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El domingo por la mañana, tarde, Bosch llevó a Brasher a la comisaría de Hollywood para que pudiera coger su coche y él continuar con el trabajo del caso. Brasher estaba fuera de servicio los domingos y los lunes. Quedaron para cenar en la casa de ella en Venice esa noche. Había otros agentes en el aparcamiento cuando Bosch dejó a Brasher al lado de su coche. Bosch sabía que no tardaría en correr la voz de que habían pasado la noche juntos.

—Lo siento —dijo—. Tendría que haberlo pensado mejor anoche.

—No me importa, Harry. Te veré esta noche.

—Oye, mira, ten cuidado. Los polis pueden ser brutales.

Ella hizo una mueca.

—Ah, brutalidad policial, sí, he oído hablar.

—Hablo en serio. Y también va contra el reglamento. Por mi parte. Soy un detective de grado tres, nivel supervisor.

Ella lo miró un momento.

—Bueno, entonces es cosa tuya. Te veré esta noche, espero.

Ella salió y cerró la puerta. Bosch condujo hasta el lugar que tenía reservado en el aparcamiento y se metió en la oficina de los detectives, tratando de no pensar en las complicaciones que acababa de invitar a su vida.

La sala de la brigada estaba desierta, tal y como él deseaba. Quería pasar tiempo a solas con el caso. Todavía había un montón de trabajo burocrático que hacer, pero también quería dar un paso atrás y pensar en todas las pruebas e información acumuladas desde el descubrimiento de los huesos.

Lo primero era elaborar una lista de tareas. Había que completar el expediente, la carpeta azul que contenía todos los informes escritos relacionados con el caso. Quería escribir órdenes de búsqueda de registros médicos relacionados con cirugía cerebral en los hospitales locales. Quería llevar a cabo comprobaciones informáticas de rutina sobre todos los residentes que vivían en las cercanías de la escena del crimen en Wonderland. También tenía que repasar las llamadas generadas por la cobertura del caso que había hecho la prensa y empezar a recopilar informes de personas desaparecidas y fugadas que pudieran coincidir con la víctima.

Sabía que le supondría más de un día de trabajo si lo hacía solo, pero mantuvo su decisión de dejarle el día libre a Edgar. Su compañero, padre de un chico de trece años, había quedado muy impresionado por el informe de Golliher del día anterior y Bosch quería darle un descanso. Los días por venir probablemente serían igual de largos y emocionalmente perturbadores.

Una vez que acabó con la lista, Bosch sacó una taza del cajón y volvió a la oficina de guardia a buscar café. El billete más pequeño que llevaba era de cinco dólares, pero lo dejó en la cesta para pagar el café sin coger cambio. Supuso que iba a beber más que su parte a lo largo del día.

—¿Sabes lo que dicen? —preguntó alguien tras él mientras llenaba la taza.

Bosch se volvió. Era Mankiewicz, el sargento de guardia.

—¿Sobre qué?

—De pescar en el coto de la empresa.

—No lo sé. ¿Qué dicen?

—Yo tampoco lo sé. Por eso te lo preguntaba.

Mankiewicz sonrió y se acercó a la máquina para calentarse su taza.

De manera que ya se ha corrido la voz, pensó Bosch. El chismorreo —sobre todo cuando tenía un tono sexual— y las indirectas corrían por una comisaría como un incendio por una colina en agosto.

—Bueno, dímelo cuando lo averigües —dijo Bosch mientras ponía rumbo a la puerta de la oficina de guardia—. Será útil saberlo.

—Lo haré. Ah, y otra cosa, Harry.

Bosch se volvió, preparado para otra puya de Mankiewicz.

—¿Qué?

—Deja de hacer el tonto y cierra el caso. Mis chicos están cansados de recibir llamadas.

Había un tono guasón en su voz, pero en su humor y sarcasmo había también una queja legítima de que sus agentes estaban cansados de las llamadas de colaboración.

—Sí, lo sé. ¿Algo útil hoy?

—No que yo pueda decirte, pero tendrás que currarte los informes y usar tus artimañas detectivescas para decidirlo.

—¿Artimañas?

—Sí, artimañas. Ah, y en la CNN deben de haber tenido una mañana tranquila, porque han pasado la historia: un buen vídeo, vosotros los chicos valientes en la colina con las escaleras improvisadas y las cajitas de huesos. Así que ahora hemos empezado con las llamadas de larga distancia. Esta mañana de Topeka y Providence, por el momento. No va a acabar hasta que lo aclares, Harry. Todos apostamos por ti.

Otra vez hubo una sonrisa —y un mensaje— detrás de lo que estaba diciendo.

—Muy bien. Usaré todas mis artimañas, te lo prometo, Mank.

—Por eso apostábamos.

De regreso en la mesa, Bosch se tomó el café y repasó los detalles del caso. Había anomalías, contradicciones. Estaban los conflictos entre la elección de la localización y el método de enterramiento que había señalado Kathy Kohl. Pero las conclusiones expuestas por Golliher aún añadían más interrogantes. Golliher lo veía como un caso de maltrato infantil. En cambio, la mochila llena de ropa era un indicador de que la víctima, el chico, era probablemente un fugado.

Bosch había hablado con Edgar acerca de eso el día anterior, cuando regresaron a la comisaría desde el laboratorio. Su compañero no estaba tan seguro del conflicto como Bosch, pero propuso la teoría de que tal vez el chico fue víctima de maltrato tanto a manos de sus padres como después de un asesino sin ninguna relación. Edgar apuntó con razón que muchas víctimas de abusos huyen sólo para caer en otra forma de relación abusiva. Bosch sabía que la teoría era sensata, pero trató de no dejarse arrastrar por ese camino porque sabía que llevaba a un escenario aún más deprimente que el descrito por Golliher.

Su línea directa sonó y Bosch contestó de inmediato, esperando que fuera Edgar o la teniente Billets. Era un periodista del L. A. Times llamado Josh Meyer. Bosch apenas lo conocía y estaba seguro de que nunca le había dado el número de su línea directa. De todos modos no dejó entrever que estaba enfadado. Aunque estuvo tentado de decirle al periodista que la policía seguía pistas que procedían de lugares tan lejanos como Topeka y Providence, se limitó a comentar que no había ninguna actualización en la investigación desde el informe de la oficina de Relaciones con los Medios del viernes.

Después de colgar, Bosch se terminó su primera taza de café y se puso manos a la obra. La parte de la investigación que menos le gustaba era el trabajo con el ordenador. Siempre que podía lo dejaba en manos de sus compañeros, de manera que dejó para el final las búsquedas informáticas y empezó con un rápido vistazo a las hojas de posibles pistas acumuladas por la oficina de guardia.

Había unas tres docenas más de hojas desde la última vez que había revisado la pila el viernes. Ninguna contenía la suficiente información para resultar útil o para que mereciera la pena hacer un seguimiento. Cada una era de un padre, hermano o amigo de alguien que había desaparecido. Todos ellos desamparados permanentemente y buscando algún tipo de cierre a los misterios más agobiantes de sus vidas.

Bosch pensó en algo y se empujó en la silla con ruedas hasta una de las máquinas de escribir electrónicas IBM Selectrics. Puso una hoja de papel y escribió cuatro preguntas.

¿Sabe si su ser querido se sometió a algún tipo de procedimiento quirúrgico en los meses previos a su desaparición?

En caso afirmativo, ¿en qué hospital fue tratado?

¿Cuál era la lesión?

¿Cuál era el nombre del médico?

Sacó la hoja y la llevó a la oficina de guardia. Se la dio a Mankiewicz para que la usara como formulario para los que llamaran por el caso de los huesos.

—¿Es una artimaña lo bastante buena para ti? —preguntó Bosch.

—No, pero por algo se empieza.

Mientras estuvo allí, Bosch cogió un vaso de plástico y lo llenó de café, luego volvió al escritorio y lo vació en su taza. Tomó una nota para pedirle a Billets que el lunes consiguiera más personal para contactar con aquellos que habían llamado en los últimos días y formularles las mismas preguntas médicas. Entonces pensó en Julia Brasher. Sabía que tenía el lunes libre y que se presentaría voluntaria si se la necesitaba. Pero enseguida descartó la idea, porque sabía que el lunes toda la comisaría estaría al tanto de lo que había entre ellos y meterla en el caso sólo complicaría las cosas.

A continuación empezó con las búsquedas. En el trabajo de homicidios frecuentemente se requerían registros médicos en el curso de una investigación. Generalmente esos registros los proporcionaban médicos y dentistas, pero los hospitales tampoco eran una fuente inusual. Bosch mantenía un fichero con formularios de solicitudes de búsqueda para los hospitales, así como una lista de los veintinueve hospitales de la zona de Los Ángeles y los abogados que manejaban los archivos en cada lugar. Tener todo eso a mano le permitió preparar veintinueve solicitudes de búsqueda en poco más de una hora. El objetivo eran todos los pacientes varones de menos de dieciséis años que habían sido sometidos a cirugía cerebral que había conllevado el uso de un trépano entre 1975 y 1985.

Después de imprimir las órdenes, las puso en su maletín. A pesar de que se consideraba apropiado enviar por fax a la casa de un juez una orden de registro para que la aprobara y la firmara, ciertamente no era aceptable enviar veintinueve solicitudes a un juez un domingo por la tarde. Además, los abogados de los hospitales no estarían localizables en domingo. El plan de Bosch consistía en llevar las órdenes a un magistrado el lunes a primera hora y luego dividírselas con Edgar y entregarlas en mano en los hospitales, logrando de este modo hacer hincapié en la urgencia de la cuestión con los abogados en persona. Incluso si las cosas salían de acuerdo con su plan, Bosch no esperaba empezar a recibir respuestas antes de mediados de semana.

Bosch escribió a continuación el resumen diario del caso, así como una recapitulación de la información antropológica proporcionada por Golliher. Lo guardó todo en el expediente y luego redactó un informe de pruebas en el que se detallaban los descubrimientos preliminares de la División de Investigaciones Científicas sobre la mochila.

Cuando hubo concluido, Bosch se recostó y pensó en la carta ilegible que se había hallado en la mochila. No esperaba que la sección de Documentos hubiera tenido algún éxito con ella. Siempre sería el misterio envuelto en el misterio del caso. Tragó lo que le quedaba de su segunda taza de café y abrió el expediente por la página que contenía una copia del esbozo de la escena del crimen y la cuadrícula. Examinó la cuadrícula y advirtió que la mochila había sido hallada justo al lado del lugar que Kohl había marcado como la probable localización original del cadáver.

Bosch no estaba seguro de qué significaba todo ello, pero sabía instintivamente que debía tener en mente las preguntas que en ese momento le planteaba el caso para cuando se recopilaran más pruebas y detalles. Sus interrogantes serían el tamiz por el que todo debería colarse.

Bosch archivó el informe en el expediente y terminó con la actualización del trabajo burocrático poniendo al día el registro del investigador, una agenda horaria. Entonces guardó el expediente en su maletín.

Bosch se llevó el café al cuarto de baño y enjuagó la taza de café en el lavabo. Luego volvió a su cajón, cogió el maletín y salió por la puerta de atrás hacia su coche.