11

Estaba allí encima, sobre la mesa de la cocina. Había ido a colocar las flores en un jarrón, tal como le había pedido Suzie que hiciese, cuando de pronto la vio. Todos habían tenido tantas prisas, y había sido tal el follón la noche anterior, que nadie se había percatado. La tomó en una mano y se sentó a leer.

Querido Marcus:

Creo que, al margen de lo que te diga en esta carta, terminarás por odiarme. Quizás suene demasiado definitivo; puede que cuando seas mayor sientas por mí algo diferente del odio. Desde luego, va a ser muy largo el periodo en que sólo pienses que hice algo que no debía hacer, algo además estúpido y egoísta. Por eso quería tener la ocasión de explicarme, aun cuando no sirva de nada.

Escúchame. Hay una gran parte de mí que sabe muy bien que lo que voy a hacer es algo que no debo hacer, algo además estúpido y egoísta. De hecho, la mayor parte de mí así lo siente. El problema es que esa parte ha dejado de ser la parte que me controla. Eso es lo más terrible de esta especie de enfermedad que he padecido durante los últimos meses, que no hace caso de nada ni de nadie. Sólo hace lo que le da la gana. Ojalá nunca llegues a saber en qué consiste.

Nada de todo esto guarda la menor relación contigo. Siempre me ha encantado ser tu madre, siempre, aunque haya sido difícil y a veces me haya costado muchísimo esfuerzo. Por algún motivo que ignoro, no me resulta suficiente con ser tu madre. Y no es que sea tan infeliz que ya no quiera seguir viviendo. No, no es eso lo que se siente, sino más bien una especie de cansancio, de aburrimiento, como si la fiesta hubiera durado demasiado y una tuviese ganas de volver a casa. Me siento agotada, como si no esperase hallar nada que valiera la pena y por eso fuera preferible dar las cosas por terminadas. ¿Cómo es posible que me sienta así, teniéndote a ti como te tengo? No lo sé. Lo que sí sé, en cambio, es que si sólo siguiera por ti, tú no me lo agradecerías, y estoy segura de que una vez que superes esto todo te irá mucho mejor que antes. De verdad. Puedes ir con tu padre. Si no, Suzie siempre ha dicho que cuidaría de ti en el caso de que me pasara algo.

Estaré pendiente de ti si es que puedo. Y creo que podré. Creo que cuando algo le sucede a una madre, se le permite estar pendiente de su hijo y velar por él aun cuando todo haya sido culpa de ella. No quiero dejar de escribirte esto, pero no se me ocurre ninguna razón para continuar.

Te quiero,

Mamá

Cuando Fiona volvió del hospital con Suzie y con Megan, él seguía sentado a la mesa. Nada más entrar, Fiona comprendió que había encontrado la carta.

—Mierda, Marcus, se me había olvidado.

—¿Que se te había olvidado? ¿Una carta en la que explicabas el motivo por el que te suicidabas?

—Bueno, es que nunca pensé que tuviera que recordarla, ¿no?

Se echó a reír de su gracia. Se echó a reír, hay que ver. Pero así era su madre. Cuando no se deshacía en llanto por los cereales del desayuno, se reía sólo de pensar en quitarse la vida.

—Joder —intervino Suzie—. ¿Era eso? No debería haber dejado que volviera antes de ir a recogerte, pero pensé que no sería mala idea que Marcus pusiera un poco de orden en la casa.

—Suzie, no creo que tengas la culpa de nada, te lo aseguro.

—Debería habérseme ocurrido.

—No estaría mal que Marcus y yo charlásemos un poco a solas.

—Claro.

Suzie dio un abrazo a Fiona y se acercó a él para besarlo.

—Se encuentra bien —le susurró al oído, aunque lo bastante alto como para que su madre lo oyese—. No te preocupes por ella.

Cuando Suzie se marchó, Fiona puso la tetera al fuego y se sentó a la mesa con él.

—¿Estás enfadado conmigo?

—¿A ti qué te parece?

—¿Por la carta?

—Por la carta, por lo que hiciste; por todo.

—Te entiendo muy bien. Si te sirve de algo, te diré que no me siento igual que el sábado.

—¿Cómo? No me irás a decir que se te ha pasado de golpe, ¿verdad?

—No, no es eso, pero… Por el momento, me encuentro mejor.

—Por el momento a mí eso no me vale de nada. Que por el momento estás mejor, ya lo veo. Acabas de poner la tetera al fuego, pero ¿qué pasará cuando hayas terminado el té? ¿Qué pasará cuando vuelva al colegio? No puedo estar aquí contigo para vigilarte a todas horas.

—No, ya lo sé; pero los dos tenemos que cuidarnos mutuamente. No tendría que ser uno solo el que se ocupara de todo.

Marcus asintió, aunque estaba en un lugar en el que las palabras no tenían la menor importancia. Había leído la carta y ya no le interesaba demasiado lo que decía. Lo único que contaba era lo que había hecho y lo que pudiera hacer. Ese día, desde luego, no iba a hacer nada. Se tomaría el té, por la noche encargarían algo para cenar, verían juntos la televisión y seguramente se sentirían como si estuvieran al comienzo de una época distinta y mucho mejor; pero esa época se agotaría tarde o temprano, y entonces llegaría el día en que se produjera otro cambio.

Siempre había confiado en su madre; mejor dicho, nunca había desconfiado de ella. Para él, sin embargo, las cosas nunca volverían a ser como antes.

No bastaba con dos, ése era el problema. Siempre había creído que el dos era un buen número y que no le gustaría vivir en una familia de cuatro o cinco miembros, pero ahora se daba cuenta de que cuando eran dos, si uno caía y desaparecía, el otro se quedaba solo. ¿Cómo iba alguien a conseguir que su familia creciese si no había nadie alrededor, nadie que lo ayudara? No le iba a quedar más remedio que encontrar la manera de solucionarlo.

—Voy a preparar el té —dijo Marcus en tono animoso. Al menos, ahora ya tenía algo en que pensar, algo que hacer.

Decidieron pasar la velada tranquilamente, como siempre. Pidieron comida india a un restaurante del barrio y Marcus fue al videoclub a alquilar una cinta, aunque le llevó una eternidad: todo lo que vio parecía guardar alguna relación con la muerte, y no le apetecía nada ver una película sobre la muerte. Ya puestos, tampoco deseaba que su madre viera nada relacionado con la muerte, aunque no estaba muy seguro del porqué. ¿Qué pensaba que sucedería si su madre veía a Steven Segal cargarse a unos cuantos tíos descerrajándoles un tiro en la cabeza? No se trataba de la clase de muerte que esa noche querían evitar. La muerte en la que intentaban no pensar era la muerte tranquila, triste, verdadera, no la muerte ruidosa, esa que a quién le importa. (La gente tendía a pensar que los chicos no sabían distinguir una de la otra, pero claro que sabían.) Al final se decidió por Atrapado en el tiempo, y se alegró, porque acababa de salir en vídeo y porque en la funda se aseguraba que era divertida.

No empezaron a verla hasta que llegó la cena. Fiona sirvió los platos y Marcus pasó la cinta hasta terminar los tráilers y los anuncios, para tenerla lista y empezar en el momento en que diesen el primer bocado al poppadum. La funda de la película no había mentido: era entretenida. Iba de un individuo atrapado en un mismo día, obligado a vivirlo una y otra vez, aunque no explicaban cómo había llegado a semejante situación, y eso a Marcus le pareció un poco flojo, pues le gustaba saber el cómo y el porqué de las cosas. Tal vez estuviera basada en un hecho real, tal vez hubiera existido ese individuo atrapado en un mismo día, y tal vez fuese cierto que no sabía cómo había ocurrido, por qué tenía que vivirlo una y otra vez. Marcus se sintió alarmado. ¿Y si al despertar al día siguiente resultaba que era el día anterior y se repetía el episodio del pato, y el del hospital…? Mejor no pensarlo.

Pero luego la película cambiaba y pasaba a tratar por entero del suicidio. El tipo en cuestión estaba tan harto de verse atrapado en el mismo día durante cientos de años que trataba de quitarse la vida. Sin embargo, no lo conseguía. Hiciera lo que hiciese, terminaba por despertar a la mañana siguiente, sólo que no era la mañana siguiente, sino esa misma mañana, la mañana en la que siempre había despertado.

Marcus se enfadó de veras. En la funda de la cinta no se mencionaba nada sobre el suicidio, a pesar de que la película trataba sobre un tipo que intentaba quitarse la vida unas tres mil veces. De acuerdo, era verdad que no lo conseguía, pero no por eso resultaba más graciosa. Su madre tampoco lo había conseguido, y a nadie le habían entrado ganas de hacer una comedia sobre su intento fallido. ¿Por qué no había ninguna advertencia expresa? Tenía que haber montones de personas deseosas de ver una buena comedia después de intentar suicidarse. ¿Qué pasaría si a todos les diera por elegir precisamente ésa?

Al principio, Marcus siguió tranquilo, tan tranquilo, de hecho, que a punto estuvo de no respirar. No quería que su madre oyera su respiración, ya que estaba tan enojado que temía que fuese más ruidosa que de costumbre; pero llegó un punto en que ya no pudo aguantarlo más, y apagó el vídeo con el mando a distancia.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Es que quería ver esto. —Marcus hizo un gesto hacia la pantalla del televisor, donde un hombre con acento francés y gorro de cocinero trataba de enseñar a uno de los Gladiadores cómo debía abrir un pescado y sacarle las tripas.

No parecía ni de lejos la clase de programa que Marcus solía ver por televisión, sobre todo porque odiaba la cocina. Y el pescado. Y Gladiadores tampoco es que le hiciera mucha gracia.

—¿Esto? ¿Para qué quieres ver esto?

—Es que nos están enseñando a cocinar en el colegio y nos dijeron que viésemos este programa. Forma parte de los deberes.

«Au revoir», dijo el hombre que llevaba el gorro de cocinero. «Hasta otra», repuso el Gladiador. Saludaron y terminó el programa.

—Así que mañana tendrás problemas —dijo su madre—. ¿Por qué no me advertiste que tenías que verlo?

—Se me olvidó.

—De todos modos, ahora podemos ver el resto de la película.

—¿De veras te apetece?

—Sí, es muy entretenida. ¿No te parece?

—Puede, pero le falta realismo.

Ella se echó a reír.

—Marcus, me obligas a ver películas en las que la gente salta a un tren en marcha desde un helicóptero que explota en el aire y luego me hablas de realismo.

—Ya, pero es que en ésas se ve muy bien cómo lo hacen. Se les ve hacer las cosas. En ésta, en cambio, es imposible saber si despierta de veras siempre en el mismo día, porque eso puede fingirse.

—No digas bobadas.

Fenomenal. Trataba por todos los medios de impedir que su madre viera a un tipo que se pasaba dos horas intentando suicidarse, y ella lo llamaba idiota.

—Mamá, seguro que sabes por qué he apagado el vídeo.

—De veras que no.

Marcus no acababa de creérselo. ¿Era posible que ella no estuviera pensando todo el rato en lo mismo, tal como le ocurría a él?

—Pues… por lo que estaba intentando hacer.

Ella lo miró.

—Perdona, Marcus, pero no te sigo.

—El… el…, eso.

—Marcus, tú tienes fluidez de palabra. Seguro que sabes expresarte mejor.

Lo estaba volviendo loco.

—Se ha pasado los últimos cinco minutos de la película tratando de matarse. Igual que tú. Y no quería verlo, igual que no quería que tú lo vieras.

—Ah, bueno. —Fiona alcanzó el mando a distancia y apagó el televisor—. Perdona. Estaba portándome como una tonta, ¿no?

—Pues sí.

—De veras que no se me había ocurrido relacionar una cosa con otra. Es increíble. Dios mío. —Meneó la cabeza—. A ver si ahora me va a costar tanto trabajo dar una a derechas…

Marcus empezaba a perder el hilo de quién era su madre. Hasta hacía muy poco tiempo siempre había pensado que era…, de acuerdo, no digamos perfecta, porque a veces discutían y porque no le daba permiso para hacer cosas que él quería hacer, etcétera, pero nunca había dedicado un solo instante a pensar que fuera una idiota, que estuviera loca de remate, que no se enterase de nada. Incluso en plena discusión se daba cuenta de lo que ella tenía en mente: siempre decía esas cosas que se supone han de decir las madres. En cambio, en ese momento no atinaba a comprenderla en absoluto. No había entendido a qué venían los llantos, y ahora, cuando contaba con que se sintiera el doble de triste que antes, se mostraba completamente normal. Marcus empezaba a dudar de sí mismo. ¿Acaso era poca cosa haber intentado quitarse la vida? ¿No era natural tener después una larga conversación, con lágrimas y abrazos? Al parecer, no. Bastaba con sentarse en el sofá, ver una película y actuar como si no hubiera pasado nada.

—¿Quieres que ponga la peli otra vez? —le preguntó. Fue como una prueba. Su madre de verdad, la de antes, se habría dado cuenta de que no lo decía en serio.

—¿Te importa? —repuso ella—. Me gustaría ver cómo acaba.