Tom observaba cómo Hauser se acercaba por el puente con una arrogante sonrisa de triunfo. Se detuvo a unos cien metros de ellos y apuntó hacia él la boca del arma.
—Quítate la mochila y déjala en el suelo.
Tom se quitó con cuidado la mochila, pero en lugar de dejarla en el suelo, la sostuvo por la correa sobre el cañón.
—Es el códice.
Hauser disparó una bala que arrancó un trozo de la barandilla de bambú a menos de un palmo de Tom.
—¡Déjala en el suelo!
Tom no se movió. Siguió sosteniendo el libro sobre el cañón.
—Dispárame y caerá.
Hubo un silencio. Hauser apuntó el arma hacia Broadbent.
—Está bien. Déjala en el suelo o papi morirá. Ultima advertencia.
—Déjale que me mate —gruñó Broadbent.
—Y después de tu padre están tus dos hermanos. No seas estúpido y déjala en el suelo.
Al cabo de un momento Tom obedeció. No tenía otra elección.
—Ahora el machete.
Tom lo desenfundó y lo dejó caer.
—Vaya, vaya —dijo Hauser, relajando la cara. Clavó la mirada en su padre—. Nos volvemos a ver, Max.
El anciano, sostenido por sus hijos, levantó la cabeza y habló:
—No tienes nada en contra de ellos. Déjales marchar.
La sonrisa de Hauser se volvió más gélida.
—Al contrario, vas a tener el placer de verlos morir antes que tú.
Broadbent se sacudió ligeramente la cabeza. Tom lo asió con más fuerza aún. El puente se balanceaba ligeramente, la fría niebla se elevaba. Borabay dio un paso al frente pero Philip lo detuvo.
—Bien, ¿quién quiere ser el primero? ¿El indio? No, lo dejaremos para después. Iremos por orden de edad. ¿Philip? Apártate de los demás para que no tenga que matarlos a todos a la vez.
Tras un breve titubeo Philip se hizo a un lado. Vernon le cogió el brazo para hacerle retroceder. Él se soltó y dio otro paso.
—Arderás en el infierno, Hauser —bramó Broadbent.
Hauser sonrió con simpatía y levantó la boca de su rifle. Tom desvió la mirada.