Esperaban a Eugene Lam en el callejón de detrás de Fortune Fine Foods & Liquor. Había un pequeño aparcamiento para empleados entre una fila de contenedores de basura y cartón apilado. Era jueves, dos días después de su visita a Henry Lau, y el caso estaba a punto de cerrarse. Habían usado el tiempo para recoger pruebas y preparar una estrategia. Bosch también había aprovechado para matricular a su hija en la escuela del pie de la colina. Había empezado las clases esa mañana.
Creían que Eugene Lam era quien había disparado, pero también el más débil de los dos sospechosos. Lo detendrían primero a él, y luego a Robert Li. Estaban a punto, y mientras Bosch vigilaba el aparcamiento, sintió la certeza de que el asesinato de John Li quedaría comprendido y resuelto al final del día.
—Allá vamos —dijo Chu.
Apuntó a la salida del callejón. El coche de Lam acababa de girar.
Dejaron a Lam en la primera sala de interrogatorios para que se cociera un rato. El tiempo siempre jugaba a favor del interrogador, nunca del sospechoso. En Robos y Homicidios llamaban a eso «sazonar el asado». Dejabas que el sospechoso se marinara con el tiempo; siempre lo dejaba más tierno. Bo-jing Chang había sido la excepción a esta regla: no había dicho ni una palabra y había aguantado como una roca. La inocencia te daba esa resolución, y eso era algo que Lam no tenía.
Una hora más tarde, después de hablar con un fiscal de la oficina del distrito, Bosch entró en la sala con una caja de cartón que contenía las pruebas del caso y se sentó enfrente de Lam. El sospechoso levantó la cabeza con ojos asustados, como siempre sucedía después de un periodo de aislamiento. Lo que era una hora fuera, parecía una eternidad dentro. Bosch dejó la caja en el suelo y cruzó los brazos sobre la mesa.
—Eugene, estoy aquí para explicarle cómo va a ser su vida —empezó—. Así que escuche atentamente lo que he de decirle. Tiene que tomar una importante decisión. Va a ir a prisión, sobre eso no cabe ninguna duda. Pero lo que vamos a decidir en los próximos minutos es durante cuánto tiempo estará allí. Puede que hasta que sea un hombre muy mayor o hasta que le claven una jeringuilla en el brazo y lo maten como a un perro… O puede darse una oportunidad de recuperar su libertad algún día. Es un hombre muy joven, Eugene. Espero que tome la decisión correcta. —Hizo una pausa y esperó, pero Lam no reaccionó—. Es gracioso. He hecho esto mucho tiempo y me he sentado ante una mesa como esta ante un montón de hombres que han matado. No puedo decir que todos fueran personas malvadas. Algunos tenían razones y a otros fueron manipulados. Los engañaron.
Lam negó con la cabeza en una representación de valor.
—Les he dicho que quiero un abogado. Conozco mis derechos. No pueden hacerme preguntas una vez que pido un abogado.
Bosch asintió en señal de asentimiento.
—Sí, tiene razón en eso, Eugene. Toda la razón. Una vez que invoca sus derechos no podemos interrogarle. No está permitido. Pero mire, por eso no le estoy preguntando nada. Sólo le estoy diciendo cómo va a ser, explicándole que ha de tomar una decisión. El silencio es sin duda una opción, pero si esta es la que elige, no volverá a ver el mundo exterior.
Lam negó con la cabeza y miró la mesa.
—Déjeme solo, por favor.
—Quizá le ayudaría si resumo las cosas y le doy una imagen más clara de su situación. ¿Ve?, estoy perfectamente dispuesto a compartirlo con usted. Le enseño toda mi mano porque, ¿sabe?, es una escalera real. Juega a póquer, ¿verdad? Sabe que esa mano es imbatible. Y eso es lo que tengo: una puta escalera de color.
Bosch hizo una pausa. Veía la curiosidad en los ojos de Lam, que no podía evitar preguntarse qué pruebas tenían contra él.
—Sabemos que hizo el trabajo sucio en esto, Eugene. Entró en esa tienda y mató al señor Li a sangre fría. Pero estamos casi seguros de que no fue idea suya. Fue Robert quien lo mandó a matar a su padre, y es a él a quien queremos. Tengo a un ayudante del fiscal del distrito sentado en la otra sala y está dispuesto a hacer un trato: de quince a perpetua si nos da a Robert. Cumplirá los quince seguro, pero después de eso tendrá una oportunidad de libertad. Si convence a un tribunal de condicional de que fue una víctima, de que lo manipuló un maestro, saldrá libre… Podría ocurrir. Pero si va en el otro sentido, echa los dados. Si pierde, está acabado. Estamos hablando de morir en prisión dentro de cincuenta años si el jurado no decide que le claven antes la inyección letal.
—Quiero un abogado —dijo Lam en voz baja.
Bosch asintió y respondió con resignación en la voz.
—Vale, es su decisión. Le conseguiremos un abogado.
Levantó la mirada a la cámara del techo y se llevó un teléfono imaginario al oído.
Luego volvió a mirar a Lam y supo que no iba a convencerlo sólo con palabras. Era el momento de mostrar sus cartas.
—Muy bien, vamos a llamar. Si no le importa, mientras esperamos le voy a enseñar unas cosas. Puede compartirlas con su abogado cuando llegue.
—Como quiera —dijo Lam—. No me importa lo que diga si me trae un abogado.
—Muy bien, pues empecemos por la escena del crimen. Había unas cuantas cosas que me inquietaron desde el principio. Una era que el señor Li tenía la pistola debajo del mostrador y no tuvo ocasión de sacarla. Otra era que no había heridas en la cabeza. Al señor Li le dispararon tres veces en el pecho y eso fue todo. Ningún disparo en la cara.
—Muy interesante —dijo Lam con sarcasmo.
Bosch no le hizo caso.
—¿Y sabe lo que me dice todo esto? Me dice que Li probablemente conocía a su asesino y que no se sintió amenazado. También que era una cuestión de negocios. No era venganza, no era personal; sólo negocios.
Bosch cogió la caja y sacó la tapa. Buscó en el interior la bolsa de plástico de pruebas que contenía el casquillo encontrado en la garganta de la víctima. Lo arrojó en la mesa, delante de Lam.
—Aquí está, Eugene. ¿Se acuerda de que lo buscó? Pasó al otro lado del mostrador, movió el cuerpo, preguntándose qué demonios había pasado con el casquillo. Pues aquí está. Es el único error que hace que todo le caiga encima.
Hizo una pausa mientras Lam miraba el casquillo y el miedo se alojaba permanentemente en sus ojos.
—Nunca hay que dejar atrás un soldado. ¿No es la regla del que dispara? Pero usted lo hizo. Dejó atrás un soldado y eso nos llevó hasta su puerta.
Bosch cogió la bolsa y la sostuvo entre los dedos.
—Había una huella en el casquillo, Eugene. La hemos conseguido con una cosa llamada potenciación electrostática, PE. Es una ciencia nueva para nosotros. La huella que hemos conseguido pertenece a su antiguo compañero de piso, Henry Lau. Nos llevó a Henry, que se mostró muy dispuesto a colaborar. Dijo que la última vez que disparó y volvió a cargar la pistola fue en una galería de tiro hace ocho meses. Su huella dactilar estuvo todo este tiempo en el casquillo.
Harry cogió la caja y sacó la pistola de Henry Lau, que aún estaba en la bolsa de fieltro negro. Sacó el arma y la dejó sobre la mesa.
—Fuimos a ver a Henry y nos dio el arma. La verificamos en balística ayer y sí, es nuestra arma homicida. Es la pistola que mató a John Li en Fortune Liquors el 8 de septiembre. El problema es que Henry Lau tiene una coartada sólida para la hora de los disparos: estaba en una habitación con otras trece personas. Tiene incluso a Matthew McConaughey como testigo de coartada. Luego, además de eso, nos dijo que no ha prestado su pistola a nadie.
Bosch se recostó y se rascó la barbilla con la mano, como si todavía estuviera tratando de entender cómo la pistola terminó usándose para matar a John Li.
—Maldita sea, era un gran problema, Eugene. Pero luego, por supuesto, tuvimos suerte. Las buenas personas muchas veces tenemos suerte. Usted nos dio suerte, Eugene. —Hizo una pausa para causar efecto y luego asestó el golpe final—. Ya ve, el que usó la pistola de Henry para matar a John Li la limpió y volvió a cargarla después para que Henry nunca supiera que habían usado su arma para matar a un hombre. Era un buen plan, pero cometió un error. —Bosch se inclinó sobre la mesa y miró a Lam a los ojos. Giró la pistola en la mesa para que el cañón apuntara al pecho del sospechoso—. Una de las balas que volvió a colocar en el cargador tenía una huella legible de pulgar. De su pulgar, Eugene. La comparamos con la huella que le tomaron cuando cambió su licencia de conducir de Nueva York a California.
Los ojos de Lam lentamente se alejaron de Bosch por la mesa.
—Todo esto no significa nada —dijo. Había poca convicción en su voz.
—¿No? —respondió Bosch—. ¿En serio? No lo sé. Yo creo que significa mucho, Eugene. Y el fiscal que está al otro lado de la cámara piensa lo mismo. Dice que suena a portazo de prisión, con usted en el peor lado.
Bosch cogió la pistola y la bolsa con el casquillo y volvió a ponerlos en la caja. La cogió con las dos manos y se levantó.
—Así que ahí estamos, Eugene. Piense en todo eso mientras espera a su abogado.
Bosch se movió despacio hacia la puerta. Esperaba que Lam le pidiera que parara y volviera, que quería hacer un trato. Pero el sospechoso no dijo nada. Harry se puso la caja bajo un brazo, abrió la puerta y salió.
Bosch llevó la caja a su cubículo y la dejó caer pesadamente en la mesa. Miró al cubículo de su compañero para asegurarse de que aún estaba vacío. Ferras se había quedado en el valle de San Fernando para vigilar a Robert Li. Si se enteraba de que Lam estaba detenido y posiblemente hablando, tal vez intentara huir. A Ferras no le había gustado el encargo de hacer de niñera, pero a Bosch no le importaba. Ignacio se había desplazado a la periferia de la investigación y allí iba a quedarse.
Enseguida entraron en el cubículo Chu y Gandle, que habían vigilado la jugada de Bosch con Lam desde el otro lado de la cámara, en la sala de vídeo.
—Te dije que era una mano débil —dijo Gandle—. Sabemos que es un chico listo. Tenía que llevar guantes cuando recargó el arma. Una vez ha sabido que estabas jugando con él, hemos perdido.
—Bueno —dijo Bosch—. Creíamos que era lo mejor que teníamos.
—Yo estoy de acuerdo —dijo Chu, mostrando su apoyo a Bosch.
—Vamos a tener que soltarlo —dijo Gandle—. Sabemos que tuvo la oportunidad de coger el arma, pero no tenemos ninguna prueba de que lo hiciera. La oportunidad no basta. No puedes ir al tribunal sólo con eso.
—¿Es lo que ha dicho Cook?
—Eso era lo que estaba pensando.
Abner Cook era el ayudante del fiscal que había ido a observar en la sala de vídeo.
—¿Dónde está, por cierto?
Como para responder por sí mismo, Cook gritó el nombre de Bosch desde el otro lado de la sala de brigada.
—¡Vuelva aquí!
Bosch se enderezó y miró por encima de la mampara. Cook estaba haciéndole ostentosamente señas desde la puerta de la sala de vídeo. Harry se levantó y empezó a caminar hacia él.
—Le está llamando —dijo Cook—. ¡Vuelva ahí!
Bosch aceleró el paso y cruzó la puerta de la sala de interrogatorios, luego frenó y recobró la compostura antes de abrir la puerta para entrar con mucha calma.
—¿Qué pasa? —dijo—. Llamamos a su abogado y está en camino.
—¿Y el trato? ¿Sigue en pie?
—De momento. El fiscal está a punto de irse.
—Que venga. Quiero el trato.
Bosch entró del todo y cerró la puerta.
—¿Qué vas a darnos, Eugene? Si quieres hacer un trato, he de saber qué ofreces. Llamaré al fiscal cuando sepa qué hay sobre la mesa.
Lam asintió.
—Le daré a Robert Li… y a su hermana. Todo el plan fue de ellos. El viejo era tozudo y no quería cambiar. Necesitaban cerrar esa tienda y abrir otra en el valle, una que diera dinero. Pero el viejo dijo que no. Siempre decía que no y al final Rob no aguantó más.
Bosch se sentó, tratando de ocultar su sorpresa sobre la implicación de Mia.
—¿Y la hermana formaba parte de esto?
—Fue ella la que lo planeó. Salvo…
—¿Salvo qué?
—Quería que los matara a los dos: a la madre y al padre. Quería que llegara antes y los matara a los dos. Pero Robert me dijo que no; no quería hacer daño a su madre.
—¿De quién fue la idea de que pareciera obra de la tríada?
—Fue idea de Mia y luego Robert lo planeó. Sabían que la policía se lo tragaría.
Bosch asintió. Apenas conocía a Mia, pero sabía lo suficiente de su historia para sentirse triste por todo ello.
Levantó la vista a la cámara del techo, esperando que su mirada enviara a Gandle el mensaje de que había que poner a alguien a localizar a Mia Li para que los equipos de detención actuaran simultáneamente.
Bosch volvió a centrarse en Lam, que miraba la mesa con expresión de derrota.
—¿Y usted, Eugene? ¿Por qué participó en esto?
Lam negó con la cabeza. Bosch captó el arrepentimiento en su rostro.
—No lo sé. Robert me amenazó con echarme porque la tienda de su padre estaba perdiendo mucho dinero. Me dijo que podía salvar mi empleo… y que cuando abrieran la segunda tienda en el valle la dirigiría yo.
No era una respuesta más penosa que otras que Bosch había escuchado a lo largo de los años. No había sorpresas cuando se trataba de móviles para asesinar.
Trató de pensar en cualquier cabo suelto del que debiera ocuparse antes de que Abner Cook entrara a cerrar el trato.
—¿Y Henry Lau? ¿Le dio la pistola o la cogió sin que él lo supiera?
—La cogimos, yo lo hice. Estábamos jugando al póquer una noche en su casa y dije que tenía que ir lavabo. Fui al dormitorio y la cogí. Sabía dónde guardaba la llave de la caja. Luego la devolví la siguiente vez que jugamos. Formaba parte del plan. Creíamos que no se enteraría nunca.
Todo parecía perfectamente plausible para Bosch. Además, Harry sabía que una vez que el trato fuera definitivo y lo firmaran Cook y Lam, podría interrogar más en detalle al asesino sobre el resto de cuestiones relativas al caso. Sólo le quedaba un último aspecto por cubrir antes de traer a Cook.
—¿Y Hong Kong? —preguntó.
Lam parecía confundido por la pregunta.
—¿Hong Kong? —preguntó—. ¿Qué pasa?
—¿Quién de ustedes tiene relación allí?
Lam negó con la cabeza, desconcertado. A Bosch le pareció que no fingía.
—No sé qué quiere decir. Mi familia es de Nueva York, no de Hong Kong. No tengo relación allí y, por lo que yo sé, tampoco Robert ni Mia. De Hong Kong no hablamos.
Bosch pensó en ello. Ahora estaba confundido. Algo no conectaba.
—Está diciendo que por lo que sabe, ni Robert ni Mia hicieron llamadas a nadie sobre el caso o la investigación.
—No, que yo sepa. No creo que conozcan a nadie.
—¿Y Monterey Park? La tríada a la que estaba pagando el señor Li.
—Eso lo sabíamos, y Robert sabía cuándo pasaba Chang a cobrar cada semana. Así lo planeó. Esperé y cuando vi que Chang salía de la tienda, entré. Robert me dijo que me llevara el disco de la máquina, pero que dejara los otros allí. Sabía que en uno de ellos salía Chang y que la policía lo vería como una pista.
Un buen elemento de manipulación por parte de Robert, pensó Bosch. Y él había mordido el cebo, como estaba planeado.
—¿Qué le dijeron a Chang cuando llegó a la tienda la otra noche?
—Eso también formaba parte del plan. Robert sabía que iría a cobrarle.
Bajó la mirada y se apartó del escrutinio de Bosch. Parecía avergonzado.
—¿Qué le dijo? —le instó Bosch.
—Robert le dijo que la policía nos había mostrado su foto y que nos habían dicho que había cometido el crimen. Le dijo que la policía lo buscaba y que lo detendría. Pensamos que huiría, que se iría de la ciudad y parecería que había cometido el crimen. Si volvía a China y desaparecía, eso nos ayudaría.
Bosch miró a Lam cuando el sentido y las ramificaciones de la afirmación empezaron a hundirse lentamente en la sangre oscura de su corazón. Lo habían manipulado desde el principio hasta el final.
—¿Quién me llamó? —preguntó—. ¿Quién llamó y me dijo que me alejara del caso?
Lam asintió lentamente.
—Fui yo —dijo—. Robert escribió un guión y yo hice la llamada desde una cabina. Lo siento, detective Bosch. No quería asustarle pero tenía que hacer lo que me dijo Robert.
Bosch asintió. Él también lo lamentaba, pero no por las mismas razones.