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Los cuatro hermanos y su padre descansaban a la sombra de un saliente de piedra que había a un lado de la puerta de la tumba. Habían dado cuenta de casi toda la comida, y Tom pasó la cantimplora de agua. Quería decir tantas cosas a su padre, y estaba seguro de que sus hermanos se sentían como él…, y sin embargo, después del inicial arrebato de hablar, todos habían guardado silencio. Por alguna razón les bastaba con estar juntos. La cantimplora circuló con un gorgoteo a medida que bebían y terminó de nuevo en las manos de Tom. Enroscó el tapón y se la guardó en su pequeña mochila.

Maxwell Broadbent habló por fin.

—De modo que Marcus Hauser está ahí fuera, buscando mi tumba para saquearla. —Sacudió la cabeza—. Qué mundo este.

—Lo siento —volvió a decir Philip.

—La culpa es mía —dijo Broadbent—. No te disculpes más. Yo tengo la culpa de todo.

Eso era una novedad, pensó Tom. Maxwell Broadbent admitiendo que se había equivocado. Parecía el mismo anciano de maneras bruscas, pero había cambiado. Era evidente que había cambiado.

—Ahora mismo solo quiero una cosa y es que mis cuatro hijos salgan de aquí con vida. Voy a ser una carga para ustedes. Déjenme aquí y cuidaré de mí mismo. Recibiré a Hauser de una forma que nunca olvidará.

—¿Cómo? —exclamó Philip—. ¿Después de todo lo que hemos hecho para rescatarte? —Estaba sinceramente indignado.

—Vamos. Voy a morir dentro de un par de meses de todos modos. Dejen que me encargue de Hauser mientras ustedes escapan.

Philip se levantó furioso.

—Padre, no hemos venido hasta aquí para abandonarte a la merced de Hauser.

—No soy un motivo de peso para poner en peligro sus vidas.

—No vamos sin ti —dijo Borabay—. Viento sopla del este, trae tormenta esta noche. Esperamos aquí hasta la noche, luego marchamos. Cruzaremos puente durante tormenta.

Broadbent exhaló y se secó la cara.

Philip carraspeó.

—¿Padre?

—Sí, hijo.

—No quiero sacar un tema inoportuno, pero ¿qué vamos a hacer con las cosas de tu tumba?

Tom pensó inmediatamente en el códice. Tenía que rescatarlo también, no solo por él, sino por Sally y por el mundo.

Broadbent miró el suelo un momento antes de hablar.

—No había pensado en ello. Ya no me parece importante. Pero me alegro de que lo hayas sacado a colación, Philip. Supongo que deberíamos coger el Lippi y todo lo que sea fácil de llevar. Al menos arrebataremos unas pocas cosas de las manos de ese cabrón avaricioso. Me mata pensar que va a quedarse con casi todo, pero supongo que es inevitable.

—Cuando hayamos salido de aquí lo denunciaremos al FBI, a la Interpol…

—Hauser se saldrá con la suya, Philip, y lo sabes. Lo que me recuerda que hay algo extraño en las cajas de la tumba, algo que me ha tenido muy intrigado. Por mucho que aborrezco volver a entrar en ella, hay algo que debo comprobar.

—Te ayudaré —dijo Philip levantándose de un salto.

—No. Debo hacerlo solo. Dame una antorcha, Borabay.

Borabay encendió un puñado de cañas y se la dio a su padre.

El anciano desapareció por la puerta y Tom vio cómo el halo amarillo se movía por la tumba entre las cajas. Les llegó la voz retumbante de Maxwell Broadbent:

—Sabe Dios por qué toda esta basura era tan importante para mí.

La luz se adentró aún más en la oscuridad y desapareció.

Philip se levantó y caminó en círculo para estirar las piernas. Encendió su pipa.

—No soporto pensar en que el Lippi caiga en manos de Hauser.

Una voz fría y divertida llegó flotando hasta ellos:

—¡Eh! ¿Alguien ha mencionado mi nombre?