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Henry Lau tenía una casa espaciosa con una terraza trasera que se alzaba unos metros por encima del paseo marítimo y tenía vistas a la amplia playa de Venice y el Pacífico. Invitó a pasar a Bosch y Chu y les pidió que se sentaran en el salón. Chu se sentó, pero Bosch permaneció de pie, de espaldas a la terraza para que no le distrajera durante la entrevista. No estaba teniendo la vibración que esperaba. Lau pareció tomar su llamada a la puerta como rutina, como algo que esperaba. Harry no había contado con eso.

Lau llevaba tejanos, zapatillas y una camiseta de manga larga con la imagen serigrafiada de un hombre de pelo largo con gafas de sol. La leyenda rezaba: «El Nota está con nosotros». Si estaba durmiendo, lo había hecho vestido.

Bosch le señaló una silla cuadrada de cuero negro sin apoyabrazos de treinta centímetros de ancho.

—Siéntese, señor Lau, y trataremos de no robarle demasiado tiempo —dijo.

Lau era pequeño y gatuno. Se sentó con los pies en la silla.

—¿Es por el tiroteo? —preguntó.

Bosch miró a Chu y luego de nuevo a Lau.

—¿Qué tiroteo?

—El de la playa. El atraco.

—¿Cuándo fue eso?

—No lo sé, hace un par de semanas. Pero supongo que no están aquí por eso si ni siquiera saben cuándo fue.

—Exacto, señor Lau. Estamos investigando un tiroteo, pero no ese. ¿Le importa hablar con nosotros?

Lau se alzó de hombros.

—No lo sé. No sé de ningún otro tiroteo, agentes.

—Somos detectives.

—Detectives. ¿Qué tiroteo?

—¿Conoce a un hombre llamado Bo-jing Chang?

—¿Bo-jing Chang? No, no conozco ese nombre.

Parecía genuinamente sorprendido. Bosch señaló a Chu y sacó una imagen impresa de la fotografía de ficha policial de Chang del maletín que le mostró a Lau. Mientras este la estudiaba, Bosch pasó a otro lugar de la sala para observarlo desde un ángulo diferente. No quería pararse. Eso ayudaría a pillar a Lau con la guardia baja.

Lau negó con la cabeza después de mirar la foto.

—No, no lo conozco. ¿De qué tiroteo están hablando?

—Deje que hagamos nosotros las preguntas por ahora —dijo Bosch—. Luego pasaremos a las suyas. Su vecina ha dicho que es guionista.

—Sí.

—¿Ha escrito algo que pueda haber visto?

—No.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque nunca se ha rodado ningún guión mío. No hay nada que pueda haber visto.

—Bueno, ¿entonces quién paga esta hermosa casa en la playa?

—La pago yo. Me pagan por escribir, pero nunca he hecho nada que llegue a pantalla. Requiere tiempo, ¿sabe?

Bosch se colocó detrás de Lau y el joven tuvo que volverse en su cómodo asiento para seguirle la pista.

—¿Dónde se educó, Henry?

—En San Francisco. Vine aquí a la facultad y me quedé.

—¿Nació allí?

—Sí.

—¿Es de los Giants o de los Dodgers?

—De los Giants, claro.

—Lástima. ¿Cuándo fue la última vez que estuvo usted en South LA?

La pregunta pilló desprevenido a Lau. Tuvo que pensar antes de responder. Negó con la cabeza.

—No lo sé, hace al menos cinco o seis años. Hace mucho. Me gustaría que me dijeran de qué trata esto, porque así podría ayudarles.

—Entonces, si alguien dice que lo vio allí la semana pasada, ¿estaría mintiendo?

Lau hizo una mueca como si se tratara de un juego.

—O eso o se confundió. Ya sabe lo que dicen.

—No, ¿qué dicen?

—Que todos nosotros nos parecemos.

Lau sonrió de oreja a oreja y miró a Chu en busca de confirmación. Chu mantuvo su posición y sólo le devolvió una mirada dura.

—¿Y en Monterey Park? —preguntó Bosch.

—¿Se refiere a si he estado allí?

—Sí, a eso me refiero.

—He ido allí un par de veces a cenar, pero no merece la pena el viaje.

—Así pues, ¿no conoce a nadie en Monterey Park?

—No, la verdad es que no.

Bosch había estado trazando círculos, planteando preguntas generales y encerrando a Lau. Era el momento de estrechar el círculo.

—¿Dónde está su pistola, señor Lau?

Lau puso los pies en el suelo. Miró a Chu y luego de nuevo a Bosch.

—¿Esto es por mi pistola?

—Hace seis años compró y registró una Glock 19. ¿Puede decirnos dónde está?

—Sí, claro. En la caja fuerte de la mesita, donde siempre.

—¿Está seguro?

—Vale, deje que lo adivine. El señor Capullo del número 8 me vio con ella en la terraza después del tiroteo de la playa y me ha denunciado.

—No, Henry, no hemos hablado con el señor Capullo. ¿Me está diciendo que tenía la pistola después del tiroteo de la playa?

—Exacto. Oí disparos allí y un grito. Estaba en mi propiedad y tengo derecho a protegerme.

Bosch hizo una seña a Chu. Este abrió la corredera y salió a la terraza, cerrando la puerta tras de sí. Sacó el teléfono para hacer una llamada sobre el tiroteo de la playa.

—Mire, si alguien dice que disparé, miente —dijo Lau.

Bosch se lo quedó mirando un buen rato. Sentía que faltaba algo, una pieza que todavía no conocía.

—Que yo sepa, nadie ha dicho eso —dijo.

—Entonces, por favor, ¿de qué se trata?

—Se lo he dicho: se trata de su pistola. ¿Puede mostrárnosla?

—Claro, iré a buscarla.

Se levantó de la silla y se dirigió a la escalera.

—Henry —dijo Bosch—, espere. Vamos a acompañarle.

Lau miró hacia atrás desde la escalera.

—Como quieran. Acabemos con esto.

Bosch se volvió hacia la terraza. Chu estaba entrando por la puerta. Siguieron a Lau al piso de arriba y luego por un pasillo que iba hacia la parte de atrás. Había fotografías enmarcadas, carteles de cine y diplomas a ambos lados. Pasaron junto a una puerta abierta de un cuarto que se usaba como estudio y luego entraron en el dormitorio principal, una espléndida habitación con techo de tres metros y medio de altura y ventanas de tres metros que daban a la playa.

—He llamado a la División Pacífico —dijo Chu a Bosch—. El tiroteo fue la noche del día 1. Hay dos sospechosos detenidos.

Bosch repasó mentalmente el calendario. El día fue el martes, una semana antes del asesinato de John Li.

Lau se sentó en la cama sin hacer junto a una mesita de dos cajones. Abrió el primero y sacó una caja de acero con asa en la parte superior.

—Déjela ahí —dijo Bosch.

Lau dejó la caja en la cama y se levantó con las manos en alto.

—Eh, no iba a hacer nada. Me ha pedido que se la enseñe.

—¿Por qué no deja que mi compañero abra la caja? —dijo Bosch.

—Adelante.

—Detective.

Bosch sacó unos guantes de látex del bolsillo de la chaqueta y se los pasó a Chu. Luego se acercó a Lau para tenerlo a un brazo de distancia por si tenía que actuar.

—¿Por qué compró la pistola, Henry?

—Porque vivía en una ratonera entonces y había pandilleros por todas partes. Pero tiene gracia; pagué un millón de dólares por esta casa y aún están ahí en la playa, pegando tiros.

Chu se puso el segundo guante y miró a Lau.

—¿Nos da permiso para abrir esta caja? —preguntó.

—Claro, adelante. No sé de qué va todo esto, pero ¿por qué no? Ábrala. La llave está en un pequeño gancho en la parte de atrás de la mesa.

Chu palpó detrás de la mesita y encontró la llave. Abrió la caja. Había una bolsa de fieltro para pistolas en medio de papeles doblados y sobres. También vio un pasaporte y una caja de balas. Chu levantó con cuidado la bolsa y la abrió, sacando una semiautomática negra. La giró y la examinó.

—Una caja de balas Cor Bon de nueve milímetros, una Glock 19. Creo que es todo, Harry.

Abrió el cargador y examinó las balas a través de la rendija. Luego sacó la bala de la recámara.

—Cargada y lista para usar.

Lau dio un paso hacia la puerta, pero Bosch inmediatamente le puso la mano en el pecho para detenerlo y lo hizo retroceder contra la pared.

—Mire —dijo Lau—, no sé de qué va esto pero me están asustando. ¿Qué coño está pasando?

Bosch mantuvo una mano en su pecho.

—Sólo hábleme de la pistola, Henry. La tenía la noche del día 1. ¿Ha estado en su posesión todo el tiempo desde entonces?

—No, yo… Ahí es donde la guardo.

—¿Dónde estuvo el martes pasado a las tres de la tarde?

—La semana pasada estuve aquí. Creo que estuve aquí, trabajando. No empezamos a rodar hasta el martes.

—¿Trabaja aquí solo?

—Sí, trabajo solo. Escribir es un oficio solitario. No, ¡espere! ¡Espere! El martes pasado estuve en la Paramount todo el día. Tuvimos una lectura del guión con el reparto. Estuve allí toda la tarde.

—¿Y habrá gente que responderá por usted?

—Al menos una docena. El capullo de Matthew McConaughey puede dar fe. Estaba allí. Es el protagonista.

Bosch cambió radicalmente, golpeando a Lau con una pregunta diseñada para hacerle perder el equilibrio. Era sorprendente las cosas que caían de los bolsillos de la gente cuando los agitabas adelante y atrás con preguntas aparentemente inconexas.

—¿Está relacionado con una tríada, Henry?

Lau soltó una carcajada.

—¿Qué? ¿Qué coño están…? Mire, me voy de aquí…

Apartó la mano de Bosch y se separó de la pared para dirigirse a la puerta. Era un movimiento para el que Harry estaba preparado. Cogió a Lau del brazo, lo hizo girar, le trabó el tobillo y lo lanzó boca abajo en la cama. Se arrodilló sobre su espalda para esposarlo.

—¡Esto es una locura! —gritó Lau—. ¡No pueden hacer esto!

—Cálmese, Henry, sólo cálmese —dijo Bosch—. Vamos a ir al Centro y vamos a aclararlo todo.

—¡Pero tengo una película! He de estar en el plató dentro de tres horas.

—A la mierda las películas, Henry. Esto es la vida real, y vamos al centro.

Bosch lo sacó de la cama y lo orientó a la puerta.

—Dave, ¿lo tiene todo?

—Sí.

—Entonces, adelante.

Chu salió de la habitación con la caja metálica que contenía la Glock. Bosch lo siguió, manteniendo a Lau delante de él y con una mano en la cadena entre las esposas. Recorrieron el pasillo, pero cuando llegaron a lo alto de la escalera, Bosch tiró de las esposas como de las riendas de un caballo y se detuvo.

—Espere un momento. Vuelva aquí.

Hizo caminar a Lau hacia atrás hasta la mitad del pasillo. Algo había captado la atención de Bosch al pasar, pero no lo había registrado hasta llegar a la escalera. Miró de nuevo el diploma enmarcado de la Universidad del Sur de California. Lau se había graduado en Arte en 2004.

—¿Fue a la USC? —preguntó Bosch.

—Sí, a la facultad de cine, ¿por qué?

Tanto la universidad como el año de graduación coincidían con el diploma que Bosch había visto en la oficina de la parte de atrás de Fortune Fine Foods & Liquor. Y además estaba la conexión china. Bosch sabía que un montón de jóvenes iban a la USC y varios miles se graduaban cada año, muchos de ellos de origen chino. Pero nunca había confiado en las coincidencias.

—¿Conoce a un tipo de la USC llamado Robert Li, ele, i?

Lau asintió.

—Sí, lo conozco. Era mi compañero de piso.

Bosch sintió que de repente las piezas empezaban a encajar con una fuerza innegable.

—¿Y Eugene Lam? ¿Lo conoce?

Lau asintió otra vez.

—Sí. También era mi compañero de habitación entonces.

—¿Dónde?

—Como le he dicho, en una ratonera en territorio de bandas, cerca del campus.

Bosch sabía que la USC era un oasis de educación elegante y caro rodeado por barrios conflictivos donde la seguridad era un elemento a considerar. Años atrás una bala perdida de un tiroteo entre bandas había herido a un jugador de fútbol americano en el campo de entrenamiento.

—¿Por eso compró la pistola? ¿Para protegerse allí?

—Exactamente.

Chu se dio cuenta de que se habían quedado atrás y volvió corriendo por la escalera y por el pasillo.

—Harry, ¿qué pasa?

Bosch levantó su mano libre para señalarle a Chu que esperara en silencio. Volvió a hablarle a Lau.

—¿Y esos tipos sabían que compró la pistola hace seis años?

—Fuimos juntos. Me ayudaron a elegirla. ¿Por qué…?

—¿Aún son amigos? ¿Mantienen el contacto?

—Sí, pero ¿qué tiene que ver eso con…?

—¿Cuándo fue la última vez que vio a alguno de ellos?

—Los vi a los dos la semana pasada. Jugamos a póquer casi cada semana.

Bosch miró a Chu. El caso acababa de abrirse como una nuez.

—¿Dónde, Henry? ¿Dónde juegan?

—La mayoría de las veces aquí. Robert aún vive con sus padres y Huge tiene una casa pequeña en el valle. Yo tengo la playa aquí…

—¿Qué día jugaron la semana pasada?

—El miércoles.

—¿Está seguro?

—Sí, porque recuerdo que fue la noche anterior a que empezara mi rodaje y yo no quería jugar. Pero se presentaron y jugamos un rato. Fue una noche corta.

—¿Y la vez anterior? ¿Cuándo fue?

—La semana anterior. El miércoles o jueves, no lo recuerdo.

—Pero ¿fue después del tiroteo en la playa?

Lau se encogió de hombros.

—Sí, casi seguro. ¿Por qué?

—¿Y la llave de la caja? ¿Alguno de ellos podía saber dónde estaba la llave?

—¿Qué han hecho?

—Sólo responda la pregunta, Henry.

—Sí, lo sabían. Les gustaba sacar la pistola de vez en cuando y jugar con ella.

Bosch sacó sus llaves y quitó las esposas a Lau. El guionista se volvió y empezó a masajearse las muñecas.

—Siempre me he preguntado cómo era —dijo— para poder escribir sobre eso. La última vez estaba demasiado borracho para recordarlo.

Finalmente levantó la cabeza y se encontró con la mirada intensa de Bosch.

—¿Qué pasa?

Bosch le puso una mano en el hombro y lo hizo dirigirse otra vez hacia la escalera.

—Bajemos a hablar al salón, Henry. Creo que hay muchas cosas que puede contarnos.