35

Sun ya estaba esperando en el coche delante del Yellow Flower. Cuando Bosch estaba abriendo la puerta, oyó una voz que lo llamaba desde atrás.

—¡Señor! ¡Señor!

Se volvió y vio que la camarera iba tras él con la gorra y el plano en la mano. También llevaba el cambio de la cuenta.

—Ha olvidado esto, señor.

Bosch cogió gorra y mapa y le dio las gracias. Le devolvió el cambio.

—Quédeselo —dijo.

—¿No le ha gustado el arroz con langostinos? —preguntó la empleada.

—Exacto.

Bosch se metió en el coche, esperando que el momentáneo retraso no les costara perder a la mujer y el chico. Sun arrancó inmediatamente y se metió entre el tráfico. Señaló por el parabrisas.

—Van en el Mercedes blanco —dijo.

El vehículo estaba una manzana y media por delante, avanzando entre el tráfico ligero.

—¿Conduce ella? —preguntó Bosch.

—No, ella y el niño han subido a un coche que los esperaba. Conducía un hombre.

—Vale, ¿los tienes? He de hacer una llamada.

—Los tengo.

Mientras Sun iba siguiendo al Mercedes blanco, Bosch llamó a Chu.

—Soy Bosch.

—Hola, tengo información del Departamento de Policía de Hong Kong. Pero me han hecho muchas preguntas, Harry.

—La información primero.

Bosch sacó libreta y Boli.

—Vale, el número de teléfono que me ha dado está registrado a nombre de una empresa: Northstar Seafood and Shipping. Está en Tuen Mun, en los Nue…

—Lo sé. ¿Tiene la dirección exacta?

Chu le dio una dirección en Hoi Wah Road y Bosch la repitió en voz alta. Sun asintió con la cabeza. Sabía dónde estaba.

—Vale. ¿Algo más? —preguntó Bosch.

—Sí. Northstar está bajo sospecha, Harry.

—¿Qué significa eso? ¿Sospecha de qué?

—No he podido conseguir nada específico. Sólo de envíos y comercio ilegal.

—¿Como tráfico de personas?

—Podría ser. Ya le digo que no he podido conseguir información específica, sólo preguntas de por qué buscaba el número.

—¿Qué les ha dicho?

—Que era una búsqueda a ciegas. Que encontramos el número en un trozo de papel de una investigación por homicidio; dije que no conocía la relación.

—Está bien. ¿Hay algún nombre vinculado a este número telefónico?

—Directamente con el número no, pero el dueño de Northstar Seafood and Shipping es Dennis Ho. Tiene cuarenta y cinco años y es lo máximo que he podido averiguar sin que pareciera que estaba trabajando en algo concreto. ¿Le sirve de ayuda?

—Sí. Gracias.

Bosch colgó y enseguida puso al día a Sun de lo que acababan de decirle.

—¿Has oído hablar de Dennis Ho? —preguntó.

Sun negó con la cabeza.

—Nunca.

Bosch sabía que tenían que tomar una decisión fundamental.

—No sabemos si esta mujer tiene algo que ver con esto —dijo Bosch, señalando el Mercedes blanco de delante—. Podríamos estar acelerando en falso. Yo digo que dejemos esto y vayamos directamente a Northstar.

—Aún no hemos de decidir.

—¿Por qué no? No quiero perder tiempo en esto.

Sun señaló hacia el Mercedes blanco, unos doscientos metros más adelante.

—Ya estamos yendo en dirección a los muelles. Puede que vayan allí.

Bosch asintió. Los dos ángulos de la investigación seguían en juego.

—¿Cómo vas de gasolina? —preguntó Bosch.

—Es diésel —replicó Sun—. Vamos bien.

Durante la siguiente media hora circularon en paralelo a la costa por Castle Peak Road, manteniéndose a una distancia prudencial del Mercedes pero sin perderlo de vista en ningún momento. Circularon sin hablar entre ellos. Habían llegado a un punto en que sabían que había poco tiempo y que no había nada que decir. El Mercedes o Northstar los conducirían a Maddie Bosch; de lo contrario probablemente no volverían a verla.

Cuando aparecieron ante ellos los altos edificios de Central Tuen Mun, Bosch vio el intermitente de giro en el Mercedes. El coche iba a girar a la izquierda, alejándose de la orilla.

—Van a girar —advirtió.

—Es un problema —dijo Sun—. Los muelles de carga están delante. Van a girar hacia barrios residenciales.

Los dos permanecieron un momento en silencio, esperando que se materializara un plan o quizá que el conductor del Mercedes se diera cuenta de que necesitaban ir recto y corrigiera el rumbo del coche.

No ocurrió ninguna de las dos cosas.

—¿Por dónde? —preguntó finalmente Sun.

Bosch sintió un desgarro interior. De su decisión podía depender la vida de su hija. Sabía que él y Sun no podían separarse para que uno siguiera el coche y el otro se dirigiera al puerto. Bosch estaba en un mundo que desconocía y sería inútil ir solo. Necesitaba a Sun. Llegó a la misma conclusión a la que había llegado después de la llamada de Chu.

—Déjalo marchar —dijo—. Vamos a Northstar.

Sun continuó recto y pasaron al Mercedes blanco cuando este giraba a la izquierda por una calle llamada Tsing Ha Lane. Bosch miró por la ventanilla al coche cuando este frenaba. El hombre que conducía lo miró, pero sólo un segundo.

—Mierda —dijo Bosch.

—¿Qué? —preguntó Sun.

—Me ha mirado. El conductor. Creo que sabía que los estábamos siguiendo. Me parece que teníamos razón: tiene que ver con esto.

—Entonces está bien.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Si sabían que los estábamos siguiendo, que se alejen del puerto podría ser un intento de despistarnos de Northstar.

—Sí. Ojalá tengas razón.

Enseguida entraron en una zona industrial portuaria donde se sucedían almacenes maltrechos y plantas envasadoras en los muelles y embarcaderos. Había barcazas y barcos mercantes de tamaño medio atracados a ambos lados, en ocasiones en columnas de dos y tres. Todo parecía abandonado hasta el día siguiente: no se trabajaba en domingo.

Bosch vio varios barcos de pesca amarrados en el muelle, todos protegidos tras un amparo para tifones creado por un largo embarcadero de hormigón que formaba el perímetro externo del puerto.

El tráfico menguó y Bosch empezó a preocuparse de que el Mercedes negro brillante del casino llamara la atención al acercarse a Northstar. Sun debía de estar pensando lo mismo. Se metió en el aparcamiento de una tienda de comida cerrada y paró el coche.

—Estamos muy cerca —dijo—. Creo que podemos dejar el coche aquí.

—Estoy de acuerdo —afirmó Bosch.

Salieron y recorrieron el resto del camino, manteniéndose pegados a las fachadas de los almacenes y buscando en todas direcciones a alguien que estuviera vigilando. Sun iba delante y Bosch justo detrás de él.

Northstar Seafood and Shipping estaba situado en el embarcadero 7. Se trataba de un gran almacén verde con el cartel en chino y en inglés en un lateral situado frente al mar y a un muelle que se adentraba en la bahía. Había cuatro barcos de pesca de veinte metros de eslora con cascos negros y casetas de navegación verdes amarrados a ambos lados del muelle. Al final del muelle había un barco más grande con una enorme grúa que apuntaba al cielo.

Desde su punto de vista en la esquina de un almacén en el muelle 6, Bosch no atisbó actividad. Las puertas del muelle de carga del almacén de Northstar estaban bajadas del todo y los muelles y barcos parecían estar fuera de servicio durante el fin de semana. Bosch empezaba a pensar que había cometido un terrible error al no seguir al Mercedes blanco. Entonces Sun le tocó en el hombro y señaló a lo largo del muelle el barco grúa del fondo.

Sun apuntaba alto y Bosch siguió la dirección con la mirada hasta la grúa. El brazo de acero se extendía desde una plataforma situada en lo alto de un sistema de raíles casi cinco metros por encima de la cubierta del barco. La grúa podía desplazarse a lo largo del buque en función de la bodega que fuera a cargarse, y el barco estaba obviamente diseñado para salir al mar y descargar las capturas de pequeños pesqueros para que estos pudieran continuar faenando. La grúa se controlaba desde una pequeña cabina situada en la plataforma superior que protegía al operador del viento y los elementos.

Eran las ventanas tintadas de la cabina lo que estaba señalando Sun. Con el sol justo detrás del barco, Bosch distinguió la silueta de un hombre en la cabina.

Bosch volvió a ocultarse detrás de la esquina del almacén.

—Bingo —dijo, con voz ya tensa por la repentina descarga de adrenalina—. ¿Crees que nos ha visto?

—No —dijo Sun—. No he visto reacción.

Bosch asintió y pensó en su situación. Ya estaba del todo convencido de que su hija se encontraba en algún lugar de ese barco. Sin embargo, llegar hasta allí sin que el vigilante los localizara parecía imposible. Podían esperar a que bajara a comer, al lavabo o a un cambio de guardia, pero no había forma de saber cuándo ocurriría eso, si es que ocurría. Esperar desafiaba la urgencia que estaba creciendo en el pecho de Bosch.

Miró su reloj. Eran casi las seis. Faltaban al menos dos horas para que oscureciera del todo. Una opción era esperar y actuar entonces, pero dos horas podían ser demasiado. Los mensajes de texto habían puesto a los secuestradores de su hija sobre aviso; podían estar a punto de hacer cualquier movimiento con ella.

Como para reforzar esta posibilidad, la profunda vibración de un motor de barco sonó de repente en el muelle. Bosch miró a hurtadillas desde la esquina y vio que salía humo de la popa del buque grúa. Detectó movimiento detrás de la ventana de la caseta de navegación. Se agazapó.

—Quizá nos han descubierto —informó—. Han puesto en marcha el barco.

—¿A cuántos has visto? —preguntó Sun.

—Al menos uno dentro de la caseta de navegación y otro arriba en la grúa. Hemos de hacer algo. Ahora.

Para acentuar la necesidad de moverse, Bosch se llevó la mano a la espalda y sacó la pistola. Estuvo tentado de rodear la esquina y salir disparando por el muelle. Tenía una 45 cargada del todo y le gustaban sus opciones; se había visto en peores circunstancias en los túneles. Ocho balas, ocho dragones. Y luego él. Bosch sería el noveno dragón, como una bala imparable.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Sun.

—No hay plan. Entro y la rescato. Si no lo consigo, me aseguraré de que no quede nadie. Luego tú entras, la sacas y la metes en un avión; tienes su pasaporte en el maletero. Ese es el plan.

Sun negó con la cabeza.

—Espera. Estarán armados. Este plan no es bueno.

—¿Tienes una idea mejor? No podemos esperar a que oscurezca. El barco está a punto de zarpar.

Bosch se acercó a la esquina y miró de nuevo. Nada había cambiado. El vigilante aún seguía en lo alto de la cabina y había alguien en la caseta de navegación. El barco rugía en punto muerto, pero seguía amarrado al extremo del muelle. Era casi como si esperaran algo, o a alguien.

Bosch volvió a agazaparse y se calmó. Consideró todo lo que tenía a su alrededor y qué podía usar. Quizás había otra opción que no fuese una carrera suicida. Miró a Sun.

—Necesitamos una barca.

—¿Una barca?

—Una barca pequeña. No podemos ir por el muelle sin ser vistos, lo estarán vigilando. Pero con una barca pequeña podemos crear en el otro lado una distracción suficiente para que alguien cruce el muelle.

Sun pasó al lado de Bosch y miró desde la esquina. Examinó el extremo del muelle y volvió a esconderse.

—Sí, una barca podría funcionar. ¿Quieres que yo la lleve?

—Sí, yo tengo la pistola y voy a cruzar el muelle para rescatar a mi hija.

Sun asintió. Metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves del coche.

—Coge las llaves. Cuando tengas a tu hija, vete. No te preocupes por mí.

Bosch negó con la cabeza y sacó su móvil.

—Iremos a un lugar cercano pero seguro y te llamaré. Te esperaremos.

Sun asintió.

—Buena suerte, Harry.

Bosch se volvió para irse.

—Lo mismo te digo.

Después de que Sun se fuese, Bosch mantuvo la espalda pegada a la pared delantera del almacén y se preparó para esperar. No tenía ni idea de cómo iba Sun a manejar una barca, pero confiaba en que de alguna manera cumpliera con su parte y creara la distracción que permitiera a Bosch hacer su movimiento.

También pensó en llamar finalmente a la policía de Hong Kong ahora que había localizado a su hija, pero también descartó rápidamente esa idea. Un enjambre de policía en torno al muelle no era garantía de la seguridad para Maddie. Se ciñó al plan.

Se estaba volviendo para mirar en torno a la esquina del almacén y hacer otro rápido control de las actividades en el barco de Northstar cuando vio un coche que se aproximaba desde el sur. Se fijó en la familiar calandra de un Mercedes. Blanco.

Bosch se deslizó por la pared para hacerse menos visible. Unas redes que habían puesto a secar y que colgaban de los aparejos de dos barcos entre él y el coche que se acercaba también le proporcionaron camuflaje. Observó que el vehículo frenaba y giraba en el embarcadero número 7 para seguidamente enfilar el muelle hacia el barco grúa. Era el coche al que habían seguido desde la Costa de Oro. Atisbó al conductor y lo identificó como el mismo hombre que le había devuelto la mirada antes.

Bosch hizo unos rápidos cálculos y concluyó que el tipo tras el volante era el mismo cuyo número de teléfono había puesto Peng en la lista de contactos del teléfono de su hija. Había enviado a una mujer y un niño —probablemente su mujer y su hijo— al Geo con objeto de identificar a la persona que le había mandado los mensajes de texto. Asustado por el último mensaje de Sun, los había llevado a casa o a algún lugar seguro, los había dejado allí y se había dirigido al muelle 7, donde retenían a la hija de Bosch.

Era mucho suponer, considerando los pocos hechos conocidos, pero Bosch creía que estaba bien encaminado y que estaba a punto de ocurrir algo que no formaba parte del plan original del hombre del Mercedes. Se estaba desviando. Iba a apresurar las cosas, a mover la mercancía o a hacer algo peor: desembarazarse de ella.

El Mercedes se detuvo delante del barco grúa. El conductor bajó de un salto y caminó deprisa por la pasarela para subir al barco. Le gritó algo al hombre que estaba en lo alto de la cabina, pero no perdió el paso al dirigirse rápidamente a la caseta de navegación.

Por un momento no hubo más movimiento. Entonces Bosch vio que el hombre salía de la cabina de la grúa y empezaba a bajar a la plataforma. Después de llegar a cubierta, siguió al tipo del Mercedes a la caseta de navegación.

Bosch sabía que acababan de cometer un error estratégico que le proporcionaba una ventaja momentánea. Era su oportunidad de recorrer el muelle sin ser visto. Sacó su teléfono otra vez y llamó a Sun. Saltó el contestador.

—Sun, ¿dónde estás? El hombre del Mercedes está aquí y han dejado el barco sin vigilancia. Olvídate de la distracción, vuelve aquí y prepárate para conducir. Voy a entrar.

Bosch se guardó el teléfono en el bolsillo y se levantó. Miró el barco grúa una última vez y salió al descubierto desde el embarcadero, echando a correr hacia el final del muelle. Sostenía la pistola agarrada con las dos manos, listo para disparar.