10

Charlie Hernández estaba agotado. El funeral había sido largo y el sepelio aún más largo. Todavía notaba el polvo de la tierra en la mano derecha. Siempre era un infierno que enterraran a uno de los suyos, por no hablar de dos. Y todavía tenía un tribunal ante el que comparecer y medio turno que terminar. Echó un vistazo a su compañero, Willson, ocupado en poner al día el trabajo administrativo. Un tipo listo; lástima que tuviera la letra de un párvulo.

Sonó el interfono.

—Dos personas quieren ver a, hummm, Barnaby y Fenton —dijo Doreen.

Dios, justo lo que necesitaba.

—¿Sobre qué?

—No lo han dicho. Se niegan a hablar con nadie que no sea Barnaby y Fenton.

Suspiró hondo.

—Que pasen.

Willson había dejado de escribir y levantó la vista.

—¿Quieres que…?

—Quédate.

Aparecieron en el umbral: una rubia despampanante y un tipo alto con botas de cowboy. Hernández gruñó, se irguió en su silla, se pasó una mano por el pelo.

—Siéntense.

—Estamos aquí para ver al teniente Barnaby, no…

—Sé a quién quieren ver. Por favor, tomen asiento.

Ellos se sentaron de mala gana.

—Soy el agente Hernández —dijo, dirigiéndose a la rubia—. ¿Puedo preguntarles qué asunto quieren tratar con el agente Barnaby? —Habló con el estudiado tono del burócrata, lento, imperturbable y rotundo.

—Preferiríamos tratarlo directamente con él —dijo el hombre.

—No pueden.

—¿Por qué no? —El hombre se acaloró.

—Porque ha fallecido.

Le sostuvieron la mirada.

—¿Cómo?

Dios, Hernández se sentía cansado. Barnaby había sido un buen hombre. Qué gran pérdida.

—Un accidente de coche. —Suspiró—. Tal vez si me dijeran quiénes son ustedes y en qué puedo ayudarles…

Ellos se miraron.

—Soy Tom Broadbent —dijo el hombre— y hace unos diez días el teniente Barnaby investigó un posible robo en nuestra casa, junto a la vieja ruta de Santa Fe. Barnaby atendió la llamada y quería saber si hizo un informe.

Hernández miró a Willson.

—No hizo ningún informe —dijo Willson.

—¿Dijo algo?

—Dijo que había sido una especie de malentendido, que el señor Broadbent había trasladado varias obras de arte y que sus hijos habían creído erróneamente que las habían robado. Como le explique a su hermano la semana pasada, no se había cometido ningún delito, de modo que no hubo motivos para abrir un expediente.

—¿Mi hermano? ¿Cuál de ellos?

—Vernon.

—Ya.

—¿Podemos hablar con su compañero, Fenton?

—Él también murió en el accidente.

—¿Qué pasó?

—Su coche se salió de la carretera de Ski Basin, en la Curva de la Monja.

—Lo siento.

—Nosotros también.

—¿De modo que no hay ningún informe ni nada sobre la investigación que se llevó a cabo en la casa de los Broadbent?

—Nada.

Hubo un silencio, luego Hernández añadió:

—Si puedo hacer algo más por ustedes…