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La etiqueta de la carpeta decía simplemente: «6 desaparecidos». Contenía un único recorte del Los Angeles Times y varias notas, nombres y números de teléfono manuscritos en la parte interior, como era costumbre en McCaleb. Sentí que la carpeta era importante antes incluso de leer la historia o de comprender el significado de algunas de las notas. Lo que desencadenó esta respuesta fue la fecha en la solapa. McCaleb había anotado sus ideas en la carpeta en cuatro ocasiones distintas, empezando el 7 de enero y terminando el 28 de febrero del presente año. Un mes más tarde, el 31 de marzo, estaría muerto. Aquellas notas y aquellas fechas eran las más recientes que había encontrado en ninguna de las carpetas que había revisado. Sabía que estaba contemplando la que probablemente había sido la última investigación de Terry. Su último caso, su última obsesión. Todavía quedaban carpetas por mirar, pero con esta tuve una corazonada y empecé con ella.

El artículo lo había escrito una periodista que conocía. Keisha Russell llevaba al menos diez años trabajando en la sección de sucesos policiales del Times, y era buena. También era precisa y justa. Había estado a la altura de todos los tratos que había hecho con ella a lo largo de los años que estuve en el departamento, y se había arriesgado para hacerme un favor el año anterior, cuando yo ya no estaba en el departamento y las cosas se torcieron en mi primer caso privado.

En resumen, me sentía cómodo tomando todo lo que ella escribía como un hecho. Empecé a leer.

EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO

¿Están relacionadas las desapariciones en Nevada de dos hombres de Los Ángeles con otras cuatro?

por Keisha Russell, de la redacción del Times

Las misteriosas desapariciones de al menos seis hombres —entre ellos dos ciudadanos de Los Ángeles— de centros de juego de Nevada ha llevado a los investigadores a buscar un eslabón perdido entre ellos.

Los detectives de la policía metropolitana de Las Vegas afirmaron el martes que pese a que los hombres no se conocían entre sí, procedían de lugares diversos y tenían historias dispares, no se descarta la existencia de un punto en común entre ellos que podría ser la clave del misterio.

Las desapariciones de los hombres, cuyas edades oscilaban entre los 29 y los 61 años, fueron denunciadas por sus familiares en el transcurso de los últimos tres años. Cuatro de ellos fueron vistos por última vez en Las Vegas, donde la policía dirige la investigación, y dos desaparecieron en viajes entre Laughlin y Primm. Ninguno de los hombres dejó indicación alguna en sus habitaciones de hotel, vehículos u hogares acerca de adónde iba ni pista alguna para saber qué fue de él.

«En este punto es un misterio —dijo el detective Todd Ritz, de la unidad de personas desaparecidas de la policía de Las Vegas—. La gente desaparece de aquí y de todas partes en cualquier momento, pero por lo general aparece después, viva o muerta. Y suele haber una explicación. Con estos tipos no hay nada. Es como si se los hubiera tragado la tierra».

No obstante, Ritz y otros detectives están seguros de que existe una explicación y apelan a la colaboración ciudadana para encontrarla. La semana pasada, los detectives de Las Vegas, Laughlin y Primm, se reunieron en las dependencias de la policía metropolitana para comparar notas y establecer una estrategia de investigación. También hicieron público el caso, con la esperanza de que las fotografías de los hombres y sus historias originaran información nueva de la ciudadanía. El martes, una semana después, Ritz señaló que apenas habían recibido información útil.

«Tiene que haber alguien que sepa algo o que viera u oyera algo —declaró Ritz en una entrevista telefónica—. Seis tipos no desaparecen sin que nadie sepa nada. Necesitamos que alguien dé un paso adelante».

Como explicó Ritz, los casos de personas desaparecidas son numerosos. El hecho de que estos seis hombres fueran a Nevada por negocios o placer y que nunca regresaran a sus domicilios hace que el caso sea diferente.

La publicidad llega en un momento en que Las Vegas está redefiniendo una vez más su imagen. Ya ha pasado la estrategia de marketing que vendía la ciudad de neón como un destino familiar. El pecado ha vuelto. En los últimos tres años numerosos clubes donde actúan bailarinas desnudas o semidesnudas han recibido licencia, y muchos de los casinos del legendario Strip han producido espectáculos exclusivamente para adultos. Se han erigido vallas publicitarias con desnudos que han atraído la ira de algunos activistas de la comunidad. Todo ello ha contribuido a cambiar la fisonomía de la ciudad. Una vez más está siendo publicitada como un lugar de ocio para adultos al que acudir dejando a los niños en casa.

Como apuntan las recientes refriegas suscitadas por las vallas publicitarias, el cambio no ha sentado bien a todo el mundo y son muchos los que especulan con que la desaparición de estos seis viajeros podría de algún modo estar relacionada con el retorno de la ciudad a un clima de tolerancia absoluta.

«Afrontémoslo —dijo Ernie Gelson, columnista del Las Vegas Sun—, lo intentaron con la diversión para toda la familia y no funcionó. La ciudad ha vuelto a lo que funciona. Y lo que funciona es lo que da dinero. Ahora bien, ¿es ese el eslabón perdido que relaciona a estos seis individuos? No lo sé. Quizá nunca lo sabremos».

Aun así, Gelson no se siente cómodo saltando a una conclusión que vincularía a los hombres desaparecidos con el cambio de imagen de Las Vegas.

«En primer lugar, hay que recordar que no todos ellos desaparecieron de Las Vegas —dijo—. En segundo lugar, en este momento no hay suficientes datos que sostengan ninguna hipótesis. Creo que hemos de sentarnos y esperar a que se resuelva el misterio antes de subirnos a ningún carro».

Los hombres desaparecidos son:

—Gordon Stanley, 41, de Los Ángeles, desaparecido desde el 17 de mayo de 2001. Se registró en el hotel y casino Mandalay Bay de Las Vegas, pero no llegó a dormir en esa cama y su maleta no llegó a deshacerse. Está casado y tiene dos hijos.

—John Edward Dunn, 39, de Ottawa, Canadá, que viajaba desde su residencia a Los Ángeles en unas vacaciones. Nunca llegó a su pretendido destino, la casa de su hermano en Granada Hills. La autocaravana de nueve metros de Dunn fue hallada el 29 de diciembre de 2001 en un parque de caravanas de Laughlin, 20 días después de su prevista llegada a Granada Hills.

—Lloyd Rockland, 61, desapareció de Las Vegas el 17 de junio de 2002. Su vuelo de Atlanta llegó al aeropuerto internacional McCarran a las 11 de la mañana. Alquiló un coche en Hertz, pero no llegó a registrarse en el MGM Grand, donde tenía una reserva. Su coche fue devuelto al centro de alquiler de vehículos de Hertz en el aeropuerto a las 14 horas del día siguiente, pero nadie parece recordar que fuera el padre de cuatro hijos y abuelo de tres nietos quien lo devolvió.

—Fenton Weeks, 29, de Dallas, Tejas. Su desaparición se denunció el 25 de enero de 2003, después de que no regresara de un viaje de negocios a Las Vegas. La policía determinó que se registró en el Golden Nugget, en el centro de Las Vegas, y el primer día asistió a una exposición de electrónica que se celebraba en el centro de convenciones de la ciudad; sin embargo, no asistió ni el segundo ni el tercer día. Su mujer denunció su desaparición. No tiene hijos.

—Joseph O’Leary, 55, de Berwyn, Pensilvania, desapareció el 15 de mayo del año pasado del Bellagio, donde se hospedaba con su esposa. Alice O’Leary dejó a su marido en el casino jugando al blackjack mientras ella se fue a pasar el día al balneario del hotel. Varias horas después su marido no había regresado a la suite.

La desaparición de O’Leary, corredor de bolsa, se denunció al día siguiente.

—Rogers Eberle, 40, de Los Ángeles, desapareció el 1 de noviembre, cuando disfrutaba de un día libre de su trabajo como diseñador gráfico en los estudios Disney de Burbank. Su coche se encontró en el aparcamiento exterior del casino Buffalo Bill de Primm, Nevada, justo en el límite con la frontera de California, en la interestatal 15.

Los detectives reconocieron que hay pocos indicios en la investigación. Apuntan al coche alquilado por Rockland como posiblemente la mejor pista de la que disponen. El vehículo fue devuelto 27 horas después de que fuera alquilado por el hombre desaparecido. Había recorrido 528 kilómetros en ese periodo, según los registros de Hertz. La persona que lo dejó en el centro de devolución del aeropuerto lo hizo sin esperar recibo y sin hablar con ningún empleado de Hertz.

«Simplemente entraron, salieron del coche y se fueron —dijo Ritz—. Nadie recuerda nada. Procesan alrededor de un millar de coches al día en ese centro. No hay cámaras ni más registro que el recibo del alquiler».

Y son esos 528 kilómetros los que interesan a Ritz y los otros detectives.

«Son muchos kilómetros —declaró el detective Peter Echerd, compañero de Ritz—. Ese coche podría haber ido a un montón de sitios. Imagine doscientos sesenta y cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta y tiene un enorme círculo para cubrir».

No obstante, los investigadores están tratando de hacer justamente eso, con la esperanza de que sus esfuerzos permitan descubrir una pista que reduzca el círculo y posiblemente conduzca a la solución del caso de los seis hombres de familia desaparecidos.

«Es duro —dijo Ritz—. Estos tipos tenían familias y estamos haciendo todo lo posible por ellos, pero por el momento tenemos muchas preguntas y ninguna respuesta».

El artículo estaba bien compuesto, con el característico método del Times de buscar un mayor significado en una historia que la historia en sí: en este caso, la especulación de que la desaparición de los seis hombres era sintomática de la última permutación de Las Vegas en patio de recreo para adultos. Me recordó una ocasión en la que estaba trabajando en un caso en el cual un hombre que era dueño de un garaje de automóviles desconectó el sistema hidráulico de un elevador y un Cadillac de tres toneladas cayó y aplastó a su compañero de muchos años que estaba debajo. Un periodista del Times llamó para interesarse por los detalles para un artículo y me preguntó si el asesinato era sintomático de los aprietos económicos que hacen que un socio se vuelva contra otro. Le dije que no, que creía que era sintomático de que a un tipo no le gustaba que su socio se tirara a su mujer.

Al margen de implicaciones más amplias, la historia era un anzuelo. Estaba claro. Yo había hecho lo mismo con la misma periodista en mi época en el departamento. Ritz estaba buscando información. Puesto que la mitad de los hombres desaparecidos o bien eran de Los Ángeles o bien se dirigían a Los Ángeles, por qué no llamar al Times, urdir un artículo con la periodista de sucesos y ver qué o quién surgía.

Uno de los que surgió fue Terry McCaleb. Obviamente leyó el artículo el 7 de enero, el día que se publicó, porque su primer conjunto de notas en la solapa de la carpeta estaban fechadas ese día. Las notas eran breves y crípticas. Encima de la solapa estaba el nombre de Ritz y un número de teléfono con el prefijo 702. Debajo de esto, McCaleb había escrito:

7-1

44 prom.

41-39-40

encontrar intersección

disrupción del ciclo - hay más

coche - 528

¿teoría del triángulo?

1 punto da 3

IM - comprobar desierto

9-1

devolver llamada - png

2-2

Hinton-702 259-4050

¿n/c historia?

28-2

Zzyzx - ¿posible? ¿cómo?

km

Escrito a lo largo del borde lateral de la carpeta había otros dos números de teléfono con el prefijo 702. Estos iban seguidos del nombre de William Bing.

Releí las notas y miré otra vez el recorte. Por primera vez me fijé en que McCaleb había marcado dos cosas del artículo de periódico, la mención de los 528 kilómetros y la palabra «círculo» en el comentario de Echerd acerca de que el círculo de la investigación tenía un radio de 264 kilómetros. No sabía por qué había marcado esos dos datos, pero conocía el significado de la mayoría de las notas de la solapa. Había pasado más de siete horas leyendo los archivos de McCaleb. Había visto anotación tras anotación en un archivo tras otro. El ex agente usaba unas siglas de su propia invención, pero resultaba descifrable porque en algunos archivos escribía por completo lo que decidía abreviar en otros.

Inmediatamente reconocible para mí era lo que quería decir con IM. Significaba «indudablemente muerto», una clasificación y conclusión que McCaleb hacía en una amplia mayoría de los casos de desaparecidos que revisó. También resultaba fácil de descifrar «png», que significaba «persona non grata», lo cual quería decir que la oferta de McCaleb para ayudar en la investigación no había sido bien recibida o no había sido escuchada en absoluto.

McCaleb también había visto algo significativo en las edades de los desaparecidos. Anotó una edad promedio y después escogió a tres de las víctimas porque se llevaban dos años y estaban muy próximos a la media. Me parecieron notas relacionadas con el perfil de la víctima, pero no había ningún perfil en la carpeta y no sabía si McCaleb había ido más allá de la etapa de toma de notas.

La referencia a «encontrar intersección» también parecía parte de este perfil. McCaleb se refería a la intersección geográfica y de estilo de vida de los seis hombres. Como había expuesto el artículo del Times, McCaleb trabajaba sobre la hipótesis de que tenía que haber algún nexo entre los hombres. Sí, eran de lugares tan distantes como Ottawa y Los Ángeles y no se conocían entre sí, pero tenía que haber un punto en el que de alguna manera se encontraran.

Sospechaba que la anotación «Disrupción del ciclo: hay más» era una referencia a la frecuencia de las desapariciones. Si alguien estaba secuestrando y matando a esos hombres, como McCaleb creía, lo normal era que existiera un ciclo temporal reconocible. Los asesinos en serie funcionan de esta manera en la mayoría de los casos, con violentos impulsos psicosexuales que van en aumento y después se mitigan tras un asesinato. McCaleb, al parecer, había establecido un ciclo y había encontrado agujeros en él: faltaban víctimas. Creía que había más de seis hombres desaparecidos.

Lo que más me desconcertaba de las notas era la referencia a la «teoría del triángulo» y la frase «1 punto da 3» escrita debajo. Era algo que no había visto en archivos anteriores y no sabía qué significaba. Estaba anotado en conjunción con referencias al coche y a los 528 kilómetros que se habían recorrido con él, pero cuantas más vueltas le daba, más desconcertado estaba. Era un código o un resumen de algo que desconocía. Me molestaba, pero no podía hacer nada al respecto con lo que sabía en ese momento.

La referencia del 9 de enero era de una llamada de Ritz. McCaleb probablemente había telefoneado y había dejado un mensaje y después el detective de Las Vegas le había devuelto la llamada, había escuchado su charla y tal vez su perfil y le había dicho que no le interesaba. No era ninguna sorpresa. Con frecuencia a los departamentos de policía locales no les gustaba el FBI. El choque de egos entre policías locales y FBI era una parte rutinaria del trabajo policial. Probablemente no iban a tratar de manera diferente a un agente federal retirado. Terry McCaleb era persona non grata.

Eso podría haber sido todo respecto a este archivo y este caso, pero después estaba la anotación del 2 de febrero. Un nombre y un número. Abrí el móvil y marqué el número, sin preocuparme por lo tarde que era. O temprano, según como se mirara. Me salió una grabación con una voz femenina.

«Soy Cindy Hinton, del Las Vegas Sun. No puedo atender su llamada ahora, pero es importante para mí. Por favor, deje su nombre y su número y le llamaré en cuanto pueda. Gracias».

Sonó un pitido y vacilé un instante, pues no sabía si quería establecer contacto todavía. Seguí adelante de todos modos.

—Ah, sí, hola, soy Harry Bosch. Soy investigador de Los Ángeles y me gustaría hablar con usted sobre Terry McCaleb.

Dejé el número de mi móvil y cerré el aparato, inseguro todavía de si había hecho el movimiento adecuado, pero pensando que el hecho de haber dejado un mensaje escueto y críptico era la mejor forma de proceder. Quizá conseguiría que me devolviera la llamada.

La última referencia en las notas era la más intrigante de todas. McCaleb había escrito Zzyzx y después se había preguntado si era posible y cómo. Tenía que ser una referencia a Zzyzx Road. Eso era un salto. Un salto gigantesco. McCaleb había recibido fotos de alguien que había vigilado y fotografiado a su familia. Esa misma persona había tomado fotografías en Zzyzx Road, cerca de la frontera entre California y Nevada. De alguna manera McCaleb veía un posible vínculo y se estaba preguntando a sí mismo si un misterio podía estar relacionado con el otro. ¿Podía haber puesto algo en movimiento al llamar a la policía de Las Vegas y ofrecer ayuda en el caso de los hombres desaparecidos? Era imposible responder a esas preguntas. Eso significaba que me faltaba algo. Me faltaba el puente, el elemento de información que permitía ese salto. McCaleb tenía que haber sabido algo que no estaba anotado en el archivo, pero que hacía que la posibilidad del vínculo le pareciera real.

Las últimas anotaciones a comprobar eran dos números de teléfono de Las Vegas escritos en el margen de la carpeta junto con el nombre de William Bing. Abrí otra vez el móvil y marqué el primer número. La llamada fue recibida por una voz grabada que anunció que había llamado al hotel y casino Mandalay Bay. Colgué cuando la voz empezó a enumerar una serie de opciones entre las que podía elegir.

El segundo número iba seguido del nombre. Lo marqué en el teléfono y me preparé para despertar a William Bing y preguntarle cuál era su relación con Terry McCaleb, pero al cabo de varios tonos contestó una mujer.

—Las Vegas Memorial Medical Center, ¿cómo quiere que dirija su llamada?

No esperaba eso. Para ganar algo de tiempo mientras pensaba qué hacer, le pedí la dirección del hospital. Cuando terminó de darme la dirección en Blue Diamond Road se me había ocurrido una pregunta válida.

—¿Hay en el equipo médico un doctor llamado William Bing?

Después de un momento la respuesta fue negativa.

—¿Tienen algún empleado llamado William Bing?

—No, señor.

—¿Y un paciente?

Hubo una pausa mientras la mujer consultaba el ordenador.

—No, actualmente no.

—¿Con anterioridad tuvieron un paciente llamado William Bing?

—No tengo acceso a esa información, señor.

Le di las gracias y colgué el teléfono.

Pensé un momento en los dos últimos números de las notas de McCaleb. Mi conclusión era simple. Terry McCaleb era receptor de un trasplante de corazón. Si tenía que viajar a otra ciudad necesitaría saber adónde ir y por quién preguntar en caso de que tuviera una emergencia o un problema médico. Mi suposición era que McCaleb había llamado a información para obtener los dos números anotados en la carpeta. Después había hecho una reserva en el Mandalay Bay y había contactado con un hospital local como medida de precaución. El hecho de que no hubiera ningún William Bing en el equipo del Las Vegas Memorial Medical Center no impedía que pudiera haber un cardiólogo que atendiera a sus pacientes allí.

Abrí el teléfono, miré la hora en la pantallita y llamé a Graciela de todos modos. Ella respondió deprisa, con la voz alerta, aunque supe que la había despertado.

—Graciela, perdone que la llame tan tarde. Tengo unas preguntas más.

—¿Puedo responderlas mañana?

—Sólo dígame si Terry fue a Las Vegas en el mes antes de morir.

—¿A Las Vegas? No lo sé. ¿Por qué?

—¿Qué quiere decir con que no lo sabe? Era su marido.

—Le he dicho que estábamos… separados. Él se quedaba en el barco. Sé que fue varias veces al continente, pero no tendría forma de saber si fue a Las Vegas desde allí a no ser que él me lo dijera, y no me lo dijo.

—¿Y facturas de tarjeta de crédito, registros de llamadas telefónicas, retirada de fondos en cajeros, cosas así?

—Los pagué, pero no recuerdo nada de eso, ni un hotel ni nada por el estilo.

—¿Conserva esos registros?

—Claro. Los tengo por casa. Probablemente ya los he empaquetado.

—Encuéntrelos y pasaré a buscarlos por la mañana.

—Ya estoy en la cama.

—Pues búsquelos por la mañana. A primera hora. Es importante, Graciela.

—Muy bien, lo haré. Y mire, lo único que puedo decirle es que cuando Terry iba al continente se llevaba el barco para tener un sitio donde dormir mientras estaba allí. Si iba a cruzar, pero no iba a estar en Los Ángeles o iba a estar en el Cedars para hacerse pruebas o algo, tomaba el ferry porque de otro modo se gastaba demasiado en gasoil.

—Entiendo.

—Bueno, hizo un viaje en el último mes. Creo que se fue tres días. Tres días y dos noches. Fue en el ferry. Eso significa que o bien cruzó e iba a otro sitio o bien al hospital. Y estoy convencida de que no fue al hospital. Creo que me lo habría dicho y de todos modos conozco a todo el mundo en cardiología del Cedars. Me habrían contado que estaba allí y qué estaba pasando. Tengo espías en ese sitio.

—Vale, Graciela, eso está bien. Ayuda. ¿Recuerda cuándo fue eso exactamente?

—No exactamente. Fue a final de febrero, creo. Quizá los dos primeros días de marzo. Recuerdo que era época de facturas. Lo llamé al móvil para hablar de dinero y me dijo que estaba en el continente. No dijo dónde, sólo que estaba allí y que volvería en un par de días. Seguro que estaba conduciendo cuando hablamos. Y sabía que no había cogido el barco porque estaba viéndolo desde la terraza mientras hablábamos.

—¿Por qué lo llamó, recuerda?

—Sí, había facturas que pagar y no sabía si se había llevado algunas cosas al barco en febrero. Los cargos de la tarjeta de crédito los mandaban directamente aquí, pero Terry tenía la mala costumbre de andar con cheques nominativos y efectivo de los clientes en la cartera. Cuando murió y recuperé su billetera, llevaba tres cheques de novecientos dólares que no había ingresado en dos semanas. No era muy bueno en los negocios.

Lo dijo como si fuera una de las cualidades encantadoras y graciosas de su marido, aunque estaba convencido de que en vida de Terry ella no se reía de esos descuidos.

—Un par de cosas más —dije—. ¿Sabe si tenía la costumbre de llamar a un hospital en una ciudad que iba a visitar? En otras palabras, si iba a ir a Las Vegas habría llamado antes a un hospital local por si necesitaba algo.

Hubo una pausa antes de que ella respondiera.

—No, no me suena como algo que él pudiera hacer. ¿Está diciendo que lo hizo?

—No lo sé. Encontré un número de teléfono en una de esas carpetas. Y un nombre. El teléfono era del Vegas Memorial y estoy tratando de entender por qué iba a llamar allí.

—El Vegas Memorial tiene un programa de trasplantes, eso lo sé. Pero no sé por qué iba a llamar allí.

—Y el nombre de William Bing, ¿lo conoce? ¿Puede ser algún médico que le recomendaran?

—No lo sé… Me suena el nombre, pero no lo sitúo. Podría ser un médico. Puede que me suene de eso.

Esperé un momento para ver si lo recordaba, pero no lo hizo. Seguí insistiendo.

—Bueno, una última cosa, ¿dónde está el coche de Terry?

—Debería estar en el puerto de Cabrillo. Es un viejo Jeep Cherokee. En el llavero que le di hay una llave. Buddy también tiene una porque a veces lo usa. Lo cuida para nosotros, bueno, ahora para mí.

—Vale, voy a echarle un vistazo mañana por la mañana, así que tendré que quedarme la llave. ¿Sabe a qué hora sale el primer ferry?

—A las nueve y cuarto.

—¿Podemos vernos a las siete y media o las ocho en su casa? Quiero llevarme esos extractos y también mostrarle un par de cosas. No tardaré mucho, y después cogeré el primer ferry.

—Um, quedemos a las ocho. A esa hora ya debería haber vuelto. Normalmente llevo a Raymond a la escuela y a CiCi a la guardería.

—Perfecto. Hasta mañana a las ocho.

Terminamos la conversación e inmediatamente llamé a Buddy Lockridge. Lo desperté una vez más.

—Buddy, soy yo otra vez.

Refunfuñó.

—¿Terry fue a Las Vegas el mes antes de su muerte? ¿Alrededor del uno de marzo?

—No lo sé, tío —dijo con voz cansada y enfadada—. ¿Cómo iba a saberlo? No recuerdo ni lo que hice yo el uno de marzo.

—Piense, Buddy. Hizo un viaje en coche, alrededor de entonces. No se llevó el barco. ¿Adónde fue? ¿Le contó algo de eso?

—No me dijo nada. Pero ahora recuerdo ese viaje porque el Jeep volvió hecho un asco. Tenía sal o alguna mierda por todas partes. Y me tocó lavarlo a mí.

—¿Le preguntó por eso?

—Sí —dije—. «¿Dónde has estado, haciendo rallys?». Y él dijo: «Sí, algo así».

—¿Y nada más?

—No dijo nada más. Yo lavé el coche.

—¿Y el interior? ¿También lo limpió?

—No, sólo por fuera. Lo llevé al túnel de lavado de Pedro y le echaron un detergente potente. No hice nada más.

Asentí con la cabeza al tiempo que concluía que había conseguido todo lo que necesitaba de Lockridge. Por el momento.

—¿Estará allí mañana?

—Sí, estos días siempre. No tengo adonde ir.

—Bueno, pues ya nos veremos.

Después de terminar la conversación hice una llamada más. Marqué el número que McCaleb había escrito encima de la solapa de la carpeta detrás del nombre de Ritz, el detective citado en el artículo del Times.

El contestador me informó de que la unidad de personas desaparecidas de la policía de Las Vegas estaba abierta de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, de lunes a viernes. El mensaje avisaba a quien tuviera una emergencia que colgara y llamara al 911.

Cerré el teléfono. Era tarde y tenía que empezar pronto por la mañana, pero sabía que no iba a poder dormirme fácilmente. Tenía la adrenalina en la sangre y sabía por experiencia que dormir no era una opción. Todavía no.

Estaba aislado en un barco con dos linternas para ver, pero aun así había trabajo que hacer. Abrí la libreta y empecé a construir un registro cronológico de las fechas y horas de los eventos en las semanas y meses anteriores a la muerte de Terry McCaleb. Lo apunté todo en la hoja, lo importante y lo no importante, las conexiones reales y las imaginadas. Igual que la experiencia me había enseñado acerca del sueño y la capacidad de pasar largos periodos sin dormir, sabía que los detalles eran importantes. Lo que aparentemente carece de importancia en un momento puede tener toda la importancia más tarde. Lo que es críptico y desconectado se convierte en la lupa a través de la cual los misterios se aclaran.