39

El último obstáculo era el control de aduanas e inmigración en Los Ángeles. El agente de la cabina revisó sus pasaportes y ya estaba listo para estampar rutinariamente el sello cuando algo del ordenador captó su atención. Bosch contuvo el aliento.

—Señor Bosch, ¿ha estado en Hong Kong menos de un día?

—Exacto. Ni siquiera he tenido que facturar la maleta. Sólo he ido a recoger a mi hija.

El agente asintió como si comprendiera y lo hubiera visto antes. Estampó el sello en los pasaportes. Miró a Madeline y dijo:

—Bienvenida a Los Ángeles, señorita.

—Gracias.

Era casi medianoche cuando llegaron a la casa de Woodrow Wilson Drive. Bosch llevó la mochila a la habitación de invitados y su hija lo siguió. Conocía la habitación porque la había usado en varias visitas.

—Ahora que vas a vivir aquí, podemos arreglar el cuarto como más te guste —dijo Bosch—. Sé que tenías muchos pósters y cosas en Hong Kong. Puedes hacer lo que quieras aquí.

Había dos cajas de cartón apiladas en el rincón que contenían expedientes de viejos casos que Bosch había copiado.

—Sacaré esto de aquí.

Las fue llevando de una en una a su habitación. Continuó hablando con ella mientras iba pasillo arriba, pasillo abajo.

—Sé que no tienes cuarto de baño privado, pero el de invitados del pasillo es para ti. No tengo muchos invitados de todos modos.

Después de trasladar las cajas, Bosch se sentó en la cama y miró a su hija, que aún estaba de pie en medio del dormitorio. La expresión de su rostro conmocionó a Bosch. Se dio cuenta de que Maddie estaba recibiendo el impacto de la realidad de la situación. No importaba que hubiera expresado repetidamente su deseo de vivir en Los Ángeles; ahora iba a estar allí de un modo permanente y asimilarlo era una tarea de enormes proporciones.

—Maddie, quiero decirte algo —dijo—: Estoy acostumbrado a ser tu padre cuatro semanas al año. Eso fue fácil, pero esto va a ser difícil. Voy a cometer errores y necesitaré que seas paciente conmigo mientras aprendo. Pero prometo hacerlo lo mejor que pueda.

—Vale.

—Bueno, ¿qué necesitas? ¿Tienes hambre? ¿Estás cansada? ¿Qué?

—No, estoy bien. Supongo que no debería haber dormido tanto en el avión.

—No importa. Lo necesitabas, Y dormir siempre es bueno. Cura.

Maddie asintió y contempló el dormitorio con extrañeza. Era una habitación de invitados básica: una cama, una cómoda y una mesa con una lámpara.

—Mañana iremos a buscar una tele para ponerla aquí. Una de esas pantallas planas. Y también un ordenador y un escritorio. Hemos de ir a comprar muchas cosas.

—Creo que necesito un teléfono móvil nuevo. Quick cogió el mío.

—Sí, también compraremos un móvil nuevo. Tengo tu tarjeta de memoria del último, así que no has perdido tus contactos.

Su hija lo miró y Bosch se dio cuenta de que había cometido un error.

—¿Tienes la tarjeta? ¿Te la dio Quick? ¿Estaba su hermana allí?

Bosch levantó las manos en un gesto de calma y negó con la cabeza.

—No vi a Quick ni a su hermana. Encontré tu teléfono, pero estaba roto. Lo único que conseguí fue la tarjeta de memoria.

—Ella trató de salvarme. Descubrió que Quick iba a venderme y trató de impedirlo. Pero la sacó del coche de una patada.

Bosch esperó que dijera más, pero eso fue todo. Quería plantearle a Maddie más preguntas sobre el hermano y la hermana; nada era más fuerte que su rol de policía, salvo su rol de padre. No era el momento adecuado. Tenía que calmarla y situarla. Ya habría tiempo después para ser policía, para preguntarle sobre Quick y He y contarle lo que les había ocurrido.

Estudió el rostro de su hija. Parecía vaciado de toda emoción. Todavía se la veía cansada pese a lo mucho que había dormido en el avión.

—Todo irá bien, Maddie. Te lo prometo.

Ella asintió.

—Um, ¿crees que puedo quedarme sola un rato aquí?

—Claro. Es tu habitación. Yo tengo que hacer unas llamadas. —Harry se levantó y se dirigió a la puerta. Vaciló cuando estaba cerrándola y volvió a mirarla—. ¿Me avisarás si necesitas algo?

—Sí, papá. Gracias.

Bosch cerró la puerta y fue al salón. Sacó el teléfono y llamó a David Chu.

—Soy Bosch. Perdone que llame tan tarde.

—No hay problema. ¿Cómo va allí?

—Estoy en Los Ángeles.

—¿Ha vuelto? ¿Y su hija?

—Está a salvo. ¿Cómo va el caso Chang?

Hubo una vacilación antes de que Chu respondiera. No quería ser el mensajero.

—Bueno, saldrá por la mañana. No tenemos nada de que acusarlo.

—¿Y la extorsión?

—Hice un último intento con Li y Lam hoy. No presentarán denuncia formal. Están demasiado asustados de la tríada. Li dijo que alguien llamó y lo amenazó.

Bosch pensó un momento en la llamada amenazadora que había recibido el viernes. Supuso que había sido la misma persona.

—Así que Chang saldrá del centro de detención por la mañana y se dirigirá al aeropuerto —dijo—. Se meterá en un avión y nunca volveremos a verlo.

—Parece que a este lo hemos perdido, Harry.

Bosch negó con la cabeza, con la rabia hirviendo en su interior.

—Malditos hijos de puta.

Bosch se dio cuenta de que su hija podía oírlo. Abrió una de las correderas del salón y salió a la terraza de atrás. El sonido de la autovía en el desfiladero ayudaría a ahogar la conversación.

—Iban a vender a mi hija —dijo—. Por sus órganos.

—Dios —exclamó Chu—. Pensaba que sólo trataban de intimidarle.

—Le sacaron sangre y parece que coincidía con la de alguien con mucho dinero, porque cambiaron de planes.

—A lo mejor le hicieron un análisis de sangre para comprobar que estaba limpia antes de…

Se detuvo, dándose cuenta de que el escenario alternativo no era reconfortante. Cambió de tema.

—¿Ha vuelto con usted, Harry?

—Le he dicho que está a salvo.

Bosch sabía que Chu interpretaría su respuesta evasiva como falta de confianza, pero ¿y qué? No pudo evitarlo después del día que había tenido. Trató de hablar de otra cosa.

—¿Cuándo fue la última vez que habló con Ferras y Gandle?

—No he hablado con su compañero desde el viernes; sí con el teniente hace un par de horas. Quería saber cómo iban las cosas. También está muy cabreado.

Era casi medianoche del domingo y los diez carriles de la autovía seguían repletos. El aire era cortante y frío, un cambio agradable respecto a Hong Kong.

—¿Quién se supone que ha de decirle a la fiscalía que lo suelte? —preguntó Bosch.

—Iba a llamar por la mañana, a menos que usted quiera hacerlo.

—No estoy seguro de si estaré allí por la mañana. Ocúpese usted, pero espere a llamar hasta las diez.

—Claro, pero ¿por qué a las diez?

—Me daría tiempo a llegar allí y decirle adiós al señor Chang.

—Harry, no haga nada que pueda lamentar.

Bosch pensó brevemente en los últimos tres días.

—Es demasiado tarde para eso.

Bosch terminó la llamada con Chu y se quedó apoyado en la barandilla, contemplando la noche. Ciertamente había algo seguro en estar en casa, pero no pudo evitar pensar en lo que había perdido y dejado atrás. Era como si los espíritus hambrientos de Hong Kong lo hubieran seguido a través del Pacífico.

—¿Papá?

Se volvió. Su hija estaba en el umbral.

—Eh, peque.

—¿Estás bien?

—Claro, ¿por qué?

Salió a la terraza y se quedó a su lado, junto a la barandilla.

—Parecías enfadado al teléfono.

—Es sobre el caso. No está yendo bien.

—Lo siento.

—No es culpa tuya. Pero escucha, por la mañana he de echar una carrera al centro. Haré unas llamadas para ver si puedo conseguir que alguien te cuide mientras estoy fuera. Y luego cuando vuelva iremos a comprar, como hemos quedado. ¿Vale?

—¿Te refieres a una canguro?

—No…, o sea, sí, supongo.

—Papá, no he tenido canguro ni niñera desde que tenía unos doce años.

—Sí, bueno, eso fue hace un año.

—Creo que estaré bien sola. No sé, mamá me deja ir sola al centro comercial después de la escuela.

Bosch se fijó en su uso del presente. Estuvo tentado de decirle que el plan de permitirle ir sola al centro comercial no había ido muy bien, pero fue lo bastante listo para esperar a otro momento. El resumen era que tenía que considerar la seguridad de su hija por encima de todo lo demás. ¿Las fuerzas que la habían raptado en Hong Kong podían encontrarla allí en su casa?

Parecía improbable, pero aunque sólo existiera una pequeña posibilidad, no podía arriesgarse a dejarla sola. El problema era que en realidad no sabía a quién llamar. No estaba conectado con el barrio; era el poli al que llamaban cuando había un problema, pero por lo demás nunca se había relacionado con nadie en la calle, al menos con nadie que no fuera poli. No sabía quién era de fiar o era distinto de un completo desconocido que eligiera de la lista de canguros de la guía telefónica. Estaba perdido y empezaba a darse cuenta de que no tenía ni idea de cómo educar a su propia hija.

—Maddie, escucha, esta es una de esas veces en que te he dicho que vas a tener que ser paciente conmigo. No quiero dejarte sola; todavía no. Puedes quedarte en tu habitación si quieres, probablemente todavía te entre sueño por el jet lag. Pero quiero que haya un adulto en la casa contigo. Alguien en quien pueda confiar.

—Como quieras.

Pensar en que era el poli del barrio de repente le metió otra idea en la cabeza.

—Vale, hay otra posibilidad. Si no quieres canguro, tengo otra idea: hay un instituto al pie de la colina, una escuela secundaria pública. Creo que las clases empezaron la semana pasada porque vi muchos coches de camino al trabajo. No sé si es donde terminarás yendo o si intentaremos que asistas a un centro privado, pero puedo llevarte allí para que eches un vistazo. Puedes sentarte en una clase o dos a ver qué te parece mientras yo voy al centro. ¿Qué opinas? Conozco a la subdirectora y confío en ella. Cuidará de ti.

Su hija se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y contempló la vista durante unos momentos antes de responder.

—Supongo que estaría bien.

—Pues perfecto, eso haremos. Llamaré por la mañana y lo arreglaré.

«Problema resuelto», pensó Bosch.

—Papá.

—¿Qué, peque?

—He oído lo que decías por teléfono.

Se quedó de piedra.

—Lo siento. Trataré no usar esa clase de lenguaje más. Y nunca cerca de ti.

—No, no me refería a eso. Me refiero a cuando estabas aquí. Lo que dijiste de que iban a venderme por mis órganos. ¿Es verdad?

—No lo sé, cielo. No sé cuál era el plan exacto.

—Quick me sacó sangre. Dijo iba a mandártela para que pudieras comprobar mi ADN y que supieras que me habían secuestrado de verdad.

Bosch asintió.

—Sí, bueno, te estaba mintiendo. El vídeo que envió era suficiente para convencerme. La sangre no era necesaria. Te estaba mintiendo, Mad. Te traicionó y tuvo lo que merecía.

Maddie se volvió inmediatamente hacia él y Bosch se dio cuenta de que había resbalado otra vez.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué le pasó?

Bosch no quería mentir a su hija. También sabía que Maddie obviamente se preocupaba por la hermana de Quick, y quizá también por este. Probablemente todavía no comprendía el alcance de su traición.

—Está muerto.

Se quedó sin respiración y se llevó las manos a la boca.

—¿Lo ma…?

—No, Maddie, no fui yo. Lo encontré muerto al mismo tiempo que encontré tu teléfono. Supongo que en cierto modo te gustaba, lo siento. Pero te traicionó, peque, y he de decírtelo: puede que lo hubiese hecho yo mismo si lo hubiera encontrado vivo. Vamos adentro.

Bosch se volvió de la barandilla.

—¿Y He?

Bosch se detuvo y se volvió a mirarla.

—No lo sé.

Se acercó a la puerta y entró. Allí estaba: había mentido a su hija por primera vez. Lo hizo por ahorrarle más dolor, pero no importaba. Ya sentía que estaba empezando a deslizarse por la pendiente.