Vernon levantó la vista hacia el enorme dosel que formaba un arco sobre su cabeza y advirtió que se hacía de noche sobre el pantano Meambar. Con la noche llegaron el zumbido de insectos y un humeante efluvio de putrefacción que se elevaba de las trémulas hectáreas de barro que los rodeaban, flotando como gas venenoso entre los gigantes troncos de los árboles. De alguna parte en lo más profundo del pantano llegó el aullido lejano de un animal, seguido por el rugido de un jaguar.
Era la segunda noche seguida que no encontraban un rincón en tierra firme donde acampar. En lugar de ello habían atado la canoa bajo un grupo de bromelias gigantes con la esperanza de que sus hojas los protegieran de la lluvia constante. Lejos de hacerlo, las hojas canalizaban la lluvia en torrentes que era imposible esquivar.
El maestro estaba tumbado bajo la lluvia en el suelo de la canoa, acurrucado junto al montón de provisiones, envuelto en una manta mojada y tiritando a pesar del calor sofocante. La nube de mosquitos que los envolvía era especialmente densa alrededor de su rostro. Vernon los veía moverse alrededor de su boca y de sus ojos. Le roció más repelente en la cara, pero era inútil. Si no lo disolvía la lluvia lo hacía el sudor.
Levantó la vista. Los dos guías estaban en la parte delantera de la embarcación, bebiendo y jugando a las cartas a la luz de una linterna. Apenas habían estado un momento sobrios desde que habían emprendido el viaje, y Vernon se quedó horrorizado al descubrir que una de las garrafas de plástico de cuarenta litros que había creído llena de agua era en realidad aguardiente casero.
Se encorvó, balanceándose y abrazándose. Aun no se había hecho del todo oscuro: la noche parecía llegar muy despacio. En el pantano no había atardecer. La luz cambiaba de verde a azul, morado y finalmente negro. Al amanecer era al revés. Ni siquiera los días soleados veían el sol, solo una profunda penumbra verde. Estaba desesperado por un poco de luz, un soplo de aire puro.
Al cabo de cuatro días de deambular por el pantano, los guías habían admitido por fin que estaban perdidos, que tenían que dar media vuelta. Y habían dado la vuelta a los botes. Pero solo parecían adentrarse aún más en el pantano. Ese sin duda no era el camino por el que habían venido. Era imposible hablar con ellos; aunque Vernon hablaba español bastante bien y los guías sabían un poco de inglés, a menudo estaban demasiado borrachos para hablar cualquier idioma. Los días pasados, cuanto más perdidos habían parecido estar, más a voz en grito lo habían negado ellos y más habían bebido. Luego el maestro había caído enfermo.
Vernon oyó una maldición en la parte delantera. Uno de los guías arrojó las cartas y se levantó tambaleándose, con el rifle en la mano. El bote osciló.
—¡Cabrón! —El otro se había puesto en pie inseguro y había cogido un machete.
—¡Basta! —gritó Vernon, pero como siempre lo ignoraron. Maldijeron y se enzarzaron en una pelea ebria; el rifle se disparó sin causar daños, hubo más gruñidos y movimiento de pies, y luego los dos guías, que no tenían peor aspecto a causa del altercado, volvieron a acomodarse, recogieron sus cartas desparramadas y las repartieron de nuevo como si no hubiera pasado nada.
—¿Qué ha sido ese disparo? —preguntó el maestro con retraso, abriendo los ojos.
—Nada —respondió Vernon—. Han vuelto a beber.
El maestro se estremeció y se tapó mejor con la manta.
—Deberías quitarles esa arma.
Vernon no dijo nada. Sería estúpido tratar de quitarles esa arma aunque estuvieran ebrios. Sobre todo si estaban ebrios.
—Los mosquitos —susurró el maestro con voz temblorosa.
Vernon se roció las manos de repelente y las pasó con delicadeza por la cara y alrededor del cuello del maestro. Éste suspiró aliviado, tuvo un escalofrío y cerró los ojos.
Vernon se cerró la camisa mojada sintiendo en la espalda la recia lluvia, escuchando los sonidos de la selva, los extraños gritos de apareamiento y violencia. Pensó en la muerte. Parecía que la pregunta cuya respuesta llevaba buscando toda la vida estaba a punto de desvelarse, de una forma inesperada y bastante horrible.