54

Los despertó la alegre voz de Borabay. Se había hecho de noche y el aire era más fresco, y el olor de carne asada flotaba a través de la cabaña.

—¡A cenar!

Tom y Sally se vistieron y salieron de la cabaña, sintiéndose incómodos. El cielo estaba resplandeciente de estrellas, y la gran Vía Láctea trazaba un arco semejante a un río de luz sobre sus cabezas. Tom nunca había visto una noche tan negra ni la Vía Láctea tan brillante.

Borabay estaba sentado junto al fuego, dando la vuelta a unos pinchos de carne mientras hacía agujeros en una calabaza seca y cortaba una ranura en un extremo. Cuando terminó, se la llevó a los labios y sopló. Se elevó una dulce nota baja, seguida de otra y otra. Se detuvo sonriendo.

—¿Quieren escuchar música?

Empezó a tocar, y las notas errantes compusieron una melodía evocadora. La selva calló mientras los sonidos puros y limpios brotaban de la calabaza, esta vez más deprisa, elevándose y cayendo, con carrerillas de notas tan nítidas y apresuradas como un arroyo de la montaña. Había momentos de silencio en los que la melodía quedaba suspendida en el aire que los rodeaba, y a continuación se reanudaba. Terminó con una serie de notas bajas tan fantasmales como el gemido del viento en una cueva.

Cuando dejó de tocar, el silencio se prolongó varios minutos. Poco a poco los ruidos de la selva empezaron a ocupar el espacio que había dejado libre la melodía.

—Qué hermoso —dijo Sally.

—Debes de haber heredado ese don de tu madre —dijo Vernon—. Padre no tenía oído.

—Sí. Mi madre canta muy bonito.

—Tuviste suerte —dijo Vernon—. Nosotros casi no conocimos a nuestras madres.

—¿Vosotros no ttenéis misma madre?

—No. Cada uno tuvimos una distinta. Padre nos crio prácticamente solo.

Borabay abrió mucho los ojos.

—No comprendo.

—Cuando hay un divorcio… —Tom se detuvo—. Bueno, a veces uno de los padres se queda con los hijos y el otro desaparece.

Borabay sacudió la cabeza.

—Muy extraño. Yo lamento no tener padre. —Se volvió hacia los pinchos de carne—. Decirme cómo es crecer con padre.

Philip rio ásperamente.

—Dios mío, ¿por dónde empezar? De niño me daba miedo.

—Amaba la belleza —terció Vernon—. Tanto que a veces lloraba frente a un cuadro o una estatua bonita.

Philip soltó otro resoplido sarcástico.

—Sí, lloraba porque no podía tenerlo. Quería poseer la belleza. La quería para él. Mujeres, cuadros, lo que fuera. Si era hermoso lo quería.

—Eso es expresarlo con bastante crudeza —dijo Tom—. No hay nada malo en amar la belleza. El mundo puede ser un lugar muy feo. Él amaba el arte por sí mismo, no porque estuviera de moda o le diera dinero.

—No vivía la vida de acuerdo con las reglas de las otras personas —dijo Vernon—. Era un escéptico. Marchaba al ritmo de otro tambor.

Philip hizo un ademán.

—¿Marchaba al ritmo de otro tambor? No Vernon, golpeó al tipo del tambor en la cabeza, se lo arrebató y encabezó él mismo el desfile. Esa fue su forma de abordar la vida.

—¿Qué hacéis vosotros con él?

—Le encantaba llevarnos de acampada —dijo Vernon.

Philip se recostó y soltó una carcajada.

—Acampadas horribles bajo la lluvia y con mosquitos, durante las cuales nos embrutecía con trabajos.

—Yo pesqué mi primer pez en una de esas excursiones —dijo Vernon.

—Yo también —dijo Tom.

—¿Acampada? ¿Qué es acampada?

Pero la conversación había dejado atrás a Borabay.

—Padre necesitaba huir de la civilización para simplificar su existencia. Porque era una persona tan complicada que necesitaba crear simplicidad alrededor de él, y lo hacía yendo a pescar. Le encantaba pescar con mosca.

Philip se mofó.

—Pescar, junto con la comunión, es tal vez la actividad más necia conocida por el hombre.

—Ese comentario es ofensivo —dijo Tom—, aun viniendo de ti.

—¡Vamos, Tom! ¡No me digas que con los años has aceptado esas chorradas! Eso y el camino multiplicado por ocho de Vernon. ¿De dónde ha salido toda esa religiosidad? Por lo menos padre era ateo. Eso es algo que te favorece, Borabay. Padre nació católico, pero se convirtió en un ateo sensato, equilibrado y firme.

—En el mundo hay muchas más cosas que tus trajes de Armani, Philip —dijo Vernon.

—Es cierto —dijo Philip—, siempre está Ralph Lauren.

—¡Un momento! —gritó Borabay—. Todos habláis a la vez. Yo no comprendo.

—Nos has puesto en marcha con esa pregunta —dijo Philip, todavía riendo—. ¿Quieres más?

—Sí. ¿Cómo sois vosotros como hijos? —preguntó Borabay.

Philip dejó de reír. Más allá de la luz del fuego la selva crujió.

—No estoy seguro de qué quieres decir —dijo Tom.

—Vosotros decís qué clase de padre es él para vosotros —dijo Borabay—. Ahora pregunto qué clase de hijos sois vosotros para él.

—Éramos buenos hijos —dijo Vernon—. Tratábamos de cumplir el programa. Hacíamos todo lo que él quería. Obedecíamos sus reglas, le dábamos un maldito concierto musical cada domingo, íbamos a todas nuestras clases y tratábamos de ganar los partidos que jugábamos, con escasos resultados tal vez, pero lo intentábamos.

—Vosotros hacéis lo que él pide, pero ¿qué hacéis que él no pide? ¿Ayudáis a cazar? ¿Ayudáis a poner tejado en casa después de tormenta? ¿Construís canoa con él? ¿Ayudáis cuando está enfermo?

Tom tuvo de pronto la sensación de que Borabay les tendía una trampa. A eso había querido llegar todo el tiempo. Se preguntó qué había dicho Max Broadbent a su hijo mayor el último mes de su vida.

—Padre contrataba a gente para que hicieran todas esas cosas —dijo Philip—. Tenía jardinero, cocinero, una señora que limpiaba la casa, gente que arreglaba el tejado. Y una enfermera. En América compras lo que necesitas.

—No se refiere a eso —dijo Vernon—. Quiere saber qué hicimos por él cuando cayó enfermo.

Tom sintió que se ruborizaba.

—Cuando padre enferma de cáncer, ¿qué hacéis vosotros? ¿Vais a casa de padre? ¿Estáis con él?

—Borabay —dijo Philip con voz estridente—, habría sido totalmente inútil imponerle nuestra presencia. No habría querido que lo hiciéramos.

—¿Vosotros dejáis que desconocido cuide de padre enfermo?

—No voy a permitir que sermoneen, ni tú ni nadie, sobre mis deberes como hijo —exclamó Philip.

—Yo no sermoneo. Solo hago pregunta sencilla.

—La respuesta es sí. Dejamos que un desconocido cuidara de padre. Nos había hecho la vida imposible de niños y estábamos deseando escapar de él. Eso es lo que ocurre cuando eres un mal padre, tus hijos te abandonan. Se van, huyen. ¡Están impacientes para alejarse de ti!

Borabay se levantó.

—El vuestro padre, bueno o malo. Él daros de comer, protegeros, educaros. Él crea a vosotros.

Philip se levantó a su vez, furioso.

—¿Es así como llamas a la vil erupción de fluido corporal? ¿Crearnos? Fuimos accidentes, cada uno de nosotros. ¿Qué clase de padre separa a unos niños de su madre? ¿Qué clase de padre los educa como si fueran una especie de experimento para crear un genio? ¿Quién los arrastra hasta la selva para que se mueran?

Borabay dio un puñetazo a Philip. Ocurrió tan deprisa que pareció que este desaparecía hacia atrás en la oscuridad. Borabay se quedó allí, metro y medio de furia pintada, abriendo y cerrando los puños. Philip se incorporó hasta quedar sentado en el suelo más allá del fuego y tosió.

—Uf. —Escupió. Tenía el labio ensangrentado y se le hinchaba por momentos.

Borabay lo miró fijamente, respirando pesadamente.

Philip se limpió la cara, y a continuación sonrió de oreja a oreja.

—Vaya, vaya. El hermano mayor por fin afirma su lugar en la familia.

—Tú no hablas así de padre.

—Hablaré de él como me dé la gana y ningún salvaje analfabeto me hará cambiar de opinión.

Borabay cerró los puños pero no hizo ademán de avanzar hacia él.

Vernon ayudó a Philip a levantarse. Éste se llevó una mano al labio, pero tenía una expresión triunfal. Borabay se quedó de pie indeciso, como si se diera cuenta de que había cometido un error, que al golpear a su hermano había perdido de algún modo la discusión.

—Está bien —dijo Sally—. Basta de hablar de Maxwell Broadbent. No podemos permitirnos pelear en un momento así y todos lo saben.

Miró a Borabay.

—Parece que la cena se ha quemado.

Borabay retiró en silencio los pinchos ennegrecidos y empezó a distribuirlos sobre hojas.

La severa frase de Philip resonaba aún en los oídos de Tom: «Eso es lo que pasa cuando eres un mal padre…, tus hijos te abandonan». Y se preguntó: ¿Era eso lo que habían hecho?