Desear tanto a Rachel seguía amedrentando a Will, quien tenía la impresión de que, en cualquier momento, ella decidiría que era un tipo demasiado problemático, o que no valía la pena, o que no era muy bueno en la cama. O quizás conociese a otro, o cayese en la cuenta de que, en el fondo, no deseaba tener una relación estable con nadie, o muriese de repente, en un accidente de coche, después de haber dejado a Ali en el colegio. Will se sentía como un polluelo que acabara de romper el cascarón y estuviera en el mundo, tembloroso e incapaz de mantenerse en pie (eso en caso de que los polluelos tuvieran dificultades para mantenerse en pie, puesto que a lo mejor eran los potros los que tenían esas dificultades, o los terneros, u otros animales), sin llevar un buen traje de Paul Smith o unas buenas Rayban que lo protegieran. Ni siquiera sabía con seguridad cuál era la razón de esos temores. ¿De qué le servían? De nada, de nada en absoluto, al menos por lo que alcanzaba a ver. Ahora ya era demasiado tarde para preguntárselo. Lo único que tenía claro era que ya no podía dar marcha atrás. Esa parte de su vida había terminado para siempre.
Ahora, casi cada sábado Will llevaba a Ali y a Marcus a alguna parte. Todo había empezado porque deseaba darles un respiro a sus respectivas madres. No, no era por eso. Había empezado porque deseaba encontrar el camino de entrada a la vida de Rachel, y hacerle creer que era un hombre con alguna sustancia. Y además había cosas peores en el mundo. Las primeras dos salidas fueron un tanto difíciles, porque por alguna extraña razón optó por entretenimientos educativos, y los llevó al British Museum y a la National Gallery, y los tres se aburrieron y se pusieron de mal humor, pero fue sobre todo porque el propio Will detestaba hacer esa clase de cosas. (¿Habría en el mundo algún sitio más aburrido que el British Museum? Si lo hubiera, Will prefería no saberlo. Cerámicas. Monedas. Salas enteras llenas de platos y vasijas. Al estar expuestos aquellos objetos, algún sentido tenían que tener, concluyó Will. Sólo porque fueran antigüedades no significaba que resultasen interesantes. Sólo porque hubieran sobrevivido tantos cientos de años no significaba que uno deseara contemplarlos.)
Justo cuando estaba a punto de abandonar la idea, los llevó al cine, a una de esas absurdas películas de verano dirigidas al público adolescente, y se lo pasaron en grande. Así, sus salidas se convirtieron en algo habitual: un almuerzo en un McDonald's o un Burger King, una película, un batido en un Burger King o en un McDonald's, distinto del que hubieran utilizado en el almuerzo, y vuelta a casa. Los había llevado un par de veces a ver partidos del Arsenal, y no estuvo mal del todo, aunque Ali todavía se metía con Marcus en cuanto se le presentaba la ocasión, y durante una larga tarde en el estadio de Highbury había ocasiones de sobra, de modo que el fútbol quedaba solamente para esas contadas veces en que se quedaban sin nuevas películas que ver, películas que no sólo fueran un insulto a la inteligencia de ellos tres, sino a la de cualquier otro.
Marcus era ahora mayor que Ali. La primera vez que se vieron, cuando aquél se hizo pasar por hijo de Will al menos durante una tarde, Ali parecía ser muchos años mayor que él. Sin embargo, aquel estallido de debilidad había dejado a Ali en inferioridad de condiciones, y Marcus, además, había madurado mucho durante aquellos meses. Vestía mejor —había ganado definitivamente la discusión con su madre sobre si podía o no ir de compras con Will—, se cortaba el pelo a menudo, trataba por todos los medios de no ponerse a cantar en voz alta sin ton ni son, y su amistad con Ellie y con Zoe (que, con gran sorpresa por parte de todos, seguía existiendo y era más profunda) significaba que tenía una actitud más propia de un adolescente; aun cuando las chicas apreciasen e incluso premiaran sus ocasionales excentricidades, Marcus empezaba a cansarse de los gritos de entusiasmo que soltaban cada vez que decía alguna tontería. Al hablar —era triste en cierto modo, pero inevitable, y sano—, se había vuelto más circunspecto.
Por extraño que pareciese Will lo echaba de menos. Desde que se había roto el cascarón, muchas veces había tenido ganas de hablar con Marcus sobre lo que se sentía al ir por la vida sin ninguna protección, temeroso de todo y de todos, porque Marcus era la única persona que habría sabido cómo darle un buen consejo. Sin embargo, Marcus, o el viejo Marcus en todo caso, estaba a punto de desaparecer.
—¿Vas a casarte con mi madre? —le preguntó Ali de repente durante uno de sus almuerzos basura de antes de ir al cine. Marcus levantó la mirada de sus patatas fritas con evidente interés.
—No lo sé —murmuró Will. Le había dado muchas vueltas a la idea, pero no lograba terminar de creer que tuviese el menor derecho a pedírselo. Cada vez que se quedaba a pasar la noche en casa de Rachel se sentía inusitadamente dichoso y no quería hacer nada que pusiera en peligro esa sensación de privilegio. A veces ni siquiera se atrevía a preguntarle a Rachel cuándo volvería a verla, de modo que interrogarla acerca de si deseaba pasar el resto de la vida a su lado le parecía excesivo.
—Yo antes quería que se casara con mi madre —dijo Marcus con sorna. A Will de pronto le entraron ganas de arrojarle el café hirviendo.
—¿De veras? —preguntó Ali.
—Sí. No sé por qué, pero he pensado que eso lo solucionaría todo. Claro que tu madre es muy diferente. Está más entera que la mía.
—¿Y todavía te gustaría que se casara con tu madre?
—Eh, un momento. ¿Es que no tengo yo nada que decir? —preguntó Will.
—Qué va —repuso Marcus, sin hacer caso de Will—. No creo que sea ésa la manera.
—¿Por qué no?
—Porque… ¿Tú te has fijado en cómo se hacen esas pirámides humanas? Ése es el modelo de vida que a mí me interesa ahora.
—Marcus, ¿se puede saber de qué estás hablando? —preguntó Will. Y no fue una pregunta retórica.
—Cuando eres chico estás más seguro si todo el mundo es amigo de todo el mundo. Luego, cuando la gente se empareja…, no sé, todo es más inestable. Mira cómo están las cosas ahora mismo. Tu madre y mi madre se llevan bien. —Y era cierto. Fiona y Rachel se veían con frecuencia, lo cual producía una agonizante zozobra en Will—. Y Will también se ve con ella, y yo te veo a ti, y a Ellie y a Zoe, y a Lindsey y a mi padre. Ahora tengo las cosas muy claras. Si tu madre y Will se emparejan, te parecerá que estás a salvo, pero no es verdad, porque terminarán por separarse, o Will se volverá loco, o cualquier otra cosa.
Ali asintió con gesto de sabiduría. Las ganas que tuvo Will de arrojarle a Marcus el café hirviendo por encima dieron paso a un deseo apremiante de pegarle un tiro, y luego volarse la tapa de los sesos.
—¿Y si Rachel y yo no nos separamos? ¿Y si seguimos juntos para siempre?
—Estupendo. Sensacional. Demostraría que puedes. Yo no creo que el futuro esté en manos de las parejas.
—Ah, caramba, pues gracias… Einstein. —Will quiso que su voz sonara más áspera. Quiso pensar en el nombre de algún experto en relaciones socioculturales que los dos chicos, a sus doce años, pudieran reconocer en el acto, pero todo lo que se le ocurrió decir fue «Einstein». Supo que se había equivocado.
—¿Qué tiene que ver Einstein con todo esto?
—Nada, nada —murmuró Will, y ante la mirada compasiva de Marcus, añadió—: Y deja de tratarme con tanta condescendencia, ¿de acuerdo?
—¿Qué significa condescendencia? —preguntó Marcus con toda seriedad. Más claro, agua. A Will estaba tratándolo con condescendencia alguien que ni siquiera tenía edad suficiente para entender qué significaba eso.
—Significa que no me trates como si fuera idiota.
Marcus lo miró como si fuese a decirle: ¿y de qué modo quieres que te trate? Y Will contó con toda su simpatía. Se estaba desviviendo por mantener intacto el salto generacional que los separaba; el aire de autoridad de Marcus, ese tono que denotaba que «yo he estado ahí y he hecho tal y cual cosa», resultaba tan convincente que Will no supo cómo discutir con él. Tampoco tenía ganas de hacerlo. Aún no había perdido toda su credibilidad: le quedaba un trocito, más o menos del tamaño de un sello, y deseaba conservarlo.
—La verdad es que parece mucho mayor —dijo Fiona una tarde, después de que Will lo llevara a casa y se metiera en su dormitorio con el habitual «muchas gracias» y un brusco «hola» dirigido a su madre.
—¿En qué nos habremos equivocado? —preguntó Will en tono plañidero—. A ese chico se lo hemos dado todo, y ya ves cómo nos lo agradece.
—Me siento como si estuviera perdiéndolo —dijo Fiona. Will seguía sin saber cómo hacer un chiste con ella. Lo que salía de sus labios con el peso y la sustancia que tiene la espuma en un buen capuchino, a ella le entraba por los oídos como si fuera un budín de sebo—. Ahora no hace más que hablar de los Smashing Pumpkins y de Ellie y Zoe y… creo que ha empezado a fumar.
Will soltó una carcajada.
—No tiene gracia —masculló Fiona.
—Hombre, sí. En cierto modo la tiene… ¿Cuánto habrías dado hace tan sólo unos meses para que a Marcus lo pillaran fumando con sus compañeros?
—Nada. Aborrezco el tabaco.
—Ya, pero… —Desistió. Fiona parecía empeñada en no captar lo que él trataba de decirle—. ¿Te fastidia perderlo?
—¿Por qué lo preguntas? Pues claro que me fastidia.
—Lo digo porque últimamente… No quisiera ser tosco, pero últimamente te encuentro mucho mejor.
—Y creo que estoy mucho mejor. No sé qué será, pero me parece que la realidad me agota menos.
—Eso es estupendo.
—Creo que vuelvo a estar por encima de las circunstancias, pero sigo sin saber por qué.
Will pensó que conocía al menos una de las razones, pero también era consciente de que no sería inteligente ni amable darle muchas más vueltas. La verdad era que Marcus, en su nueva versión de sí mismo, ya no resultaba tan difícil de tratar. Tenía amistades, sabía cuidar de sí mismo, le habían salido defensas, justo las que Will acababa de perder. Había pegado un estirón, estaba tan robusto y era tan poco llamativo como cualquier otro chico de doce años. Los tres debían perder unas cosas para adquirir otras. Will había perdido su caparazón, su frialdad y su distanciamiento, y se encontraba asustado y vulnerable, pero a cambio estaba con Rachel; Fiona había perdido un buen pedazo de Marcus, pero a cambio estaba bien lejos de la sala de urgencias de un hospital; Marcus se había perdido a sí mismo, pero a cambio era capaz de volver del colegio a casa con las deportivas puestas.
Marcus salió enfadado de su habitación.
—Me aburro. ¿Puedo ir a alquilar un vídeo?
Will fue incapaz de resistir la tentación. Tenía una teoría que deseaba poner a prueba.
—Oye, Fiona, ¿por qué no sacas las partituras y probamos a destrozar «Both Sides Now»?
—¿Te apetece?
—Sí, desde luego. —Al mismo tiempo, no le quitaba ojo de encima a Marcus, cuya expresión era la de un chico al que le hubieran pedido que bailase desnudo ante un público compuesto por supermodelos y unos cuantos primos suyos.
—No, mamá, por favor, no.
—No seas tonto. A ti te encanta cantar, y te encanta Joni Mitchell.
—No, ya no. Detesto a Joni Mitchell, joder.
Will comprendió entonces, sin el menor asomo de dudas, que Marcus iba a estar bien.