Ferras tenía la caja registradora de Fortune Liquors en su escritorio y había conectado un cable desde un lateral hasta su portátil. Bosch dejó en la mesa las imágenes impresas de las capturas de pantalla y miró a su compañero.
—¿Qué está pasando?
—He ido a Criminalística y han terminado con esto. No hay más huellas que las de la víctima. Ahora estoy copiando la memoria, pero puedo decirte que los ingresos del día hasta el momento del crimen eran de menos de doscientos dólares. La víctima lo habría pasado mal para hacer un pago de doscientos dieciséis, si es eso lo que crees que ocurrió.
—Bueno, tengo material nuevo sobre eso. ¿Algo más de Criminalística?
—No mucho, están procésandolo todo. Ah, el test de la viuda dio negativo, pero supongo que eso ya lo esperábamos.
Bosch asintió. Puesto que la señora Li había descubierto el cadáver de su marido, formaba parte de la rutina examinarle manos y brazos en busca de residuos de pólvora para determinar si había disparado un arma recientemente. Como se esperaba, el test había dado negativo. Bosch estaba convencido de que podía tacharla de la lista de potenciales sospechosos, aunque nunca había estado en ella.
—¿Cuánta memoria tiene eso? —preguntó Bosch.
—Parece que puede almacenar hasta todo un año. He hecho algunos promedios. Los ingresos brutos de la tienda eran de algo menos de tres mil por semana. Si contamos gastos indirectos, materia prima, seguros y cosas así, este tipo tenía suerte si sacaba cincuenta mil al año. No es manera de ganarse la vida. Probablemente es más peligroso trabajar en aquellas calles que ser policía.
—Ayer el hijo dijo que el negocio andaba flojo últimamente.
—Mirando esto, no veo cuándo fue bien.
—Es un negocio de efectivo. Podría haber sacado dinero de otras maneras.
—Probablemente, y luego está el tipo al que pagaba. Si le estaba pasando doscientos y pico a la semana, hay que sumárselos. Eso serían diez mil menos al año.
Bosch le contó a Ferras lo que había averiguado por medio de Chu y que esperaba que la UBA lograra una identificación. Ambos coincidieron en que el punto focal de la investigación se estaba desplazando hacia el hombre que aparecía en la imagen granulada obtenida de la cámara de vigilancia de la tienda: el matón de la tríada. Entre tanto, aún había que identificar e interrogar al posible pandillero que había discutido con John Li el sábado anterior, aunque las contradicciones entre la escena del crimen y un asesinato tipo rabia-venganza colocaban esa pista en segundo lugar.
Se pusieron a trabajar en las declaraciones y en el voluminoso papeleo que acompañaba toda investigación. Chu llegó el primero, a las diez en punto, y se acercó a la mesa de Bosch sin anunciarse.
—¿Aún no ha llegado Yee-ling? —preguntó a modo de saludo.
Bosch levantó la mirada de su trabajo.
—¿Quién es Yee-ling?
—Yee-ling Li, la madre.
Bosch se dio cuenta de que no conocía el nombre completo de la mujer de la víctima. Le molestó, porque era una señal de lo poco que sabía del caso en realidad.
—No ha llegado todavía. ¿Ha encontrado algo?
—He revisado nuestros álbumes de fotos. No he visto a nuestro hombre, pero estamos haciendo averiguaciones.
—Sí, no para de decirlo. ¿Qué significa exactamente «hacer averiguaciones»?
—Significa que la UBA tiene una red de conexiones entre la comunidad y haremos discretas averiguaciones sobre quién es ese hombre y cuál era la afiliación del señor Li.
—¿Afiliación? —preguntó Ferras—. Lo estaban extorsionando, su afiliación era la de víctima.
—Detective Ferras —dijo Chu con paciencia—, lo está mirando desde el típico punto de vista occidental. Como le he explicado al detective Bosch esta mañana, el señor Li podría haber tenido una relación de toda la vida con una sociedad triádica. Se llama quang xi en su dialecto nativo; no tiene traducción directa, pero tiene que ver con la propia red social, y una relación de tríada se incluiría en eso.
Ferras se quedó mirando a Chu.
—Da igual —dijo al fin—, aquí creo que lo llamamos chorradas. La víctima llevaba casi treinta años viviendo aquí. No me importa cómo lo llamen en China; en Estados Unidos es extorsión.
Bosch admiró la firme reacción de su joven compañero.
Estaba sopesando sumarse a la refriega cuando sonó el teléfono de su mesa y lo descolgó.
—Bosch.
—Soy Rogers, de abajo. Tiene dos visitas, ambas se llaman Li; dicen que tienen una cita.
—Que suban.
—De acuerdo.
Bosch colgó.
—Están subiendo. Así es como quiero que lo hagamos: Chu, usted se ocupa de la señora en una de las salas de interrogatorios, repasa su declaración y logra que la firme. Después de hacerlo, quiero que le pregunte sobre la extorsión y el hombre del vídeo. Enséñele la foto y no deje que se haga la tonta. Ha de estar informada; su marido debe de haberle hablado de ello.
—Le sorprendería —dijo Chu—. Maridos y mujeres no han de hablar necesariamente de esto.
—Bueno, inténtelo. Puede que sepa mucho, tanto si ella y su marido hablaban como si no. Ferras y yo nos ocuparemos del hijo. Quiero averiguar si estaban pagando por protección en el valle de San Fernando. Si es así, podríamos pillar al tipo allí.
Bosch miró a través de la sala de la brigada y vio que entraba la señora Li, pero no iba con su hijo, sino con una mujer más joven. Bosch levantó la mano para atraer su atención y decirles que se acercaran.
—Chu, ¿quién es?
Chu se dio la vuelta cuando se acercaban las dos mujeres, pero no dijo nada: no lo sabía. Cuando llegaron, Bosch vio que la mujer más joven tenía treinta y tantos años y era atractiva de un modo sencillo, recatado. Iba vestida con tejanos y blusa blanca, caminaba medio paso por detrás de la señora Li y tenía la mirada clavada en el suelo. La impresión inicial de Bosch fue que se trataba de una empleada, una doncella contratada como chófer. Sin embargo, el agente de la entrada había dicho que las dos se llamaban Li.
Chu se dirigió a la señora Li en chino. Después de que ella respondiera, tradujo lo que había dicho.
—Es la hija de los señores Li. Mia ha traído a su madre porque Robert Li se ha retrasado.
Bosch se quedó inmediatamente frustrado por la noticia y negó con la cabeza.
—Genial —le dijo a Chu—. ¿Cómo es que no sabíamos que había una hija?
—Ayer no hicimos las preguntas adecuadas —respondió este.
—Ayer era usted el que preguntaba. Pregúntele a Mia dónde vive.
La mujer joven se aclaró la garganta y miró a Bosch.
—Vivo con mis padres —dijo—. O al menos hasta ayer. Supongo que ahora vivo con mi madre.
Bosch se sintió avergonzado por haber supuesto que no hablaba inglés y por el hecho de que hubiera oído y comprendido su enfado ante su aparición.
—Lo siento, pero necesitamos toda la información posible. —Miró a los otros dos detectives—. Mia, necesitamos interrogarla. Detective Chu, ¿por qué no continúa con el plan y se lleva a la señora Li a una sala de interrogatorios para que haga su declaración? Yo hablaré con Mia y tú, Ignacio, espera a que aparezca Robert. —Se volvió hacia la chica—. ¿Sabe cuánto retraso lleva su hermano?
—Debería estar en camino. Dijo que iba a salir de la tienda a las diez.
—¿Qué tienda?
—Su tienda del valle.
—Bien. Mia, ¿por qué no viene conmigo y que su madre vaya con el detective Chu?
Mia habló con su madre en chino, y esta y Chu se dirigieron hacia la hilera de salas de interrogatorios de la parte de atrás del espacio de la brigada. Bosch cogió un bloc amarillo y la carpeta que contenía la imagen impresa de la cámara de vídeo antes de mostrarle el camino. Ferras se quedó atrás.
—Harry, ¿quieres que empiece con el hijo cuando llegue? —preguntó.
—No —dijo Bosch—. Ven a buscarme. Estaré en la sala 2.
Bosch condujo a la hija de la víctima a una pequeña sala sin ventanas y con una mesa en medio. Se sentaron uno a cada lado de la mesa y Bosch trató de poner una expresión agradable, aunque era difícil. La mañana estaba empezando con una sorpresa y no le gustaba encontrarse con ellas en sus investigaciones de homicidios.
—Muy bien, Mia —dijo Bosch—. Empecemos otra vez. Soy el detective Bosch; me han asignado como investigador jefe en el caso del asesinato de su padre. La acompaño en el sentimiento.
—Gracias. —Tenía la mirada clavada en la mesa.
—¿Puede decirme su nombre completo?
—Mia-ling Li.
Había elegido la occidentalización al colocar el nombre primero y el apellido después, pero no había adoptado un nombre completamente occidental como habían hecho su padre y su hermano. Bosch se preguntó si eso era porque se esperaba que los hombres se integraran en la sociedad occidental mientras que las mujeres debían mantenerse alejadas de ella.
—¿Cuál es su fecha de nacimiento?
—14 de febrero de 1980.
—El día de San Valentín.
Bosch sonrió sin saber por qué. Sólo quería empezar de nuevo la relación. Entonces se preguntó si existía el día de San Valentín en China. Siguió adelante en sus reflexiones, haciendo cálculos. Se dio cuenta de que aunque era muy atractiva, Mia era más joven de lo que aparentaba y sólo unos pocos años mayor que su hermano Robert.
—¿Vino aquí con sus padres? ¿Cuándo fue eso?
—En 1982.
—Sólo tenía dos años.
—Sí.
—¿Y su padre abrió la tienda entonces?
—No la abrió. La compró a otra persona y le cambió el nombre a Fortune Liquors. Antes se llamaba de otra forma.
—Bien. ¿Hay más hermanos además de usted y Robert?
—No, sólo nosotros.
—Muy bien. Veamos, ha dicho que vivía con sus padres. ¿Desde cuándo?
Ella levantó brevemente la mirada y volvió a bajarla.
—Toda mi vida, salvo un par de años cuando era más joven.
—¿Se casó?
—No. ¿Qué tiene esto que ver con quién mató a mi padre? ¿No debería estar buscando al asesino?
—Lo siento, Mia. Necesito cierta información básica y luego sí, saldré a buscar al asesino. ¿Ha hablado con su hermano? ¿Le ha dicho que yo conocía a su padre?
—Dijo que lo vio una vez. En realidad no lo conocía; eso no es conocerlo.
Bosch asintió.
—Sí, fue una exageración. No lo conocía, pero por la situación en la que estábamos cuando… lo vi, sentí como si lo conociera un poco. Quiero encontrar a su asesino, Mia, y lo haré. Sólo necesito que usted y su familia me ayuden en todo lo posible.
—Entiendo.
—No se guarden nada, porque nunca se sabe en qué puede ayudarnos.
—No lo haré.
—Muy bien, ¿cómo se gana la vida?
—Cuido de mis padres.
—¿En casa? ¿Se queda en casa y cuida de sus padres?
Esta vez Mia lo miró a los ojos. Sus pupilas eran tan oscuras que era difícil leer algo en ellas.
—Sí.
Bosch se dio cuenta de que podía haber cruzado alguna barrera cultural que desconocía. Mia pareció darse cuenta.
—Por tradición en mi familia la hija cuida de los padres.
—¿Ha estudiado?
—Sí, fui dos años a la universidad, pero luego volví con mis padres. Cocino, limpio y mantengo la casa. Para mi hermano también, aunque él quiere irse a vivir por su cuenta.
—Pero hasta ayer todos vivían juntos.
—Sí.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a su padre con vida?
—Cuando se marchó a trabajar ayer por la mañana: hacia las nueve y media. Le preparé el desayuno.
—¿Y su madre también se fue entonces?
—Sí, siempre se van juntos.
—¿Y luego su madre volvió por la tarde?
—Sí, yo preparo la cena y ella viene a buscarla. Todos los días.
—¿A qué hora llegó a casa?
—A las tres en punto, como siempre.
Bosch sabía que la casa familiar se hallaba en la zona de Larchmont del distrito de Wilshire y al menos a media hora de coche de la tienda. La ruta directa habría sido por carretera durante todo el camino.
—¿Cuánto tiempo pasó ayer antes de que cogiera la cena y volviera a la tienda?
—Se quedó media hora y se fue.
Bosch asintió. Todo coincidía con la declaración de la madre y con el cronograma y el resto de la información que conocían.
—Mia, ¿su padre habló de alguien en el trabajo del que tuviera miedo? ¿De un cliente o de alguna otra persona?
—No, mi padre era muy callado. No hablaba del trabajo.
—¿Le gustaba vivir en Los Ángeles?
—No, creo que no.
—¿Por qué?
—Quería volver a China, pero no podía.
—¿Por qué no?
—Porque cuando te vas no vuelves. Se fueron porque Robert estaba en camino.
—¿Quiere decir que su familia se marchó por Robert?
—En nuestra provincia sólo se puede tener un hijo. Ya me tenían a mí y mi madre no iba a enviarme al orfanato. Mi padre quería un varón y cuando mi madre se quedó embarazada, vinimos a América.
Bosch no conocía las particularidades de la política del hijo único en China, pero había oído hablar de ellas: un plan de contención de la población cuyo resultado era que se daba un mayor valor a los nacimientos de varones. Muchas niñas recién nacidas eran abandonadas en orfanatos o algo peor. En lugar de renunciar a Mia, la familia había emigrado a Estados Unidos.
—¿Así que su padre siempre lamentó quedarse y no mantener a su familia en China?
—Sí.
Bosch decidió que había recopilado suficiente información en este sentido. Abrió la carpeta, sacó la imagen impresa del vídeo de seguridad y la colocó delante de Mia.
—¿Quién es, Mia?
La mujer entrecerró los ojos al estudiar la imagen granulada.
—No lo conozco. ¿Mató a mi padre?
—No lo sé. ¿Está segura de que no lo conoce?
—Sí. ¿Quién es?
—Todavía no lo sabemos. Pero lo vamos a descubrir. ¿Su padre le habló alguna vez de las tríadas?
—¿Las tríadas?
—¿De que tenía que pagarles?
Parecía muy nerviosa con la pregunta.
—No sé nada de eso. No hablamos de eso.
—Habla chino, ¿verdad?
—Sí.
—¿Alguna vez oyó a sus padres hablando de ello?
—No, no sé nada de eso.
—Vale, Mia, entonces creo que podemos dejarlo ya.
—¿Puedo llevar a mi madre a casa?
—En cuanto termine de hablar con el detective Chu. ¿Qué cree que ocurrirá ahora con la tienda? ¿Se ocuparán de ella su madre y su hermano?
Mia negó con la cabeza.
—Creo que se cerrará. Mi madre trabajará ahora en la tienda de mi hermano.
—¿Y usted, Mia? ¿Cambiará algo para usted ahora?
La joven se tomó un buen rato para considerarlo, como si no hubiera pensado en ello antes de que Bosch le preguntara.
—No lo sé —dijo al fin—. Quizá.