera mediodía, pero se sentía exhausto. Se había pasado la mañana esperando a que un juez firmara las órdenes de búsqueda de historiales médicos en Van Nuys y luego había conducido por toda la ciudad para entregarlos a las oficinas legales de diecinueve hospitales diferentes. Edgar se había llevado diez órdenes y había salido por su cuenta. Tenía menos órdenes que entregar porque luego iba a ir al centro para buscar el expediente de antecedentes penales de Nicholas Trent y comprobar los callejeros y los registros de propiedad de Wonderland Avenue.

Bosch se fijó en que tenía una pila de mensajes telefónicos esperándole y la última tanda de llamadas de ciudadanos de la oficina de guardia. Empezó por los mensajes. Nueve de los doce eran de periodistas, todos ellos sin duda interesados en un seguimiento del reportaje de Channel Four sobre Trent la noche anterior, que había vuelto a ser emitido en las noticias de la mañana. Los otros tres eran del abogado de Trent, Edward Morton. Había llamado tres veces entre las ocho y las nueve y media.

Aunque Bosch no conocía a Morton, suponía que estaba llamando para quejarse por la divulgación de los antecedentes de Trent a la prensa. Normalmente no se daba prisa en contestar las llamadas de los abogados, pero sabía que lo mejor era acabar cuanto antes y asegurar a Morton que la filtración no procedía de los investigadores del caso. Si bien dudaba que Morton creyera una palabra de lo que dijera, levantó el teléfono y lo llamó. Una secretaria le comunicó que Morton había ido a una vista judicial, pero que esperaba que volviera en cualquier momento. Bosch le dijo que aguardaría a que el abogado lo llamara de nuevo.

Después de colgar, Bosch tiró los Post-it rosa con los números de los periodistas a la papelera que tenía junto al escritorio. Empezó a revisar las hojas de llamada y enseguida advirtió que los agentes estaban formulando las preguntas que él había redactado la noche anterior y le había dado a Mankiewicz.

En el undécimo informe de la pila se encontró con una pista sólida. Una mujer llamada Sheila Delacroix había telefoneado a las ocho cuarenta y uno y había dicho que había visto el reportaje de Channel Four de esa mañana. Dijo que su hermano menor, Arthur Delacroix había desaparecido en 1980 en Los Ángeles. Tenía entonces doce años y nunca más había oído hablar de él.

En respuesta a las cuestiones médicas, la mujer respondió que su hermano había resultado herido al caer de un monopatín unos meses antes de su desaparición. Sufrió una lesión cerebral que requirió hospitalización y neurocirugía. La mujer no recordaba con exactitud los detalles médicos, pero estaba segura de que el hospital era el Queen of Angels. No podía recordar el nombre de ninguno de los doctores que trataron a su hermano. El informe no contenía más datos, aparte de una dirección y un número de teléfono de Sheila Delacroix.

Bosch rodeó la palabra «monopatín» en el formulario. Abrió el maletín y sacó la tarjeta que le había dado Bill Golliher. Llamó al primer número y le salió el contestador de la oficina de antropología de la UCLA. Llamó al segundo número y encontró a Golliher, que estaba comiendo en Westwood Village.

—Una pregunta rápida. La lesión que requirió cirugía en el cerebro.

—El hematoma.

—Sí. ¿Podría haberlo causado una caída de un monopatín?

Se hizo un silencio y Bosch dejó que Golliher pensara. El conserje que respondía las llamadas en las líneas generales de la sala de la brigada se acercó a la mesa de homicidios y le hizo a Bosch la señal de la paz. Bosch cubrió el auricular.

—¿Quién es?

—Kiz Rider.

—Dile que espere.

Bosch descubrió el auricular.

—Doctor, ¿sigue ahí?

—Sí, estaba pensando. Podría ser, dependiendo de con qué se golpeara. Pero diría que una caída al suelo es poco probable. El patrón de la fractura es cerrado, y eso indica una pequeña área de contacto superficie con superficie. Además, la herida está en la parte alta del cráneo. No en la nuca, que es la parte con la que normalmente se asocian las lesiones por caída.

Bosch sintió que parte del viento escapaba de sus velas. Había pensado que tal vez podría identificar a la víctima.

—¿Está hablando de una persona en concreto? —preguntó Golliher.

—Sí, acabamos de recibir una pista.

—¿Hay rayos X, registros quirúrgicos?

—Estoy trabajando en ello.

—Bueno, me gustaría verlos para hacer una comparación.

—En cuanto los consiga. ¿Qué hay de las otras lesiones? ¿Podrían ser de hacer skate?

—Por supuesto, algunas podrían serlo —dijo Golliher—, pero creo que no todas. Las costillas, las fracturas gemelas; además algunas de las lesiones son de la primera infancia, detective. No hay muchos niños de tres años con monopatín, diría.

Bosch asintió y trató de pensar si había algo más que preguntar.

—Detective, ¿sabe usted que en casos de maltrato la causa de las lesiones aducida y la verdadera no suelen coincidir?

—Entiendo. Quien llevara al chico a urgencias no diría que le había golpeado con una linterna o con lo que fuera.

—Eso es. Habría una explicación y el chico la confirmaría.

—Accidente de monopatín.

—Es posible.

—De acuerdo, doctor. Tengo que irme. Le llevaré los rayos X en cuanto los consiga. Gracias.

Pulsó el botón de la línea dos.

—¿Kiz?

—Harry, hola, ¿cómo te va?

—Ocupado. ¿Qué pasa?

—Me siento fatal, Harry. Creo que la he jodido.

Bosch se recostó en su silla. Nunca habría sospechado de ella.

—¿Channel Four?

—Sí, Yo, eh…, ayer, después de que te fueras del Parker y mi compañero dejara de ver el partido de fútbol, me preguntó que a qué habías venido. Así que se lo conté. Harry, todavía estoy tratando de establecer la relación, ¿sabes? Le dije que había comprobado los nombres para ti y que uno de los vecinos tenía una condena por abuso. Es todo cuanto le dije, Harry. Lo juro.

Bosch respiró pesadamente. De hecho se sentía mejor. Su instinto no le había fallado con Rider. La filtración no era cosa suya. Ella simplemente había confiado en alguien en quien debería haber podido confiar.

—Kiz, tengo aquí a Asuntos Internos esperando para hablar conmigo de esto. ¿Cómo sabes que Thornton se lo pasó a Channel Four?

—Vi el reportaje en la tele esta mañana cuando me preparaba para salir. Sé que Thornton conoce a esa periodista. Surtain. Thornton y yo trabajamos juntos en un caso hace unos meses, un asesinato por el seguro en el Westside. Salió en los medios y él pasaba información off the record. Los vi juntos. Entonces ayer, después de que le contara lo que había descubierto, me dijo que tenía que ir al lavabo. Se llevó la página de deportes y se fue por el pasillo. Pero no fue al lavabo. Recibimos una llamada para salir y cuando fui a golpear la puerta del lavabo para decirle que nos íbamos no contestó. No pensé nada hasta que he visto las noticias hoy. Creo que no fue al lavabo porque fue a otro despacho o al fondo del vestíbulo para llamar a la periodista.

—Bueno, eso explica muchas cosas.

—Lo siento mucho, Harry. Ese reportaje de la tele no te ha hecho quedar nada bien. Voy a hablar con Asuntos Internos.

—Espera un poco, Kiz. Te avisaré si necesito que hables con Asuntos Internos. Pero ¿tú qué vas a hacer?

—Conseguiré otro compañero. No puedo trabajar con este tío.

—Ten cuidado. Si empiezas a cambiar de compañero pronto terminarás sola.

—Prefiero trabajar sola que con un capullo en quien no puedo confiar.

—Eso es verdad.

—¿Y tú? ¿La oferta sigue en pie?

—¿Qué? ¿Yo soy un capullo en quien puedes confiar?

—Ya sabes a qué me refiero.

—La oferta sigue en pie. Lo único que tienes que hacer es…

—Eh, Harry, tengo que dejarte. Aquí viene.

—Vale, adiós.

Bosch colgó y se frotó la boca con la mano mientras pensaba en qué hacer con Thornton. Podía contarle la historia de Kiz a Carol Bradley. Pero todavía había mucho margen para el error. No se sentía a gusto yendo a Asuntos Internos sin estar completamente seguro. La misma idea de acudir a Asuntos Internos con lo que fuera le repugnaba, sin embargo, en esta ocasión alguien estaba poniendo en peligro su investigación. Y eso era algo que no iba a dejar pasar.

Al cabo de unos minutos se le ocurrió un plan y miró el reloj. Eran las doce menos diez. Volvió a llamar a Kiz Rider.

—Soy Harry. ¿Está ahí?

—Sí, ¿por qué?

—Repite conmigo con voz excitada: «¿En serio, Harry? ¡Genial! ¿Quién era?».

—¿En serio, Harry? ¡Genial! ¿Quién era?

—Vale, ahora estás escuchando, escuchando, escuchando. Ahora di: «¿Cómo llegó aquí desde Nueva Orleans un niño de diez años?».

—¿Cómo llegó aquí desde Nueva Orleans un niño de diez años?

—Perfecto. Ahora cuelga y no digas nada. Si Thornton te pregunta, dile que identificamos al chico a través de los registros dentales. Era un fugado de Nueva Orleans al que se vio por última vez en mil novecientos setenta y cinco. Sus padres están volando hacia aquí ahora mismo. Y el jefe va a dar una conferencia de prensa hoy a las cuatro.

—Hasta luego, Harry. Buena suerte.

—Lo mismo digo.

Bosch colgó y levantó la cabeza. Edgar estaba de pie al otro lado de la mesa. Había oído la última parte de la conversación y tenía las cejas arqueadas.

—No. Es todo mentira —dijo Bosch—. Estoy tendiendo una trampa al soplón. Y a la periodista.

—¿El soplón? ¿Quién es el soplón?

—El nuevo compañero de Kiz. Eso creemos.

Edgar se deslizó en su silla y se limitó a asentir.

—Pero tenemos una posible identificación en los huesos —dijo Bosch.

Le habló a Edgar de la llamada sobre Arthur Delacroix y su posterior conversación con Bill Golliher.

—¿Mil novecientos ochenta? Eso no va a funcionar con Trent. He comprobado los callejeros y los registros de propiedad. No estuvo en Wonderland hasta el ochenta y cuatro. Como dijo anoche.

—Algo me dice que no es nuestro tipo.

Bosch pensó otra vez en el monopatín, pero no bastó para que cambiara su intuición.

—Díselo a Channel Four.

El teléfono de Bosch volvió a sonar. Era Rider.

—Acaba de ir al lavabo.

—¿Le has hablado de la conferencia de prensa?

—Se lo he dicho todo. No ha parado de hacer preguntas, el cabrón.

—Bueno, si le dice que todo el mundo lo va a saber a las cuatro, saldrá con la exclusiva en las noticias de las doce. Voy a verlas.

—Cuéntame.

Bosch colgó y consultó su reloj. Aún le quedaban unos minutos. Miró a Edgar.

—Por cierto, Asuntos Internos está en una de esas salas. Estamos bajo investigación.

Edgar se quedó con la boca abierta. Como la mayoría de polis, detestaba a los de Asuntos Internos porque aun cuando hicieras un trabajo bueno y honesto podían estar encima de ti por un montón de cosas. Recibir una llamada de Asuntos Internos era como ver el sello de Hacienda en la esquina de un sobre.

—Calma. Es por lo de Channel Four. Estaremos a salvo en unos minutos. Ven conmigo.

Entraron en el despacho de la teniente Billets, donde había instalada una pequeña televisión. Ella estaba trabajando y tenía el escritorio llenó de papeles.

—¿Le importa si miramos las noticias de las doce en Channel Four? —preguntó Bosch.

—Adelante. Estoy segura de que la capitana Le Valley y el subdirector Irving también van a verlas.

El informativo se abrió con un reportaje sobre una colisión múltiple de dieciséis vehículos en la autovía de Santa Mónica. No era un gran reportaje —no hubo víctimas—, pero tenía un buen vídeo, así que abrió el programa. El caso del «hueso del perro» había pasado al segundo lugar. El presentador dijo que iban a conectar con Judy Surtain, que tenía otro reportaje en exclusiva.

Surtain apareció sentada en su escritorio, en la sala de la redacción.

«Channel Four ha sabido que los huesos descubiertos en Laurel Canyon han sido identificados como pertenecientes a un niño de diez años que se escapó de casa en Nueva Orleans».

Bosch miró a Edgar y luego a Billets, que se estaba levantando de su silla con una expresión de sorpresa en el rostro. Bosch levantó la mano para pedirle que esperara un momento.

«Los padres del chico, que denunciaron su desaparición hace más de veinticinco años, van camino de Los Ángeles para reunirse con la policía. Los restos fueron identificados gracias a los registros dentales. Se espera que el jefe de policía ofrezca más tarde una conferencia de prensa en la que identificará al chico y hará comentarios acerca de la investigación. Como informó Channel Four anoche, la policía se está centrando en…».

Bosch apagó la tele.

—Harry, Jerry, ¿qué está pasando? —preguntó Billets de inmediato.

—Todo eso es mentira. Estaba desenmascarando al soplón.

—¿Quién es?

—El nuevo compañero de Kiz. Un tipo llamado Rick Thornton.

Bosch explicó lo que Rider le había contado a él antes. Luego describió la trampa que acababa de tender.

—¿Dónde está la detective de Asuntos Internos? —preguntó Billets.

—En una de las salas de interrogatorios. Está escuchando una cinta que tenía de mi entrevista de anoche con la periodista.

—¿Una cinta? Porque no me hablaste de ella anoche.

—Anoche me olvidé.

—Muy bien, me ocuparé del asunto. ¿Crees que Kiz está limpia en esto?

Bosch asintió.

—Tiene que confiar en su compañero lo suficiente para contarle cualquier cosa. Él abusó de esa confianza y llamó a Channel Four. No sé lo que está obteniendo a cambio, pero no me importa. Me está jodiendo el caso.

—Muy bien, Harry, he dicho que me ocuparé de esto. Tú vuelve al caso. ¿Alguna novedad?

—Tenemos una posible identificación (ésta legítima) que comprobaremos hoy.

—¿Y qué pasa con Trent?

—Vamos a dejarlo aparcado hasta que averigüemos si éste es el niño. Si lo es, las fechas no encajan. El chico desapareció en el ochenta y Trent no se mudó a ese barrio hasta cuatro años más tarde.

—Genial. Mientras tanto, hemos desenterrado su secreto y lo hemos sacado por la tele. Lo último que he oído de la patrulla es que los medios están acampados delante de su casa.

Bosch asintió.

—Hable de eso con Thornton —dijo.

—Lo haremos, seguro.

La teniente se sentó y levantó el teléfono. Bosch comprendió que era su ocasión para salir. De camino hacia la mesa, le preguntó a Edgar si había conseguido el expediente de la condena de Trent.

—Sí, lo tengo. Era un caso débil. Hoy la fiscalía probablemente no presentaría cargos.

Ambos fueron a ocupar sus respectivos lugares en la mesa y Bosch vio que se había perdido una llamada del abogado de Trent. Fue a buscar el teléfono, pero decidió esperar hasta que Edgar le explicara el contenido del expediente.

—El tío era maestro en una escuela primaria de Santa Mónica. Otro profesor lo encontró en uno de los lavabos sosteniendo el pene de un niño de ocho años mientras orinaba. Dijo que le estaba enseñando a apuntar, porque el niño no paraba de mearse en el suelo. Resultó que el niño había explicado a todo el mundo una versión que no respaldaba la de Trent. Y los padres dijeron que el chico ya sabía apuntar desde que tenía cuatro años. Trent fue condenado y le cayeron dos más uno. Pasó quince meses en Wayside.

Bosch pensó en los antecedentes de Trent. Todavía tenía la mano sobre el teléfono.

—De ahí a matar a un chico con un bate de béisbol va un largo trecho.

—Sí, Harry, estoy empezando a confiar más en tu intuición.

—Ojalá yo lo hiciera.

Levantó el teléfono y marcó el número del abogado de Trent, Edward Manan. Lo pasaron al móvil del abogado, que estaba de camino al restaurante para comer.

—¿Hola?

—Soy el detective Bosch.

—Sí, Bosch, quiero saber dónde está.

—¿Quién?

—No se haga el tonto, detective. He llamado a todos los calabozos del condado. Quiero poder hablar con mi cliente. Ahora mismo.

—Supongo que está hablando de Nicholas Trent. ¿Ha probado en su trabajo?

—En casa y en el trabajo. Sin respuesta. También lo he llamado al busca. Si lo han detenido, tiene derecho a ser representado. Y yo tengo derecho a saberlo. Le estoy diciendo que si me jode con esto, voy a ir directo al juez, y a la prensa.

—No tenemos a su hombre, abogado. No lo he visto desde anoche.

—Sí, me llamó después de que usted se fuera. Y luego después de las noticias. Ustedes lo han jodido; debería avergonzarse.

La cara de Bosch se encendió con la reprimenda, pero no respondió. Aunque no fuera personalmente responsable, el departamento sí lo merecía. Por el momento daría la cara.

—¿Cree que se ha fugado, señor Morton?

—¿Por qué huir cuando uno es inocente?

—No lo sé. Pregúnteselo a O. J.

Una horrible intuición golpeó entonces las entrañas de Bosch. Se levantó, todavía con el teléfono en la oreja.

—¿Dónde está ahora, señor Morton?

—En Sunset, en dirección oeste. Cerca de Book Soup.

—Dé la vuelta. Nos encontraremos en casa de Trent.

—Tengo un almuerzo. No voy a…

—Nos vemos en casa de Trent. Yo salgo ahora.

Bosch colgó el teléfono y le dijo a Edgar que era hora de irse. Se lo explicaría por el camino.