40

A las once de la mañana del lunes, Bosch se hallaba a las puertas de los calabozos del centro de la ciudad, esperando a que pusieran en libertad a Bo-jing Chang. No estaba seguro de adónde ir ni de qué decirle al asesino cuando saliera por aquella puerta como un hombre libre, pero sabía que no podía dejar pasar el momento. Si la detención de Chang había sido el desencadenante de todo lo que había ocurrido en Hong Kong —incluida la muerte de Eleanor Wish—, Bosch no podría vivir consigo mismo si no se enfrentaba al hombre cuando tenía la oportunidad.

Su teléfono sonó en el bolsillo y estuvo tentado de no responder por no arriesgarse a perderse a Chang, pero vio en la pantalla que era el teniente Gandle. Atendió la llamada.

—He oído que has vuelto.

—Sí, iba a llamarle.

—¿Tienes a tu hija?

—Sí, está a salvo.

—¿Dónde?

Bosch vaciló, pero no mucho rato.

—Está conmigo.

—¿Y su madre?

—Sigue en Hong Kong.

—¿Cómo os vais a organizar?

—Va a vivir conmigo, al menos por el momento.

—¿Qué pasó allí? ¿Algo por lo que tengamos que preocuparnos?

Bosch no estaba seguro de qué contarle. Decidió decirlo.

—Espero que no salpique, pero nunca se sabe.

—Te haré saber lo que oiga. ¿Vas a venir?

—Hoy no. Necesito tomarme un par de días para situar a mi hija y pensar en la escuela y esas cosas. Quiero conseguirle un psicólogo.

—¿Es tiempo blanco o vacaciones? He de anotarlo.

Las horas compensadas se conocían como «tiempo blanco» en el Departamento de Policía de Los Ángeles, por el formulario blanco en el que lo anotaban los supervisores.

—No importa. Creo que tengo tiempo blanco.

—Te lo apuntaré. ¿Estás bien, Harry?

—Estoy bien.

—Supongo que Chu te ha dicho que van a soltar a Chang.

—Sí, lo sé.

—El capullo de su abogado ya ha estado aquí esta mañana para recoger su maleta. Lo siento, Harry, no podemos hacer nada. No hay caso y esos dos peleles del valle no nos van a ayudar a retenerlo por extorsión.

—Ya.

—No ha ayudado que tu compañero se haya pasado el fin de semana en casa. Dijo que estaba enfermo.

—Sí, bueno…

Bosch había llegado al límite de su paciencia con Ferras, pero eso era entre ellos. Todavía no iba a discutirlo con Gandle.

La puerta del edificio se abrió y Bosch vio que aparecía un hombre asiático vestido con traje y portando un maletín. No era Chang. El tipo aguantó la puerta con el cuerpo e hizo una seña a un coche que esperaba calle arriba. Bosch sabía que era el final. El hombre del traje era un abogado defensor muy conocido llamado Anthony Wing.

—Teniente, he de colgar. ¿Puedo volver a llamarle?

—Llámame cuando decidas cuántos días vas a tomarte y cuándo puedo volver a ponerte en la agenda. Entre tanto, encontraré algo para que Ferras lo haga. En comisaría.

—Le llamaré después.

Bosch cerró el teléfono justo cuando un Cadillac Escalade negro pasaba a escasa velocidad y Bo-jing Chang salía de la puerta del edificio de los calabozos. Bosch se interpuso en el camino entre él y el todoterreno. Wing se interpuso entonces entre Bosch y Chang.

—Disculpe, detective —dijo Wing—. Le está impidiendo el paso a mi cliente.

—¿Es eso lo que estoy haciendo, «impedir»? ¿Y qué ocurre con que él impidiera vivir a John Li?

Bosch vio que Chang hacía una mueca y negaba con la cabeza detrás de Wing. Oyó el portazo de un coche tras él y el abogado dirigió su atención a un lugar situado a la espalda de Harry.

—Grabad esto —ordenó.

Bosch miró por encima del hombro y vio a un hombre con una cámara de vídeo que acababa de bajar del todoterreno. La lente de la cámara estaba enfocada en Bosch.

—¿Qué hacéis?

—Detective, si toca o acosa al señor Chang de alguna manera, quedará documentado y será ofrecido a los medios.

Bosch se volvió hacia Wing y Chang. La mueca de este se había convertido en una sonrisa de satisfacción.

—¿Crees que ha terminado, Chang? No me importa dónde vayas, pero no se ha acabado. Tu gente lo ha convertido en algo personal, capullo, y yo no lo olvido.

—Detective, apártese —dijo Wing, claramente actuando para la cámara—. El señor Chang se va porque es inocente de los cargos que han tratado de urdir contra él. Regresa a Hong Kong por el acoso del Departamento de Policía de Los Ángeles. Por su culpa, no puede seguir disfrutando de la vida que ha llevado aquí desde hace varios años.

Bosch se apartó y dejó pasar al coche.

—Es un mentiroso, Wing. Coja su cámara y métasela por el culo.

Chang se sentó en el asiento de atrás del Escalade, luego Wing hizo una señal al cámara para que ocupara el asiento delantero.

—Ahora tiene su amenaza grabada en vídeo, detective —dijo Wing—. No lo olvide.

Wing entró al lado de Chang y cerró la puerta. Bosch se quedó allí, observando cómo se alejaba el enorme todoterreno, probablemente para llevar a Chang directo al aeropuerto para completar su huida legal.

Cuando Bosch volvió a la escuela, fue al despacho de la subdirectora para preguntar cómo había ido. Esa mañana Sue Bambrough había accedido a que Madeline asistiera a las clases de octavo grado y viera si le gustaba el centro. Cuando llegó Bosch, Bambrough le pidió que se sentara y procedió a decirle que su hija aún seguía en clase y que se estaba adaptando muy bien. Bosch se sorprendió. Su hija llevaba menos de doce horas en Los Ángeles después de perder a su madre y de pasar un fin de semana atroz en cautividad. Harry se temía que el contacto con el instituto fuera desastroso.

Bosch ya conocía a Bambrough. Un par de años antes, un vecino que tenía un hijo en esa escuela le pidió que diese una charla en clase sobre delincuencia y trabajo policial. Bambrough fue una administradora brillante y práctica, y entrevistó a Bosch en profundidad antes de permitirle dirigirse a ningún estudiante. Casi nunca lo habían interrogado tan a conciencia, ni siquiera un abogado en un tribunal. Bambrough tenía una opinión crítica sobre la calidad del trabajo policial en la ciudad, pero sus argumentos estaban bien pensados y articulados. Bosch la respetaba.

—La clase termina dentro de diez minutos —dijo Bambrough—. Entonces le llevaré con ella. Hay algo que me gustaría hablar con usted antes, detective Bosch.

—Ya le dije la última vez que me llamara Harry. ¿De qué quiere hablarme?

—Bueno, a su hija le gusta contar historias. La han oído en el recreo de media mañana diciendo que acaba de llegar de Hong Kong porque han asesinado a su madre y a ella la han secuestrado. Me preocupa que quiera agrandarse para…

—Es verdad. Todo.

—¿Qué quiere decir?

—La secuestraron y mataron a su madre cuando trataba de rescatarla.

—¡Oh, Dios mío! ¿Cuándo ocurrió?

Bosch lamentó no haberle contado a Bambrough la historia completa esa mañana. Simplemente le había dicho que su hija iba a vivir con él y que quería conocer la escuela.

—Este fin de semana —respondió—. Llegamos anoche de Hong Kong.

Bambrough puso cara de haber encajado un puñetazo.

—¿Este fin de semana? ¿Me está diciendo la verdad?

—Por supuesto que sí. Maddie ha pasado un mal trago. Puede que sea demasiado pronto para que venga a la escuela, pero esta mañana tenía una cita que no podía eludir. Ahora la llevaré a casa y si quiere volver dentro de unos días, la llamaré.

—Bueno, ¿cuenta con ayuda psicológica? ¿Le han hecho un reconocimiento físico?

—Estoy trabajando en todo eso.

—No tenga miedo de pedir ayuda. A los chicos les gusta hablar de cosas, pero a veces no lo hacen con sus padres. He descubierto que los niños tienen una capacidad innata para saber lo que necesitan para restablecerse y sobrevivir. Sin su madre y con usted como padre a tiempo completo novato, Madeline podría necesitar una persona externa con la que hablar.

Bosch asintió al final del sermón.

—Tendrá todo lo que necesite. ¿Qué he de hacer si quiere venir a este instituto?

—Sólo llámeme. Está en el distrito y tenemos plaza. Habrá un poco de papeleo para la matrícula y necesitaremos su expediente de Hong Kong. Necesitará su certificado de nacimiento y nada más.

Bosch se dio cuenta de que el certificado de nacimiento de su hija probablemente estaba en el apartamento de Hong Kong.

—No tengo certificado de nacimiento. Tendré que solicitar uno. Creo que nació en Las Vegas.

—¿Cree?

—No la conocí hasta que ya tenía cuatro años. Entonces vivía con su madre en Las Vegas y supongo que nació allí. Puedo preguntárselo.

Bambrough pareció aún más desconcertada.

—Tengo su pasaporte —ofreció Bosch—. Dirá dónde nació. Pero no lo he mirado.

—Bueno, podemos arreglarnos con eso hasta que consiga el certificado de nacimiento. Creo que ahora lo importante es ocuparse de que su hija reciba ayuda psicológica. Es un trauma terrible para ella. Ha de hablar con un terapeuta.

—No se preocupe, lo haré.

Sonó un timbre de cambio de clases y Bambrough se levantó. Salieron del despacho y caminaron hasta el pasillo principal. El campus era largo y estrecho porque estaba construido en la ladera. Bosch vio que Bambrough aún estaba tratando de asimilar lo sabía que Madeline acababa de superar.

—Es una niña fuerte —dijo Bosch.

—Tendrá que serlo después de una experiencia como esa.

Bosch quería cambiar de tema.

—¿En qué clases ha estado?

—Ha empezado con matemáticas y luego, después de una breve pausa, ciencias sociales. Después ha almorzado y ahora acaba de terminar clase de español.

—Estudiaba chino en Hong Kong.

—Estoy segura de que es sólo uno de los muchos cambios difíciles que tendrá que superar.

—Ya le he dicho que es fuerte. Creo que lo conseguirá.

Bambrough se volvió y sonrió mientras caminaba.

—Como su padre, supongo.

—Su madre era más fuerte.

Los niños estaban abarrotando el pasillo con el cambio de clases. Bambrough vio a la hija de Bosch antes que él.

—¡Madeline! —la llamó.

Bosch saludó. Maddie iba caminando con dos niñas y parecía que ya eran amigas. Les dijo adiós y se acercó corriendo.

—Hola, papá.

—Eh, ¿qué tal ha ido?

—Supongo que bien.

Hablaba con timidez, y Bosch no supo si era porque la subdirectora estaba allí al lado con ellos.

—¿Qué tal el castellano? —preguntó Bambrough.

—He estado un poco perdida…

—He oído que estudiabas chino. Es un idioma mucho más difícil. Creo que te pondrás al día enseguida con el castellano.

—Supongo.

Bosch decidió ahorrarle la charla.

—Bueno, ¿estás preparada, Mad? Hemos de ir de compras hoy, ¿recuerdas?

—Claro, estoy lista.

Bosch miró a Bambrough y asintió.

—Gracias por todo. Estaremos en contacto.

La niña también le dio las gracias y salieron de la escuela. Una vez que llegaron al coche, Bosch enfiló la colina hacia su casa.

—Bueno, ahora que estamos solos, ¿qué te ha parecido, Mad?

—Eh, estaba bien. No es lo mismo, ¿sabes?

—Claro. Podemos mirar algunas escuelas privadas. Hay unas pocas cerca, del lado del valle.

—No quiero ser una chica del valle, papá.

—No creo que seas nunca una chica del valle. De todos modos, no se trata de a qué cole vas.

—Creo que este instituto estará bien —dijo después de pensarlo un poco—. He conocido a unas niñas y eran muy majas.

—¿Estás segura?

—Creo que sí. ¿Puedo empezar mañana?

Bosch la miró y luego volvió a concentrarse en la carretera de curvas.

—Es un poco pronto, ¿no? Llegaste anoche.

—Ya, pero ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme todo el día sentada en casa, llorando?

—No, pero pensaba que si nos tomábamos las cosas con calma, podríamos…

—No quiero retrasarme. El curso empezó la semana pasada.

Bosch pensó un momento en lo que Bambrough había dicho sobre que los chicos sabían lo que necesitaban para restablecerse. Decidió confiar en el instinto de su hija.

—Vale, si sientes que es lo correcto, volveré a llamar a la señora Bambrough y le diré que quieres matricularte. Por cierto, naciste en Las Vegas, ¿verdad?

—¿Quieres decir que no lo sabes?

—Sí lo sé. Sólo quiero asegurarme porque tengo que pedir una copia de tu certificado de nacimiento para la escuela.

Maddie no respondió. Bosch aparcó en la cochera de al lado de la casa.

—Entonces Las Vegas, ¿eh?

—¡Sí! No lo sabías. ¡Por Dios!

Antes de que pudiera pensar una respuesta, a Bosch lo salvó el teléfono. Sonó y lo sacó. Sin mirar la pantalla, le dijo a su hija que tenía que cogerlo.

Era Ignacio Ferras.

—Harry, he oído que has vuelto y que tu hija está a salvo.

Había tardado en recibir la noticia. Bosch abrió la puerta de la cocina y la sostuvo para que entrara su hija.

—Sí, estamos bien.

—¿Te vas a tomar unos días?

—Ese es el plan. ¿En qué estás trabajando?

—Oh, unas pocas cosas. Escribo unos informes sobre John Li.

—¿Para qué? Ha terminado. La hemos cagado.

—Lo sé, pero hemos de completar el archivo y necesito presentar al tribunal los resultados de la orden de registro. Por eso te llamaba. Te fuiste el viernes sin dejar notas de lo que encontraste en los registros del teléfono y la maleta. Ya he escrito el registro del coche.

—Sí, bueno, no encontré nada. Esa es una razón por la que no tenemos caso, ¿recuerdas?

Bosch lanzó las llaves sobre la mesa del comedor y vio que su hija enfilaba el pasillo hacia su habitación. Sentía un creciente malestar con Ferras. En cierto momento contempló la idea de ser el mentor del joven detective y enseñarle el oficio, pero por fin estaba aceptando la realidad de que Ferras nunca se recuperaría de haber sido herido en acto de servicio. Físicamente sí; mentalmente, no. Nunca volvería a estar al ciento por ciento. Sería un burócrata.

—¿Entonces pongo que ningún resultado? —preguntó Ferras.

Bosch pensó un instante en la tarjeta del servicio de taxis de Hong Kong. Había sido un callejón sin salida y no valía la pena mencionarlo en la orden de registro que se enviaría al juez.

—Sí, ningún resultado. No había nada.

—Y nada en el teléfono.

De repente Bosch se dio cuenta de algo, pero también supo en el mismo instante que probablemente era demasiado tarde.

—Nada en el teléfono, pero ¿habéis mirado los registros de la compañía telefónica?

Chang podía haber borrado todos los registros de su teléfono, pero no habría podido eliminar los que guardaba la compañía telefónica. Hubo una pausa antes de que Ferras respondiera.

—No, pensé… Tú tenías el teléfono, Harry. Creí que habrías contactado con la compañía telefónica.

—No lo hice porque me estaba yendo a Hong Kong.

Todas las empresas de telefonía habían establecido protocolos para recibir y aceptar órdenes de registro. Normalmente suponía enviar por fax la solicitud firmada a la oficina de relaciones legales. Era una cosa fácil de hacer, pero había caído en el olvido. Ahora habían soltado a Chang y probablemente se había largado.

—Maldita sea —dijo Bosch—, deberías haberte ocupado de eso, Ignacio.

—¿Yo? Tú tenías el teléfono, Harry. Pensaba que te ocuparías tú.

—Tenía el teléfono pero tú te encargabas de las órdenes. Deberías haberlo comprobado antes de irte el viernes.

—Es una chorrada, tío. ¿Vas a echarme la culpa de esto?

—Nos culpo a los dos. Sí, yo podría haberme ocupado, pero tú deberías haberte asegurado de que estaba hecho. No lo hiciste porque te fuiste pronto el viernes y lo descuidaste. Has estado descuidando todo el trabajo, compañero.

Ahí estaba, ya lo había dicho.

—Y tú estás cargado de mierda, compañero. ¿Quieres decir que como no soy como tú, como no pierdo a mi familia por el trabajo y no los pongo en riesgo lo estoy descuidando? No sabes de qué estás hablando.

Bosch se quedó mudo por la pulla verbal. Ferras le había golpeado justo en el sitio donde había habitado las últimas setenta y dos horas. Finalmente se sobrepuso y volvió a hablar.

—Ignacio —dijo con calma—. Esto no funciona. No sé cuándo volveré a la brigada esta semana, pero cuando llegue allí hablaremos.

—Vale. Aquí estaré.

—Por supuesto que sí. Siempre estás en la brigada. Te veré entonces.

Bosch cerró el teléfono antes de que Ferras pudiera protestar a su pulla final. Bosch estaba seguro de que Gandle le apoyaría cuando pidiera un nuevo compañero. Volvió a la cocina para coger una cerveza y olvidarse de la conversación. Abrió la nevera y empezó a meter la mano, pero se detuvo: era demasiado temprano y tenía que llevar a su hija en coche por todo el valle durante el resto de la tarde.

Cerró la nevera y caminó por el pasillo. La puerta de la habitación de su hija estaba cerrada.

—Maddie, ¿estás lista?

—Me estoy cambiando. Saldré en un minuto.

Había respondido en un tono cortante de «no me molestes». Bosch no estaba seguro de cómo interpretarlo. El plan era ir primero a la tienda de teléfonos y luego a buscar ropa, muebles y un ordenador portátil. Iba a darle a su hija todo lo que quisiera, y ella lo sabía. Sin embargo, Maddie estaba siendo cortante y él no estaba seguro de por qué. Un día en el trabajo de padre a tiempo completo y ya se sentía perdido en el desierto.