Pero el disparo no llegó. Tom levantó la vista. La atención de Hauser se había desviado de pronto hacia algo detrás de ellos. Tom se volvió y vio un destello negro: un animal se acercaba dando saltos por los cables del puente, un mono que corría con la cola levantada: Mamón Peludo.
Con un gritito de alegría el mono saltó a los brazos de Tom, y este vio que llevaba atado al estómago un bote casi tan grande como él. Era el bote de gasolina sin plomo para su hornillo de camping. Había algo garabateado en él…
«PUEDO ALCANZAR ESTO. S.»
Tom se preguntó qué demonios quería decir eso, en qué estaba pensando Sally.
Hauser alzó el arma.
—Está bien, todos tranquilos. Que no se mueva nadie. Enséñame lo que acaba de traer el mono. Despacio.
Tom comprendió de repente el plan de Sally. Desató el bote.
—Sostenlo con el brazo extendido. Deja que lo vea.
Tom le tendió el bote.
—Es un litro de gasolina sin plomo.
—Tíralo por el borde.
Tom habló despacio.
—Tenemos a un excelente tirador apuntando este bote mientas hablamos. Como sabes, la gasolina es explosiva e inflamable.
La cara de Hauser no reveló ninguna emoción o reacción. Se limitó a elevar el arma.
—Hauser, si alcanza este bote, el puente arderá. Te quedarás aislado. Estarás atrapado para siempre en la Ciudad Blanca.
Pasaron diez segundos cargados de electricidad y Hauser por fin habló.
—Si el puente arde vosotros también moriréis.
—Nos vas a matar de todos modos.
—Es un farol —dijo Hauser.
Tom no respondió. Los segundos pasaban. La cara de Hauser no revelaba nada.
—Hauser, podría meterte un tiro en el pecho.
Hauser levantó el arma y en ese preciso momento una bala alcanzó la superficie de bambú a medio metro de sus botas, arrojándole astillas a la cara. El estallido llegó un momento después, resonando a través del cañón.
Hauser se apresuró a bajar el morro del rifle.
—Ahora que ha quedado claro que va en serio, dile a tus soldados que nos dejen pasar.
—¿Y? —dijo Hauser.
—Puedes quedarte con el puente, la tumba y el códice. Solo queremos salir con vida.
Esta vez Hauser se puso el arma al hombro.
—Mi enhorabuena —dijo.
Tom, con movimientos lentos, ató el bote a uno de los cables principales del puente con un trozo suelto de cuerda.
—Dile a tus hombres que nos dejen pasar. Tú quédate donde estás. Si nos pasa algo, nuestra tiradora disparará el bote y tu precioso puente arderá contigo en él. ¿Entendido?
Hauser asintió.
—No he oído la orden, Hauser.
Hauser hizo bocina con las manos.
—¡Hombres! —gritó en español—. ¡Dejadlos marchar! ¡No los molestéis! ¡Los dejo ir! Hubo una pausa.
—¡Quiero oírles responder esa orden! —gritó Hauser.
—Sí, señor —llegó la respuesta.
Los Broadbent empezaron a andar por el puente.