Tom ya había cruzado la mitad de la meseta cuando oyó el fuego entrecortado del arma de Hauser. Corrió instintivamente hacia el sonido, temiendo lo que podía significar, apartando helechos y lianas, saltando troncos caídos, trepando muros derruidos. Oyó la segunda y la tercera ráfagas de disparos, más cerca y más hacia su derecha. Giró hacia ellas, esperando de algún modo defender a sus hermanos y a su padre. Tenía un machete, con él había matado un jaguar y una anaconda, ¿por qué no a Hauser?
Salió inesperadamente del follaje a la luz del sol: a cincuenta pasos estaba el borde del precipicio, una caída a pico de más de kilómetro y medio que desaparecía en un oscuro remolino de niebla y sombras. Se detuvo al borde del gran abismo. Miró a la derecha y vio la curva catenaria del puente colgante suspendido sobre el cañón, que se balanceaba con suavidad en las corrientes ascendentes de aire.
Oyó más disparos a su espalda y entrevió movimiento. Vernon y Philip salieron de los árboles que había más allá del puente, sosteniendo a su padre y corriendo con toda su alma. Borabay apareció un poco más atrás y los alcanzó. Una ráfaga de fuego pasó junto a ellos, arrancando las cabezas de los helechos que tenían a sus espaldas, y Tom se dio cuenta demasiado tarde de que él también estaba atrapado. Corrió hacia ellos cuando salió otra ráfaga de disparos de los árboles. Vio a Hauser varios cientos de metros más atrás, disparando a la izquierda de ellos para obligarlos a dirigirse al borde del precipicio y al puente. Siguió corriendo y llegó a la cabeza del puente al mismo tiempo que los demás. Se detuvieron y se agacharon. Tom vio que los soldados del otro lado del puente, advertidos por el fuego, ya habían ocupado sus puestos y les impedían huir.
—Hauser está tratando de hacernos salir por el puente —gritó Philip.
Otra ráfaga de disparos arrancó varias hojas de una rama sobre sus cabezas.
—¡No nos queda otra elección! —exclamó Tom.
Al cabo de un momento corrían por el oscilante puente, medio llevando medio arrastrando a su padre. Los soldados del otro extremo se arrodillaron y, apuntando sus armas, les bloquearon la salida.
—Seguid andando —gritó Tom.
Habían recorrido una tercera parte del puente cuando los soldados que tenían ante ellos dispararon una cerrada descarga de advertencia sobre sus cabezas. En ese momento sonó una voz a sus espaldas. Tom se volvió. En el otro extremo del puente Hauser y varios soldados les bloqueaban la retirada.
Estaban atrapados entre unos y otros, los cinco.
Los soldados dispararon una segunda ráfaga, esta vez más baja. Tom alcanzó a oír el silbido de las balas sobre sus cabezas. Habían llegado a la mitad del puente, y éste empezaba a balancearse y zangolotearse con su movimiento. Tom miró hacia atrás y hacia delante. Se detuvieron. No podían hacer nada más. Estaban acabados.
—No os mováis —gritó Hauser, acercándose por el puente sonriente.
Tom miró a su padre. Miraba a Hauser con miedo y odio. Su expresión le asustó aún más que la situación en la que se encontraban.
Hauser se detuvo a cien pasos de ellos y recuperó el equilibrio en el puente que se balanceaba.
—Vaya, vaya —dijo—. Pero si son el viejo Max y sus tres hijos. Una bonita reunión familiar.